al hombre más principal
permiten sin deshonor
de su linaje, servirse
de un antifaz, y bajo él,
¿quién sabe, hasta descubrirse,
de qué carne es el pastel?
DON GONZALO.—Mejor fuera en aposento
contiguo…
BUTTARELLI.—Ninguno cae
aquí.
DON GONZALO.—Pues entonces trae
el antifaz.
BUTTARELLI.—Al momento.
DON GONZALO.
DON GONZALO.—No cabe en mi corazón
que tal hombre pueda haber,
y no quiero cometer
con él una sinrazón.
Yo mismo indagar prefiero
la verdad… mas, a ser cierta
la apuesta, primero muerta
que esposa suya la quiero.
No hay en la tierra interés
que si la daña me cuadre;
primero seré buen padre,
buen caballero después.
Enlace es de gran ventaja,
mas no quiero que Tenorio
del velo del desposorio
la recorte una mortaja.
DON GONZALO
y
BUTTARELLI,
que trae un antifaz.
BUTTARELLI.—Ya está aquí.
DON GONZALO.—Gracias, patrón;
¿Tardarán mucho en llegar?
BUTTARELLI.—Si vienen, no han de tardar;
cerca de las ocho son.
DON GONZALO.—¿Esa es la hora señalada?
BUTTARELLI.—Cierra el plazo, y es asunto
de perder quien no esté a punto
de la primer campanada.
DON GONZALO.—Quiera Dios que sea una chanza,
y no lo que se murmura.
BUTTARELLI.—No tengo aún por muy segura
de que cumplan, la esperanza;
pero si tanto os importa
lo que ello sea saber,
pues la hora está al caer,
la dilación es ya corta.
DON GONZALO.—Cúbrome, pues, y me siento.
(
Se sienta a una mesa a la derecha, y se pone el antifaz.
)
BUTTARELLI.—(
Aparte.
)
Curioso el viejo me tiene
del misterio con que viene…
y no me quedo contento
hasta saber quién es él.
(
Limpia y trajina, mirándole de reojo.
)
DON GONZALO.—(
Aparte.
)
¡Que un hombre como yo tenga
que esperar aquí, y se avenga
con semejante papel!
En fin, me importa el sosiego
de mi casa, y la ventura
de una hija sencilla y pura,
y no es para echarlo a juego.
DON GONZALO, BUTTARELLI
y
DON DIEGO,
a la puerta del fondo.
DON DIEGO.—La seña está terminante,
aquí es; bien me han informado;
llego pues.
BUTTARELLI.—¿Otro embozado?
DON DIEGO.—¿Ah de esta casa?
BUTTARELLI.—Adelante.
DON DIEGO.—¿La Hostería del Laurel?
BUTTARELLI.—En ella estáis, caballero.
DON DIEGO.—¿Está en casa el hostelero?
BUTTARELLI.—Estáis hablando con él.
DON DIEGO.—¿Sois vos Buttarelli?
BUTTARELLI.—Yo.
DON DIEGO.—¿Es verdad que hoy tiene aquí
Tenorio una cita?
BUTTARELLI.—Sí.
DON DIEGO.—¿Y ha acudido a ella?
BUTTARELLI.—No.
DON DIEGO.—¿Pero acudirá?
BUTTARELLI.—No sé.
DON DIEGO.—¿Le esperáis vos?
BUTTARELLI.—Por si acaso
venir le place.
DON DIEGO.—En tal caso,
yo también le esperaré.
(
Se sienta al lado opuesto a
DON GONZALO.)
BUTTARELLI.—¿Que os sirva vianda alguna
queréis mientras?
DON DIEGO.—No; tomad.
BUTTARELLI.—¿Excelencia?
DON DIEGO.—Y excusad
conversación importuna.
BUTTARELLI.—Perdonad.
DON DIEGO.—Vais perdonado;
dejadme, pues.
BUTTARELLI.—(
Aparte.
) ¡Jesucristo!
En toda mi vida he visto
hombre más mal humorado.
DON DIEGO.—(
Aparte.
) ¡Que un hombre de mi linaje
descienda a tan ruin mansión!
Pero no hay humillación
a que un padre no se baje
por un hijo. Quiero ver
por mis ojos la verdad,
y el monstruo de liviandad
a quien pude dar el ser.
(BUTTARELLI,
que anda arreglando sus trastos, contempla desde el fondo a
DON GONZALO
y a
DON DIEGO,
que permanecerán embozados y en silencio.
)
BUTTARELLI.—¡Vaya un par de hombres de piedra!
Para éstos sobra mi abasto;
mas, ¡pardiez!, pagan el gasto
que no hacen, y así se medra.
