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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (43 page)

—Phillip. —Una mirada dirigida al vampiro chino de rostro indeciblemente hermoso.

Phillip desapareció entre el gentío.

—Solo tardará un momento. —Lijuan concentró su atención en Rafael—. ¿Qué tal está Keir? Hace siglos que no lo veo.

Fue un intento de entablar conversación que resultó de lo más extraño, como si Lijuan se hubiera puesto una máscara que no le sentaba bien. Elena escuchó la respuesta de Rafael, pero sus ojos estaban clavados en las sombras en las que Phillip había desaparecido. Su corazón latía a mil por hora, y una gota de sudor se deslizó por su columna.

La maldad se aproximaba más y más con cada segundo que pasaba, hasta que al final casi pudo notar su sabor en la lengua.

Tierra, y ese hedor dulzón a podredumbre que acompañaba a todos los renacidos.

Una especia para la que no tenía nombre. Una pizca de jengibre. El calor dorado de los rayos de sol.

Supo qué sería ese horror antes de que Phillip apareciera con un apuesto ser con el cabello de color caoba bendecido con unos ojos castaños oscuros, unos ojos que invitaban a las mujeres a la tentación. Había sido una estrella de cine antes de ser Convertido. Las chicas jóvenes tenían pósters con su foto en las paredes de sus dormitorios, y pronunciaban su nombre entre risillas nerviosas.

La criatura la miró a los ojos.

«Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala.»

Esas palabras eran un susurro ronco en su cabeza, un millón de gritos convertidos en uno. Elena sabía que Lijuan le estaba diciendo algo, pero lo único que oía era esa voz cantarina que la había atormentado durante casi veinte años.

«—"Corre, corre, corre..." —Una parodia absurda del intento de Ari, su hermana moribunda, por ayudarla—. Ella no huirá. Le gusta, ¿no lo ves?»

Elena sintió que el agujero negro de la pesadilla se abría bajo sus pies, como un abismo sin fondo del que jamás podría escapar. La absorbió, la provocó con la risa que brillaba en los ojos del monstruo, con la nauseabunda alegría de su expresión, como si estuvieran unidos, como si él la hubiera reclamado. Notó que empezaban a temblarle las piernas, y sintió un vuelco en el corazón cuando regresó de nuevo a ese suelo, cuando comenzó a arrastrarse otra vez sobre las baldosas cubiertas de sangre que hacía resbalar sus manos, que la mantenía prisionera. El suelo estaba húmedo y frío, pero los ojos de Ari...

Una ráfaga de lluvia en su cabeza, fuerte y salvaje. Una esencia que traía el mar y el viento.

Elena, estoy contigo
.

De pronto, una idea sazonada con la fuerza implacable de la marea: no estaba sola en esa habitación. Ya no. Animada por esa certeza, se alejó del abismo y volvió al presente, donde pudo contemplar la repugnante imagen de Slater Patalis junto a Lijuan.

El cuello de pico de su camiseta relevaba una piel suave e inmaculada, sin rastro de la fea cicatriz en forma de «Y» resultante de la autopsia que le habían practicado los patólogos forenses del Gremio. Elena había visto ese vídeo una y otra vez, hasta que tuvo la certeza de que estaba muerto. La muerte era poco castigo después de todo lo que ese monstruo le había robado, pero se había hecho justicia. Lijuan no tenía derecho a quitarle eso, no tenía derecho a utilizar las muertes de Belle y de Ari como parte de un juego que solo la entretendría durante un tiempo efímero.

El cuerpo de Elena se llenó de una furia absoluta y cegadora. Una furia que destilaba una especie de pureza que no había sentido jamás. El monstruo sonreía mientras sus hermanas yacían en la tumba, mientras el cuerpo de su madre colgaba para siempre en los muros de su mente, creando una sombra alargada que nunca olvidaría.

Su columna vertebral se convirtió en acero, en un acero forjado en los fuegos del sufrimiento.

—Aodhan —dijo. Sabía que Lijuan no adivinaría la intención de su invitada, que no la creería capaz—, ¿te importaría arrodillarte un instante?

El ángel se arrodilló con elegancia un instante después y agachó la cabeza... para permitirle coger las espadas que colgaban en la parte central de su espalda. Tras sacar una de esas hojas letales de su funda, Elena cortó la cabeza sonriente de Slater Patalis de una única estocada, ya que su fuerza se veía alimentada por décadas de angustia.

La sangre empezó a manar con tanta fuerza de las arterias que le salpicó la cara y convirtió las flores de cerezo en manchas negras, pero Elena le clavó la espada en el corazón y la retorció para convertir dicho órgano en picadillo. El cadáver del vampiro cayó al suelo con un ruido sordo mientras ella retiraba la hoja cubierta de sangre.

—¿Crees que ella podrá revivirlo después de esto? —le preguntó a Rafael con una voz carente de inflexiones, de piedad. Slater no se merecía sus emociones, no se merecía nada salvo la gélida mano de la justicia que tanto se había demorado.

