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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (8 page)

—Y, a pesar de todo, es uno de los miembros de tu equipo de seguridad.

—Creo que sabe que es tu favorito. —Besos por el cuello. Besos cálidos y sexuales que decían a las claras que Rafael solo tenía una cosa en mente.

Tras soltar una carcajada teñida de pasión, Elena extendió la mano hacia atrás para deslizar los dedos por su mejilla.

—¿Tanta influencia tengo sobre ti?

Notó el roce de los dientes masculinos.

—Si tu Campanilla sigue con vida mañana, tendrás tu respuesta. —Apretó el cuerpo contra ella, duro, cálido y exigente, mientras sus manos se deslizaban bajo la ropa para cerrarse sobre los pechos desnudos.

—Rafael...

Al final le permitió volverse y la acorraló contra la baranda. El instinto llevó a Elena a extender las alas sobre el metal, que era lo único que impedía que cayera sobre las rocas de abajo. No, pensó de inmediato. Rafael jamás la dejaría caer. Y si caía, él caería con ella.

—Bésame, arcángel.

—Como desees, cazadora del Gremio. —Sus labios rozaron los de ella, masculinos y terrenales de un modo que refutaba el mito de que los ángeles estaban demasiado «evolucionados» como para rebajarse a semejantes placeres físicos.

Elena dejó escapar un gemido gutural y le rodeó el cuello con los brazos antes de ponerse de puntillas para besarlo mejor. Cuando la mano de Rafael rozó el costado de uno de sus pechos, se estremeció de placer. Le mordió el labio inferior y abrió los ojos.

—Ahora.

—No. —Otro beso apasionado y sexual.

Ella se apartó y deslizó la mano por los músculos de su pecho, hacia abajo. Rafael se la sujetó antes de que pudiera cerrar los dedos en torno a su erección.

—No estoy tan débil... —protestó la cazadora.

—Tampoco estás fuerte. —El poder brillaba en el iris de sus ojos—. No para lo que yo quiero.

Elena se quedó inmóvil.

—¿Y qué es lo que quieres?

Todo
.

El mar y el viento. Limpios y salvajes... dentro de la mente de Elena.

—Te daré mi pasión, mi corazón —añadió ella, que luchaba por mantener su independencia y por algo más...: por construir una base para esa relación que durara toda una eternidad—. Pero mi mente es mía. Acéptalo.

—¿O? —La gélida pregunta de un ser acostumbrado a conseguir exactamente lo que deseaba.

—Supongo que tendrás que esperar para averiguarlo. —Tras apoyarse contra la baranda de la terraza con el cuerpo anhelante e insatisfecho, Elena se limitó a mirarlo, a contemplar el equilibrio exquisito entre belleza y crueldad, perfección y oscuridad. La pasión de Rafael había convertido sus rasgos en una máscara austera, y su estructura ósea impecable se marcaba contra la piel. Sin embargo, no intentó besarla de nuevo.

Te partiré en dos.

Elena recordó lo que le había dicho antes, y esas palabras formaron un muro invisible entre ellos. Consciente de que él tenía razón, dejó escapar un suspiro.

—Tengo una pregunta que hacerte.

Rafael esperó con paciencia... como si tuviera todo el tiempo del mundo y ella fuera la única mujer en el universo. Eso la dejó sin aliento. ¿Cómo había conseguido ella, Elena Deveraux, una cazadora común y corriente según su padre, ganarse el derecho a hacerle preguntas a un arcángel?

—¿Qué sabes sobre las mascotas de Lijuan?

Su lánguido parpadeo fue la única indicación de que lo había sorprendido.

—¿Puedo atreverme a inquirir cómo has averiguado que debías formular esa pregunta?

Elena esbozó una sonrisa.

La expresión de Rafael cambió: en esos momentos tenía una intensidad que la abrasó por dentro.

—Como ya he dicho —Sus ojos adquirieron el color del cromo—, harás que la eternidad sea mucho más interesante.

Fue entonces cuando Elena vio la luz que desprendían sus alas. Una luz brillante y letal, lo bastante como para hacerle parecer precisamente lo que era: un inmortal que poseía el poder suficiente en su cuerpo como para destruir una ciudad. El instinto tensó los músculos de Elena en preparación para el vuelo, y la descarga de adrenalina fue tan fuerte que apenas podía hablar.

—Estás... brillando.

—¿De veras? —Los dedos masculinos le soltaron la coleta y se enredaron en los mechones—. Las mascotas de Lijuan son renacidos.

Atónita por el hecho de haber recibido una respuesta directa, Elena aspiró con tanta fuerza que sus pulmones protestaron a causa del esfuerzo... sobrecargados por la presión de la presencia de Rafael, de su poder. Elena no le advirtió sobre ello, ya que era consciente de que no lo hacía para intimidarla. Él era así. Y si quería danzar con ese arcángel, tendría que aprender a lidiar con él.

—¿Tienen algo que ver con los vampiros?

—No. A medida que envejecemos... —El brillo empezó a disminuir, aunque sus ojos aún tenían ese tono metálico que ningún humano poseería jamás—, los arcángeles adquirimos ciertos poderes.

