Authors: Christopher Hitchens
Así pues, las «evidencias» para sustentar la fe parecen dejar a esta con un aspecto aún más débil del que tendría si se mantuviera erguida por sí misma, en solitario y sin apoyaturas. Lo que se puede afirmar sin pruebas también puede desestimarse sin pruebas. Esto es aun más cierto cuando las «evidencias» ofrecidas son en última instancia tan zafias e interesadas.
El «argumento de autoridad» es el más débil de todos los mecanismos de argumentación. Es débil cuando se afirma de segunda o tercera mano («El Libro dice»), y lo es aún más cuando se afirma de primera mano, como bien saben todos los niños que han oído decir a su padre «porque lo digo yo» (y como bien saben todos los padres que se han visto reducidos a pronunciar unas palabras que otrora les sonaron tan poco convincentes). Sin embargo, descubrirse afirmando que toda religión está construida por mamíferos corrientes y que no encierra ningún secreto o misterio exige un determinado «salto» de otra naturaleza. Tras la cortina del mago de Oz no hay nada más que un fiasco. ¿Puede ser esto realmente cierto? Como siempre me ha impresionado el peso de la historia y la cultura, sigo formulándome esta pregunta. Entonces, ¿ha sido todo en vano? ¿Los fabulosos esfuerzos de los teólogos y los eruditos? ¿Y los extraordinarios esfuerzos de los pintores, arquitectos y músicos por crear algo perdurable y maravilloso que atestiguara la gloria de dios?
En absoluto. A mí no me importa si Homero era una persona o muchas, o si Shakespeare era un católico clandestino o un agnóstico encubierto. Si se descubriera finalmente que quien mejor ha escrito sobre el amor, tragedias, comedias y obras morales había sido desde el primer momento el conde de Oxford, no sentiría que mi mundo se ha derrumbado, aunque debo añadir que la mera autoría es importante para mí y que si me enterara de que el autor había sido Bacon me entristecería y deprimiría un poco. Shakespeare posee mucha más relevancia moral que el Talmud, el Corán o cualquier narración sobre tremendos combates entre tribus de la Edad del Hierro. Pero se puede aprender y descubrir muchas cosas con el escrutinio de la religión, y a menudo nos encontramos subidos a hombros de autores y pensadores distinguidos que fueron sin duda nuestros superiores intelectuales y, a veces, incluso morales. En su época, muchos de ellos hicieron jirones el disfraz de la idolatría y el paganismo y hasta se expusieron a ser martirizados por las disputas con sus propios correligionarios. Sin embargo, ha llegado un momento de la historia en que hasta un enano como yo puede afirmar saber mas (si bien, sin ningún mérito propio) y ver que todavía falta la rasgadura definitiva del disfraz entero. Entre ambos momentos, las ciencias de la crítica textual, la arqueología, la física y la biología molecular han demostrado que los mitos religiosos son explicaciones falsas y artificiales. La pérdida de la fe puede compensarse mediante las maravillas más recientes y exquisitas que afloran ante nosotros, además de con la inmersión en las obras casi milagrosas de Homero, Shakespeare, Milton, Tolstoi o Proust, todas las cuales fueron también «construidas por el hombre» (aunque de vez en cuando uno vuelve a dudar de ello, como en el caso de Mozart). Puedo afirmar esto en mi condición de individuo cuya fe secular se ha visto sacudida y desplazada, no sin dolor.
