Permítame ponerle un ejemplo de un caso de la primera temporada de
Dog Whisperer
. Kane es un hermoso y dulce gran danés de 3 años que, mientras corría y jugaba sobre un suelo de linóleo, se resbaló y chocó violentamente contra una cristalera. Su dueña, Marina, oyó el golpe y corrió hacia él, exclamando: «Dios mío, Kane, ¿estás bien? Pobrecillo…» y cosas así, con un montón de energía nerviosa y emocional. Aunque Marina lo hizo con buena intención y estaba realmente preocupada por el bienestar de Kane, lo que estaba haciendo era reforzar la angustia natural de Kane en aquel momento. En un entorno natural, si Kane hubiera estado con una perra equilibrada de su manada y hubiera sucedido el mismo tipo de accidente, la otra perra tal vez lo hubiera olisqueado y examinado para asegurarse de que todo estaba bien. Entonces Kane se habría levantado, se habría sacudido y habría seguido con sus cosas. Habría seguido adelante y tal vez sería más consciente de los peligros de correr sobre superficies resbaladizas. Pero por la reacción de su dueña, Kane asoció ese accidente sin importancia a un trauma importante. Y nació una fobia.
Desde ese día a Kane le aterraban los suelos brillantes. Durante un año se negó a entrar en la cocina y no había forma de llevarlo al colegio donde Marina daba clase, y al que antes llevaba todos los días. Ni siquiera iba al veterinario; Marina siempre tenía que llevar un trozo de alfombra y desenrollarlo para que Kane entrara en la sala de espera del veterinario. Mediante mimos y palabras de cariño Marina trató de que Kane anduviera sobre linóleo, pero sin éxito. Lo intentó con chucherías y afecto. Cuanto más rogaba y suplicaba, cuantas más caricias, arrullos y comodidad le daba, más testarudo —y asustadizo— se volvía Kane. Además Kane pesaba 70 kilos, así que, si se negaba a ir a algún lugar, no había empujón ni tirón que pudiera obligarlo a ir.
El modo en que Marina trató la fobia de Kane tal vez habría sido apropiado si éste hubiera sido un niño pequeño. Un psicólogo cuyo paciente ha sufrido un accidente aéreo no insiste en que el paciente vuelva a subir a un avión en la primera sesión. Del mismo modo, cuando nuestros niños humanos tienen un accidente, necesitan cierta tranquilidad y compasión por nuestra parte. Pero la mayoría de los padres sabe que hasta los niños reaccionan a menudo de forma proporcional a la reacción de
sus padres
ante sus «bua bua». Por eso tratamos de tranquilizar a nuestros hijos sin hacer una montaña de sus contratiempos. Pero, a diferencia de los niños humanos, las perras no sueñan ni se obsesionan con experiencias pasadas como nosotros. Viven el momento. Kane no se pasaba el día preocupado por suelos brillantes y reaccionó de forma natural cuando sucedió el accidente original, tratando de protegerse. Pero, al intensificar la traumática experiencia con su energía abiertamente nerviosa y emocional, su dueña alimentó ese miedo dándole afecto cada vez que se acercaba a un suelo brillante. De hecho para Kane ahora los suelos brillantes eran todo un problema. Cuando impedimos a un animal superar su miedo, ese miedo puede convertirse en una fobia. Lo que Kane necesitaba era un líder de la manada firme y tranquilo que lo condicionara de nuevo y le mostrara que un suelo brillante no era nada de qué preocuparse. Fue entonces cuando aparecí yo.
En primer lugar me llevé a Kane a dar un largo paseo para estrechar lazos con él y reforzar mi papel dominante. En cuanto estuve seguro de que me veía como su líder ya estaba preparado para manejar su fobia. Como Kane es un perro tan grande —¡pesa más que yo!— tuve que hacer un amago de echar a correr con él para que llegara al vestíbulo donde había ocurrido el accidente original. Me hicieron falta dos intentos, pero en el segundo echó a correr a mi lado y llegó al suelo sin enterarse de lo que estaba pasando ni de cómo había llegado allí. Una vez en el suelo reaccionó como si lo hubieran condicionado: le entró el pánico. Se revolvió, babeó: se podía ver el terror en sus ojos. Esta vez era yo quien marcaba la diferencia. No hice más que sujetarlo firmemente. Me mostré tranquilo, fuerte, sin que su reacción me afectara. No lo tranquilicé ni hablé con dulzura, como siempre había hecho Marina: ese comportamiento sólo había reforzado sus respuestas negativas. Por el contrario, me senté con él mientras revivía todas esas antiguas emociones: y observé cómo el miedo desaparecía literalmente. En menos de diez minutos estaba lo suficientemente relajado para que yo empezara a hablar con él: en el mismo suelo brillante. Se tambaleaba junto a mí, al principio tembloroso e inseguro, pero después de unas cuantas pasadas empezó a recuperar su confianza. Una vez más me mostré tranquilo y firme. No lo traté como a un bebé. Le ofrecí la orientación de un líder de grupo fuerte y le comuniqué con mi energía que aquella era una actividad normal, nada de lo que tuviera que asustarse. En menos de veinte minutos, Kane correteaba confiado por el mismo suelo que le había dado tanto miedo durante más de un año.
