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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (34 page)

—Todo está construido a medida de los humanos —rezongó. Sabía que Feril llegaría arriba mucho antes que ella.

* * *

—Los campeones de Goldmoon más parecen chusma —comentó el Custodio, que estaba sentado a una larga mesa pulida, enfrente de Palin.

—Recuerdo historias que me contaba mi padre sobre tío Raistlin y él, Tas y todos los demás. Supongo que podrías haberlos descrito también como chusma, sobre todo después de salir de un combate.

El drac azul estaba en el centro de la mesa, dentro de una vasija de cristal en forma de campana, tapada con un grueso corcho. Observaba intensamente a los dos hombres. Entonces, completamente harto, fue de un lado a otro siseando y escupiendo rayos que rebotaron en los costados del recipiente y estallaron en un cegador despliegue de luz.

—Creo que Goldmoon hizo una sabia elección —continuó Palin—. Si vencieron a tres de estas criaturas, de estos nuevos draconianos, deben de ser formidables.

—O han tenido suerte. —El Custodio acercó el rostro al recipiente de cristal mientras echaba un poco hacia atrás la capucha, si bien sus rasgos siguieron ocultos bajo el embozo—. Realmente parece un draconiano, pero hay diferencias.

Palin se inclinó y miró fijamente al drac. El silencio se adueñó de la estancia. De repente, alargó la mano y aferró con fuerza la vasija.

—¡Son los ojos! ¡Fíjate!

El Custodio aflojó con suavidad los dedos de Palin para que soltara el recipiente y examinó detenidamente al drac.

—En efecto. No son del todo ojos de reptil —dijo, mostrándose de acuerdo.

—No me refiero sólo a las pupilas, grandes y redondas, ni al hecho de que tenga los ojos más hacia el centro de la cabeza en lugar de hacia los lados. Me refiero a lo que hay detrás de ellos, la expresión honda. Son sensibles, tristes, casi...

—Casi humanos —apostilló el Custodio. Miró a Palin y guardó silencio, expectante. Se había puesto pálido.

—¿Qué ocurre? —dijo Palin—. ¿Qué nos está pasando? ¿Es que nos estamos volviendo locos?

—Estamos muy cuerdos —repuso el Custodio—. Descubriremos qué hay detras de esto. —Puso la mano en el hombro de Palin—. El drac tiene la cola más fina que un draconiano, y puede volar. Hasta ahora, sólo los sivaks volaban. ¿Cabría la posibilidad de que esta criatura procediera de un huevo de Dragón Azul?

Palin asintió con la cabeza.

—Lo de los rayos coincide con el arma principal de un Azul —dijo—, pero fue Takhisis quien creó a los otros draconianos. Ausente ella, ¿quién habría creado a éste?

—Averigüémoslo.

Palin se levantó de la silla y fue hacia una hilera de escritorios y armarios bajos colocados contra la pared, a todo lo largo de la habitación. Empotrados en el muro y hechos con la misma madera que la mesa, contenían decenas de cajones de diferentes tamaños y distintos tiradores. Abrió uno de ellos y sacó varias hojas de pergamino, una pluma y un tintero.

—Anotaré las observaciones que hagamos —explicó mientras colocaba los utensilios de escritura sobre la mesa.

El Custodio salió de la estancia un momento, arrastrando suavemente la túnica tras de sí. Cuando volvió, traía una jofaina de cobre, llena de agua hasta el borde. La dejó sobre la mesa y tomó asiento. Descansó las dos manos a ambos lados del recipiente y se inclinó hacia adelante como si pensara beber en él. De sus labios salieron unas palabras. Su voz, queda y áspera, sonaba como hojas secas agitadas por el viento.

Palin observó al Custodio y comprendió que estaba realizando un conjuro de adivinación que les permitiría ver el nacimiento de la criatura, el proceso para crearla, y quién era el responsable. Sin quitar los ojos de la superficie del agua, Palin cogió la pluma y la primera hoja de pergamino.

Las palabras del Custodio se fueron haciendo más y más quedas, de manera que Palin apenas podía oírlas. El agua brillaba ligeramente, evocando los rayos de sol al acariciar la suave superficie de un lago. Apareció la imagen ondulada, etérea, de un joven de aspecto flaco y macilento, con una mata de cabello negro desgreñado. De anchos hombros, casi desnudo y curtido por el sol, tenía la apariencia de un bárbaro.

—Se me antoja que era oriundo de los Eriales del Septentrión —musitó el Custodio—. Fíjate en los dibujos del cinturón.

—Sí, y por los indicios, procedía de un lugar situado no muy lejos al norte de aquí.

—¿Dónde estás, hombre o drac? Muéstranos tu entorno, el lugar donde naciste —insistió el Custodio.

Unas ondas rizaron el agua alrededor de la imagen del hombre, y sus movimientos cambiantes recrearon un fondo rocoso.

—Está en una cueva —dijo Palin. Las sombras de unas imágenes se proyectaban contra la pared de la caverna; eran de personas de diferentes tamaños y formas, aunque los hechiceros no lograron distinguir sus fisonomías con suficiente precisión para calcular sus edades.