DON GONZALO, DON DIEGO, BUTTARELLI,
el Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA
y dos caballeros.
AVELLANEDA.—Vinieron, y os aseguro
que se efectuará la apuesta.
CENTELLAS.—Entremos, pues. ¿Buttarelli?
BUTTARELLI.—Señor capitán Centellas,
¿vos por aquí?
CENTELLAS.—Sí, Cristófano.
¿Cuándo aquí sin mi presencia
tuvieron lugar las orgias
que han hecho raya en la época?
BUTTARELLI.—Como ha tanto tiempo ya
que no os he visto…
CENTELLAS.—Las guerras
del Emperador a Túnez
me llevaron; mas mi hacienda
me vuelve a traer a Sevilla;
y, según lo que me cuentan,
llego lo más a propósito
para renovar añejas
amistades. Conque apróntanos
luego unas cuantas botellas,
y en tanto que humedecemos
la garganta, verdadera
relación haznos de un lance
sobre el cual hay controversia.
BUTTARELLI.—Todo se andará; mas antes
dejadme ir a la bodega.
VARIOS.—Sí, sí.
Dichos, menos
BUTTARELLI.
CENTELLAS.—Sentarse, señores,
y que siga Avellaneda
con la historia de don Luis.
AVELLANEDA.—No hay ya más que decir de ella,
sino que creo imposible
que la de Tenorio sea
más endiablada, y que apuesto
por don Luis.
CENTELLAS.—Acaso pierdas.
Don Juan Tenorio, se sabe
que es la más mala cabeza
del orbe, y no hubo hombre alguno
que aventajarle pudiera
con sólo su inclinación;
conque, ¿qué hará si se empeña?
AVELLANEDA.—Pues yo sé bien que Mejía
las ha hecho tales, que a ciegas
se puede apostar por él.
CENTELLAS.—Pues el capitán Centellas
pone por don Juan Tenorio
cuanto tiene.
AVELLANEDA.—Pues se acepta
por don Luis, que es muy mi amigo.
CENTELLAS.—Pues todo en contra se arriesga;
porque no hay como Tenorio
otro hombre sobre la tierra,
y es proverbial su fortuna
y extremadas sus empresas.
Dichos y
BUTTARELLI,
con botellas.
BUTTARELLI.—Aquí hay Falerno, Borgoña,
Sorrento.
CENTELLAS.—De lo que quieras
sirve, Cristófano, y dinos:
¿Qué hay de cierto en una apuesta,
por don Juan Tenorio ha un año
y don Luis Mejía hecha?
BUTTARELLI.—Señor capitán, no sé
tan a fondo la materia,
que os pueda sacar de dudas;
pero os diré lo que sepa.
VARIOS.—Habla, habla.
BUTTARELLI.—Yo, la verdad,
aunque fue en mi casa mesma
la cuestión entre ambos, como
pusieron tan larga fecha
a su plazo, creí siempre
que nunca a efecto viniera.
Así es que ni aun me acordaba
de tal cosa a la hora de esta.
Mas esta tarde, sería
al anochecer apenas,
entrose aquí un caballero
pidiéndome que le diera
recado con que escribir
una carta, y a sus letras
atento no más, me dio
tiempo a que charla metiera
con un paje que traía
paisano mío, de Génova.
No saqué nada del paje,
que es por Dios muy brava pesca;
mas cuando su amo acababa
la carta, le envió con ella
a quien iba dirigida;
el caballero en mi lengua
me habló, y me pidió noticias
de don Luis; dijo que entera
sabía de ambos la historia,
y tenía la certeza
de que al menos uno de ellos
acudiría a la apuesta.
Yo quise saber más de él;
mas púsome dos monedas
de oro en la mano, diciéndome
[así, como a la deshecha]:
«Y por si acaso los dos
al tiempo aplazado llegan,
ten prevenidas para ambos
tus dos mejores botellas».
Largose sin decir más,
y yo, atento a sus monedas,
les puse en el mismo sitio
donde apostaron, la mesa.
Y vedla allí con dos sillas,
dos copas y dos botellas.
AVELLANEDA.—Pues señor, no hay que dudar;
era don Luis.
CENTELLAS.—Don Juan era.
AVELLANEDA.—¿Tú no le viste la cara?
BUTTARELLI.—Si la traía cubierta
con un antifaz.
CENTELLAS.—Pero, hombre,
¿tú a los dos no los recuerdas?
¿O no sabes distinguir
a las gentes por sus señas
lo mismo que por sus caras?
BUTTARELLI.—Pues confieso mi torpeza;
no lo supe conocer,
y lo procuré de veras.
Pero silencio.
