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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (33 page)

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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Volvió a pensar en el corpulento marinero, y se preguntó qué estaría haciendo y si pensaría en ella. Cerró los ojos y se tumbó, imaginando que se encontraba en la cubierta del
Yunque.
Iba a tener que cambiar de nombre al barco tan pronto como regresara, aunque Jaspe protestara. De todas formas, el enano se marcharía enseguida.

Dhamon se sentó al lado de la kalanesti. Feril intentó examinar las marcas de zarpazos que el guerrero tenía en la espalda, pero él rechazó las atenciones de la elfa. No tenían agua para limpiar las heridas, y si hacían más vendas de sus ropas acabarían quedándose desnudos. La kender, quizá por ser más pequeña —o más afortunada— era la que había salido mejor parada; lo único que tenía era el copete chamuscado.

—Dhamon, ¿cuánto crees que tardaremos en llegar a Refugio Solitario? —preguntó Feril.

—No lo sé. —El guerrero se encogió de hombros—. Tal vez varios días, si tenemos suerte. El mapa estaba en la alforja de mi yegua, que probablemente esté ahora a kilómetros de aquí. ¿Lamentas haber venido?

La elfa sonrió y sacudió la cabeza.

—Lo encontraremos, ya verás. Y dentro de un rato conseguiré algo para comer. Soy una buena cazadora. Quizá lleve a
Furia
conmigo. Me pregunto si aún conserva su instinto cazador o si lo habrá perdido al vivir con gente tanto tiempo.

—Quisiera saber dónde estamos —intervino Ampolla con expresión distraída.

Feril miró atentamente a la kender. Ampolla había estado mascullando y paseando, parándose de vez en cuando para dar una patada en la arena y dibujar círculos con el tacón de la bota. Su labio inferior sobresalía en un gesto de concentración, y sus brazos se balanceaban a los costados. Hoy llevaba puesto un par de guantes de lona grises. Tenían unos extraños accesorios: un artilugio de botón y corchete en los pulgares, y botones más grandes en las palmas.

—Sé todo lo referente a draconianos —musitaba la kender—. Leí cosas sobre ellos en alguna parte. Los hay de cobre, de bronce, de latón, de plata y de oro, pero no azules. Al menos, antes no los había. Éstos tienen que ser nuevos. ¡Eh, mira, Dhamon! ¡Allí hay un edificio!

El guerrero se incorporó de un salto, boquiabierto. ¡Ampolla tenía razón! A menos de un kilómetro se alzaba una torre, alta y definida. ¿Se encontraba allí hacía un momento? Había estado mirando en aquella dirección y no la había visto hasta ahora.

—¿Será un espejismo? —se preguntó Ampolla en voz alta—. He oído decir que el calor sobre la arena crea imágenes ilusorias.

—No —repuso Dhamon. Tendió la mano hacia la kalanesti para ayudarla a ponerse de pie, pero Feril se incorporó de un brinco, sin ayuda, y miró fijamente hacia la estructura.

—Todavía no hace bastante calor para que haya espejismos —dijo la elfa—. Al menos, es lo que tengo entendido. Además, proyecta su sombra, y los espejismos no lo hacen. Apuesto a que la magia tiene algo que ver. —Miró de soslayo a Dhamon—. Y alguno de nosotros creemos en ella.

Shaon, que había salido de su ensoñación acerca de una carraca bautizada con su nombre, cogió con brusquedad la bolsa que guardaba al drac, dio un codazo al lobo, y se puso de pie.

—Vamos, Ampolla,
Furia —
los apremió—. Si no es un espejismo, estaré en su interior dentro de pocos minutos, y me llenaré el estómago con cualquier cosa comestible que encuentre.

La torre estaba construida con suave piedra, un sencillo granito gris. Era grande e imponente, y proyectaba una larga sombra en el camino de los compañeros.

