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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (11 page)

Elena se puso en pie y observó las alas de Jessamy cuando el ángel se giró para coger algo que había tras ella. El ala izquierda estaba retorcida de un modo que hizo que a Elena se le encogiera el estómago.

—No puedo volar —dijo el ángel sin rencor, a pesar de que Elena no había abierto la boca—. Nací así.

—Yo... —Elena hizo un gesto negativo con la cabeza—. Esa es la razón de que seas como eres.

—No te entiendo.

—Eres amable —aclaró Elena—. Creo que eres el ángel más amable que he conocido en toda mi vida. —No había ninguna malicia en esa criatura con los ojos de color tierra y un brillante cabello castaño—. Sabes lo que es el dolor.

—También tú, cazadora del Gremio. —Le dirigió una mirada perspicaz mientras salían a la luz del sol, pero esa perspicacia fue sustituida de inmediato por una intensa felicidad—. Galen...

Al seguir la mirada de Jessamy, Elena vio a un ángel que acababa de aterrizar en la plataforma elevada que había frente a la escuela. Había algo familiar en ese ser pelirrojo y musculoso, aunque habría jurado que no lo había visto en su vida. Sin embargo, cuando sus ojos de color verde claro se clavaron en ella con una gélida expresión de amenaza, los recuerdos afloraron a la superficie.

Rafael sangrando en el suelo. Dos ángeles con una camilla. El pelirrojo la miraba como si quisiera arrojarla al abismo que había al otro lado de la ventana destrozada..., como si deseara ver cómo aterrizaba en el suelo a velocidad terminal, cómo su columna vertebral atravesaba la piel de su espalda y su cráneo quedaba reducido a una masa gelatinosa de materia gris.

Era evidente que no había cambiado de opinión.

—Galen. —Esta vez, la voz de la mujer tenía un matiz de reprimenda.

El ángel pelirrojo apartó la mirada de Elena, pero no dijo nada. Tras captar la indirecta, la cazadora se despidió de Jessamy y bajó las escaleras. De pronto, se le erizó el vello de la nuca a forma de primitiva advertencia.

—¡Estoy aquí!

Sorprendida, alzó la vista y descubrió que Sam volaba sobre ella con unas alas que parecían demasiado grandes para su pequeño cuerpo.

—¿Ya sabes volar?

—¿Tú no? —Planeó sobre ella.

—No.

—Vaya. —Realizó un bamboleante giro a la izquierda antes de aterrizar a su lado—. En ese caso, yo también iré andando.

Elena tuvo que contener la sonrisa al ver que sus alas arrastraban por el suelo e iban dejando un rastro limpio.

—¿Te resulta más fácil ir por el aire?

—A veces, si el viento es bueno. —El niño tiró de su mano para señalar a alguien que se encontraba al otro lado del patio. Al levantar la mirada, Elena vio que un ángel de hombros anchos con alas como las de las águilas tomaba tierra—. Ese es Dahariel. Es uno de los antiguos.

Dahariel la miró a los ojos.

Edad. Violencia. El chasquido de la fuerza.

Todo eso en una única mirada, ya que después inclinó la cabeza a modo de saludo y se alejó en dirección a lo que, según había descubierto Elena, era el territorio del arcángel Astaad. La cazadora se estremeció a pesar del calor del sol. Ese, pensó mientras Dahariel desaparecía de su vista, podría ser capaz de golpear a un hombre con tan cruel precisión que no quedara nada.

Sam tiró de su mano una vez más.

—Venga, vamos.

Mientras su diminuto guía turístico la guiaba a través del campus, Elena permitió que su mente se relajara bajo el cielo despejado. Aquellos jóvenes habían nacido inmortales, y muchos de ellos eran mayores que ella, a pesar de las apariencias. Sin embargo, la edad era algo relativo. Veía en sus caras la misma inocencia que había visto en el bebé de Sara, en Zoe. Todavía no habían saboreado las lágrimas amargas que el mundo tenía para ofrecerles.

Parecía que los ángeles mayores y más poderosos, por más crueles que fueran, hacían un esfuerzo por mantener esa parte del Refugio libre del estigma de la violencia. Era un oasis de paz en una ciudad en la que se oían miles de susurros siniestros.

Un movimiento de aire sobre su cabeza, el susurro de las alas de un ángel adulto.

Elena levantó la vista y atisbo un destello azul antes de que Illium aterrizara. Se oyeron gritos y risillas cuando los niños, incluido Sam, se arremolinaron como mariposillas en torno a él.

—Sálvame, Elena —dijo Illium mientras remontaba el vuelo..., aunque no voló demasiado alto, no tanto como para que los pequeños no pudieran seguirlo.

Sonriente, Elena se sentó en uno de los artilugios del patio de juegos y observó cómo realizaban espirales y caían en picado. A Belle le habría encantado esto, pensó de pronto. Su impetuosa hermana mayor tenía un secreto: adoraba las mariposas. En una ocasión, Elena le había regalado un monedero con forma de mariposa monarca muy bonito que había comprado en una subasta casera por diez centavos. Y Belle lo llevaba en sus pantalones vaqueros el día que Slater Patalis le rompió las piernas por tantos sitios que su hermana parecía la muñeca olvidada de alguna niña.