—Como las habilidades mentales —murmuró ella, que tenía el corazón desbocado—. Y el glamour. —En el mundo se llenaría de paranoicos si la gente se enterara de que algunos arcángeles podían caminar entre las multitudes sin ser vistos.

—Sí. Lijuan es la más antigua entre nosotros y, por lo tanto, también tiene más poderes.

—Entonces, ¿esos renacidos son algo que solo ella puede crear?

Un gesto de asentimiento que agitó los mechones de cabello negros como el carbón contra su frente.

Elena alzó la mano para apartárselos de la cara y permaneció un rato acariciando las sedosas hebras de pelo.

—¿Qué son?

—Lijuan —dijo Rafael con un tono de voz que recordaba a la medianoche— puede hacer caminar a los muertos.

A Elena se le paró el corazón por un segundo cuando vio en sus ojos que decía la verdad. Intentó asimilar lo que acababa de oír.

—No pretenderás decirme que esa criatura consigue de algún modo devolver la vida a la gente, ¿verdad?

Tras deslizar la mano hasta su nuca, Elena se aferró a él mientras Rafael le contaba cosas que ningún mortal sabía.

—Caminan, pero no hablan. Jason me ha contado que durante sus primeros meses de existencia parecen conservar una especie de conciencia, así que es posible que sepan lo que son... Sin embargo, no tienen poder sobre sus cuerpos renacidos. Son las marionetas de Lijuan.

—Madre de Dios... —Estar atrapado en tu propio cuerpo, saber que eres una pesadilla andante...—. ¿Cómo los mantiene con vida?

—Los despierta con su poder, pero luego ellos se alimentan de sangre. —La voz de Rafael la envolvió, y el terror invadió todas y cada una de sus células—. Los antiguos, aquellos que fueron enterrados mucho tiempo atrás, se alimentan de la carne de los muertos recientes para mantener sus propios huesos cubiertos.

El alma de Elena se quedó helada. Paralizada.

—¿Tú también adquirirás esa habilidad?

7

R
afael volvió a enredar los dedos de ambas manos en su cabello.

—Nuestras habilidades están ligadas a quienes somos. Espero no ser capaz de crear renacidos nunca.

Estremecida, Elena le rodeó el torso con los brazos.

—¿Has conseguido habilidades nuevas en los últimos años? —Como lo conocía, sabía lo delgada que era la capa de hielo sobre la que caminaba. Poco tiempo atrás, Rafael le había roto todos los huesos del cuerpo a un vampiro mientras la pobre criatura permanecía consciente. Había sido un castigo que Manhattan no olvidaría jamás—. ¿Rafael?

—Ven. —Se elevó hacia el cielo.

Elena soltó un grito y cambió de posición para aferrarse a su cuello.

—Podrías haberme avisado.

—Tengo fe en tus reflejos, Elena.
Después de todo, si no hubieras disparado a Uram, Nueva York podría haber acabado ahogada en sangre
.

Ella soltó un resoplido.

—No fui yo. Creo recordar que eras tú quien le arrojaba bolas de fuego.

—Fuego de ángel —murmuró Rafael—. Un mero roce de ese fuego te habría matado.

Elena frotó la cara contra su pecho mientras Rafael volaba sobre la bella y peligrosa cadena de montañas que rodeaba las luces del Refugio.

—No resulta fácil matarme —le dijo.

—Ten cuidado, cazadora. —Descendió y voló hacia el borde de una cascada—. Aún pueden herirte.

Estaban tan cerca que Elena pudo deslizar los dedos sobre la preciosa superficie del agua. Las gotas eran como diamantes atrapados bajo la luz de la luna. La admiración estalló dentro de ella.

—¡Rafael!

Tras elevarse, se acercó de nuevo al glacial cielo nocturno en el que las estrellas parecían talladas en cristal.

—Dijiste que un vampiro fuerte podría matarme —señaló Elena, que sentía el frío en las mejillas y el viento que agitaba su cabello—. Y, al parecer, también el fuego de ángel. ¿A qué otra cosa soy vulnerable?

—El fuego de ángel es el método más fácil, pero los arcángeles que no pueden crear ese fuego tienen otros medios.

—No tengo pensado relacionarme con los miembros de la Cátedra, así que me da igual.

Los labios masculinos se acercaron a su oreja, y el roce la abrasó de la cabeza a los pies, pero sus palabras...

—Las enfermedades ya no son tus enemigas, pero hay también unos cuantos ángeles que podrían matarte. Eres tan joven que, si te desmembraran parcialmente, morirías.

Elena tragó saliva con fuerza al visualizar semejante imagen.

—¿Eso ocurre a menudo?

—No. El método más habitual es cortar la cabeza y quemarla. Muy pocos sobreviven a eso.

—¿Y cómo es posible que sobreviva alguien?

—Los ángeles son muy resistentes —murmuró él, que cambió de posición para virar.

—Este sitio es enorme —dijo Elena mientras contemplaba las luces a lo lejos—. ¿Cómo es posible que nadie sepa que existe?