Dhamon calculó que tenía unos ocho o nueve pisos, tal vez más si se extendían hacia abajo, en el subsuelo. ¿Habría estado ahí desde el primer momento y algo les había impedido verla hasta ahora? A pocos metros de la puerta, el guerrero se puso tenso y alzó una mano para que los demás se pararan. Quizás este edificio era el lugar de donde procedían los draconianos azules, los dracs. No se veían huellas en torno a la construcción, pero los dracs volaban y no tenían por qué dejar ninguna.

Entonces la puerta se abrió en silencio y una figura vestida con una túnica plateada apareció en la entrada. La voluminosa capucha ocultaba el rostro en las sombras del embozo, y las mangas colgaban de manera que le tapaban las manos. Lo mismo podía ser un hombre que un fantasma o incluso un drac.

Hizo un ademán invitándolos a entrar, pero Dhamon ordenó a los demás que permanecieran donde estaban.

—Debéis de ser los campeones de Goldmoon —dijo la figura en voz queda y algo rasposa—. Soy el Custodio. Palin está dentro. Os estaba esperando.

—¿Es esto Refugio Solitario? —preguntó Ampolla con excitación. La kender había corrido para alcanzar a sus compañeros de piernas más largas, y ahora se adelantó un paso.

Dhamon observó intensa, suspicazmente, al hombre de túnica plateada.

—Entrad, por favor. No es menester quedarse fuera con este calor. Le diré a Palin que habéis llegado.

—No sé —parloteó Ampolla—. A lo mejor ha matado a Palin. A lo mejor está fingiendo que Palin está ahí. A lo mejor quiere matarnos y lo quiere hacer dentro, donde seguramente estará más fresco. A lo mejor es ya sabéis quién: Tormenta sobre Krynn.

Furia
se acercó a la puerta y husmeó al hombre. Después, moviendo la cola, el lobo desapareció en el interior de la torre.

—Creo que no hay peligro —susurró Feril.

Dhamon asintió en silencio, pero su mano fue hacia la empuñadura de la espada. Cruzó el umbral, con Feril y Shaon pisándole los talones. La puerta empezó a cerrarse mientras Ampolla echaba una ojeada por encima del hombro a la yerma extensión arenosa antes de entrar apresuradamente.

La amplia estancia a la que accedieron era fresca y agradable. En el centro había una gruesa alfombra que resultó sedante para los doloridos pies de la kender y la hizo sentirse un poco mejor.

Las paredes estaban cubiertas con tapices y exquisitas pinturas en las que se representaban hermosas campiñas, retratos de gente distinguida, barcos, unicornios y litorales azotados por el viento. Una pulida escalera de piedra ascendía sinuosa a un lado de la estancia, y a lo largo del tramo había más pinturas, cada una de ellas más llamativa y mejor realizada que la precedente.

Un hombre bajaba los peldaños. Era alto, e iba vestido con calzas de color verde oscuro y una túnica del mismo color pero en tono más claro. Llevaba un fajín blanco adornado con bordados negros y rojos. Su cabello cobrizo y algo canoso era largo, y los ojos eran vivaces, aunque con una expresión de cansancio. Su delgado rostro tenía la sombra de una barba incipiente.

La kender calculó que tenía más o menos su edad; quizás incluso fuera mayor que ella, pero de ser así se conservaba muy bien. Caminaba erguido, con la cabeza levantada y los hombros derechos. Le pareció apuesto y fascinante considerando que era humano, y de inmediato decidió que le caía bien.

—Los campeones de Goldmoon —anunció el Custodio de la Torre mientras extendía el brazo en un arco hacia Dhamon y sus compañeras—. Éste es Palin Majere —añadió en voz queda—, nuestro anfitrión.

El silencio se adueñó de la estancia. Dhamon no sabía muy bien cómo empezar, y Feril estaba demasiado ocupada mirando intensamente a su alrededor para decir nada. Ampolla se adelantó y saludó inclinando la cabeza, omitiendo adrede extender la mano por miedo a que se la estrechara y le hiciera daño.

