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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (39 page)

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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—En el segundo piso —respondió el mago, sonriente—. Está en buenas manos, tenlo por seguro. Sígueme.

Condujo a Dhamon al interior del edificio, y subieron una amplia escalera alfombrada que trazaba una suave curva. Una lámpara de varios brazos, hecha de latón, colgaba del techo sobre el rellano. Las velas no estaban encendidas, pero había luz suficiente con la que entraba por la ventana situada al fondo del pasillo. Palin fue hacia la puerta más próxima, llamó una vez, y entró. Dhamon vaciló un momento antes de cruzar el umbral.

El cuarto estaba bien amueblado, con una cama grande de columnas, una cómoda de roble y varias sillas de aspecto cómodo. De pie en el centro de la habitación, Palin abrazaba a una mujer mayor. Cerca de ella, un anciano los miraba y sonreía. Dhamon observó a los tres con atención.

La mujer era menuda, y llevaba corto el blanco y rizoso cabello; sus brillantes ojos hacían juego con el vestido de un intenso color verde. Las arrugas que tenía no eran profundas, aunque parecían más pronunciadas alrededor de los ojos y de la boca cuando sonreía. Había algo en el aspecto del hombre que le resultaba familiar a Dhamon. Era corpulento, ancho de hombros, y con un prominente estómago. Su espeso cabello, de un color entre gris acerado y blanco, le llegaba a los hombros. Vestía un pantalón marrón claro y una túnica marfileña. Su mano, carnosa y encallecida, palmeó a Palin en la espalda.

—Hijo, cuánto me alegro de verte —dijo con voz tonante.

—Caramon Majere —musitó Dhamon—. Eres Caramon Majere, y tú... —Se volvió hacia la mujer mayor, que se había separado de Palin.

—Soy Tika. —Tenía una voz clara y suave, y sonrió cálidamente al tiempo que tendía la mano al guerrero—. Hace días que os esperamos a Palin y a ti. Ya empezábamos a preocuparnos.

—Tú
empezabas a preocuparte —corrigió Caramon—. Sabía que Palin venía de camino. Imaginé que estaba ocupado.

Dhamon miraba a los dos de hito en hito. Los Héroes de la Lanza, combatientes de una guerra ya lejana; creía que estarían muertos. Caramon debía de rondar los noventa años, calculó, aunque parecía tener veinte menos. Saltaba a la vista que gozaba de buena salud, y no tenía la espalda encorvada. Tika también se conservaba bien. Quizá los dioses los habían bendecido décadas atrás, cuando todavía estaban en el mundo.

—¿Y la posada El Último Hogar? —preguntó Palin.

—En buenas manos —contestó Tika—. Pero tenemos que volver. El negocio disminuye siempre cuando estamos ausentes durante un tiempo. —Se volvió hacia su marido—. Caramon, ¿no crees que deberías sacar lo que este joven ha venido a recoger?

El anciano asintió y a continuación se dirigió hacia la cama. Se arrodilló, levantó la colcha, y sacó un bulto alargado, envuelto en lona.

—Un amigo mío llevó esto y le dio buen servicio. —Se levantó y puso el bulto sobre la cama casi reverentemente, en ángulo, debido al tamaño. Empezó a desatar las cuerdas.

»
Lo recuerdo como si fuera ayer, aunque ha pasado toda una vida —continuó—. Sturm Brightblade blandió esto. Era un amigo muy querido, un hombre fuerte y resuelto. Supongo que todos lo éramos, con la seguridad que da la juventud. De algún modo, nuestras armas y nuestro ingenio bastaron en la Guerra de la Lanza. Pero los dragones son más grandes hoy en día, y las cosas han cambiado.

Palin dio un suave codazo a Dhamon para que se acercara, y le cogió el paquete de ropas que llevaba sujeto bajo el brazo. Caramon siguió hablando mientras el guerrero dejaba la caja de nogal a los pies de la cama.

