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Authors: José Zorrilla

Tags: #Clásico, Drama, Teatro

Don Juan Tenorio (11 page)

SOMBRA.—No; mi espíritu, don Juan,

te aguardó en mi sepultura.

DON JUAN.—(
De rodillas.
)

¡Doña Inés! ¡Sombra querida,

alma de mi corazón,

no me quites la razón

si me has de dejar la vida!

Si eres imagen fingida,

sólo hija de mi locura,

no aumentes mi desventura

burlando mi loco afán.

SOMBRA.—Yo soy doña Inés, don Juan,

que te oyó en su sepultura.

DON JUAN.—¿Conque vives?

SOMBRA.—Para ti;

mas tengo mi purgatorio

en ese mármol mortuorio

que labraron para mí.

Yo a Dios mi alma ofrecí

en precio de tu alma impura;

y Dios, al ver la ternura

con que te amaba mi afán,

me dijo: «Espera a don Juan

en tu misma sepultura.

Y pues quieres ser tan fiel

a un amor de Satanás,

con don Juan te salvarás,

o te perderás con él.

Por él vela; mas si cruel

te desprecia tu ternura,

y en su torpeza y locura

sigue con bárbaro afán,

llévese tu alma don Juan

de tu misma sepultura
».

DON JUAN.—(
Fascinado.
)¡Yo estoy soñando quizás

con las sombras de un Edén!

SOMBRA.—No; y ve que si piensas bien,

a tu lado me tendrás;

mas si obras mal, causarás

nuestra eterna desventura.

Y medita con cordura

que es esta noche, don Juan,

el espacio que nos dan

para buscar sepultura.

Adiós, pues; y en la ardua lucha

en que va a entrar tu existencia,

de tu dormida conciencia

la voz que va a alzarse escucha,

porque es de importancia mucha

meditar con sumo tiento

la elección de aquel momento

que, sin poder evadirnos,

al mal o al bien ha de abrirnos

la losa del monumento.

(
Se cierra la apariencia; desaparece
DOÑA INÉS,
y todo queda como al principio del acto, menos la estatua de
DOÑA INÉS,
que no vuelve a su lugar.
DON JUAN
queda atónito.
)

Escena V

DON JUAN,
solo.

DON JUAN.—¡Cielos! ¿Qué es lo que escuché?

¡Hasta los muertos así

dejan sus tumbas por mí!

Mas, sombra, delirio fue.

Yo en mi mente lo forjé;

la imaginación le dio

la forma en que se mostró,

y ciego, vine a creer

en la realidad de un ser

que mi mente fabricó.

Mas nunca de modo tal

fanatizó mi razón

mi loca imaginación

con su poder ideal.

Sí; algo sobrenatural

vi en aquella doña Inés

tan vaporosa, a través

aun de esa enramada espesa;

mas… ¡bah!, circunstancia es ésa

que propia de sombra es.

¿Qué más diáfano y sutil

que las quimeras de un sueño?

¿Dónde hay nada más risueño,

más flexible y más gentil?

¿Y no pasa veces mil

que, en febril exaltación,

ve nuestra imaginación

como ser y realidad

la vacía vanidad

de una anhelada ilusión?

¡Sí, por Dios; delirio fue!

Mas su estatua estaba aquí.

Sí; yo la vi y la toqué,

y aun en albricias le dí

al escultor, no sé qué.

¡Y ahora sólo el pedestal

veo en la urna funeral!

¡Cielos! ¿La mente me falta,

o de improviso me asalta

algún vértigo infernal?

¿Qué dijo aquella visión?

¡Oh! Yo la oí claramente,

y su voz triste y doliente

resonó en mi corazón.

¡Ah! ¡Y breves las horas son

del plazo que nos augura!

¡No, no; de mi calentura

delirio insensato es!

Mi fiebre fue a doña Inés

quien abrió la sepultura.

¡Pasad y desvaneceos;

pasad, siniestros vapores

de mis perdidos amores

y mis fallidos deseos!

¡Pasad, vanos devaneos

de un amor muerto al nacer;

no me volváis a traer

entre vuestro torbellino

ese fantasma divino

que recuerda a una mujer!

¡Ah!, estos sueños me aniquilan,

mi cerebro se enloquece…

¡y esos mármoles parece

que estremecidos vacilan!

(
Las estatuas se mueven lentamente, y vuelven la cabeza hacia él.
)

¡Sí, sí; sus bustos oscilan,

su vago contorno medra…!

Pero don Juan no se arredra.

¡Alzaos, fantasmas vanos,

y os volveré con mis manos

a vuestros lechos de piedra!