—Encantada de conocerte. Jaspe Fireforge me contó todo lo referente a ti. Bueno, me contó muchas cosas. Pero él no ha venido. Se ha quedado en el barco, en Palanthas. Creo que le daba miedo que zarpara sin esperarnos si él se iba. Por supuesto que no ocurriría eso, aunque Jaspe hubiera venido. Pero prefirió quedarse allí. Yo soy Ampolla.

—Es un placer conocerte, Ampolla. Goldmoon me avisó que veníais hacia aquí. Acompañadme; tenemos que hablar de muchas cosas.

—Echa una ojeada a esto —dijo Shaon, que de repente se adelantó presurosa y tendió la bolsa tejida a Palin—. Dice que es un drac. Fuimos atacados por tres de estas bestias anoche, sólo que eran mucho más grandes y peligrosas en ese momento.

Palin cogió la bolsa y escudriñó entre la malla. El drac dejó de forcejear y le sostuvo la mirada fijamente a través de un agujero del tejido.

* * *

Desde su cubil en el subsuelo del desierto, muchos kilómetros al norte, Khellendros atisbo a través de los ojos de su vástago.

«Así que éste es Palin Majere —pensó el Azul—. No tan viejo y débil como había imaginado, y sus aliados son poderosos. Estudiaré al tal Palin, el sobrino de Kitiara, igual que él analiza a mi drac y descubriré lo que ha sido de sus padres. Quizás aún estén vivos y pueda utilizar al hijo para llegar hasta ellos. Qué sacrificio tan propicio serían los tres.»

* * *

—Goldmoon dijo que percibía la germinación del Mal cerca de Palanthas, y creo que estos seres son decididamente malignos —empezó Dhamon—. Se parecen a los draconianos, aunque son algo diferentes.

—Explotan en una descarga de energía cuando mueren —intervino Ampolla—. Y por supuesto pueden arrojar rayos cuando están vivos. Además, vuelan. Éste dijo que su amo es una gran tormenta.

—El Custodio de la Torre y yo estudiaremos a este drac. —El mago se frotó la barbilla—. ¿Querréis, por favor, reuniros con nosotros arriba después de que os hayáis refrescado un poco? No tengáis prisa. Estaremos en el piso alto.

* * *

Tuvieron tiempo para tomar un baño y comer, ocuparse de sus heridas y ponerse ropas limpias que les facilitaron. Las viejas las echaron a la chimenea, delante de la cual se enroscó
Furia,
satisfecho. A despecho del calor reinante en el exterior, dentro de la torre hacía una temperatura agradablemente fresca.

Tomaron asiento a una mesa redonda hecha con madera de abedul, al igual que las sillas, que eran cómodas y tenían gruesos almohadillados. Bebieron sidra de melocotón servida en altas copas de cristal, disfrutando del silencio. El cuarto era elegante, aunque amueblado con sencillez, con madera blanca por todas partes. El aparador de la loza y el largo y bajo trinchero que había al fado estaban llenos de platos blancos y jarrones. Era un agradable cambio tras la caminata por el desierto.

Ampolla apuró su copa, se relamió, y bajó de la silla para admirar mejor la túnica naranja oscuro que llevaba. Era una de las camisolas desechadas de Linsha Majere, y la kender se la había recogido ajustada en la cintura, de manera que parecía casi un vestido. Alrededor del cuello tenía una hilera de diminutas perlas cosidas, y Ampolla sonrió mientras pasaba el pulgar de la mano, enfundaba en un guante blanco, a lo largo del adorno.

Dhamon usaba más o menos la misma talla que Palin, y su atuendo prestado consistía en unas calzas marrón oscuro y una camisa de seda blanca que le estaba casi a la medida. Al guerrero lo complacía su relativa sencillez, y la suave tela tenía un tacto agradable contra su piel.

