Read El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—No es más que una ilusión —dijo Rafael—. Sus células intentan reparar los daños.
Elena se apartó al instante.
—¿Sigue vivo?
—No. Pero un inmortal tarda mucho tiempo en morir de verdad.
—Pero eso no es inmortalidad, ¿no crees? ¿Cómo va a ser inmortal alguien que puede morir?
—Si se lo compara con la vida humana...
Sí
.
—Así que le cortaron la cabeza y le arrancaron las vísceras para cerciorarse.
—También le han quitado el cerebro.
Elena se fijó en la cabeza.
—Parece entera. —Extendió la mano, pero luego la apartó—. ¿No puedo tocar nada? —preguntó mientras flexionaba los dedos contra las palmas y se acercaba a ese cabello cubierto de sangre que en su día había sido rubio.
—No. —Sin embargo, Rafael ya se había agachado al otro lado del cadáver y había levantado lo que quedaba de la cabeza del ángel.
La parte posterior del cráneo había desaparecido. Un cascarón vacío. Elena se ruborizó, incrédula, mientras asentía para indicarle que podía volver a dejar la cabeza donde estaba.
—Un trabajo concienzudo.
Rafael la dejó sobre la roca, con la cara hacia arriba.
—Se llamaba Aloysius. Tenía cuatrocientos diez años.
De algún modo, todo resultaba más difícil cuando el cadáver tenía nombre. Elena respiró hondo y comenzó a separar las esencias. Había muchísimas.
—Aquí abajo han estado muchos ángeles. —Daba la impresión de que su recién adquirida habilidad para rastrear ángeles funcionaba a la perfección ese día.
—Todos teníamos la esperanza de poder revivirlo, hasta que descubrimos que su cerebro había desaparecido.
Elena observó a Rafael, situado al otro lado de ese cuerpo que no era más que un caparazón vacío. Él se lo había dicho, pero...
—¿De verdad la víctima podría haber sobrevivido sin el resto de su cuerpo?
—La inmortalidad no siempre es algo agradable. —Una respuesta que no dejaba lugar a ambigüedades—. Es muy probable que siguiera consciente cuando le arrancaron las vísceras.
Elena tragó saliva y sacudió la cabeza.
—Yo soy demasiado joven para eso, ¿verdad? Si alguien decide filetearme, ¿me desmayaré?
—Sí.
—Menos mal. —No deseaba ser de las que se rinden antes de tiempo, pero tampoco quería saber qué quedaba de una persona después de sobrevivir a ese tipo de tortura—. Dadas las salpicaduras de la sangre, debieron de arrojarlo desde una altura impresionante. —Intentaba no pensar demasiado en qué era lo que se le había pegado a las suelas de los zapatos... Los de criminalística la odiarían por alterar un escenario de esa forma, pero ella se tranquilizó diciéndose que el escenario ya estaba tan alterado que no le serviría de nada a nadie que no fuera un cazador nato—. De cualquier forma —añadió—, no pudo ser desde demasiada altura, ya que el cuerpo no se ha desmembrado por completo... ¿Hay alguna forma de saber si entonces aún conservaba los órganos? —Resultaba imposible decirlo en medio de aquella carnicería.
—Sí. —Rafael señaló la cavidad torácica abierta—. Hay pedazos de algunos de ellos. —Estiró el brazo y cogió un trozo que parecía una piedra rosa con los bordes dentados. La piedra empezó a brillar bajo la luz del sol—. Esto es un pedazo de hígado.
A Elena se le puso la carne de gallina.
—¿Estás seguro de que no puede sentir eso?
—Está muerto. Lo que le ocurre a su cuerpo es similar a lo que le pasa al de un pollo al que le han cortado la cabeza.
—Una respuesta nerviosa. —Era lógico que el cuerpo de un inmortal tardara más en dejar de reaccionar.
Tras volver a colocar la piedra en la cavidad torácica, Rafael señaló la cabeza.
—También se han encontrado trozos de cerebro esparcidos por las rocas.
Elena pensaba tirar las botas que llevaba puestas en cuanto llegara a casa.
—Un impacto tan fuerte habría convertido los órganos en puré —dijo—. ¿No dificultaría eso la tarea de arrancárselos?
—No si el «cirujano» esperara el tiempo necesario para que los órganos regeneraran lo suficiente.
Había visto muchas carnicerías con anterioridad, pero la naturaleza de aquel asesinato hizo que se le helara la sangre.
—Dios bendito...
—Utiliza tus habilidades, cazadora. —Un gentil recordatorio—. El viento no sopla, pero eso puede cambiar sin previo aviso.
Elena dejó el horror a un lado y empezó a filtrar las esencias que ya conocía. Después podría separar a los buenos de los malos. Estaba a mitad del proceso cuando sus sentidos angelicales desaparecieron de repente, dejando un rastro limpio y claro.
—Aquí ha estado un vampiro.
—No con el equipo de rescate —señaló Rafael con expresión elocuente.
