SOMBRA.—No; mi espíritu, don Juan,
te aguardó en mi sepultura.
DON JUAN.—(
De rodillas.
)
¡Doña Inés! ¡Sombra querida,
alma de mi corazón,
no me quites la razón
si me has de dejar la vida!
Si eres imagen fingida,
sólo hija de mi locura,
no aumentes mi desventura
burlando mi loco afán.
SOMBRA.—Yo soy doña Inés, don Juan,
que te oyó en su sepultura.
DON JUAN.—¿Conque vives?
SOMBRA.—Para ti;
mas tengo mi purgatorio
en ese mármol mortuorio
que labraron para mí.
Yo a Dios mi alma ofrecí
en precio de tu alma impura;
y Dios, al ver la ternura
con que te amaba mi afán,
me dijo: «Espera a don Juan
en tu misma sepultura.
Y pues quieres ser tan fiel
a un amor de Satanás,
con don Juan te salvarás,
o te perderás con él.
Por él vela; mas si cruel
te desprecia tu ternura,
y en su torpeza y locura
sigue con bárbaro afán,
llévese tu alma don Juan
de tu misma sepultura
».
DON JUAN.—(
Fascinado.
)¡Yo estoy soñando quizás
con las sombras de un Edén!
SOMBRA.—No; y ve que si piensas bien,
a tu lado me tendrás;
mas si obras mal, causarás
nuestra eterna desventura.
Y medita con cordura
que es esta noche, don Juan,
el espacio que nos dan
para buscar sepultura.
Adiós, pues; y en la ardua lucha
en que va a entrar tu existencia,
de tu dormida conciencia
la voz que va a alzarse escucha,
porque es de importancia mucha
meditar con sumo tiento
la elección de aquel momento
que, sin poder evadirnos,
al mal o al bien ha de abrirnos
la losa del monumento.
(
Se cierra la apariencia; desaparece
DOÑA INÉS,
y todo queda como al principio del acto, menos la estatua de
DOÑA INÉS,
que no vuelve a su lugar.
DON JUAN
queda atónito.
)
DON JUAN,
solo.
DON JUAN.—¡Cielos! ¿Qué es lo que escuché?
¡Hasta los muertos así
dejan sus tumbas por mí!
Mas, sombra, delirio fue.
Yo en mi mente lo forjé;
la imaginación le dio
la forma en que se mostró,
y ciego, vine a creer
en la realidad de un ser
que mi mente fabricó.
Mas nunca de modo tal
fanatizó mi razón
mi loca imaginación
con su poder ideal.
Sí; algo sobrenatural
vi en aquella doña Inés
tan vaporosa, a través
aun de esa enramada espesa;
mas… ¡bah!, circunstancia es ésa
que propia de sombra es.
¿Qué más diáfano y sutil
que las quimeras de un sueño?
¿Dónde hay nada más risueño,
más flexible y más gentil?
¿Y no pasa veces mil
que, en febril exaltación,
ve nuestra imaginación
como ser y realidad
la vacía vanidad
de una anhelada ilusión?
¡Sí, por Dios; delirio fue!
Mas su estatua estaba aquí.
Sí; yo la vi y la toqué,
y aun en albricias le dí
al escultor, no sé qué.
¡Y ahora sólo el pedestal
veo en la urna funeral!
¡Cielos! ¿La mente me falta,
o de improviso me asalta
algún vértigo infernal?
¿Qué dijo aquella visión?
¡Oh! Yo la oí claramente,
y su voz triste y doliente
resonó en mi corazón.
¡Ah! ¡Y breves las horas son
del plazo que nos augura!
¡No, no; de mi calentura
delirio insensato es!
Mi fiebre fue a doña Inés
quien abrió la sepultura.
¡Pasad y desvaneceos;
pasad, siniestros vapores
de mis perdidos amores
y mis fallidos deseos!
¡Pasad, vanos devaneos
de un amor muerto al nacer;
no me volváis a traer
entre vuestro torbellino
ese fantasma divino
que recuerda a una mujer!
¡Ah!, estos sueños me aniquilan,
mi cerebro se enloquece…
¡y esos mármoles parece
que estremecidos vacilan!
(
Las estatuas se mueven lentamente, y vuelven la cabeza hacia él.
)
¡Sí, sí; sus bustos oscilan,
su vago contorno medra…!
Pero don Juan no se arredra.
¡Alzaos, fantasmas vanos,
y os volveré con mis manos
a vuestros lechos de piedra!
No; no me causan pavor
vuestros semblantes esquivos;
jamás, ni muertos ni vivos,
humillaréis mi valor.