No; no me causan pavor

vuestros semblantes esquivos;

jamás, ni muertos ni vivos,

humillaréis mi valor.

Yo soy vuestro matador,

como al mundo es bien notorio;

si en vuestro alcázar mortuorio

me aprestáis venganza fiera,

daos prisa, que aquí os espera

otra vez don Juan Tenorio.

Escena VI

DON JUAN,
el Capitán
CENTELLAS
y
AVELLANEDA.

CENTELLAS.—¿Don Juan Tenorio? (
Dentro.
)

DON JUAN.—(
Volviendo en sí.
) ¿Qué es eso?

¿Quién me repite mi nombre?

AVELLANEDA.—(
Saliendo.
) ¿Veis a alguien? (
A
CENTELLAS.)

CENTELLAS.—(
Saliendo.
) Sí; allí hay un hombre.

DON JUAN.—¿Quién va?

AVELLANEDA.—Él es.

CENTELLAS.—(
Yéndose a
DON JUAN.) Yo pierdo el seso

con la alegría. ¡Don Juan!

AVELLANEDA.—¡Señor Tenorio!

DON JUAN.—¡Apartaos,

vanas sombras!

CENTELLAS.—Reportaos,

señor don Juan… Los que están

en vuestra presencia ahora,

no son sombras, hombres son,

y hombres cuyo corazón

vuestra amistad atesora.

A la luz de las estrellas

os hemos reconocido,

y un abrazo hemos venido

a daros.

DON JUAN.—Gracias, Centellas.

CENTELLAS.—Mas… ¿qué tenéis? Por mi vida

que os tiembla el brazo, y está

vuestra faz descolorida.

DON JUAN.—La luna tal vez lo hará. (
Recobrando su aplomo.
)

AVELLANEDA.—Mas, don Juan, ¿qué hacéis aquí?

¿Este sitio conocéis?

DON JUAN.—¿No es un panteón?

CENTELLAS.—¿Y sabéis

a quién pertenece?

DON JUAN.—A mí;

mirad a mi alrededor,

y no veréis más que amigos

de mi niñez, o testigos

de mi audacia y mi valor.

CENTELLAS.—Pero os oímos hablar:

¿con quién estabais?

DON JUAN.—Con ellos.

CENTELLAS.—¿Venís aún a escarnecellos?

DON JUAN.—No; los vengo a visitar.

Mas un vértigo insensato

que la mente me asaltó,

un momento me turbó;

y a fe que me dio un mal rato.

Esos fantasmas de piedra

me amenazaban tan fieros,

que a mí acercado no haberos

pronto…

CENTELLAS.—¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¿Os arredra,

don Juan, como a los villanos,

el temor de los difuntos?

DON JUAN.—No a fe; contra todos juntos

tengo aliento y tengo manos.

Si volvieran a salir

de las tumbas en que están,

a las manos de don Juan

volverían a morir.

Y desde aquí en adelante

sabed, señor capitán,

que yo soy siempre don Juan,

y no hay cosa que me espante.

Un vapor calenturiento

un punto me fascinó,

Centellas, mas ya pasó;

cualquiera duda un momento.

AVELLANEDA y CENTELLAS.—Es verdad.

DON JUAN.—Vamos de aquí.

CENTELLAS.—Vamos, y nos contaréis

cómo a Sevilla volvéis

tercera vez.

DON JUAN.—Lo haré así.

Si mi historia os interesa,

a fe que oírse merece,

aunque mejor me parece

que la oigáis de sobremesa.

¿No opináis…?

AVELLANEDA y CENTELLAS.—Como gustéis.

DON JUAN.—Pues bien; cenaréis conmigo,

y en mi casa.

CENTELLAS.—Pero digo:

¿es cosa de que dejéis

algún huésped por nosotros?

¿No tenéis gato encerrado?

DON JUAN.—¡Bah! Si apenas he llegado;

no habrá allí más que vosotros

esta noche.

CENTELLAS.—¿Y no hay tapada

a quien algún plantón demos?

DON JUAN.—Los tres solos cenaremos.

Digo, si de esta jornada

no quiere igualmente ser

alguno de éstos. (
Señalando a las estatuas de los sepulcros.
)

CENTELLAS.—Don Juan,

dejad tranquilos yacer

a los que con Dios están.

DON JUAN.—¡Hola! ¿Parece que vos

sois ahora el que teméis

y mala cara ponéis

a los muertos? ¡Mas, por Dios,

que ya que de mí os burlasteis

cuando me visteis así,

en lo que penda de mí

os mostraré cuánto errasteis!

Por mí, pues, no ha de quedar;

y, a poder ser, estad ciertos

que cenaréis con los muertos,

y os los voy a convidar.