Cuando era marxista no defendía mis opiniones como artículos de fe, pero sí tenía la convicción de que podría descubrirse una especie de teoría del campo unificado. El concepto de materialismo histórico y dialéctico no era un absoluto ni contenía ningún elemento sobrenatural, pero sí albergaba su elemento mesiánico en la idea de que llegaría un momento final, y sin ninguna duda contaba con sus mártires, sus santos, sus doctrinas y (al cabo de un tiempo) sus papados rivales que se excomulgaban mutuamente. También sufrió sus cismas, sus inquisiciones y sus persecuciones de la herejía. Yo fui miembro de una secta disidente que admiraba a Rosa Luxemburg y León Trotski y puedo afirmar categóricamente que también teníamos nuestros profetas. Cuando Rosa Luxemburg hablaba sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial parecía casi una combinación de Casandra y Jeremías, y de hecho la magnífica biografía de León Trotski en tres volúmenes obra de Isaac Deutscher se titulaba
El profeta
(en sus tres estadios: armado, desarmado y desterrado). De joven, Deutscher había sido educado para ser rabino y habría sido un talmudista brillante… igual que Trotski. Veamos lo que dice Trotski (adelantándose al Evangelio gnóstico de Judas) sobre el modo en que Stalin se hizo con el poder en el Partido Bolchevique:
De los doce apóstoles de Cristo, solo Judas salió traidor. Pero si hubiera logrado el poder, habría presentado como traidores a los otros once apóstoles, sin olvidar a los setenta apóstoles menores que menciona san Lucas.
Y veamos ahora lo que sucedió según las espeluznantes palabras de Deutscher cuando las fuerzas pronazis de Noruega obligaron al gobierno a negarle a Trotski el asilo político y a volver a deportarlo una vez más, condenado a vagar por el mundo hasta encontrar la muerte. El anciano se reunió con el ministro de Asuntos Exteriores noruego Trygve Lie y otros políticos, y entonces:
Al llegar a este punto Trotski elevó su voz de tal modo que resonó por las salas y los corredores del ministerio: «Este es vuestro primer acto de capitulación ante el nazismo en vuestro propio país. Pagaréis por ello. Os sentís seguros y en libertad de tratar a un exiliado político como os venga en gana. Pero el día está cerca
—
¡recordadlo!
—
, el día está cerca en que los nazis os expulsarán de vuestro país, a todos vosotros […]». Trygve Lie se encogió de hombros al escuchar el extraño vaticinio. Pero menos de cuatro años después el mismo gobierno tuvo efectivamente que huir de Noruega ante la invasión nazi; y mientras los ministros y su anciano rey Haakon aguardaban en la costa, ansiosos y apretados los unos contra los otros, el barco que habría de conducirlos a Inglaterra, recordaron con sobrecogimiento las palabras de Trotski como la maldición de un profeta convertida en realidad.
Trotski poseía un profundo espíritu crítico materialista que le permitió ser clarividente; en modo alguno todas las veces, pero sí de forma asombrosa en algunas de ellas. Y ciertamente poseía un sentido (patente en su emotivo ensayo
Literatura y revolución)
del insaciable anhelo de los pobres y los oprimidos por elevarse sobre el mundo estrictamente material y alcanzar algo trascendente. Durante buena parte de mi vida he compartido esta idea, que aún no he abandonado del todo. Pero llegó un momento en que no podía defenderme de las embestidas de la realidad, y en verdad no deseaba protegerme de ellas. Reconocí que el marxismo contaba con sus glorias intelectuales, filosóficas y éticas, pero vivía en el pasado. Tal vez conservara algo de su etapa heroica, pero había que afrontar la realidad: ya no era ninguna guía para el futuro. Además, el concepto mismo de solución total había desembocado en los sacrificios humanos más atroces y en la invención de justificaciones para los mismos. Aquellos de nosotros que habíamos buscado una alternativa racional a la religión habíamos llegado a un destino análogamente dogmático. ¿Qué otra cosa podía esperarse de algo elaborado por los primos carnales de los chimpancés? Así pues, querido lector, si ha llegado hasta ese punto y ha visto menoscabada su fe (como confío en que haya sucedido) puedo decirle que hasta cierto punto sé por lo que está pasando. Hay días en que echo de menos mis antiguas convicciones como si se trataran de un miembro amputado. Pero, en términos generales, me siento mejor y no menos radical; y usted también se sentirá mejor, se lo garantizo, cuando abandone las doctrinas y permita que su mente libre de cadenas, piense por sí misma.