—Goldmoon se puso en contacto con nosotros hace muchas semanas —continuó Caramon—. Estuvo con nosotros durante aquellos años, combatió a nuestro lado y nos animó cuando parecía que todo estaba perdido. Creo que nos salvó la vida a todos en uno u otro momento. —Sus dedos forcejearon un instante con el último nudo antes de que éste cediera—. Nos dijo que habría nuevos campeones necesitados de antiguas armas. Bien, pues ésta es un arma muy antigua. —Retiró la lona y dejó a la vista una lanza plateada que brilló suavemente con la luz que entraba por la ventana abierta.

Sopló una ráfaga de aire que agitó violentamente las cortinas. Era un viento frío que silbó al pasar sobre la lanza.

Dhamon se inclinó sobre el arma. Estaba tan pulida y cuidada que parecía recién forjada. Tenía unos minúsculos grabados en la parte más ancha: imágenes de dragones volando en círculo. Las sombras proyectadas por las cortinas ondeantes daban la impresión de que los dragones estuvieran moviéndose. El guerrero tocó el metal y se sorprendió por su cálido tacto. Sintió un hormigueo en las puntas de los dedos.

—La guardamos en partes, supongo que porque todos nosotros deseábamos un fragmento de historia, un trofeo de la guerra. Ésta ha estado colgada sobre la chimenea de nuestra posada. Tika y yo entregamos el mango a Sturm, nuestro segundo hijo, al que pusimos ese nombre en recuerdo de Sturm Brightblade. —Los hombros de Caramon se hundieron—. Él y Tanin, nuestro hijo mayor, murieron hace muchos años. El mango pasó a Palin, nuestro hijo varón más joven.

—Joven. —Palin soltó una risita guasona—. Ya no lo soy, padre.

—Y Goldmoon guardó el estandarte —añadió Caramon. Hizo un gesto con la barbilla señalando la caja de nogal—. ¿Está ahí dentro?

—Sí. —Dhamon sacó rápidamente el mango, y el estandarte de seda ondeó con el viento, que era más fuerte ahora. Se lo tendió a Caramon, y el antiguo guerrero encajó la lanza en él con pericia.

Tika se puso un chal y echó una vistazo por la ventana. El cielo estaba cada vez más oscuro, y se vio el resplandor de un relámpago entre las nubes.

—Ahora es tuya —dijo Caramon al tiempo que levantaba el arma y se la ofrecía a Dhamon.

La lanza era mucho más ligera de lo que debería ser, y sin embargo estaba espléndidamente equilibrada.

—No sé qué decir —empezó Dhamon. Su mirada fue de Tika a Caramon varias veces—. Que me hayáis dado esto... No sé si...

—Prométenos que matarás un dragón con ella —lo interrumpió el anciano—. Ésa es su razón de ser, para lo que fue hecha. Y, desde luego, hay unos cuantos dragones en Krynn que merecen la muerte.

Un fuerte rayo saltó de las nubes y se descargó sobre la ciudad. El suelo se sacudió, y las vibraciones se notaron incluso en el suelo de la posada. El estampido del trueno retumbó en el aire. Le siguió un segundo rayo que cayó sobre la esquina de un balcón, calle abajo, y que Tika vio por el rabillo del ojo. Una lluvia de baldosas y piedras se precipitó sobre la acera. Tika se apartó rápidamente de la ventana y miró a Caramon.

—Tenemos que marcharnos —dijo Palin.

—Siempre con prisa —rezongó la anciana—. Pero supongo que hace años tu padre y yo también teníamos siempre prisa. —Tomó el rostro del mago entre sus manos y lo besó en la mejilla—. Es una tormenta fuerte. Y con tantos rayos. Ojalá pudieras quedarte hasta que se pasara. Al fin y al cabo, vuestro barco no puede zarpar durante una tormenta.

Palin fue hacia la puerta.

—Madre, padre, pienso volver a veros... muy pronto. La próxima vez será en casa. No voy a pediros que hagáis más viajes...