Elena aún podía ver las brillantes lentejuelas naranjas en medio de un mar de sangre, y los dedos sin vida de Belle cubiertos de rojo.

10

R
afael aterrizó en la terraza de la base que Elijah poseía en el Refugio. Sabía que a Elena le habría encantado conocer a Hannah, pero aún era una inmortal recién nacida... y jamás le confiaría su vida a sus compañeros ángeles o arcángeles, con sus constantes cambios de humor. Además, no era casualidad que tanto Elijah como Michaela hubieran elegido ese momento para acudir al Refugio.

El aroma de las magnolias precedió la llegada de Hannah al balcón.

—Rafael. —Extendió ambas manos—. Ha pasado mucho tiempo.

Tomó las manos que le ofrecían y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—Unas cinco décadas. —Hannah apenas abandonaba su hogar en Suramérica—. ¿Estás bien?

La arcángel asintió con la cabeza. Su piel color ébano resplandecía bajo el sol de la tarde, y su cabello era una masa de rizos negros veteada de fuego que atrapaba la luz.

—He venido a conocer a tu cazadora.

—Me sorprendes, Hannah. —Soltó sus manos cuando ella se volvió para acompañarlo al interior.

La arcángel se echó a reír, y su risa fue un sonido cálido y agradable.

—Tengo mis defectos. Y la curiosidad es uno de ellos.

—Elena se sentirá halagada al saber que ha conseguido Arrancarte de tu hogar.

Hannah se dirigió a una pequeña y hermosa mesa tallada para coger una botella del más delicado cristal.

—¿Vino?

—Te lo agradezco. —Rafael echó un vistazo a la estancia y descubrió el toque artístico de Hannah en cada uno de los cuadros y los muebles—. Viajas mucho más de lo que la gente hace.

Una pequeña sonrisa íntima.

—Elijah vendrá pronto. No hace mucho que llegamos

—Gracias. —Rafael cogió el líquido dorado que le ofrecían, aunque su brillo le recordó otra época, otro lugar. Una cazadora moribunda con el cabello casi blanco entre sus brazos. Y un corazón que creía muerto rompiéndose a causa de la angustia.

—¿Qué tal sabe? —preguntó Hannah.

Rafael hizo un gesto negativo con la cabeza. La ambrosía... Ese momento era... indescriptible... y muy íntimo.

Tras un instante, Hannah inclinó la cabeza en silenciosa aquiescencia.

—Me alegro por ti, Rafael.

Él enfrentó su mirada, a la espera.

—Siempre te he considerado un amigo —añadió ella en voz baja—. Sé que si los otros decidieran atacar a Elijah por la espalda, no te unirías a ellos.

—¿De dónde procede semejante certeza?

—Del corazón, por supuesto.

Elijah apareció en ese instante, con el cabello húmedo.

—Rafael... ¿No has traído a tu Elena contigo?

Mi Elena.

Rafael se preguntó qué pensaría su cazadora de la forma en la que los demás arcángeles hablaban de ella.

—No esta vez. —Quizá algún día pudiera confiar en Elijah. Pero ese día no había llegado aún.

—Vamos —dijo Hannah—, sentémonos. —Se volvió hacia Elijah, y Rafael supo que habían intercambiado cierta información, ya que los labios de ella se curvaron antes de que tomara asiento.

—Bueno... —dijo Elijah mientras su compañera le servía vino con una pose que hablaba de madurez y elegancia—, he oído que Michaela nos ha honrado con su presencia.

—Parece que el Refugio resulta de su agrado estos días.

Una pequeña sonrisa apareció en la boca del otro arcángel.

—¿Te ha hablado Hannah de su último cuadro? Es extraordinario.

—Acaba de llegar —protestó esta—. No obstante, debo decir que casi se pintó solo.

La media hora siguiente transcurrió en medio de una conversación fácil, y aunque Rafael había imaginado el ritmo que tendría el encuentro, empezó a sentirse impaciente. No estaba familiarizado con ese sentimiento: después de vivir tanto, manejaba muy bien el arte de la paciencia. Sin embargo, todo había cambiado después de conocer a la cazadora.

Al final, salió al balcón con Elijah mientras Hannah se excusaba con discreción.

—¿Le has contado todo? —preguntó Rafael.

—Qué pregunta tan personal... Tú no sueles hacer eso.

—Elena me ha preguntado sobre las relaciones angelicales, y he descubierto que sé muy poco sobre ellas.

Elijah bajó la vista hasta el río que circulaba mucho más abajo, retorciéndose entre grietas que se habían hecho cada vez más profundas con el paso de los siglos.

—Hannah sabe todo lo que yo sé —respondió al final.

—En ese caso, ¿por qué no se queda con nosotros?

—Lo sabe porque es mi compañera. No siente el menor deseo de verse atrapada en las maquinaciones de la Cátedra.

—Una pausa—. Tú no lo entiendes porque tu cazadora siempre ha estado relacionada con los asuntos de la Cátedra.