Shaon y Feril vestían ropas que se habían reservado para viajeros necesitados, y eran muy diferentes de las que cualquiera de las dos mujeres solía ponerse. El vestido de Shaon era de un color lila pálido, adornado con encaje blanco alrededor del cuello cerrado. Le quedaba un poco corto, por encima de los tobillos, ya que Shaon era bastante alta. Aun así, la mujer bárbara ofrecía un aspecto imponente, y se sorprendió a sí misma admirándose en un espejo.

Feril lucía un vestido de vuelos en color verde bosque, con rosas bordadas con hilo rojo oscuro a lo largo del corpiño; las mangas le llegaban al codo y ondeaban como alas de mariposa cuando caminaba. Siguiendo el ejemplo de Ampolla, se levantó de la mesa y giró sobre sí misma delante de Dhamon mientras reía quedamente.

—¿Tengo tu visto bueno? —preguntó.

Su cabello, limpio de nuevo, volvía a semejar la melena de un león. Dhamon la miró intensamente.

—Estás bellísima —repuso, en un quedo y ronco susurro.

La elfa pareció sorprenderse. Era una de esas contadas veces en las que no se le ocurría qué decir.

Shaon carraspeó con fuerza y se encaminó hacia la escalera.

—Quiero ver cómo está mi animalito —dijo.

—¿Tu animalito? —protestó Ampolla—. La bolsa mágica es mía, y Feril encogió a esa cosa horrible. —La kender alzó la barbilla—. La criatura es nuestra.

Pero la mujer bárbara se había marchado ya, por lo que la protesta de la kender fue en balde.

Dhamon fue hacia la escalera, pero Feril lo detuvo poniendo la mano en su hombro.

—Espera —empezó—. Tú venías a Refugio Solitario por algo. —La elfa señaló hacia una caja de nogal pulido de unos sesenta centímetros de largo por unos treinta de ancho que había en el centro de la mesa.

—¿Estaba ahí antes? —preguntó el guerrero. Se acercó y pasó los dedos por la tapa antes de abrirla suavemente. Dentro había una pieza de acero, abollada en algunos sitios, y adornada con trocitos de latón y oro.

Era el mango de una lanza, antiguo y ornamentado, con intrincadas espirales y dibujos por toda su superficie. Dhamon lo sacó de la caja e inspeccionó el agujero donde se ajustaba la lanza. Lo sostuvo en la mano derecha, como lo habría hecho si el arma hubiera estado completa. La pieza era increíblemente ligera.

El guerrero le dio la vuelta y reparó en un par de ganchos iguales. Metió la mano en el bolsillo, donde había guardado el estandarte de seda cuando se cambió de ropa, y lo prendió en su sitio.

—Ahora sólo falta una parte —dijo—. Y Palin nos llevará hasta ella. —Miró a Feril, que le sonreía enorgullecida.

»
Una de las Dragonlances originales —musitó el guerrero en tono reverente—. Siempre me he preguntado si no serían una simple leyenda.

Feril se echó a reír.

—Eran reales, tenlo por seguro. Imagino que todavía queda un par de ellas en alguna parte.

Dhamon asintió en silencio y, con sumo cuidado, volvió a guardar el mango de la lanza y el estandarte en la caja.

—Ignoro si incluso una lanza mágica podría matar algo tan grande como el Blanco que viste.

—Debes tener fe —repuso Feril—. La magia, si es lo bastante poderosa, puede hacer que el tamaño de algo sea irrelevante. Y, hablando de magia, creo que iré a ver qué hace Palin con el drac.

La elfa, con las mangas del vestido aleteando como mariposas, echó a andar hacia la escalera, aunque parecía que iba flotando. Cuando empezó a remontar los peldaños, Ampolla, que había permanecido tan inmóvil y callada que los dos habían olvidado su presencia, fue tras ella. La kender miró los altos escalones y puso el gesto ceñudo.

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