Yo soy vuestro matador,
como al mundo es bien notorio;
si en vuestro alcázar mortuorio
me aprestáis venganza fiera,
daos prisa, que aquí os espera
otra vez don Juan Tenorio.
DON JUAN,
el Capitán
CENTELLAS
y
AVELLANEDA.
CENTELLAS.—¿Don Juan Tenorio? (
Dentro.
)
DON JUAN.—(
Volviendo en sí.
) ¿Qué es eso?
¿Quién me repite mi nombre?
AVELLANEDA.—(
Saliendo.
) ¿Veis a alguien? (
A
CENTELLAS.)
CENTELLAS.—(
Saliendo.
) Sí; allí hay un hombre.
DON JUAN.—¿Quién va?
AVELLANEDA.—Él es.
CENTELLAS.—(
Yéndose a
DON JUAN.) Yo pierdo el seso
con la alegría. ¡Don Juan!
AVELLANEDA.—¡Señor Tenorio!
DON JUAN.—¡Apartaos,
vanas sombras!
CENTELLAS.—Reportaos,
señor don Juan… Los que están
en vuestra presencia ahora,
no son sombras, hombres son,
y hombres cuyo corazón
vuestra amistad atesora.
A la luz de las estrellas
os hemos reconocido,
y un abrazo hemos venido
a daros.
DON JUAN.—Gracias, Centellas.
CENTELLAS.—Mas… ¿qué tenéis? Por mi vida
que os tiembla el brazo, y está
vuestra faz descolorida.
DON JUAN.—La luna tal vez lo hará. (
Recobrando su aplomo.
)
AVELLANEDA.—Mas, don Juan, ¿qué hacéis aquí?
¿Este sitio conocéis?
DON JUAN.—¿No es un panteón?
CENTELLAS.—¿Y sabéis
a quién pertenece?
DON JUAN.—A mí;
mirad a mi alrededor,
y no veréis más que amigos
de mi niñez, o testigos
de mi audacia y mi valor.
CENTELLAS.—Pero os oímos hablar:
¿con quién estabais?
DON JUAN.—Con ellos.
CENTELLAS.—¿Venís aún a escarnecellos?
DON JUAN.—No; los vengo a visitar.
Mas un vértigo insensato
que la mente me asaltó,
un momento me turbó;
y a fe que me dio un mal rato.
Esos fantasmas de piedra
me amenazaban tan fieros,
que a mí acercado no haberos
pronto…
CENTELLAS.—¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¿Os arredra,
don Juan, como a los villanos,
el temor de los difuntos?
DON JUAN.—No a fe; contra todos juntos
tengo aliento y tengo manos.
Si volvieran a salir
de las tumbas en que están,
a las manos de don Juan
volverían a morir.
Y desde aquí en adelante
sabed, señor capitán,
que yo soy siempre don Juan,
y no hay cosa que me espante.
Un vapor calenturiento
un punto me fascinó,
Centellas, mas ya pasó;
cualquiera duda un momento.
AVELLANEDA y CENTELLAS.—Es verdad.
DON JUAN.—Vamos de aquí.
CENTELLAS.—Vamos, y nos contaréis
cómo a Sevilla volvéis
tercera vez.
DON JUAN.—Lo haré así.
Si mi historia os interesa,
a fe que oírse merece,
aunque mejor me parece
que la oigáis de sobremesa.
¿No opináis…?
AVELLANEDA y CENTELLAS.—Como gustéis.
DON JUAN.—Pues bien; cenaréis conmigo,
y en mi casa.
CENTELLAS.—Pero digo:
¿es cosa de que dejéis
algún huésped por nosotros?
¿No tenéis gato encerrado?
DON JUAN.—¡Bah! Si apenas he llegado;
no habrá allí más que vosotros
esta noche.
CENTELLAS.—¿Y no hay tapada
a quien algún plantón demos?
DON JUAN.—Los tres solos cenaremos.
Digo, si de esta jornada
no quiere igualmente ser
alguno de éstos. (
Señalando a las estatuas de los sepulcros.
)
CENTELLAS.—Don Juan,
dejad tranquilos yacer
a los que con Dios están.
DON JUAN.—¡Hola! ¿Parece que vos
sois ahora el que teméis
y mala cara ponéis
a los muertos? ¡Mas, por Dios,
que ya que de mí os burlasteis
cuando me visteis así,
en lo que penda de mí
os mostraré cuánto errasteis!
Por mí, pues, no ha de quedar;
y, a poder ser, estad ciertos
que cenaréis con los muertos,
y os los voy a convidar.
AVELLANEDA.—Dejaos de esas quimeras.