—¿Cómo es posible que alguien con el poder de Hannah (y debo admitir que está mucho más fuerte que la última vez que la vi) se contente con permanecer en las sombras?

—A Hannah no le gusta la política. —Elijah se volvió para mirar a Rafael. Su mandíbula parecía hecha de granito—. Y tampoco que otro ángel se atreva a utilizar mi nombre.

—Eso pone de manifiesto una arrogancia que lo llevará a cometer un error —replicó Rafael, mientras recordaba que Elena le había dicho algo parecido en aquellos tensos momentos en los que lo abrazaba con fuerza... como si quisiera impedir físicamente que cayera al abismo—. Busca la gloria. Y para eso es necesario ser conocido.

—Comprendo tu furia, Rafael —La ira del propio Elijah se manifestaba en forma de una violenta ráfaga de calor—, pero no podemos permitir que esto nos aparte del verdadero problema.

—Te has enterado de algo. —Lo percibía en los ojos del otro arcángel, en su voz.

Elijah asintió.

—Corren rumores de que Lijuan planea mostrar abiertamente a sus renacidos en el baile.

Rafael ya lo había supuesto. El último informe de Jason, entregado después de que los renacidos de Lijuan lo acorralaran lo bastante como para arrancarle parte de la cara, hablaba de un ejército cada vez más numeroso formado por muertos a los que les habían devuelto la vida.

—Debemos prepararnos para las consecuencias que tendrá que la gente se entere de hasta qué extremo ha evolucionado Lijuan.

—El mundo se estremecerá —susurró Elijah en la oscuridad del atardecer—. Y todos nos temerán aún más.

—Eso no tiene por qué ser una desventaja. —El miedo impedía que los mortales tomaran decisiones estúpidas, que olvidaran que un inmortal siempre resultaba vencedor en una batalla.

El rostro de Elijah mostraba un perfil de lo más aristocrático contra el resplandor anaranjado de la puesta de sol, y su cabello dorado parecía estar en llamas.

—¿Crees que eso es aplicable en este caso?

—Los mortales son impredecibles... Podrían calificar de monstruo a Lijuan o considerarla una diosa.

Elijah echó un vistazo por encima del hombro cuando Hannah salió al balcón para preguntarles si querían más vino.

—¿Rafael?

Rafael hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Muchas gracias, Hannah.

—Es un placer.

—Ver en qué se está convirtiendo Lijuan... —dijo Elijah una vez que su compañera se marchó— hace que una parte de mí tema lo que nos espera al final.

—Sabes tan bien como yo que nuestras habilidades están vinculadas a lo que somos. —Rafael aún no entendía su nuevo e inesperado talento... ¿De dónde había salido? ¿De qué semilla o acto?—. Tú nunca te habrías apoderado del primogénito de todas las familias de un pueblo solo para demostrar tu poder.

Elijah se quedó visiblemente desconcertado.

—No sabía que Lijuan hubiera hecho eso.

—Ya era anciana cuando yo nací, incluso cuando naciste tú. —Y eso que Elijah era unos tres mil años mayor que Rafael—. Ha hecho muchas cosas que han quedado enterradas en los anales del tiempo.

—En ese caso, ¿cómo te has enterado?

Rafael se limitó a mirar a los ojos al otro arcángel.

Después de un rato, Elijah hizo un gesto de asentimiento.

—Eso dice poco a favor de nuestra inteligencia. ¿Qué hizo con los niños que arrebató?

—Al parecer, algunos se convirtieron en sus mascotas mortales... y siguieron con vida hasta que dejaron de entretenerla. A los demás se los entregó a sus vampiros como fuente de alimento.

—Eso —dijo Elijah— no puedo creerlo. —Su rostro estaba cargado de repugnancia—. Los niños no pueden tocarse. Es nuestra ley más sagrada.

Los nacimientos angelicales eran raros, muy raros. Todos los niños eran considerados un regalo, pero...

—Algunos de los nuestros creen que solo importan los niños ángeles.

La piel del rostro de Elijah se tensó sobre sus pómulos.

—¿Tú lo crees?

—No. —Una pausa de sinceridad brutal—. Aunque he amenazado a varios niños mortales como forma de controlar a sus padres. —Sin embargo, sin importar cuáles fueran las transgresiones de los padres, ni una sola vez había tocado a sus hijos.

—Yo hice lo mismo durante la primera mitad de mi existencia —admitió Elijah—. Hasta que comprendí que la amenaza está a un solo paso del acto en sí.

—Así es. —Un año antes, mientras se encontraba en un período Silente (un estado inhumano sin emociones originado por uno de los usos específicos de su poder), la oscuridad presente en Rafael había pensado que la vida de un niño tenía muy poco valor. Eso era una mancha en su alma, un crimen para el que nunca buscaría perdón... porque era imperdonable. Sin embargo, nunca habría entregado la vida de un niño como recompensa—. El que descubrió la atrocidad cometida por Lijuan —dijo, preguntándose una vez más qué habría sido de él sin Elena— presenció cosas que aplastarían todas las dudas posibles.

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