En lo que atañe a los problemas de la religión, el hombre se hace culpable de un sinnúmero de insinceridades y de vicios intelectuales.
SIGMUND FREUD, El porvenir de una ilusión
En cuanto a los distintos tipos de culto que prevalecían en el mundo romano, el pueblo los consideraba igualmente ciertos; el filósofo, igualmente falsos, y el magistrado, igualmente útiles, de modo que la tolerancia produjo no solo indulgencia mutua, sino incluso concordia religiosa.
EDWARD GIBBON, Historia de la decadencia y caída del Imperio romano
Según un antiguo adagio popular de Chicago, si uno quiere conservar el respeto por los ediles de la ciudad o el apetito de salchichas, debería cuidarse de no presenciar cómo se acicalan los primeros y cómo se elaboran las segundas. Engels afirmaba que es en la anatomía del ser humano donde reside la clave de la anatomía del simio. Así pues, si observamos el proceso de formación de una religión podemos formular algunas hipótesis sobre los orígenes de aquellas religiones que fueron creadas antes de que la mayoría de la gente supiera leer. Entre una amplia gama de religiones-salchicha decididamente artificiales escogeré el «culto del cargamento» melanesio, la superestrella de la Iglesia pentecostal Marjoe y la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Último Día, comúnmente conocida como los mormones.
Seguramente, a lo largo de la historia a mucha gente se le ha ocurrido una idea: ¿qué pasaría si hay otra vida, pero no hay dios? ¿Qué pasaría si hay dios, pero no hay otra vida? Por lo que sé, el escritor que expresó este problema con la máxima claridad fue Thomas Hobbes en su obra maestra de 1651,
Leviatán.
Recomiendo vivamente la lectura del capítulo 38 de la tercera parte y el capítulo 44 de la cuarta parte, por puro gusto, ya que el profundo conocimiento de Hobbes tanto de las Sagradas Escrituras como de la lengua inglesa es bastante pasmoso. También nos recuerda lo peligroso que es y ha sido siempre pensar siquiera en estas cuestiones. Su brioso e irónico carraspeo es elocuente por sí solo. Cuando reflexionaba sobre la absurda historia de la «caída» de Adán (el primer caso de alguien que haya sido creado libre y a continuación se le cargue con prohibiciones imposibles de cumplir), Hobbes opinaba, sin olvidarse de añadir atemorizado que lo hacía «sometiéndome sin embargo tanto en esto como en toda cuestión cuya determinación depende de las Escrituras», que si Adán fue condenado a muerte por pecar, su muerte debió de haber sido pospuesta, ya que consiguió engendrar una numerosa progenie antes de morir de forma efectiva.
Tras haber sembrado esta subversiva idea (que prohibir a Adán comer de un árbol so pena de muerte y de otro so pena de vivir eternamente es absurdo y contradictorio), Hobbes se vio obligado a imaginar unas Sagradas Escrituras alternativas e incluso castigos y eternidades alternativas. Su argumento consistía en que tal vez las personas no obedecieran las normas de los hombres porque tenían más miedo a la retribución divina que a una muerte atroz en este mundo, pero había detectado el proceso mediante el cual las personas son siempre libres de inventar una religión que se ajuste a sus intereses y que les recompense o les adule. Samuel Butler adaptaría esta idea en su libro
Erewhon Revisited.
En la primera de la serie,
Erewhon,
el señor Higgs visita un remoto país del cual consigue finalmente escapar en globo. A su regreso, dos décadas más tarde, descubre que en su ausencia se ha convertido en un dios llamado «Niño Sol», al que se rinde culto en el día que ascendió al cielo. Dos sumos sacerdotes se disponen celebrar la ascensión, y cuando Higgs les amenaza con dejarlos al descubierto y revelar que es un simple mortal, le dicen: «No debes hacer eso, ya que toda la moral de este país se ciñe en torno a este punto y, si alguna vez se enteran de que no ascendisteis al cielo, se volverán todos unos depravados».