—¡Tonterías! —lo interrumpió Caramon—. Comprobar el funcionamiento de otras posadas nos viene bien. Nos da ideas para El Ultimo Hogar. Además, nos...

Se produjo el crepitar del rayo seguido del estampido de un trueno, más fuerte esta vez. La posada se sacudió de nuevo, y se oyeron algunos gritos en la calle. Palin corrió hacia la ventana y se asomó. A lo lejos vio un edificio que se derrumbaba al recibir la continua descarga de rayos. Una oleada de gente venía corriendo calle abajo, huyendo de algo.

—¡Esta tormenta no es natural! —gritó Palin para hacerse oír sobre los estampidos de los truenos—. ¡No llueve! ¡Y parece como si estuvieran dirigiendo los rayos a propósito!

Dhamon corrió hacia la puerta.

—Feril y los demás...

—Lo sé —asintió el mago, que se apartó presuroso de la ventana—. Vámonos.

—¡Un dragón! —oyeron todos que gritaba alguien.

—¡Voy con vosotros! —anunció Caramon—. Esperad a que coja mi espada.

Tika agarró a su marido por el brazo mientras Dhamon y Palin salían corriendo al pasillo.

—Esta vez no, Caramon —lo reprendió—. Quédate aquí y protégeme.

El viejo hombretón sabía que su esposa no necesitaba que la protegiera nadie, pero asintió en silencio y fue con ella hacia la ventana.

35

Reencuentro

Palin tuvo que esforzarse para que Dhamon no lo dejara atrás, si bien se vio obligado a pararse varias veces para esquivar los escombros que volaban. El viento aullaba calle abajo, moviendo contraventanas y carteles de los edificios, volcando bancos y macetas. Los rayos seguían cayendo, algunos lo bastante cerca para que los adoquines temblaran bajo los pies del mago y del guerrero. Se oía el estruendo de cristales al romperse y los golpes de cascotes al caer en la calle.

Se escuchaban gritos en los muelles, una algarabía de chillidos, órdenes y alaridos. Al girar los dos amigos en una esquina, casi fueron arrollados por una multitud de marineros y trabajadores de los muelles que corrían en dirección contraria. Palin y Dhamon apenas podían ver a través de la masa de gente aterrorizada.

—¡Corred! —chillaba un pescador al tiempo que se abría paso junto a Dhamon dando codazos.

—¡Skie! —gritó otro, con el rostro congestionado y las manos crispadas sobre el pecho, sin dejar de correr.

Los dos compañeros se abrieron paso a empujones entre la multitud y vieron al responsable del pánico desatado: un gran Dragón Azul que estaba cernido justo encima del
Yunque de Flint.

—¡Feril! —aulló el guerrero. Aferró la lanza con más fuerza y la colocó en posición al tiempo que aceleraba la carrera y dejaba a Palin rezagado.

El mago tiró el bulto de ropas de Dhamon, metió las manos en los bolsillos de su túnica y cogió el primer objeto mágico que tocó, un pequeño broche. Empezó a articular las palabras de un poderoso conjuro, uno que destruiría la brujería y que después lo dejaría prácticamente indefenso. Pero era un hechizo poderoso con el que esperaba forzar la retirada del dragón.

—¡Feril! —Las zancadas de Dhamon resonaban sobre el embarcadero.

En la cubierta del
Yunque,
Rig estaba junto a la batayola, arremetiendo contra la ondeante cola del Azul. Ampolla y Jaspe se encontraban encaramados al cabrestante; los dedos del enano brillaban con la ejecución de algún sortilegio clerical destinado a Groller, que yacía retorcido y ensangrentado a sus pies; era el primero alcanzado por el dragón.

Shaon había trepado al palo mayor y desde su precaria posición descargaba su espada contra una de las patas traseras del reptil. Su vestido de color violeta ondeaba alrededor de sus largas y oscuras piernas. Un rayo cayó del cielo sobre la espada haciendo casi resplandecer la hoja.