—Eso significa que estuvo aquí antes. —Elena intentó no ahogarse con el olor dulzón del cadáver que tenía delante (un cadáver que no olía a muerto, como debería), y dirigió sus sentidos hacia el rastro vampírico.
Cedro teñido de hielo. Una esencia inusual, muy elegante.
Abrió los ojos de repente.
—Riker. Riker ha estado aquí.
Rafael encontró a Michaela horas después, mientras sobrevolaba el cielo nocturno por encima de su hogar. Iba ataviada con un mono ajustado que la convertía en un depredador esbelto y peligroso. No había ni rastro de la demencia que tanto Galen como Elena habían visto en ella, y su cuerpo parecía tan limpio y hermoso como siempre.
—Rafael —dijo la arcángel, que realizó un aterrizaje vertical para situarse a su lado—. ¿Has venido a advertirme otra vez que me aleje de tu cazadora?
Elena tal vez creyera que la herida del pasado de Michaela la había vuelto más amarga, pero él la había conocido cuando era un ángel joven y sabía que su ambición era una pira en la que ella habría sacrificado cualquier cosa.
—Entraste en la Galena con la intención de hacer daño.
Una sonrisa cubierta de la más absoluta crueldad.
—No tenía ninguna intención de hacer daño hasta que tu mascota cazadora y sus amigos se interpusieron en mi camino.
—Heriste a varios de los sanadores nada más entrar. Y cuando te enteraste de que Elena estaba allí, la esperaste.
—¿No te desagrada? —susurró ella, con una voz que de pronto empezó a destilar sensualidad en lugar de veneno—. ¿No te molesta que sea tan débil?
—El poder sin conciencia corrompe el alma —replicó Rafael, que vio cómo se endurecían los ojos de la arcángel, a pesar de que sus labios seguían curvados en una sonrisa que prometía los más oscuros pecados, los más atroces placeres. Pensó en Uram, que había caído en la trampa de esa sonrisa, que se había visto atrapado por la belleza egoísta de esa mente..., pero luego recordó que el arcángel muerto había elegido su camino mucho antes de que Michaela naciera—. ¿Por qué mataste a Aloysius?
—Qué listo, Rafael. —Una breve inclinación de cabeza. Sus ojos reflejaban un deleite genuino—. Era uno de los míos; pasó a serlo cuando me apoderé de parte del territorio de Uram.
—¿Qué hizo para merecer semejante ejecución? —Como arcángel gobernante en ese territorio, Michaela tenía derecho a matar a Aloysius, pero que el asesinato hubiera sido cometido por uno de los Conversos (un vampiro que a buen seguro tenía permiso para alimentarse del ángel moribundo), era una humillación muy estudiada.
Los ojos verdes de Michaela se convirtieron en pequeñas ranuras luminosas.
—Colaboró en el secuestro de Sam.
Cualquier simpatía que Rafael pudiera haber sentido por Aloysius murió de forma rápida y permanente.
—¿Te apoderaste de sus recuerdos?
—Inservibles. —Michaela hizo un gesto despectivo con la mano—. Era un actor secundario, una oveja inocente en el ejército de ese aspirante a arcángel sin rostro.
—¿Fuiste capaz de descubrir algo que pueda llevarnos a la identificación del responsable?
—No. Aloysius solo era un peón.
Rafael vio la verdad en la sonrisilla de sus labios. Era una sonrisa fría, implacable, satisfecha.
—Perdiste el control y lo mataste antes de apoderarte de todos sus recuerdos.
—Reía a carcajadas mientras metía a Sam en ese baúl. —Una delgada línea roja rodeaba sus iris—. Lo vi cuando indagué en su mente.
—¿Fue entonces cuando lo dejaste caer?
—Sí. —Un encogimiento de hombros—. Ya le había roto las alas. Riker se encargó del resto.
Rafael intentó controlar su frustración.
—¿Cómo descubriste que estaba involucrado?
—Le preocupaba que su amo lo considerara prescindible, y no pudo evitar contarle sus miedos a su amante. —Una sonrisa lánguida, como la de una serpiente en la hierba—. Y la lealtad es un lujo muy raro cuando hay riquezas de por medio.
Elena sintió una calma casi sobrenatural cuando subió al avión al día siguiente. Iban a volar hasta Pekín dos días antes de la celebración del baile, así que llegarían un día antes que los demás arcángeles.
—¿Veneno? —preguntó.
—Está a salvo —le dijo Rafael mientras despegaban—. Los he trasladado a los tres (a Sam, a Noel y a Veneno) a otro sitio. Galen ha ido con ellos.
—Bien. —Se aferró a los reposabrazos—. Lo siento por Michaela, de verdad. —Perder un hijo... no quería ni imaginarse lo que era eso.
Su padre había perdido dos hijas.
Por culpa de Elena.
Se tragó el dolor de la culpabilidad, que era como una losa en su pecho, y se dio la vuelta para contemplar al arcángel a quien consideraba de su propiedad.
—Pero en el hospital estaba fuera de sí. Si Michaela hubiera podido hablar contigo, se habría evitado toda esa violencia.