AVELLANEDA.—¿Qué pasa?
BUTTARELLI.—A dar el reloj comienza
los cuartos para las ocho.
(
Dan.
)
CENTELLAS.—Ved, ved la gente que se entra.
AVELLANEDA.—Como que está de este lance
curiosa Sevilla entera.
(
Se oyen dar las ocho; varias personas entran y se reparten en silencio por la escena; al dar la última campanada,
DON JUAN,
con antifaz, se llega a la mesa que ha preparado
BUTTARELLI
en el centro del escenario, y se dispone a ocupar una de las dos sillas que están delante de ella. Inmediatamente después de él, entra
DON LUIS,
también con antifaz, y se dirige a la otra. Todos los miran.
)
DON DIEGO, DON GONZALO, DON JUAN, DON LUIS, BUTTARELLI, CENTELLAS, AVELLANEDA,
caballeros, curiosos y enmascarados.
AVELLANEDA.—(
A
CENTELLAS
por
DON JUAN.) Verás aquél, si ellos vienen,
qué buen chasco que se lleva.
CENTELLAS.—(
A
AVELLANEDA
por
DON LUIS.) Pues allí va otro a ocupar
la otra silla; ¡uf! aquí es ella.
DON JUAN.—(
A
DON LUIS.)
Esa silla está comprada,
hidalgo.
DON LUIS.—(
A
DON JUAN.)
Lo mismo digo,
hidalgo; para un amigo
tengo yo esotra pagada.
DON JUAN.—Que ésta es mía haré notorio.
DON LUIS.—Y yo también que ésta es mía.
DON JUAN.—Luego sois don Luis Mejía.
DON LUIS.—Seréis, pues, don Juan Tenorio.
DON JUAN.—Puede ser.
DON LUIS.—Vos lo decís.
DON JUAN.—¿No os fiáis?
DON LUIS.—No.
DON JUAN.—Yo tampoco.
DON LUIS.—Pues no hagamos más el coco.
DON JUAN.—Yo soy don Juan. (
Quitándose la máscara.
)
DON LUIS.—(
Haciendo lo mismo.
) Yo don Luis.
(
Se sientan. El Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA, BUTTARELLI
y algunos otros se van a ellos y les saludan, abrazan y dan la mano, y hacen otras semejantes muestras de cariño y amistad.
DON JUAN y DON LUIS
las aceptan cortésmente.
)
CENTELLAS.—¡Don Juan!
AVELLANEDA.—¡Don Luis!
DON JUAN.—¡Caballeros!
DON LUIS.—¡Oh, amigos! ¿Qué dicha es ésta?
AVELLANEDA.—Sabíamos vuestra apuesta
y hemos acudido a veros.
DON LUIS.—Don Juan y yo tal bondad
en mucho os agradecemos.
DON JUAN.—El tiempo no malgastemos,
Don Luis.
(
A los otros.
) Sillas arrimad.
(
A los que están lejos.
) Caballeros, yo supongo
que a ustedes también aquí
les trae la apuesta, y por mí,
a antojo tal no me opongo.
DON LUIS.—Ni yo; que aunque nada más
Fue el empeño entre los dos,
no ha de decirse, por Dios,
que me avergonzó jamás.
DON JUAN.—Ni a mí, que el orbe es testigo
de que hipócrita no soy,
pues por doquiera que voy
va el escándalo conmigo.
DON LUIS.—¡Eh! ¿Y esos dos no se llegan
a escuchar? Vos. (
Por
DON DIEGO
y
DON GONZALO.)
DON DIEGO.—Yo estoy bien.
DON LUIS.—¿Y vos?
DON GONZALO.—De aquí oigo también.
DON LUIS.—Razón tendrán si se niegan.
(
Se sientan todos alrededor de la mesa en que están
DON LUIS Mejía
y
DON JUAN
Tenorio.
)
DON JUAN.—¿Estamos listos?
DON LUIS.—Estamos.
DON JUAN.—Como quien somos cumplimos.
DON LUIS.—Veamos, pues, lo que hicimos.
DON JUAN.—Bebamos antes.
DON LUIS.—Bebamos.
(
Lo hacen
.)
DON JUAN.—La apuesta fue…
DON LUIS.—Porque un día
dije que en España entera
no habría nadie que hiciera
lo que hiciera Luis Mejía.
DON JUAN.—Y siendo contradictorio
al vuestro mi parecer,
yo os dije: «Nadie ha de hacer
lo que hará don Juan Tenorio».
¿No es así?
DON LUIS.—Sin duda alguna;
y vinimos a apostar
quién de ambos sabría obrar
peor, con mejor fortuna,
en el término de un año;