AVELLANEDA.—Dejaos de esas quimeras.

DON JUAN.—¿Duda en mi valor ponerme,

cuando hombre soy para hacerme

platos de sus calaveras?

Yo a nada tengo pavor;

(
Dirigiéndose a la
ESTATUA
de don Gonzalo, que es la que tiene más cerca.
)

tú eres el más ofendido:

mas, si quieres, te convido

a cenar, Comendador.

Que no lo puedas hacer

creo, y es lo que me pesa;

mas, por mi parte, en la mesa

te haré un cubierto poner.

Y a fe que favor me harás,

pues podré saber de ti

si hay más mundo que el de aquí

y otra vida, en que jamás,

a decir verdad, creí.

CENTELLAS.—Don Juan, eso no es valor:

locura, delirio es.

DON JUAN.—Como lo juzguéis mejor;

yo cumplo así. Vamos, pues.

Lo dicho, Comendador.

Acto II

DON JUAN, CENTELLAS, AVELLANEDA, CIUTTI,
la
SOMBRA
de doña Inés, la
ESTATUA
de don Gonzalo.

Aposento de
DON JUAN
Tenorio. Dos puertas en el fondo a derecha e izquierda preparadas para el juego escénico del acto. Otra puerta en el bastidor que cierra la decoración por la izquierda. Ventana en el de la derecha. Al alzarse el telón están sentados a la mesa
DON JUAN, CENTELLAS
y
AVELLANEDA.
La mesa ricamente servida, el mantel cogido con guirnaldas de flores, etc. Enfrente del espectador
, DON JUAN,
y a su izquierda
AVELLANEDA;
en el lado izquierdo de la mesa
, CENTELLAS,
y en el de enfrente de éste, una silla y un cubierto desocupado.

Escena I

DON JUAN,
el Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA, CIUTTI
y un
PAJE.

DON JUAN.—Tal es mi historia, señores;

pagado de mi valor,

quiso el mismo Emperador

dispensarme sus favores.

Y aunque oyó mi historia entera,

dijo: «Hombre de tanto brío

merece el amparo mío;

vuelva a España cuando quiera»;

y heme aquí en Sevilla ya.

CENTELLAS.—¡Y con qué lujo y riqueza!

DON JUAN.—Siempre vive con grandeza

quien hecho a grandeza está.

CENTELLAS.—A vuestra vuelta.

DON JUAN.—Bebamos.

CENTELLAS.—Lo que no acierto a creer

es cómo llegando ayer

ya establecido os hallamos.

DON JUAN.—Fue el adquirirme, señores,

tal casa con tal boato,

porque se vendió a barato

para pago de acreedores.

Y como al llegar aquí

desheredado me hallé,

tal como está la compré.

CENTELLAS.—¿Amueblada y todo?

DON JUAN.—Sí;

un necio que se arruinó

por una mujer, vendiola.

CENTELLAS.—¿Y vendió la hacienda sola?

DON JUAN.—Y el alma al diablo.

CENTELLAS.—¿Murió?

DON JUAN.—De repente; y la justicia,

que iba a hacer de cualquier modo

pronto despacho de todo,

viendo que yo su codicia

saciaba, pues los dineros

ofrecía dar al punto,

cediome el caudal por junto

y estafó a los usureros.

CENTELLAS.—Y la mujer, ¿qué fue de ella?

DON JUAN.—Un escribano la pista

la siguió, pero fue lista

y escapó.

CENTELLAS.—¿Moza?

DON JUAN.—Y muy bella.

CENTELLAS.—Entrar hubiera debido

en los muebles de la casa.

DON JUAN.—Don Juan Tenorio no pasa

moneda que se ha perdido.

Casa y bodega he comprado;

dos cosas que, no os asombre,

pueden bien hacer a un hombre

vivir siempre acompañado;

como lo puede mostrar

vuestra agradable presencia,

que espero que con frecuencia

me hagáis ambos disfrutar.

CENTELLAS.—Y nos haréis honra inmensa.

DON JUAN.—Y a mí vos. ¡Ciutti!

CIUTTI.—Señor.

DON JUAN.—Pon vino al Comendador. (
Señalando al vaso del puesto vacío.
)

CENTELLAS.—Don Juan, ¿aún en eso piensa

vuestra locura?

DON JUAN.—¡Sí, a fe!

Que si él no puede venir,

de mí no podréis decir

que en ausencia no le honré.

CENTELLAS.—¡Ja! ¡ja! ¡ja! Señor Tenorio,

creo que vuestra cabeza

va menguando en fortaleza.

DON JUAN.—Fuera en mí contradictorio

y ajeno de mi hidalguía

a un amigo convidar,

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