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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (19 page)

Mía, Elena. Eres mía
.

Alzó una mano y le sujetó la barbilla con los dedos para apoderarse de su boca. Luego, con una última y exquisita caricia, la llevó al orgasmo una vez más. La sexualidad de Elena era terrenal, salvaje, abierta. Cantaba una canción de sirena que le nublaba la mente y amenazaba con hacerle perder el control.

La sostuvo cuando ella se calmó por fin, y retiró los dedos antes de cogerla en brazos. Sus alas estaban tan fláccidas como sus piernas. Sin embargo, en esa ocasión la flaccidez se debía a una pasión satisfecha. Si no hubiera tenido la evidencia húmeda de ese hecho en los dedos, su mirada de ojos entrecerrados habría sido la prueba que necesitaba.

No juegas limpio, arcángel
.

Elena iniciaba en tan pocas ocasiones el contacto mental que Rafael disfrutó con ello.

Tú tampoco. La tengo tan dura que está a punto de estallar
.

—Te prometo que la curaré.

Rafael dejó escapar un suspiro de dientes apretados y luego metió a Elena en la ducha. Abrió al máximo el agua fría.

Ella soltó un alarido al notar el agua y lo golpeó en el pecho con la palma de las manos.

—¡Sácame de aquí!

—Ahora eres un ángel —dijo, calado hasta los huesos—. Ya no eres tan sensible al frío. —Con todo, abrió el agua caliente.

Ella lo fulminó con la mirada.

—¿A qué ha venido eso?

Rafael aguardó en silencio.

—Vale —dijo Elena unos segundos después—, pues me alegro de que estés sufriendo.

Rafael había vivido más de mil años, pero hacía mucho que había perdido la capacidad de reír de verdad. Esa noche notó que la diversión tironeaba de la comisura de sus labios a pesar de que su erección no había disminuido y aún le hervía la sangre.

—Eso no ha sido muy amable por tu parte, Elena.

Ella se apartó el pelo de la cara para mirarlo con suspicacia.

—Después de todo, te he llevado dos veces hasta el orgasmo.

—¿Es que ahora llevamos la cuenta? —Sus ojos resplandecían.

—Por supuesto.

Ella arrugó la nariz y no pudo contenerse más. Estalló en carcajadas de puro deleite. Unas carcajadas que se clavaron en ese corazón que Rafael no tenía la certeza de poseer hasta que la conoció. La sostuvo bajo el agua y enterró la cara en su cabello con una sonrisa.

Cuando recuperes las fuerzas, tendrás que trabajar mucho para igualar el tanteo
.

Elena le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él en una sincera demostración de afecto que, como Rafael sabía muy bien, era muy rara en su cazadora. Confianza, pensó él. Elena empezaba a confiar en él. El miedo era un sentimiento que no había experimentado en muchos siglos (al menos hasta la noche que tuvo el cuerpo destrozado de Elena entre sus brazos, la noche en la que Manhattan se convirtió en una zona de guerra), pero en esos momentos susurraba en sus venas.

No era fácil conseguir la confianza de Elena.

Sin embargo, era muy fácil perderla.

—¿Tienes pensado quitarte la ropa? —Los dedos femeninos ya habían empezado a desabrochar los botones de su camisa.

El arcángel le permitió que lo desnudara, le permitió que lo provocara, le permitió que lo volviera un poco más humano.

Media hora después, Rafael observaba cómo dormía Elena. Sus pálidas pestañas contrastaban con esa piel dorada que hablaba de una tierra de atardeceres anaranjados y mercados bulliciosos, de encantadores de serpientes y de mujeres con velo y ojos pintados con kohl. Yacía bocabajo, con las alas extendidas en un despliegue de los tonos del amanecer y la medianoche. Esas alas, las alas de una guerrera nata, eran la coronación perfecta de su fuerza. Sin embargo, pensó Rafael mientras se arrodillaba junto a la cama por un instante, el auténtico tesoro era la mujer en sí.

Le apartó el cabello de la cara y deslizó el dorso de la mano sobre su mejilla.

Mía.

El sentimiento de posesión se había hecho más fuerte desde que ella aceptó convertirse en su amante. Y él sabía que se acentuaría aún más... Porque en todos sus siglos de existencia, jamás había tenido una amante a quien considerara suya a todos los niveles.

Mataría por ella, destruiría por ella, descuartizaría a cualquiera que se atreviera a alejarla de él.

Y jamás la dejaría marchar... ni siquiera aunque ella suplicara por su libertad.

Se puso en pie, salió al balcón y cerró las puertas de la terraza con cuidado. La nieve había dejado de caer, pero había cubierto el Refugio con el color de la inocencia.

Vigílala
, le dijo al ángel que volaba en círculos por encima de él.

La respuesta de Galen fue inmediata.

No permitiré que le ocurra nada.

