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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (12 page)

Rafael recordó lo que le había contado su jefe de espionaje.

«Vi los cadáveres. —En aquel momento, la voz de Jason estuvo a punto de romperse, y su tatuaje tribal negro empezó a destacarse con fuerza sobre esa piel que, por lo general, tenía un saludable tono marrón—. Cositas diminutas y arrugadas. Los conserva como recuerdo.

—¿Cómo es posible que se hayan conservado?

—Después de que los vampiros consumieran su sangre y los mataran, ella hizo que los momificaran. —Los ojos oscuros de Jason se clavaron en su rostro—. Hay bebés en esa sala, sire.»

Incluso en esos instantes, Rafael no podía pensar en ese asunto sin sentir una profunda aversión. Había cosas que no se hacían.

—Si Uram siguiera con vida —dijo, hablando del arcángel a quien había matado la noche en que saboreó la ambrosía, la noche en la que hizo que una mortal pasara a ser uno de los suyos—, habría seguido a buen seguro el camino de la evolución de Lijuan. Asesinó a toda una ciudad, incluidos los niños que dormían en sus cunas, por ofender a uno de sus vampiros.

—El ángel que intentó destrozar a Noel —La furia de Elijah era afilada como un millar de hojas de acero— todavía sigue ese camino. No necesitamos a otro de esos en la Cátedra.

—No. —Porque una vez que un ángel ocupara esa posición, la Cátedra no intervendría... No mientras el ángel en cuestión limitara sus atrocidades a su propio territorio y no causara problemas a escala global. Ningún arcángel toleraría interferencias dentro de su esfera de poder.

—¿Has visto a alguna de las niñas que Charisemnon se lleva a la cama?

—Son demasiado jóvenes. —Había sido Veneno quien le había proporcionado esa información. El vampiro, cuya piel hablaba de sus orígenes al sur del subcontinente indio, se había adentrado sin problemas en el calor desértico del territorio de Charisemnon—. Pero consigue que las cosas no salgan de su territorio.

Charisemnon ponía mucho cuidado en no tomar a ninguna menor de quince años, y se excusaba diciendo que había crecido en una época en la que las quinceañeras eran consideradas lo bastante adultas para el matrimonio. No obstante, las niñas a las que elegía siempre eran las que parecían mucho, mucho más jóvenes de su edad cronológica. Había bastantes inmortales (y también muchos mortales) que se confabulaban con Charisemnon para que las perversiones del arcángel no salieran a la luz.

Elijah miró a Rafael.

—Titus dice que Charisemnon abusó de una niña que vivía en su lado de la frontera.

—He investigado esa situación... y parece que acabará en una guerra fronteriza.

—Puede que Titus tenga sus defectos, pero en esto estoy de acuerdo con él. Si Charisemnon rompe los límites territoriales, debe pagarlo... No dará cuenta de sus crímenes en ningún otro lugar.

Rafael estaba de acuerdo. Pero ni siquiera Charisemnon, con todas sus despreciables costumbres, era la amenaza que se cernía sobre ellos de manera inexorable.

—No estoy seguro de que podamos detener a Lijuan.

—No. —La boca de Elijah se transformó en una línea muy fina—. Creo que no podríamos acabar con su vida ni siquiera aunando nuestras fuerzas. —Respiró hondo—. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. Quizá se contente con jugar con sus renacidos en el interior de su corte.

—Quizá. —Y quizá Lijuan decidiera darle rienda suelta a sus ejércitos, convertirse en la encarnación literal de la semidiosa que ya era en su patria. No obstante, esa diosa solo traería muerte, y sus renacidos se darían un festín con la carne de los vivos mientras ella lo contemplaba todo con una sonrisa indulgente.

Era inevitable, pensó Elena más tarde, que soñara esa noche. Podía sentir cómo el pasado la empujaba con las manos cubiertas de sangre. Luchó, pataleó, pero aun así la arrastraron por ese oscuro pasillo, por el sendero que su padre había construido piedra a piedra aquel calinoso verano, hacia la resplandeciente cocina blanca que su madre mantenía inmaculada.

Marguerite estaba junto a la encimera.


Bébé
, ¿por qué te quedas ahí de pie? Ven, te prepararé una taza de chocolate.

Elena notó que le temblaban los labios, que se le doblaban las rodillas.

—¿Mamá?

—Por supuesto, ¿quién iba a ser si no? —Una risotada familiar, generosa—. Cierra la puerta antes de que el frío entre en casa.

Le resultó imposible no echar la mano hacia atrás, no cerrar la puerta. Se sorprendió al ver que su mano era la de una niña: una mano pequeña, marcada con los cortes y arañazos propios de una cría que prefería subirse a los árboles que jugar con las muñecas. Se dio la vuelta, aterrada por la posibilidad de que aquel milagro se desvaneciera, por la posibilidad de encontrarse al monstruo devolviéndole la mirada.

