—El doctor Maturin ha venido a reemplazar al señor Ponsich —dijo el almirante—. Le he dicho que, según la información que tengo, la situación de Grimsholm no ha cambiado, pero he hablado sin tener los datos en la mano. Seguramente usted podrá darle más detalles.
—En la isla no ha habido ningún cambio material —dijo Thornton—. Dos informes que hemos recibido hace poco dicen que había descontento por la falta de vino y tabaco, pero parece que el coronel d'Ullastret domina la situación. Es popular entre los soldados y ha reforzado su autoridad enviando a Danzig a otros tres oficiales. Sin embargo, en el continente, los franceses se han tomado muy en serio el asunto. Sabemos de fuente fidedigna que, a pesar de sus dificultades, Oudinot piensa sustituir a los catalanes por una brigada mixta de polacos, sajones y franceses y que enviará allí al general Mercier junto con el antiguo comandante, el coronel Ligier, para que se hagan cargo de la situación hasta que termine de reunir a esos hombres en la costa. Van a hacer a d'Ullastret miembro de la Legión de Honor y le van a ofrecer el mando de un batallón en Italia. El martes llegaron a Hollenstein y desde allí irán hasta Gobau; es posible que ya se hayan hecho a la mar. Además, se ha suspendido el envío de provisiones a Grimsholm tanto desde Pomerania como desde Dinamarca. Aparte de esos informes, lo único que he recibido últimamente es una descripción detallada de la posición de las tropas de d'Ullastret y la disposición de sus cañones.
Le entregó a Stephen la lista de unidades, que correspondían a unidades territoriales cuyos nombres le eran tan familiares a Stephen como el suyo propio: Sant Feliu de Guixols, Lloret de Mar, Palafrugell, Tossa de Mar y Sant Pere Pescador de la zona costera, Empordá de la llanura, y Vich, Molió, Ripoll y otras más de la montaña. Además, incluía los nombres de los oficiales, muchos de los cuales le eran familiares también. Estuvo pensativo un rato, mientras Jack y el almirante hablaban con Thornton de las tropas, las provisiones, y las fuentes de suministro o estudiaban la carta marina donde aparecía la isla de Grimsholm y las aguas que la rodeaban, las cuales tenían la profundidad marcada según una reciente medición hecha por un piloto danés experto en la navegación por esa zona.
Luego, durante una expectante pausa, dijo:
—Creo que ésta es una situación en la que debemos jugarnos todo a una carta, e inmediatamente. No hay tiempo para deliberar. Sugiero que me lleven hasta la isla lo más pronto posible, antes de que llegue el general Mercier, si no ha llegado aún. Si puedo desembarcar en cuanto llegue, es bastante probable que tenga éxito. Pero no creo que un barco de guerra sea el mejor medio de transporte, ya que las tropas de la isla están integradas por un buen número de marineros catalanes y lo reconocerían enseguida, fuera cual fuera la bandera que llevara o la forma en que tratara de ocultarlo; además, según tengo entendido, la
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ha navegado a menudo por el Báltico, así que probablemente hundirían la corbeta o cualquiera de sus botes. Quisiera ir en una embarcación de Danzig o de Dinamarca que fingiera llevar provisiones, mejor dicho, que realmente llevara provisiones, pues con un cargamento de vino y tabaco, que a los soldados les falta desde hace tanto tiempo, mi misión sería mucho más fácil. Seguramente tendrá usted alguna presa adecuada para eso, señor.
—Me temo que no —dijo el almirante—. Son tantos los barcos extranjeros a los que se concede la licencia para comerciar o llevar suministros navales a Inglaterra que capturamos muy pocas presas, y me parece que las pocas que hemos apresado este mes ya se han enviado a nuestro país. No obstante, me aseguraré de ello.
Tocó la campanilla pidió un informe inmediato. Y mientras el informe llegaba Thornton habló en voz baja con Stephen sobre los documentos que Ponsich había llevado consigo para apoyar sus afirmaciones: proclamas, edictos, ejemplares del
Moniteur
, panfletos en catalán y español e incluso publicaciones neutrales que ponían de manifiesto que el comportamiento de Bonaparte estaba en total contradicción con sus promesas. En la cabina había ahora una atmósfera tensa, pues en los últimos minutos lo que era sólo una intención había pasado a ser algo concreto y próximo, se había pasado del terreno de la discusión y la consideración de posibilidades al de la acción inmediata, y todos los presentes sabían que cuando el doctor Maturin había dicho que debían jugarse «todo a una carta», ese «todo» incluía su propia vida, y le miraban con el respeto con que se mira a un cadáver o a un hombre sentenciado a muerte, y Jack, además, le miraba con preocupación.
—Tengo otras copias de casi todos los documentos de Ponsich —dijo Stephen—. También tengo una copia legitimada del decreto de excomunión promulgado por el Santo Padre contra Bonaparte. Tres de los oficiales que se encuentran en Grimsholm son caballeros de la Orden de Malta, y creo que este documento tendrá una gran influencia sobre ellos.