Rafael sabía que Galen no confiaba en Elena, pero el ángel había dado su palabra, y ninguno de sus Siete lo traicionaría jamás. Se lanzó en picado y rozó por un segundo la mente dormida de Elena; algo que se había convertido en una costumbre después del año que ella había pasado en coma, cuando era incapaz de penetrar en su cabeza.

El silencio le había parecido eterno. Implacable.

Esa noche sintió su agotamiento, la paz de su mente. No habían aparecido las pesadillas que con tanta frecuencia la acosaban. Retiró el contacto mental para permitir que durmiera tranquila y atravesó el aire gélido en dirección a la Galena. Estaba a punto de descender hacia los dominios de Keir cuando sintió que otra mente rozaba la suya.

Michaela.

17

L
a arcángel apareció ante sus ojos segundos después. Sus alas cobrizas contrastaban con el cielo, que cambiaba lentamente del gris a la luz. Rafael aguardó hasta que ella se acercó flotando hasta él.

—¿El niño? —preguntó Michaela, con una expresión de agonía que habría despertado la lástima y la compasión de Elena.

Él era mayor, más duro. Había visto cómo Michaela mataba a la gente por capricho, cómo jugaba con los hombres y los ángeles como si fueran piezas de ajedrez.

Sin embargo, en eso... se había ganado el derecho a saber.

—Se curará.

Un estremecimiento sacudió su cuerpo, un cuerpo tan hermoso que había convertido a los reyes en peleles y había conducido a la muerte a al menos un arcángel. Tal vez Neha fuera la Reina de las Serpientes, pero Rafael tenía la certeza de que había sido Michaela quien había empujado a Uram hasta un punto sin retorno aguijoneándolo con el más venenoso de los susurros.

—Tu cazadora... —dijo Michaela, que no hizo el menor esfuerzo por ocultar su desagrado—, ¿fue capaz de percibir el rastro?

—Bajo la nieve, no. Todos los indicios hacen pensar que el vampiro recibió la ayuda de un ángel. —Y si la gente llegaba a enterarse, el poco equilibrio que quedaba en el Refugio se vendría abajo—. Tienes que investigar a tu gente.

El rostro femenino se convirtió en una máscara de piedra. Sus huesos eran como hojas de acero contra la piel.

—Descuida, lo haré. —Una pausa. Sus ojos resultaban penetrantes incluso en la oscuridad—. Crees que mi gente no me guarda lealtad.

—Lo que yo crea carece de importancia. —Lo que él creía era que el miedo, moldeado por un látigo caprichoso, jamás generaría lealtad—. Tengo que irme. Elena intentará rastrear la esencia una vez más cuando despierte.

—Sigue tan débil como una mortal.

—Adiós, Michaela. —Si creía que Elena era débil, el problema era suyo.

Aterrizó junto a la Galena con un movimiento silencioso conseguido gracias a la experiencia de más de un millón de aterrizajes similares, y la nieve apenas se agitó a su alrededor. El edificio estaba tranquilo, vacío, aunque sabía que tanto los ángeles como los vampiros regresarían con la salida del sol para asegurarse de que Sam seguía con vida, de que su corazón aún latía.

Hasta entonces, Rafael cuidaría de él.

Elena despertó sabiendo que se encontraba en brazos de un arcángel. El sol ya había metido sus tentáculos dorados en la habitación.

—¿Qué hora es?

—Solo has dormido unas horas —le dijo Rafael, cuyo aliento era como una caricia íntima sobre su cuello—. ¿Te sientes lo bastante fuerte como para continuar el rastreo?

—Oh, ese asunto del rastreo —dijo mientras se tomaba un momento para saborear la calidez salvaje que desprendía su cuerpo—. Todo depende de lo rápido que pueda moverme. —Respiró hondo y se arrastró fuera de la cama con las alas pegadas a la espalda. Una vez que estuvo de pie junto al colchón, descubrió que Rafael la observaba con esos increíbles ojos azules mientras el sol bañaba su pecho desnudo.

—Elena... —Una reprimenda de lo más sutil.

Sonrojada, Elena notó un repentino aunque comprensible acaloramiento.

—No tengo ninguna contracción dolorosa. —Sus ojos regresaron a ese magnífico cuerpo que él no le permitía tocar—. Aunque tal vez necesite un masaje al final del día.

—Puede que eso sea una tentación demasiado fuerte.

Los recuerdos acariciaron su mente. Recuerdos de esos dedos llevándola al éxtasis mientras su voz grave le contaba todas las perversidades que pensaba hacerle. Al sentir que su cuerpo se ruborizaba, se dio la vuelta para ocultarse de esa mirada que podría llevar al pecado incluso a una cazadora.

Se dirigió al baño. Después de una ducha rápida, se sintió un poco más humana.

Humana.

No, ya no era humana. Pero tampoco era un vampiro. Se preguntó si su padre la encontraría más aceptable ahora o si la consideraría más abominable que nunca.

«Entonces lárgate, ve a revolearte en el fango. Y no te molestes en volver.»