Sin embargo, solo encontró el rostro de Marguerite. Su madre la miraba con expresión interrogante cuando se arrodilló a su lado.

—¿Por qué estás tan triste,
azeeztee
? ¿Eh? —Unos dedos largos y hábiles colocaron los mechones de cabello de Elena por detrás de sus orejas.

Marguerite solo conocía unas cuantas palabras del árabe marroquí, unos cuantos recuerdos de la madre a la que había perdido en su infancia. El sonido de uno de esos preciosos recuerdos fue lo que hizo que Elena empezara a creer.

—Te he echado muchísimo de menos, mamá.

Unas manos le acariciaron la espalda, la abrazaron con fuerza hasta que las lágrimas se agotaron y Elena pudo dar un pequeño paso atrás para contemplar ese adorable rostro. Era Marguerite quien parecía triste en esos momentos, ya que sus ojos plateados estaban llenos de pesar.

—Lo siento,
bébé
. Lo siento mucho.

El sueño empezó a romperse, a desvanecerse.

—Mamá, no...

—Tú siempre has sido la más fuerte. —Un beso en la frente—. Desearía poder salvarte de lo que está por llegar.

Elena contempló la estancia con expresión frenética cuantío el lugar comenzó a desmoronarse y aparecieron regueros de sangre en las paredes.

—¡Tenemos que salir! —Agarró la mano de su madre e intentó obligarla a atravesar la puerta.

Sin embargo, Marguerite no estaba dispuesta a acompañarla. Su rostro estaba cargado de advertencias cuando la sangre empezó a alcanzar sus pies desnudos.

—Tienes que estar preparada, Ellie. Esto no ha acabado.

—¡Sal de aquí, mamá! ¡Sal de una vez!

—Ay,
chérie
, sabes muy bien que jamás saldré de esta habitación.

Rafael acunó a su cazadora mientras ella lloraba contra su pecho. La vulnerabilidad de Elena era como una puñalada en su corazón. No tenía palabras con las que aplacar su desconsuelo, pero murmuró su nombre hasta que ella empezó a verlo, hasta que empezó a reconocerlo.

—Bésame, arcángel. —Un susurro desgarrado.

—Como desees, cazadora del Gremio. —Hundió la mano en su cabello, apretó la boca contra sus labios y se apoderó de ella. Todavía no estaba lo bastante recuperada como para soportar las salvajes profundidades de su pasión, pero podía proporcionarle el olvido que buscaba... aunque el control que eso requería implicaba una violenta intensificación de la agonía sexual que amenazaba ya con volverlo loco.

No le haría daño, no tomaría lo que ella estaba dispuesta a entregarle.

Cambió de posición en la cama y apretó su cuerpo contra el de Elena para que ella pudiera sentir la magnitud de su deseo.

Las pesadillas no tienen poder sobre ti, Elena. Ahora eres mía
.

Los ojos de mercurio líquido que se clavaron en él estaban cargados de turbulentas emociones.

—En ese caso, tómame.

—Puedo excitarte, nada más. —Y lo hizo. La llevó a un punto febril con sus besos, con sus dedos, con la implacable demanda de su necesidad... y solo para hacer desaparecer las pesadillas.

Cuando percibió en los dedos la humedad del interior del cuerpo de Elena, cuando vio que su piel estaba cubierta de sudor y que sus ojos parecían vidriosos a causa de la excitación, la empujó hacia el orgasmo.

—¡Rafael! —Su espalda se puso rígida cuando el placer la atravesó en una marea sobrecogedora, un placer mucho más intenso por el hecho de haber sido negado durante tanto tiempo.

Rafael sintió que su propia piel comenzaba a resplandecer a causa del poder contenido. Su erección palpitaba, se moría por hundirse en el interior de Elena hasta que ella fuera lo único en el universo. Apretó los dientes y enterró la cara en su cuello mientras luchaba por recuperar el control... y fue entonces cuando se dio cuenta de que la descarga brutal de satisfacción la había dejado inconsciente.

11

C
inco días después de que Rafael la amara hasta hacerle perder el sentido, Elena estaba sentada en un tranquilo jardín iluminado por la luz del sol. Las pesadillas no se habían repetido desde esa noche, pero podía sentirlas en el horizonte, como una tormenta que no estaba preparada para enfrentar. De no haber contado con la implacable disciplina de los entrenamientos de Dmitri para mantenerse ocupada, su mente se habría hecho papilla en un intento por escapar de esa presión constante. Sin embargo, por extraño que pareciera, el Refugio también se había quedado tranquilo, ya que el ataque a Noel le había parecido una aberración a todo el mundo.

No obstante, la ira de Rafael no se había aplacado ni lo más mínimo.

—Nazarach niega cualquier tipo de relación con ese incidente —le había dicho la noche anterior mientras jugueteaba con los dedos sobre los músculos de su abdomen—. Podría introducirme en su mente, pero si está diciendo la verdad, tendría que matarlo, y perdería a uno de los ángeles más fuertes de mi territorio.