DON JUAN.—¿Duda en mi valor ponerme,
cuando hombre soy para hacerme
platos de sus calaveras?
Yo a nada tengo pavor;
(
Dirigiéndose a la
ESTATUA
de don Gonzalo, que es la que tiene más cerca.
)
tú eres el más ofendido:
mas, si quieres, te convido
a cenar, Comendador.
Que no lo puedas hacer
creo, y es lo que me pesa;
mas, por mi parte, en la mesa
te haré un cubierto poner.
Y a fe que favor me harás,
pues podré saber de ti
si hay más mundo que el de aquí
y otra vida, en que jamás,
a decir verdad, creí.
CENTELLAS.—Don Juan, eso no es valor:
locura, delirio es.
DON JUAN.—Como lo juzguéis mejor;
yo cumplo así. Vamos, pues.
Lo dicho, Comendador.
DON JUAN, CENTELLAS, AVELLANEDA, CIUTTI,
la
SOMBRA
de doña Inés, la
ESTATUA
de don Gonzalo.
Aposento de
DON JUAN
Tenorio. Dos puertas en el fondo a derecha e izquierda preparadas para el juego escénico del acto. Otra puerta en el bastidor que cierra la decoración por la izquierda. Ventana en el de la derecha. Al alzarse el telón están sentados a la mesa
DON JUAN, CENTELLAS
y
AVELLANEDA.
La mesa ricamente servida, el mantel cogido con guirnaldas de flores, etc. Enfrente del espectador
, DON JUAN,
y a su izquierda
AVELLANEDA;
en el lado izquierdo de la mesa
, CENTELLAS,
y en el de enfrente de éste, una silla y un cubierto desocupado.
DON JUAN,
el Capitán
CENTELLAS, AVELLANEDA, CIUTTI
y un
PAJE.
DON JUAN.—Tal es mi historia, señores;
pagado de mi valor,
quiso el mismo Emperador
dispensarme sus favores.
Y aunque oyó mi historia entera,
dijo: «Hombre de tanto brío
merece el amparo mío;
vuelva a España cuando quiera»;
y heme aquí en Sevilla ya.
CENTELLAS.—¡Y con qué lujo y riqueza!
DON JUAN.—Siempre vive con grandeza
quien hecho a grandeza está.
CENTELLAS.—A vuestra vuelta.
DON JUAN.—Bebamos.
CENTELLAS.—Lo que no acierto a creer
es cómo llegando ayer
ya establecido os hallamos.
DON JUAN.—Fue el adquirirme, señores,
tal casa con tal boato,
porque se vendió a barato
para pago de acreedores.
Y como al llegar aquí
desheredado me hallé,
tal como está la compré.
CENTELLAS.—¿Amueblada y todo?
DON JUAN.—Sí;
un necio que se arruinó
por una mujer, vendiola.
CENTELLAS.—¿Y vendió la hacienda sola?
DON JUAN.—Y el alma al diablo.
CENTELLAS.—¿Murió?
DON JUAN.—De repente; y la justicia,
que iba a hacer de cualquier modo
pronto despacho de todo,
viendo que yo su codicia
saciaba, pues los dineros
ofrecía dar al punto,
cediome el caudal por junto
y estafó a los usureros.
CENTELLAS.—Y la mujer, ¿qué fue de ella?
DON JUAN.—Un escribano la pista
la siguió, pero fue lista
y escapó.
CENTELLAS.—¿Moza?
DON JUAN.—Y muy bella.
CENTELLAS.—Entrar hubiera debido
en los muebles de la casa.
DON JUAN.—Don Juan Tenorio no pasa
moneda que se ha perdido.
Casa y bodega he comprado;
dos cosas que, no os asombre,
pueden bien hacer a un hombre
vivir siempre acompañado;
como lo puede mostrar
vuestra agradable presencia,
que espero que con frecuencia
me hagáis ambos disfrutar.
CENTELLAS.—Y nos haréis honra inmensa.
DON JUAN.—Y a mí vos. ¡Ciutti!
CIUTTI.—Señor.
DON JUAN.—Pon vino al Comendador. (
Señalando al vaso del puesto vacío.
)
CENTELLAS.—Don Juan, ¿aún en eso piensa
vuestra locura?
DON JUAN.—¡Sí, a fe!
Que si él no puede venir,
de mí no podréis decir
que en ausencia no le honré.
CENTELLAS.—¡Ja! ¡ja! ¡ja! Señor Tenorio,
creo que vuestra cabeza
va menguando en fortaleza.
DON JUAN.—Fuera en mí contradictorio
y ajeno de mi hidalguía
a un amigo convidar,