La imagen plasmada en la superficie del agua volvió a cambiar; los músculos del hombre se desdibujaron para, acto seguido, reaparecer otra vez, tornándose cobrizos y escamosos; y le crecieron alas en la espalda. Era un kapak —una especie draconiana bastante obtusa— que se encogió, acobardado, y lanzó miradas furtivas a uno y otro lado de la cueva.

—Esto es interesante. Quizá se hizo una fusión del kapak con el humano —especuló Palin—. Pero ¿cómo? ¿Y por qué iba a volverse azul?

De nuevo la imagen ondeó y cambió, de manera que la forma del kapak empezó a crecer hasta dar la impresión de ocupar toda la caverna en la que estaba. El agua se volvió completamente azul, y los dos hechiceros se inclinaron más sobre la jofaina.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Palin.

—Quizás es el cielo —respondió el Custodio, que se acercó más para localizar una nube o una figura pequeña en vuelo.

De repente, el agua se dividió por el centro, revelando un enorme y reluciente globo ocular. Un Dragón Azul acababa de abrir los ojos.

Los dos hechiceros se echaron hacia atrás rápidamente, apartándose de la jofaina, y se miraron el uno al otro.

—Skie —musitó Palin.

Los dos magos presenciaron cómo el ojo de reptil giraba de un lado a otro, al parecer examinando la estancia. Su funesta mirada se quedó prendida fijamente en ellos, y el ojo se estrechó. La imagen empezó a ondear, y el agua se volvió turbulenta, se enturbió, y se evaporó. La jofaina de cobre estaba vacía.

—¿Qué significa eso?

La pregunta la había hecho Shaon. La mujer bárbara se hallaba en el umbral, y su mirada fue de la jofaina al recipiente de cristal donde estaba metido el drac. Entró en la habitación e, inclinándose sobre la mesa, observó a la criatura fijamente. El drac le sostuvo la mirada.

Palin escribía en el pergamino con frenesí; quería anotar todas sus observaciones antes de que pasara más tiempo y borrara hasta el más mínimo recuerdo.

—Significa que Goldmoon escogió sabiamente a sus campeones —dijo el Custodio. Su voz era más apagada que antes a causa del agotamiento experimentado con la rigurosa prueba. Se recostó en la silla y exhaló el aire lentamente—. A pesar de toda nuestra magia, nuestros libros y horas de estudio, tú y tus compañeros habéis descubierto algo sobre los dragones que ni Palin ni yo ni nuestro colega, que está en otra parte, fuimos capaces de descubrir. Si los dragones, o incluso uno solo de ellos, han encontrado el modo de crear nuevos draconianos o dracs, entonces... —El Custodio dejó la frase en el aire.

—Entonces Krynn corre un peligro mayor de lo que cualquiera de nosotros temía —apostilló Dhamon, que había entrado en la habitación detrás de Feril.

—En efecto —convino el Custodio—. Los dragones son por sí mismos suficiente amenaza, pero si hemos de enfrentarnos antes a los vástagos del Azul para derrotarlos a ellos, entonces no sé si tendremos alguna posibilidad.

—Siempre la hay —intervino Palin al tiempo que dejaba la pluma—. Regresaré con vosotros a Palanthas. Allí recogeremos la última pieza de la lanza.

—Los caballeros negros, subordinados del Azul, nos estarán vigilando —advirtió Ampolla. La kender había llegado por fin al final de la escalera y jadeaba por el esfuerzo. Se preguntó cuántas veces al día la subirían y bajarían los hechiceros. Quizá los magos tenían las estancias importantes en el piso alto para así obligarse a hacer ejercicio, pensó.

—Aun así, debemos ir a Palanthas. Creo que podremos encontrar más respuestas allí que quedándonos aquí sentados. —Palin metió la mano en un profundo bolsillo, sacó la bolsa tejida de Ampolla, y se la tendió a la kender—. Lo siento, pero no es mágica —le dijo—. Y tampoco es especialmente resistente. Sospecho que el drac debió resultar herido en la lucha y quedó sin la fuerza necesaria para romperla y escapar. Lo dejaremos en ese recipiente para mayor seguridad.

—¿Y no se morirá ahí dentro, sin aire? —preguntó la kender.

—No —contestó Palin—. El frasco sí es mágico. No quiero que esta criatura escape. —Se volvió hacia Feril—. ¿Cuándo estudiaste misticismo con Goldmoon?

—Nunca —respondió la elfa, que bajó la vista al suelo.

Palin, intrigado, se acercó a ella.

—Entonces, la reducción del drac, tu magia ¿de dónde procede?

—Es algo que puedo hacer, simplemente. He tenido ese don toda mi vida.

—Magia innata —musitó Palin, que sonrió y lanzó una mirada de soslayo al Custodio—. Cuando tengamos tiempo —añadió—, me gustaría hablar contigo de esas dotes inherentes.

—Será un honor —aceptó ella—. ¿Podríamos hacer un pequeño desvío en el camino? Hay un chico solo en un pueblo. Los dracs capturaron a todos los adultos de su aldea.

—¿A cuántos? —inquirió Palin.