Rafael no respondió hasta que aterrizó en la terraza del dormitorio que compartían.

—Puede que los inmortales estemos en desacuerdo en muchas cosas, pero hay algo en lo que estamos unidos: los mortales no deben enterarse jamás de la existencia de nuestro Refugio.

—¿Y qué pasa con Sara? —Apretó los dedos sobre la parte superior de sus brazos—. ¿Le has hecho algo a su mente?

—No. —Esos ojos de un azul eterno e implacable se clavaron en ella, eclipsando todo lo demás—. Pero si habla de ello, tendré que silenciarla. Y también a todos a quienes se lo haya dicho.

Elena sintió un nudo helado en el estómago.

—¿Aunque eso me parta el corazón?

—Asegúrate de que no lo cuente. —Le cubrió las mejillas. Tenía los dedos fríos a causa del aire de la noche—. Y eso no pasará jamás.

Elena se apartó de él. Esa vez, Rafael se lo permitió, dejó que se acercara al otro extremo del balcón para contemplar esa profunda herida en las entrañas de la tierra. En esos momentos quedaban pocas luces en el cañón, como si los ángeles se hubieran acostado ya.

—No soy parte de tu mundo, Rafael. Por dentro, todavía soy humana... No me cruzaré de brazos mientras mis amigos son asesinados.

—No esperaría otra cosa. —Abrió las puertas—. Venga, ve a dormir.

—¿Cómo quieres que duerma después de lo que me has dicho? —Se quedó donde estaba y lo miró a los ojos.

Rafael le devolvió la mirada. Elena todavía no podía creerse que un ser tan poderoso la amara. Pero ¿amaban los arcángeles como los humanos? ¿O sus sentimientos eran más profundos, de esos que arrancaban sangre al corazón?

—Olvidé —dijo él— que eres muy joven. —Se acercó a ella para acariciarle primero la sien y después la mandíbula—. Los mortales se desvanecen. Es un hecho.

—¿Debería entonces olvidar a mis amigos, a mi familia?

—Recuérdalos —replicó él—, pero recuerda también que un día ya no estarán aquí.

El dolor era como una bestia furibunda en su interior. No podía imaginar un mundo sin Sara, sin Beth. Los vínculos que había formado con su hermana pequeña se habían visto erosionados por las decisiones que ambas habían tomado, pero Elena no la quería menos por eso.

—No sé si tendré el coraje suficiente para sobrevivir a ese tipo de pérdida.

—Lo tendrás cuando llegue el momento.

El dolor de la voz masculina se clavó como una daga en su corazón.

—¿Quién?

En realidad no esperaba una respuesta. Puede que Rafael la amara, pero también era un arcángel. Y los arcángeles habían convertido en todo un arte lo de guardar secretos. Así pues, cuando él deslizó los nudillos sobre su rostro y dijo «Dmitri», Elena tardó varios segundos en reaccionar.

—Fue Convertido contra su voluntad —intuyó ella al recordar la conversación que había mantenido con el vampiro sobre los niños. ¿Había visto Dmitri cómo envejecían sus hijos? ¿Había perdido a una esposa a la que amaba?

Rafael no respondió esta vez. En cambio, la empujó hacia la habitación.

—Debes descansar, o no estarás preparada para volar cuando llegue el momento de asistir al baile.

Ella lo siguió, estremecida por la verdad que él la había obligado a afrontar.

Rafael colocó las manos sobre sus hombros.

—Quítate las correas. —El calor de su cuerpo era una caricia lasciva, invisible, ineludible.

Y en un instante, las alas de Elena se llenaron de sensaciones, de una necesidad que le hizo olvidar todo lo demás. Le costaba esfuerzo respirar, hablar.

—Rafael, ¿estás dentro de mi mente? —preguntó mientras tiraba de las correas que sujetaban el tejido entrecruzado sobre sus pechos.

—No. —Unos dedos largos jugueteaban sobre sus clavículas, sobre la hendidura del esternón—. Tienes una piel muy suave, cazadora del Gremio.

Cada centímetro de la piel de Elena parecía arder con una sed que no podía ser saciada.

—¿Qué es lo que me ocurre, entonces?

—Todavía te estás convirtiendo.

Le quitó la camiseta, y Elena notó el roce de cada hilo. Se puso a temblar al sentir la caricia efímera de las yemas de sus dedos.

—¿Sabes qué es lo que saboreo en la curva de tu cuello? —Apretó los labios sobre ese lugar—. Fuego y tierra, huracanes primaverales amarrados con una pizca de acero.

Elena se estremeció de nuevo y echó la mano hacia atrás para enredar los dedos en los sedosos mechones masculinos.

—¿Así es como me ves?

—Así es como eres. —Movió la mano hasta la curva de su cadera en un movimiento lento y seductor que hizo que a ella se le encogiera el estómago.

Sin embargo, nada podría haberla preparado para el estallido eléctrico que sintió cuando Rafael colocó la mano sobre su pecho con intenciones muy claras. No pudo hacer otra cosa que observarlo, ya que todo su ser estaba pendiente de cada uno de los movimientos del arcángel.

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