Elena había tragado saliva al ver la tranquilidad con la que hablaba de destrozar la mente de un ángel. Un ángel al que otra cazadora lo había descrito una vez como «un monstruo que probablemente se partiría de risa mientras te mata a polvos».

—¿Nazarach se volvería contra ti?

—Tú también lo harías si yo te hiciera algo así, Elena. —Había deslizado la mano sobre el borde superior de sus braguitas—. Debo tener pruebas... o me arriesgaré no solo a perder su lealtad, sino también la de otros ángeles fuertes que están de mi lado.

Elena sujetó su muñeca y le dio un apretón. Siempre que él daba, su cuerpo deseaba tomar. Sin embargo, había una advertencia en su mirada, una pasión oscura para la que ella no estaba preparada, para la que no estaba lo bastante fuerte. Todavía no.

—¿Lo necesitas para mantener el poder?

Rafael extendió la mano sobre su abdomen y agachó la cabeza para besarla con una languidez que hizo que a Elena se le doblaran los dedos de los pies bajo las sábanas, que ambos quedaran atrapados en las afiladas garras de la pasión.

—No.

Elena tardó un par de segundos en reunir el aliento necesario para responder.

—¿Y entonces?

—Los humanos lo necesitan, Elena. —Un sutil recordatorio.

Elena vio la pesadilla que él intentaba evitarle.

—La única razón por la que no hay más vampiros que se entreguen a la sed de sangre es que siempre hay un ángel que los mantiene a raya.

—Y ni siquiera un arcángel puede controlar a todos los vampiros que hay dentro de sus fronteras. Tendría que asesinarlos a todos si se entregaran a la sangre. —Enarcó una ceja—. Hay sombras en tus ojos... ¿Qué sabes de Nazarach?

—Otra cazadora lo siguió durante algún tiempo. —Ashwini se había negado en rotundo a regresar a Atlanta cuando surgió un trabajo que no estaba relacionado—. Me dijo que su casa estaba llena de gritos, llena de un dolor que podría hacer que una persona cuerda acabara en el mismo infierno. Al parecer, se llevó a dos vampiras a la cama sin otro motivo que castigar a sus parejas.

—Los vampiros eligen su eternidad cuando deciden ser Convertidos. —Una respuesta aterciopelada.

Una que ella no podía discutir.

Incluso su hermana Beth había intentado convertirse en candidata, a pesar de que había sido testigo del brutal castigo que recibió su esposo a manos del arcángel al que él llamaba amo.

—¿Crees a Nazarach?

—Miente sin inmutarse, pero no es lo bastante arrogante como para pensar que puede convertirse en arcángel.

—¿Quién más está en el Refugio, o lo estaba en esas fechas? —Ambos estaban de acuerdo en que el instigador debía de haber estado lo bastante cerca como para presenciar (y disfrutar) los resultados de sus órdenes—. ¿Dahariel? —La mirada carente de emociones de ese ángel, muy similar a la del ave cuyas alas eran iguales a las suyas, había hablado de una mente gélida y racional, capaz de justificar cualquier acto si este conllevaba el resultado deseado.

Un gesto de asentimiento.

—Y también Anoushka, la hija de Neha, que lleva aquí varias semanas.

Neha, la Reina de los Venenos y de las Serpientes.

Elena se estremeció al pensar en lo que la hija de Neha sería capaz de hacer y cogió uno de los libros que le había prestado Jessamy a fin de volver a concentrar su mente en el presente, en la hermosura de todo lo que la rodeaba. Nunca habría encontrado ese jardín secreto sin la ayuda del ángel de alas azules que estaba tumbado a su lado.

Las flores silvestres habían brotado con salvaje abandono y formaban un alegre círculo en torno al cenador de mármol en el que estaban sentados. El cenador era una estructura sencilla, aunque de diseño elegante: cuatro columnas sostenían un tejado que había sido labrado en una fiel reproducción de las sedosas tiendas de las tierras árabes.

—Hace demasiado frío para que salgan estas flores. —Elena acarició los alegres pétalos naranjas de una que le rozaba el muslo, ya que estaba sentada con las piernas colgando del borde.

—Las flores empezaron a salir sin previo aviso hará cosa de un mes. —Illium encogió los hombros—. A nosotros nos gustan... ¿Por qué cuestionarse un regalo así?

—Entiendo lo quieres decir. —Elena abrió el libro y extendió las alas sobre el mármol frío. Sus músculos ganaban fuerza día a día, y las alas ya no le parecían una carga adicional, sino una extensión natural de sí misma—. Aquí dice que las Guerras de los Arcángeles se iniciaron por una disputa territorial.

Illium se incorporó un poco, con lo que el cabello cayó sobre uno de sus ojos.

—Esa es la versión suave que elegimos para nuestros niños —dijo al tiempo que se apartaba el pelo de la frente—. Lo cierto es que, como siempre, el motivo fue algo mucho más humano. Todo comenzó por una mujer.

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