El informe llegó: no había posibilidad de capturar una embarcación de Danzig ni de Dinamarca por lo menos hasta al cabo de una semana.
—Me temía que así era —dijo el almirante—. ¿Prefiere esperar, doctor Maturin?
—¡Oh, no, señor! En estas circunstancias un día equivale a un año.
—Con su permiso, señor, me parece que sé cómo salvar este escollo. Esta mañana avistamos dos embarcaciones danesas, pero no las perseguí porque creía que lo más importante era llegar aquí cuanto antes. Noté que una de ellas, una gata que navegaba en dirección a Riga con las mayores desplegadas, ni siquiera intentó escapar, y pensé que seguramente tenía autorización suya para pasar por esta zona. Pues bien, señor, como el viento es favorable, el tiempo está mejorando y la
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, como usted sabe, navega con facilidad y es muy veloz, si usted me permite que le quite la licencia a la gata, le daría alcance. Confío en poder hacerlo porque estaba muy cargada, navegaba lentamente y me pareció que tenía pocos tripulantes.
El almirante estuvo pensando unos momentos mientras silbaba muy bajo.
—Esa puede ser una solución —dijo—. No es muy ética, pero la necesidad no conoce reglas. Por otra parte, hay la posibilidad de que no la alcance y, por consiguiente, de que se pierdan dos días. La alternativa es esperar a que uno de los navíos bajo mi mando que patrullan la zona capture un barco danés, tanto si tiene licencia como si no. Esto es más seguro, pero los navíos se encuentran muy separados unos de otros entre las islas land y la isla Rügen y habría que mandarles la orden, así que pagaríamos con tiempo la certeza. ¿Qué opina usted, doctor Maturin?
—Estoy convencido de que el capitán Aubrey es capaz de apresar cualquier cosa que flote —dijo Maturin—. Y ésta es una situación en la que no hay ni un minuto que perder.
Desde que se había hecho a la mar por primera vez, le habían atormentado con la frase «No hay ni un minuto que perder», y le causaba satisfacción poder usarla él mismo por fin.
—No hay ni un minuto que perder —repitió, paladeando las palabras, y luego continuó—: En cuanto a la moralidad de esa acción, debemos comparar la hipotética molestia que sufrirían los tripulantes de la gata con la muerte cierta de varios miles de hombres, pues tengo entendido que si las tropas de Grimsholm no se rinden, habrá que tomar la isla por asalto.
Ahora que la operación estaba en marcha, ahora que habían encendido la larga mecha, sentía ganas de bromear a pesar de que pensaba en cosas tan serias y tuvo la tentación de repetir el chiste que hacía Jack Aubrey acerca de elegir siempre entre dos gorgojos el que pesaba menos. En otras circunstancias lo hubiera hecho, pero había algo en el almirante Saumarez, algo difícil de definir, entre la insensibilidad y la indiferencia, que le hizo guardarse para sí su jocosidad.
Sin embargo, la dignidad de sir James no le impidió que, momentos más tarde, interrumpiera la discusión que los marinos tenían sobre cuestiones técnicas.
—Quisiera hablar sobre la cuestión del vino y el tabaco una vez más —dijo, abandonando su actitud pensativa—. ¿Sería posible cargar la
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con cierta cantidad de ambos para que la embarcación que usemos como mercante lleve realmente mercancías?
—Con tabaco sí —dijo el almirante—. Pero el vino es más difícil de conseguir, aunque probablemente encontraríamos una cantidad considerable en las cámaras de oficiales de los barcos de la escuadra. También podríamos llenar botellas con ron, si le parece bien.
—El ron me parece bien, aunque el vino sería mejor —dijo Stephen—. Y ahora, señor, quisiera señalar algunas cuestiones importantes. Obviamente, esta expedición sólo puede ser un rotundo éxito o un rotundo fracaso. No sirve de mucho hablar sobre el fracaso, por tanto, si me lo permite, sólo hablaré considerándola un éxito. Como usted seguramente sabrá, para hacerme cargo de esta misión puse como condición que los soldados catalanes de Grimsholm no fueran tratados como prisioneros de guerra y fueran transportados a España con sus armas y su equipaje a costa de Su Majestad. Creo que eso es pagar un precio muy bajo por la entrega de una fortaleza de esas características sin derramamiento de sangre. Además, estoy convencido de que en cuanto lleguen a la Península, lucharán junto a lord Wellington.
—En efecto, es un precio muy bajo —dijo el almirante—. Afortunadamente, tengo los transportes aquí, a mano. El señor Ponsich puso la misma condición.