En 1964 apareció una famosa película documental titulada
Este perro mundo,
en la que los directores recogieron numerosas ilusiones y actos de crueldad humanos. Fue la primera ocasión en que se pudo ver con claridad y ante las cámaras cómo se ensamblaba una nueva religión. Tal vez los habitantes de las islas del Pacífico hayan vivido durante siglos aislados del mundo más desarrollado económicamente, pero cuando recibieron la visita de su fatal impacto, muchos de ellos se mostraron lo bastante astutos para comprenderlo de inmediato. Allí llegaban grandes navíos con las velas hinchadas portando tesoros, armas e instrumentos que no podían compararse con nada. Algunos de los isleños menos instruidos hicieron lo que hace mucha gente cuando afronta un fenómeno nuevo y trataron de traducirlo a un discurso inteligible para ellos (algo no muy distinto de lo que hicieron aquellos atemorizados aztecas que, al ver por primera vez en Mesoamérica a soldados españoles a caballo, concluyeron que tenían por enemigos a centauros). Aquellas almas cándidas decidieron que los occidentales eran unos antepasados suyos a los que lloraban desde hacía mucho tiempo y que por fin habían regresado con bienes procedentes del más allá. Esta ilusión no pudo sobrevivir mucho tiempo al encuentro con los colonos, pero posteriormente se observó que en varios lugares los isleños más brillantes tuvieron otra idea mejor. Repararon en que aquellos forasteros construían muelles y embarcaderos, tras lo cual llegaban más embarcaciones y descargaban más bienes. Actuando de forma análoga y mimética, los habitantes del lugar construyeron sus propios embarcaderos y esperaron a que también estos atrajeran algunos barcos. Como este modo de actuar era fútil, no consiguió retrasar el avance de los posteriores misioneros cristianos. Cuando hicieron su aparición, les preguntaron dónde estaban los regalos (y enseguida se presentaron con algunas baratijas).
En el siglo XX el «culto del cargamento» reapareció de un modo aún más impresionante y enternecedor. Cuando las unidades de las fuerzas armadas de Estados Unidos construyeron pistas de aterrizaje en el Pacífico para librar la batalla con Japón, descubrieron que eran objeto de una imitación ciega. Los lugareños más entusiastas abandonaron sus ritos cristianos un tanto manidos y dedicaron todas sus energías a la construcción de franjas de tierra para aterrizar que atrajeran aviones cargados. Fabricaron antenas de imitación con bambú. Hicieron y encendieron fogatas para simular las antorchas que guiaban el aterrizaje de los aviones estadounidenses. Y esto todavía sigue sucediendo, lo cual es lo más triste de la secuencia de
Este perro mundo.
En la isla de Tana, un soldado estadounidense fue nombrado redentor. Su nombre, John Frum, parece haber sido también una invención. Pero el regreso del redentor Frum se predicaba y auguraba incluso después de que en 1945 el último militar destinado allí abandonara la isla por aire o por mar y todavía pervive una ceremonia anual que lleva su nombre. En otra isla llamada Nueva Bretaña, adyacente a Papua Nueva Guinea, el culto guarda una analogía aún más asombrosa. Posee diez mandamientos (las «Diez Leyes»), una trinidad que tiene una presencia en el cielo y otra en la tierra y un sistema ritual de tributos destinado a ganarse la voluntad de estas autoridades. Según creen sus fieles, si el ritual se realiza con la suficiente pureza y el debido fervor, será el preludio de una era de leche y miel. Es triste decir que este resplandeciente futuro se conoce como la «Era de las Empresas» y que hará florecer y prosperar a Nueva Bretaña como si de una empresa multinacional se tratara.