—Por lo que pudimos sacar en conclusión, fueron unas cuantas docenas —contestó Feril.

—El Azul podría estar creando todo un ejército de estas cosas —apuntó el Custodio—. Y nunca se crea un ejército sin un propósito.

—Bueno, los dracs no son invencibles —repuso Palin al tiempo que señalaba a la criatura.

—Y nosotros tampoco —comentó Ampolla.

* * *

Khellendros ronroneaba. Mirando a través de los ojos de su drac azul, analizaba a Palin, al Custodio y a los demás.

—Al llevar a mi vástago con ellos, me han llevado a mí.

El Azul estaba satisfecho. Sabría adonde iban y en qué estaban trabajando, y conocería cualquier hallazgo que hicieran, todo ello sin salir de su cómoda guarida. Y mientras tanto descubriría todas sus debilidades y sus puntos fuertes. Y, en el momento propicio, descargaría un ataque virulento sobre ellos.

—Tal vez les dé antes algo por lo que preocuparse —siseó—. Quizá los amenace, los asuste. Puede que haga de esto un juego. —Su boca se curvó en una mueca que quería ser sonrisa, e hizo un ademán con la garra llamando a los wyverns.

—¿Hacemos qué ahora? —preguntó el más grande.

—¿Hacemos algo? —abundó el otro.

—Sí —repuso Khellendros—. Id en busca de mi lugarteniente, Ciclón. Su cubil está al norte. Traedlo aquí.

—¿Hacemos ahora? Sol fuera ahora —dijo el pequeño.

—Calor fuera ahora —protestó el más grande.

Khellendros rugió, y los wyverns salieron precipitadamente a la tarde detestablemente ardiente del desierto.

30

Secretos

La noche estaba avanzada y todavía no se habían puesto en camino hacia Palanthas. A la luz de varias velas altas y gruesas que emitían una cálida luz sobre la acampanada vasija de cristal y la pulida mesa, Palin seguía analizando con minuciosidad al drac. Tenía sus notas, copiosas y detalladas, extendidas a su alrededor; algunas habían caído al suelo. Una silla adyacente estaba ocupada con montones de hojas en blanco.

El rostro del mago estaba sombreado por una barba crecida, y sus ojos denotaban fatiga. El estómago vacío hizo ruidos apagados; Palin había estado tan absorto en esta tarea que había pasado por alto la cena. El Custodio le había llevado una bandeja con pan y queso, un pequeño cuenco de bayas confitadas, y un vaso de vino. Todo se hallaba intacto. El drac miró la comida con ansia.

El Custodio de la Torre se encontraba ahora con Dhamon y el resto del grupo varios pisos más abajo, interrogándolos incisivamente acerca de su enfrentamiento con las criaturas y utilizando unos cuantos conjuros sencillos para recrear el combate; unas figuras fantasmales se proyectaban sobre una pared del comedor y reconstruían una y otra vez la refriega.

Dhamon observaba, con los puños apretados. No le gustaba revivir escenas de lucha. Se preguntó si la amenaza de un nuevo ejército de draconianos sería el anuncio de algo mucho más horrible que cuanto había experimentado hasta ahora.

Arriba, Palin sacudió la vasija hasta que el encolerizado drac soltó otra andanada de diminutos rayos.

—Interesante criatura, Majere.

Palin se volvió bruscamente. Del rincón más oscuro de la habitación salió un personaje envuelto en ropajes negros: el Hechicero Oscuro. La figura se separó de las sombras de la estancia y avanzó hacia la mesa; la máscara metálica destelló con la luz de las velas. El Hechicero Oscuro examinó las hojas de pergamino a medida que Palin le iba explicando sus descubrimientos con todo detalle.

—Vi a la hembra Roja —informó el Hechicero Oscuro—. Es enorme, mayor que cualquiera de los dragones que hemos observado, quizá tan grande como Takhisis. No tiene... dracs, como llamas a esta criatura, y tampoco draconianos. Sin embargo, sí cuenta con un ejército de goblins y hobgoblins que va incrementándose.

—Es probable que todos los señores supremos dragones estén acumulando tropas —comentó Palin—. Si lo hicieran para combatir unos contra otros, no me preocuparía. Pero la Purga de Dragones acabó hace tiempo. Llevan varios años sin luchar entre sí, así que es indiscutible que la ofensiva va contra nosotros ahora. Los Dragones del Bien hacen lo que pueden, pero han de realizar su labor a escondidas.

—El secreto es a veces necesario —asintió la figura de ropajes negros.

Palin observó al otro hechicero un momento, antes de ponerse a ordenar sus notas.

—El drac me preocupa —dijo.

—Claro. —El mago de negro se aproximó más a la vasija, y el drac miró fijamente el hueco en sombras bajo el embozo.

—Nos transportaremos a Palanthas, a un sitio fuera de la ciudad.

—¿Cuándo? —preguntó el Hechicero Oscuro.

—Ahora. Después de ocuparme de un chico cuya aldea fue atacada, sólo esperábamos que llegaras tú. —Palin se levantó de la silla—. Reuniré a los demás para transportarnos. No podemos perder más tiempo.

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