Ese rechazo aún le dolía, y también la expresión de los ojos de su padre tras la fina montura metálica de las gafas. Después de la muerte de su madre, se había esforzado muchísimo por ser lo que Jeffrey Deveraux esperaba de su hija, de la mayor de sus herederas. Su vida había sido una cuerda floja, un balanceo continuo bajo sus aterrados pies. Jamás se había sentido cómoda en el Caserón, la casa que su padre había comprado después de la sangre, de la muerte, de los gritos. Pero lo había intentado. Hasta el día en que la cuerda floja se rompió.

«Plaf.

Plaf.

Plaf.

—Tu hambre hace cantar a la mía, cazadora.»

Elena se tensó a causa de la repulsión.

—No.

Cortó el agua, salió de la ducha y se apretó la toalla contra la cara. ¿Ese susurro había sido real? Debía de haberlo sido. Jamás olvidaría esa voz grave y sinuosa, ese rostro apuesto que ocultaba el alma de un asesino. Sin embargo, había olvidado esas palabras, las había enterrado. Las palabras... y lo que ocurrió después.

Elena
.

Limpieza, frescura, el mar y el viento. Elena se aferró a eso.

Hola, saldré dentro de un momento
.

Puedo sentir tu miedo
.

No supo cómo responder a eso, así que no lo hizo. La esencia del mar y la caricia fría del viento no desaparecieron. Una parte de ella se preguntó si Rafael le estaba robando sus secretos, pero otra parte se alegraba de que no la hubiera dejado sola en esa casa que se había convertido en una carnicería.

¿Rafael?

El arcángel apareció en la entrada. Ese ser al que había disparado una vez, presa del pánico. Ese ser que ahora tenía el alma de una cazadora en sus manos.

—¿Me necesitas?

—¿Cuánto sabes? —le preguntó—. ¿Cuánto sabes sobre mi familia?

—Conozco los hechos. Hice que te investigaran a fondo cuando la Cátedra se planteó contratarte.

Eso lo sabía, pero en esos momentos enfrentó la mirada masculina y levantó un muro alrededor de su vulnerable corazón. Ese ser podía hacerle mucho daño.

—¿Has conseguido de mí algo más que los hechos?

—¿Tú qué crees?

—Creo que estás acostumbrado a apoderarte de todo lo que deseas.

—Así es. —Un breve gesto de asentimiento.

El corazón de Elena amenazó con romperse.

—Pero... —añadió Rafael—, estoy aprendiendo a comprender el valor de lo que se entrega libremente. —Atravesó la estancia y acarició con la palma de la mano el arco sensible de su ala.

Elena se estremeció, atrapada por el magnetismo de un arcángel que jamás había sido nada parecido a un mortal. Y cuando Rafael habló, sus ojos adquirieron ese azul infinito que solo existe en la parte más profunda de los océanos, eterno y puro, sin descripción posible.

—No te he robado tus secretos, Elena.

Todo se vino abajo, y las emociones amenazaron con aplastarla.

—Esa no es la respuesta que esperaba.

Rafael cogió una toalla y se colocó detrás de ella para empezar a secarle las alas con movimientos lentos y suaves. Elena comprendió demasiado tarde que, aunque mantenía una toalla por delante de su cuerpo, toda su espalda estaba desnuda ante los ojos masculinos.

—Tienes la espalda llena de cardenales. —Le colocó el pelo sobre un hombro antes de depositar un beso sobre su nuca.

Elena se echó a temblar e intentó levantar las alas a fin de poder enrollarse la toalla alrededor del cuerpo.

—No. —El arcángel deslizó la mano por la curva de su espalda hasta las nalgas antes de volver a ascender.

La cazadora descubrió que se había puesto de puntillas en un intento por escapar de aquel delicioso tormento.

—Rafael...

—¿Me contarás tus secretos?

Volvió a apoyar los pies sobre el suelo, abrumada por una marea de miedo y dolor. Se relajó contra él y dejó que su cabeza descansara sobre el pecho masculino.

—Algunos secretos duelen demasiado.

Rafael volvió a deslizar la mano sobre su ala, aunque en esa ocasión la sensación fue más parecida al alivio.

—Tenemos toda una eternidad por delante —dijo él mientras le rodeaba el cuello con un brazo.

Elena sintió un vuelco en el corazón al percibir la certeza de su voz.

—¿Y tú me contarás tus secretos en esa eternidad?

—No he compartido mis secretos desde hace más amaneceres de los que puedas imaginar. —La abrazó con más fuerza—. Pero hasta que te conocí, tampoco había reclamado nunca a una cazadora.

Hubo algo extraño en el rastreo de esencias a lo largo del Refugio. Y no se trataba solo de que hubiera desarrollado la capacidad de rastrear a los ángeles (esa habilidad iba y venía, y las nuevas esencias permanecían en un rincón de su mente); no, era algo que podía ver con sus propios ojos con cada paso que daba.

—Cualquiera diría que no habían visto a un cazador en toda su vida —murmuró entre dientes.

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