—Muy bien, muy bien —dijo Stephen—. Ahora quiero señalar otra cuestión. Los capitanes de los transportes deben comprender la necesidad de recibir a los oficiales catalanes con los cañonazos de saludo y las banderas correspondientes a su rango y los mismos actos solemnes o más de los que se celebran usualmente, pues se encuentran en una posición poco común, son muy susceptibles y su orgullo puede ser herido con facilidad. Un desaire podría producir un efecto desastroso. —Hizo una pausa y luego prosiguió—: Pero me estoy adelantando demasiado. Ahora resumiré las líneas generales de la operación, señor. El emisario va hasta la isla a bordo del mercante mientras la
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y los transportes permanecen donde no puedan ser vistos; el emisario transmite su mensaje; después de un determinado intervalo la
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se acerca para ver la señal de éste y, a su vez, llama a los transportes, que irán con un número de artilleros suficientes para manejar los cañones; el traslado se lleva a cabo inmediatamente, en el momento en que los hombres están más contentos porque sólo piensan en regresar a su país, y más indignados a causa del comportamiento de los franceses, pues creo que mientras más pronto salgan de allí, menos posibilidades habrá de que haya rivalidad o desacuerdo entre ellos.
—Por lo que respecta a los transportes, creo que no habrá ninguna dificultad, si el viento es favorable, porque, como usted sabe, doctor Maturin, dependemos totalmente de los vientos. Si el capitán Aubrey puede hacer su parte y conseguir la necesaria embarcación danesa, creo que nosotros podremos hacer la nuestra con los transportes y los artilleros y, por supuesto, con el vino y el tabaco de que habló antes. Y estoy de acuerdo con usted en la necesidad de hacer un traslado muy rápido. Creo que el Almirantazgo no se equivocó al hablarme de la sagacidad del doctor Maturin y aconsejarme que confiara en él.
—El Almirantazgo es demasiado benevolente, demasiado amable —dijo Stephen—. Si le soy sincero, señor, ésta es una situación en la que es preferible tener un poco de suerte que toda la sagacidad del mundo.
Era medianoche cuando la
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desatracó y salió del puerto en medio de la copiosa lluvia, y esa noche fue horrible para la escuadra porque la corbeta se llevó casi todo el vino de los oficiales, buena parte del ron y el tabaco de los marineros y, además, a veinte marineros de primera escogidos entre los numerosos holandeses, polacos, finlandeses y letones que formaban parte de la tripulación. Dejó tras de sí hombres agotados y con muy poco para reponer sus fuerzas o animarse de nuevo. Durante sus largos años de servicio en la Armada, Stephen Maturin nunca había visto cargar un barco tan rápido como habían cargado la
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. A su alrededor se amontonaron los botes, y desde ellos habían llegado a bordo las provisiones en un flujo continuo y bajo la directa supervisión de sir James. El almirante contribuyó a aumentar su cargamento con ciento veinticinco galones de un excelente clarete, diciendo que prefería beber té verde durante el resto de su misión que restarle posibilidades de éxito a la
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; y después de eso, ningún oficial podía hacer menos, así que la
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salió del puerto más hundida en el agua que cuando había entrado, con más hombres que nunca, todavía con barriles atados provisionalmente en cubierta y el contador y el encargado de la bodega desesperados, y con más de la mitad de los tripulantes con una alegría sospechosa o completamente borrachos.
—¡Mañana habrá una larga lista de transgresores! —gritó Jack en un tono que disminuyó sensiblemente esa alegría.
Acababa de salir de una larga reunión con el señor Pellworm y el oficial de derrota, en la que cada uno, independientemente, había propuesto una ruta para interceptar la embarcación danesa con que se habían encontrado no hacía mucho, la gata que navegaba lentamente y tenía pocos tripulantes. Las tres rutas coincidían en casi todo y estaban establecidas con el objetivo de encontrarse con la gata a primeras horas del día.
—Señor Fenton, debemos poner al timón a los mejores hombres y debemos hacer rumbo al norte 16° este exactamente. Wittgenstein, un suboficial del buque insignia, puede ser uno de ellos; he navegado con él y sé que es un experto marino. Debe usted hacer una medición con la corredera cada media hora y mantener la velocidad aproximadamente a seis nudos; sobre todo, no se sobrepase, pues no debemos darle alcance en la oscuridad. Aunque no creo que la avistemos hasta el amanecer, quiero que en el tope siempre haya un serviola de vista aguda y sobrio y que sea reemplazado por otro cada media hora; el primero que aviste la gata recibirá diez guineas y se le perdonarán todas sus faltas, excepto la participación en un motín, la sodomía y estropear la pintura. Debe llamarme si ocurre algo o si cambia el viento.
Si hubiera estado en uno de los barcos en que había navegado anteriormente, habría añadido que iba a cenar con el doctor un plato muy extraño, un halcón salado que le había regalado el comandante de Gotemburgo, y tal vez habría hablado durante un rato de lo que iban a hacer al día siguiente, pero su mando era temporal, apenas conocía a los oficiales y, además, eran tan jóvenes que en ocasiones le parecían de otra especie. La deferencia con que le trataban le abrumaba, y tendría que hacer un gran esfuerzo, incluso estando en una reunión social, para salvar la distancia que les separaba, si es que se podía salvar. Pero aquella posición distante, propia de una divinidad, en la que el mando le colocaba, le parecía natural ahora, y después de pedirle a Fenton que repitiera sus órdenes y que guardara la copia en el cajón de la bitácora, se fue abajo.