—Das por hecho que Michaela se habría comportado como una humana, Elena. —Una respuesta teñida de hielo—. Los arcángeles no están acostumbrados a pedir permiso para nada.
Ella ya no era la misma mujer que había despertado del coma, a quien la relación entre ambos le resultaba un absoluto misterio. Ahora lo conocía un poco más. Lo suficiente para preguntar.
—¿Qué pasa?
Cuando la miró, los ojos de Rafael tenían ese tono metálico que nunca auguraba nada bueno.
—¿Te parece mal lo que Michaela le hizo a Aloysius? Pues te aseguro que yo no habría sido tan clemente.
Elena notó que se le humedecían las palmas de las manos.
—¿Consideras que eso es ser clemente?
—Murió rápido. —Hielo en la mirada, el hielo de un invierno gélido y eterno—. Yo lo habría mantenido vivo durante días mientras destrozaba su mente.
Elena dejó escapar un suspiro trémulo.
—¿Por qué me lo cuentas?
Necesitas saber quién soy
.
Elena pensó en eso y le dio su respuesta.
—Si Slater Patalis estuviera delante de mí, yo haría lo mismo.
Rafael le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—No, Elena. Creo que tu furia posee una llama mucho más abrasadora.
La cazadora alzó la mano para entrelazar los dedos con los de él.
—Intentaré detenerte si eso ocurre alguna vez.
—¿Por qué? ¿Te compadeces de los que hacen daño a los inocentes?
—No. —Se llevó las manos enlazadas hasta los labios—. El que me preocupas eres tú.
Rafael notó que el frío de su interior empezaba a desaparecer, a ser sustituido por el calor.
—Así que intentarías salvarme.
—Creo que sería algo mutuo. —Una voz ronca matizada con recuerdos sombríos. Ese día había despertado gritando, con la mente encerrada en un horror ocurrido hacía casi dos décadas.
Rafael la imitó y se llevó ambas manos a la boca para darle un beso.
—Nos salvaremos el uno al otro.
No hubo más palabras hasta que la cazadora sacudió la cabeza.
—¿Qué pasará si ese ángel, el que quiere Convertirse en arcángel, intenta algo mientras estamos fuera?
—Nazarach, Dahariel y Anoushka han sido invitados al baile, al igual que otros con un poder semejante.
Elena se quedó inmóvil.
—Y será allí cuando hagan su siguiente movimiento, ¿verdad? Será el escenario perfecto, ya que todos los miembros de la Cátedra asistirán al baile.
—Así es. —Rafael contempló el pulso que latía en su cuello, un pulso frágil como las alas de una mariposa—. No permitas que se acerquen a ti. Sigues siendo el objetivo que más atrae a ese aspirante a arcángel.
—No te preocupes. No son el tipo de gente con la que me gusta pasar el tiempo. —Elena se estremeció, pero, antes incluso de que añadiera otra palabra, Rafael intuyó que ese temblor no tenía nada que ver con el peligro que corría su vida— Lijuan... ¿te has enterado de algo?
—Ha llevado a sus renacidos a la Ciudad Prohibida. Veremos a los muertos vivientes.
E
lena se quedó sin aliento al ver la Ciudad Prohibida. Era un intrincado laberinto formado por edificios delicados y pasadizos ocultos, un lugar que en realidad era una ciudad dentro de otra ciudad. Un lugar lleno de maravillas: puentes de mármol blanco con dragones dormidos en los postes de los extremos; patios adoquinados repletos de árboles de cuyas ramas colgaban farolillos de seda en lugar de frutos; cortesanos ataviados con joyas y ropas de una miríada de colores. Un lugar salido de un sueño.
—Mariposas —susurró, mientras lo observaba todo desde la terraza privada de la residencia que les habían asignado, en la parte más elegante de la ciudad—. Me recuerdan a las mariposas.
La presencia de Rafael era una fuente sólida de calor a su espalda, y las manos masculinas estaban apoyadas sobre la barandilla a ambos lados de su cuerpo. Elena disfrutó de su calor, y notó cómo vibraba su cuerpo contra sus alas cuando empezó a hablar.
—Neha y algunos otros tienen una especie de corte, pero la de Lijuan es la más extensa.
—Es una auténtica reina. —Vio abanicos que se abrían, y sonrisas coquetas esbozadas sobre sus lujosos bordes. Todas las criaturas femeninas llevaban vestidos largos hasta los tobillos, la mayoría con un estilo que hablaba más de elegancia que de sexo—. ¿Crees que saben lo de los renacidos?
—Sí. —Rafael apoyó las manos sobre las suyas, y convirtió su voz en una sombra íntima junto a su oído—. Según me ha dicho Jason, sus hombres le han informado de que Lijuan ha empezado a traer a algunos de sus renacidos a la corte como entretenimiento.
Las manos de Elena, protegidas por la fuerza de las de Rafael, se aferraron a la piedra de la barandilla, erosionada por el tiempo.
—¿Los degrada de esa manera? Creí que los consideraba creaciones suyas...