—Tal vez. —El fuego de ángel apareció de pronto en la mano del arcángel—. Pero con esto me aseguraré de que su muerte sea permanente.

Un montón de cenizas grises fue lo único que quedó allí donde había estado el cuerpo del peor asesino en serie de la historia reciente.

El incidente solo había durado unos cuantos segundos. Aún con la espada en la mano, Elena miró a Lijuan a los ojos.

—Te pido disculpas —dijo, rompiendo el atronador silencio—, pero el regalo no era de mi agrado.

El cabello de la arcángel china se agitó hacia atrás cuando ella se situó frente a Elena, al otro lado de las cenizas de Slater.

—Has acabado muy pronto con mi diversión.

—Si la muerte es ya lo único que te divierte —comentó Rafael con un tono afilado como una daga—, quizá haya llegado el momento de que dejes de interferir en el mundo de los vivos.

Lijuan enfrentó su mirada. Sus ojos eran tan claros que no tenían iris, ni pupilas; no eran más que una interminable extensión de blanco iridiscente.

—No, aún no me ha llegado el momento de dormir. —Alzó una mano y deslizó el dorso por el rostro del renacido de piel oscura que se había acercado a ella—. Y Adrian tampoco está listo para morir.

El poder llenó el aire hasta que la carga de electricidad arrancó chispas de la piel de Elena. Notó que Rafael empezaba a resplandecer, y cuando vio que Aodhan se levantaba para desenvainar la espada que le quedaba y que Jason salía de las sombras, supo que aquella batalla acabaría con todos ellos.

La muerte será un precio justo a pagar para detenerla
, le dijo a Rafael.

Mi guerrera, tan valiente como siempre
. Era un beso.

Cuando le devolvió la espada a Aodhan y sacó la pistola (que no detendría a un vampiro, pero quizá fuera capaz de distraer a una arcángel durante una fracción de segundo), percibió una ráfaga de poder a la derecha de Rafael, un poder que ya había saboreado antes. Michaela.

La arcángel se había situado al lado de Rafael.

Otra llamarada de poder. Y luego otra, y otra, y otra.

Elijah, Titus, Charisemnon, Favashi, Astaad.

Fuera lo que fuese lo que había llevado a los demás arcángeles a unirse contra Lijuan, la combinación de sus poderes provocaba un estallido de calor, uno que la habría impulsado fuera del círculo si no hubiera contado con el soporte de Rafael y de Aodhan.

Un viento frío, muy frío. Poder. Un poder inmenso. Y todo sazonado con muerte.

Lijuan se echó a reír.

—Vaya, así que todos estáis contra mí. —La diversión era patente en cada sílaba—. No os podéis ni imaginar lo que soy.

El poder de Lijuan era frío. Gélido en comparación con el calor del de los demás. Rafael estaba en lo cierto, comprendió Elena, horrorizada: era posible que la más antigua de los arcángeles se hubiera Convertido en una verdadera inmortal, que hubiera escapado a las garras de la muerte. Fue una idea que se le pasó por la mente cuando miró a Adrian a los ojos.

Líquidos y oscuros, esos ojos parecían calmados, pacientes y... llenos de sufrimiento. Él lo sabía, pensó Elena, comprendía en qué se había convertido. Sin embargo y a pesar de todo, su devoción ardía con una llama constante, tanto que resultaba doloroso contemplarla. Mientras ella lo observaba, Adrian se situó a la espalda de Lijuan y le apartó el pelo del cuello. La arcángel pareció no notarlo... o quizá tenía en tanta estima a su creación que lo aceptaba sin más.

Así pues, cuando Adrian inclinó la cabeza y colocó la boca sobre la piel de Lijuan, Elena creyó que solo era un beso macabro, una oración a su diosa. Luego vio la lágrima brillante que se deslizó sobre la piel azabache de Adrian: amaba a Lijuan, se dijo Elena con el corazón en un puño, y aunque estaba atrapado en el interior del caparazón silencioso que la arcángel china le había otorgado, era capaz de comprender que ella se había transformado en una criatura horrible. Lijuan empezó a sangrar antes de que esa lágrima le llegara a la mandíbula. Dos hilillos rojos serpentearon por su cuello antes de fundirse con el tejido diáfano de su vestido para formar una impactante mancha de color en mitad de aquel poder incandescente.

Lijuan se tambaleó.

—¿Adrian? —Su perplejidad casi parecía humana—. ¿Qué estás haciendo?

—Te está matando —dijo Rafael—. Has creado tu propia muerte.

Lijuan lo empujó con una sola mano. El cuerpo de Adrian voló hasta Favashi, y ambos cayeron al suelo. La arcángel persa se puso en pie al instante, pero el cuerpo del renacido se quedó donde estaba.

—Yo soy la muerte —dijo Lijuan, cuya voz había recuperado la fuerza a pesar de que la sangre seguía empapando su vestido—. Vosotros no tenéis poder en esta tierra. Marchaos y os perdonaré.