La prueba definitiva fue cuando Marina y su hijo, Emmet, tuvieron que relevarme. Marina me comentó lo difícil que le resultaba proyectar una energía firme y tranquila cuando estaba tan preocupada por cómo se sentía Kane. Para un humano es algo natural sentir compasión por otro animal que sufre, pero las perras no necesitan nuestra compasión. Necesitan nuestro liderazgo. Somos su punto de referencia y su fuente de energía. Reflejan la energía psicológica que les transmitimos. Fue todo un reto para Marina aprender a ser líder de Kane mientras se le partía el corazón por él y creía que su papel tendría que ser el de su «mamá». Sin embargo, he de reconocer que trabajó duramente para cambiar: y además enseñó a su marido y a su hijo a ser mejores líderes del grupo.
Entre los conductistas de animales y los psicólogos de humanos la técnica que empleé con Kane a veces es conocida como «inmersión»: la exposición prolongada de un paciente a estímulos provocadores de miedo de una intensidad relativamente alta. Para algunos defensores de los animales esta técnica es muy polémica. Creo que, al trabajar con animales, la gente tiene que seguir su propia conciencia. En mi opinión el método de trabajo que empleé con Kane no sólo era humano, además fue eficaz al instante. Desde ese día, Kane ya no ha tenido más problemas con los suelos brillantes: ni otras fobias, ya que estamos. Es un perro maravillosamente equilibrado, tranquilo y pacífico.
Lo bonito de las perras es que, a diferencia de los humanos con dificultades psicológicas, las perras avanzan directamente y no miran atrás. Los humanos contamos con la bendición y la maldición de la imaginación, que nos permiten elevarnos a las cimas de la ciencia, el arte, la literatura y la filosofía, pero que también pueden llevarnos a todo tipo de rincones oscuros y terribles de nuestra mente. Como las perras viven el presente, no se aferran al pasado como nosotros. A diferencia de los Woody Allen que hay en el mundo las perras no necesitan años de terapia o largas sesiones en un diván, luchando por entender qué les sucedió cuando eran cachorras. En ese sentido son criaturas de causa y efecto. Una vez que han sido condicionadas a reaccionar de una forma nueva, no sólo están dispuestas a cambiar, sino que además pueden hacerlo. Mientras les mostremos un liderazgo fuerte y coherente podrán avanzar y superar prácticamente toda fobia que hayan adquirido.
Hay un aspecto de la psicología de su perro que sólo he tocado por encima en el último capítulo, pero es un concepto muy importante a la hora de entender la relación entre usted y sus perros. Es el concepto de
grupo
. La
mentalidad de grupo
de su perro es una de las mayores fuerzas naturales que intervienen en la formación de su comportamiento.
La manada es la fuerza vital para un perro. El instinto grupal es su instinto primario. Su estatus en el grupo es su yo, su identidad. El grupo es tan importante para un perro porque si algo amenaza la armonía del grupo, también amenaza la armonía de cada perro como individuo. Si algo amenaza la supervivencia del grupo, también amenaza la propia supervivencia de cada uno de sus perros. La necesidad de mantener al grupo estable y en buen funcionamiento es una poderosa fuerza de motivación para cada perro: incluso para ese caniche mimado que nunca ha conocido a otro perro o salido de los confines de su jardín trasero. ¿Por qué? Está profundamente arraigada en su cerebro. La evolución y la Madre Naturaleza se encargaron de ello.
Es vital que entienda que su perro ve todas estas relaciones con otros perros, con usted, incluso con otros animales en su hogar en un contexto de «grupo». Aunque me he pasado el capítulo anterior subrayando las cuantiosas diferencias que existen en el modo en que los perros y los humanos ven el mundo, los humanos —en realidad, todos los primates— también son animales de grupo. De hecho una manada de perros en realidad no es tan diferente del equivalente humano de un grupo. A nuestros grupos los llamamos familias. Clubes. Equipos de fútbol. Iglesias. Corporaciones. Gobiernos. Claro, pensamos que nuestros grupos sociales son infinitamente más complicados que las manadas de perros, ¿pero realmente son tan diferentes? Si lo analizamos, la base es la misma: cada uno de los «grupos» que he mencionado tiene una jerarquía, de lo contrario no funciona. Hay un padre o una madre, una directora, una defensa, una ministra, una consejera delegada, una presidenta. Luego hay diversos niveles de estatus para la gente que se encuentra en puestos inferiores. También es así como funciona una manada de canes.
El concepto de grupo y de líder de grupo está directamente relacionado con el modo en que un perro se relaciona con nosotros cuando lo traemos a nuestro hogar.