Feril estaba atrapada entre una de las garras del dragón. El brazo de la kalanesti subía y bajaba repetidamente asestando cuchilladas al reptil con una daga. Los músculos del dragón eran compactos, y la hoja sólo consiguió rebotar contra las escamas de color zafiro hasta que finalmente se rompió y los fragmentos metálicos cayeron sobre el maderamen de la cubierta.

No obstante, la espada de Shaon consiguió atravesar escamas y piel e hizo que el dragón rugiera sorprendido. El Azul batió las alas para ascender un poco más, justo lo bastante para ponerse fuera del alcance de la mujer bárbara.

La kalanesti cerró los ojos y se concentró, pensando en su tierra natal, Ergoth del Sur, en el hielo que la cubría, en la nieve que caía todos los días y todas las noches aplastando la tierra hasta sofocarla, igual que la garra del reptil la estaba estrujando a ella. Soltó la empuñadura de la daga rota y extendió los dedos cuanto pudo; consiguió tocar la zarpa del dragón y le hizo sentir el terrible frío que estaba evocando.

Sorprendido por la gélida sensación, el Azul soltó a Feril, y la elfa se precipitó hacia el distante muelle. En el mismo instante, el dragón abrió las fauces y soltó un rayo, una leve descarga que atravesó el palo mayor y lanzó al mástil y a Shaon sobre la cubierta. Pero la garra del reptil se movió con rapidez, extendiéndose hacia abajo, y atrapó a la mujer bárbara en el aire. La espada con que lo había herido cayó en cubierta tintineando, inofensiva.

Entonces el dragón alzó la testa hacia los nubarrones y soltó otro rayo; éste retumbó ensordecedoramente en el cielo. El Azul batió de nuevo las alas para ascender aún más.

Empezó a llover, al principio suavemente, repicando sobre los barcos, los muelles y el puerto, pero en cuestión de segundos se convirtió en un fuerte aguacero.

Feril se las ingenió para girar sobre sí misma y aterrizar con las piernas y los brazos flexionados como si fuera un gato. Tanteó en su bolsa, buscando el pedazo de arcilla.

Dhamon subió gateando por la plancha que llevaba a la cubierta del
Yunque.
Echó una rápida ojeada a Feril para asegurarse de que estaba bien, y después enarboló la lanza y buscó al dragón a través de la cortina de lluvia. El reptil estaba demasiado alto, fuera de su alcance. El guerrero estrechó los ojos intentando ver mejor al dragón. Había algo en él que le resultaba familiar.

Palin, al borde del muelle principal, pasó el pulgar sobre la suave piedra engastada en el broche mientras sus palabras y su pulso se aceleraban. Subió el tono de voz al final del hechizo, y el broche se le hizo añicos en la mano. Un rayo de pálida luz verde salió de su palma hacia el cielo como si fuera una flecha y alcanzó de lleno al dragón en el pecho; cayeron escamas y sangre como hojas de un árbol sacudido.

El reptil aulló de dolor mientras el rojo fluido manaba a borbotones de la herida. Batió las alas para ascender, con la mujer bárbara todavía atrapada en su garra.

—¡Shaon! ¡No! —bramó Rig, que subió de un salto a la batayola, donde mantuvo el equilibrio como un acróbata. Sus dedos encontraron las dagas que guardaba en el pecho y empezó a lanzarlas al dragón que se remontaba en el aire. Apuntó bien, pero la piel de la bestia era demasiado gruesa y las dagas rebotaron en ella y cayeron al mar sin haber ocasionado ningún daño.

—¡Humano oscuro! —siseó el reptil a Rig al tiempo que aleteaba con más fuerza y estiraba el cuello—. ¿Quieres a esta mujer?

—¡Shaon! —gritó el marinero otra vez. Saltó a cubierta, incapaz de seguir manteniendo el equilibrio con las fuertes ráfagas de aire creadas por las alas del Azul que zarandeaban violentamente al
Yunque
en el embarcadero.

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