Elijah sacudió la cabeza.

—La condición de tus renacidos es contagiosa.

Elena siguió su mirada y abrió los ojos de par en par a causa del horror al darse cuenta de que la humana a la que Adrian había matado se esforzaba por ponerse en pie y arañaba los adoquines con las uñas mientras la gente que la rodeaba lo contemplaba todo con incredulidad.

Madre de Dios.

39

—N
o permitiré que la plaga se extienda hacia mis tierras. —Neha, la vecina más cercana, se unió al círculo por fin. Ahora su furia había encontrado un objetivo.

Lijuan sacudió una mano y todos los arcángeles del círculo empezaron a sangrar por los cortes que aparecieron en sus rostros, en sus pechos.

—Quizá haya llegado el momento de que el mundo sea gobernado por un único arcángel.

Elena se preguntó si alguien se había dado cuenta de que la propia Lijuan seguía sangrando. Y de que esa sangre tenía un extraño color oscuro, casi negro. Elena volvió la vista hacia el cuerpo sin vida de Adrian. Una persona se Convertía en vampiro cuando se introducía en su organismo una toxina nociva para los ángeles. En condiciones normales, esa toxina transformaba a un humano en vampiro y luego se volvía inofensiva. Pero...

¿Qué ocurriría con esa toxina si el vampiro volvía de entre los muertos, si se convertía en un renacido?

Las alas de Rafael acariciaron las suyas en un silencioso gesto de reconocimiento. Al parecer, la toxina también renacía. Y renacía en una forma más fuerte, más letal.

¿La matará?

No, pero tal vez sea más fácil derrotarla.
Una caricia en su mente.
No sobrevivirías a esta pelea. Sal de la zona de impacto y llévate a los demás contigo
.

A Elena se le rompió el corazón.

S
i mueres, la obligaré a traerte de vuelta
.

Tú no me harías algo así, Elena. Una pincelada de mar, de viento, que arrulló sus sentidos. Pero no tengo ninguna intención de morir... Todavía no hemos danzado como danzan los ángeles
.

Tras eso, desapareció de su mente. Elena se tragó la preocupación, el dolor, y se volvió hacia Aodhan, dispuesta a hacer lo que su arcángel le había pedido. Trabajando con Jason y, por increíble que pareciera, también con Nazarach y Dahariel, consiguió encender un fuego bajo los cortesanos. La mayoría se marcharon. Los renacidos se quedaron.

—Matadlos —ordenó Elena, que aplastó su compasión en un oscuro rincón de su mente—. Si a ella se le ocurre utilizarlos...

—Podría neutralizar a Rafael y al resto de la Cátedra. —Jason clavó la mirada en la pistola que ella tenía en la mano—. El método más rápido es la decapitación. —Sacó una resplandeciente espada de una vaina que Elena no había visto hasta ese momento, oculta en la curva de su espalda—. Destrózales el corazón, Elena. Nosotros haremos el resto, nos aseguraremos de que estén muertos del todo.

—Está bien. —Empezó a disparar. Esa pistola diseñada para desgarrar las alas de los ángeles resultó no ser tan efectiva como las normales en los corazones de los renacidos (tanto vampiros como humanos), pero sirvió. Cuando se quedó sin balas, sacó sus dagas.

Era una tarea horrible... y muy triste. Sin las directrices constantes de Lijuan, los renacidos no sabían qué hacer. La mayoría se limitó a permanecer de pie. Unos cuantos intentaron huir, pero tampoco pusieron mucho empeño. A Elena no le gustaba hacer aquello, pero debía hacerse. Porque si los renacidos comenzaban a alimentarse, si dejaban a sus víctimas muertas pero enteras, esas víctimas se levantarían. Y los renacidos se extenderían como una marea de muerte por el mundo.

Si alguno de ellos llegaba a darse cuenta de esa posibilidad...

Un par de ojos azules cansados siguieron su brazo mientras lo alzaba. Solo había gratitud en ellos cuando la daga se clavó en su objetivo. La espada de Jason le cortó la cabeza un instante después. La hoja negra despedía un fuego que reducía a los renacidos a brasas en menos de diez segundos. Elena observó con detenimiento esa espada y al ángel que parecía hermanado con la oscuridad.

—Ya está. —Aodhan enfundó sus espadas tras cortar en varios pedazos a aquellos que Jason no había quemado.

Nazarach y Dahariel habían utilizado sus propios métodos, pero el resultado final fue un patio carente de otra vida que la de los miembros de la Cátedra y la de los componentes de su extraño grupo.

—Creo que es hora de marcharse. —Nazarach le ofreció la mano—. Un baile, por fin.

—Puedo volar sin ayuda. —Elena prefería cortarse el cuello que ir a cualquier parte con él.

El ángel de ojos color ámbar inclinó la cabeza.

—En ese caso, espero que reserves un baile para mí la próxima vez que nos veamos. —Tras eso, remontó el vuelo.

Dahariel esperó a que Nazarach se hubiera marchado para hablar.

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