Si estudia una manada de lobos en su entorno salvaje, observará un ritmo natural en sus días y sus noches. En primer lugar, los animales del grupo caminan, a veces hasta diez horas al día, para encontrar comida y agua
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. Entonces comen. Si matan un ciervo, el líder de la manada se lleva la porción más grande, pero todos colaboran para compartir el resto. Comen hasta que desaparece todo el ciervo: no sólo porque en su entorno salvaje no tienen papel de aluminio, sino porque no saben cuándo volverán a tener otro ciervo. Puede que lo que coman hoy tenga que mantenerlos durante mucho tiempo. De ahí es de donde viene la expresión «engullir como un lobo», y lo verá en el comportamiento de su perro muchas veces. Un lobo no tiene por qué comer sólo cuando tiene hambre; come cuando dispone de comida. Su cuerpo está diseñado para conservar. Es la raíz del a menudo aparentemente insaciable apetito de su perro.
Hasta que no han terminado su trabajo diario, los lobos y perros silvestres no juegan. Es entonces cuando llegan las celebraciones. Y en su entorno natural normalmente se van a dormir exhaustos. Cuando contemplaba cómo dormían los perros de la granja de mi abuelo, nunca vi a uno que tuviera pesadillas, como algunos perros domésticos en Norteamérica. Podían movérseles las orejas o los ojos, pero no había quejido alguno, ni gemidos ni gimoteos. Estaban tan agotados por el trabajo y los juegos del día que dormían plácidamente cada noche.
Cada grupo tiene sus rituales. Entre ellos se incluyen viajar, trabajar para conseguir comida y agua, comer, jugar, descansar y emparejarse. Lo más importante, el grupo siempre tiene un líder. El resto de los animales son seguidores. Dentro de la manada los animales ocupan su propio lugar según su estatus, normalmente determinado por el nivel de energía innato de cada animal. El líder determina —y aplica— las reglas y límites que dictan cómo vivirá cada miembro.
Ya he explicado que el primer líder de la manada de un cachorro es su madre. Desde su nacimiento, un cachorro aprende a ser un miembro cooperador en una sociedad orientada hacia el grupo. Al cabo de unos tres o cuatro meses, cuando ya han sido destetados, pasan a formar parte de la estructura del grupo y siguen las indicaciones del líder de la manada, no de su madre. En una manada de lobos y perros silvestres el líder suele ser un macho, porque la hormona de la testosterona —presente en el cachorro macho ya desde que es muy pequeño— parece ser una señal de conductas dominantes
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. Podemos ver a un cachorro macho montar tanto machos como hembras antes de alcanzar la madurez sexual: y no, eso no significa que sea bisexual. Significa que está mostrando los comportamientos dominante y sumiso que desempeñarán un papel tan importante en su vida como perro adulto.
Aunque las hormonas contribuyen a crear un líder de grupo, la energía desempeña un papel aún mayor. Cuando los humanos viven en un hogar con más de un perro, el perro dominante puede ser macho o hembra. El género no importa, sólo el nivel innato de energía y quién establece la dominación. En muchas manadas existe una «pareja alpha», una pareja de un macho y una hembra que parecen llevar el mando a medias.
En la naturaleza un líder de grupo nace, no se hace. No va a clases para convertirse en líder; no rellena una solicitud ni acude a entrevistas personales. Un líder se desarrolla pronto y muestra su calidad de dominante desde joven. Es esa vital energía de la que hablábamos antes lo que distingue al líder de la manada del seguidor. Un líder de grupo ha de nacer con una energía alta o muy alta. La energía además tiene que ser dominante, así como firme y tranquila. Un perro con una energía media o media-baja no es un líder natural del grupo. La mayoría de los perros —como la mayoría de los humanos— nacen para ser seguidores, no líderes. Ser líder de un grupo no es sólo cuestión de dominación, también es cuestión de responsabilidad. Pensemos en nuestra propia especie y en el porcentaje de personas a las que les gustaría tener el poder y prebendas de la presidenta, o el dinero y posesiones de un Bill Gates. Luego diga a esas personas que a cambio tendrán que trabajar las 24 horas del día todos los días de la semana, no verán casi nunca a sus familias y no tendrán apenas fines de semana libres. Después dígales que miles de personas dependerán económicamente de ellas y que serán las responsables de la seguridad nacional de cientos de millones de personas. ¿Cuántas personas escogerían ese papel de líder después de conocer esa realidad tan desalentadora? Creo que la mayoría de las personas escogerían una vida más cómoda pero más sencilla por encima de un inmenso poder y riqueza: si realmente han comprendido el trabajo y sacrificio que acarrea el liderazgo.
Del mismo modo en el mundo de un perro el líder de la manada es responsable de la supervivencia de todos los miembros del grupo. El líder los guía en busca de comida y agua. Decide cuándo cazar; decide quién come, cuánto y cuándo; decide cuándo descansar y cuándo dormir y cuándo jugar. El líder establece todos los reglamentos y estructuras que rigen la vida de los demás miembros de la manada. Un líder ha de tener una confianza plena en sí mismo y saber qué está haciendo. Y exactamente igual que en el mundo humano, la mayoría de los perros nacen para seguir más que para hacer todo el trabajo necesario para mantenerse en el puesto de líder de la manada. La vida es más sencilla y menos estresante para ellos cuando viven dentro de las reglas, límites y fronteras que el líder de la manada ha establecido para ellos.