Authors: Charlaine Harris
—Oh. —Reflexioné sobre el asunto. No me parecía que ese puesto restara poder al de Eric. Si Eric seguía bien, los suyos estarían bien. Aparte de eso, me daba lo mismo lo que hicieran los vampiros—. Y ha decidido hablar contigo porque...
—Porque tenía entendido que yo tenía relaciones en la comunidad regional de seres sobrenaturales —dijo secamente Sam—. Quería que estuviese al corriente de que está disponible para consulta en el caso de que «surjan problemas». Me ha dado su tarjeta. —Me la mostró. No sé si esperaba que gotease sangre o algo por el estilo, pero vi que era una tarjeta normal y corriente.
—Muy bien. —Me encogí de hombros.
—¿Qué querían Claudine y su hermano? —preguntó Sam.
Me sentía mal por esconderle a Sam lo de mi nuevo bisabuelo, pero Niall me había dicho que lo mantuviese en secreto.
—No tenía noticias mías desde la contienda de Shreveport —dije—. Simplemente quería ver si todo iba bien y se trajo a Claude con ella.
Sam me miró un poco de reojo pero no hizo más comentarios sobre el tema.
—Tal vez —dijo transcurrido un minuto— estemos empezando una época larga de paz. Tal vez podamos dedicarnos simplemente a trabajar en el bar sin que ocurra nada en la comunidad de los seres sobrenaturales. Así lo espero, pues cada vez está más cerca el momento en que los hombres lobo hagan pública su existencia.
—¿Crees que será pronto? —No tenía ni idea de cómo reaccionaría Estados Unidos a la noticia de que los vampiros no eran lo único que andaba rondando por ahí por las noches—. ¿Crees que todos los demás cambiantes lo anunciarán el mismo día?
—Tendrán que hacerlo —dijo Sam—. En nuestra página web hablamos del tema.
Sam tenía una vida desconocida para mí. Aquello encendió una idea en mi cabeza. Dudé un instante, pero me lancé. Mi propia vida estaba llena de interrogantes. Quería responder al menos algunos de ellos.
—¿Cómo fue que te instalaste aquí? —le pregunté.
—Había estado en la zona —dijo—. Estuve cuatro años en el ejército.
—¿De verdad? —Me costaba creer no haberme enterado antes de aquello.
—Sí —dijo—. No sabía qué quería hacer en la vida, de modo que me alisté a los dieciocho años. Mi madre lloró y mi padre maldijo, pues había sido aceptado en la universidad, pero yo ya había tomado mi decisión. Debía de ser el adolescente más tozudo del planeta.
—¿Dónde te criaste?
—En parte en Wright, Texas —dijo—. En las afueras de Fort Worth. Muy en las afueras de Fort Worth. No era más grande que lo que es hoy Bon Temps. Pero durante toda mi infancia estuvimos dando vueltas, pues mi padre estaba también en el ejército. Lo dejó cuando yo cumplí los catorce. La familia de mi madre estaba en Wright, y por eso nos fuimos allí.
—¿Te resultó duro instalarte en un lugar fijo después de tanto ir de un lado a otro? —Yo sólo había vivido en Bon Temps.
—Fue estupendo —dijo—. Yo estaba más que dispuesto a quedarme en un lugar fijo. Pero no había pensado en lo complicado que sería encontrar mi espacio dentro de un grupo de chicos que se habían criado juntos. Me las apañé, no obstante. Jugaba al béisbol y a baloncesto, de modo que acabé encontrando mi lugar. Después me alisté en el ejército. Imagínate.
Estaba fascinada.
—¿Y siguen en Wright tu madre y tu padre? —pregunté—. El debió de pasarlo mal en el ejército, siendo un cambiante. —Sam era un cambiante, y sabía sin necesidad de que él me lo explicara que era el primogénito de una pareja de cambiantes de pura sangre.
—Sí, las noches de luna llena eran un caos. Había una bebida a base de hierbas que su abuela irlandesa solía preparar. Aprendió a prepararla también. Era lo más asqueroso que puedas llegar a imaginarte, pero la bebía las noches de luna llena que estaba de servicio y podían verle durante la noche, y eso le ayudaba a mantenerse... Pero al día siguiente no había quién lo aguantara. Mi padre murió hace seis años, me dejó un buen dinero. Siempre me gustó esta zona, y este bar estaba en venta. Me pareció una buena manera de invertir el dinero.
—¿Y tu madre?
—Continúa en Wright. Volvió a casarse dos años después de que muriese mi padre. Con un buen tipo. Alguien normal. —Ni cambiante ni sobrenatural de ningún tipo—. De modo que puedo intimar con él sólo con limitaciones —dijo Sam.
—Tu madre es de pura sangre. Seguro que él sospecha algo.
—Está obstinadamente ciego, creo. Le dice que tiene su noche de salida, o que va a ver a su hermana en Waco, o que viene a visitarme, o cualquier otra excusa.
—Tiene que ser complicado mantener el engaño.
—Es algo que yo nunca intentaría hacer. Cuando estaba en el ejército, estuve a punto de casarme con una chica normal. Pero me di cuenta de que eso sería incompatible con mantener un secreto tan grande como éste. Tener alguien con quien hablar del tema, Sookie, me salva de la locura. —Me sonrió y aprecié de verdad la confianza que estaba demostrándome—. Si los hombres lobo hacen pública su existencia, todos lo haremos. Será como quitarme un gran peso de encima.
Ambos sabíamos que surgirían nuevos problemas a los que enfrentarse, pero no había ninguna necesidad ahora de hablar de futuros conflictos. Los problemas siempre llegan solos.
—¿Tienes hermanos o hermanas? —le pregunté.
—Uno de cada. Mi hermana está casada y tiene dos niños, y mi hermano sigue soltero. Es un gran chico. —Sam sonreía y su rostro estaba más relajado que nunca—. Craig se casará en primavera, dice —prosiguió—. A lo mejor podrías venir a la boda conmigo.
Me quedé tan sorprendida que no supe qué decir. Me sentía adulada y complacida a la vez.
—Suena divertido. Dímelo cuando sepas la fecha—dije. Sam y yo habíamos salido una vez y había sido muy agradable; fue, sin embargo, cuando tenía tantos problemas con Bill y la velada nunca había vuelto a repetirse.
Sam asintió tranquilamente y la pequeña oleada de tensión que había recorrido mi cuerpo se evaporó. Al fin y al cabo, era Sam, mi jefe y, pensándolo bien, también uno de mis mejores amigos. A esta última categoría había ascendido durante el año pasado. Me levanté. Cogí el bolso y me puse la chaqueta.
—¿Has recibido alguna invitación para la fiesta de Halloween de Fangtasia?
—No. Después de la última fiesta a la que me invitaron, es posible que no quieran que vuelva —dije—. Además, con las pérdidas que han sufrido recientemente, no sé si Eric estará para muchas fiestas.
—¿Crees que tendríamos que celebrar una fiesta de Halloween en el Merlotte's? —preguntó Sam.
—Sí, pero tal vez sin caramelos y ese tipo de cosas —dije, reflexionando sobre el tema—. ¿Qué te parecería una bolsita regalo para cada cliente con cacahuetes fritos? ¿O un cuenco grande con palomitas de colores en cada mesa? ¿Y qué tal un poco de decoración?
Sam miró en dirección al bar como si fuese capaz de ver a través de las paredes.
—Me parece bien. Tampoco es cuestión de montar mucho jaleo. —Normalmente, sólo decorábamos el bar por Navidad, y no lo hacíamos hasta después del día de Acción de Gracias, por insistencia de Sam.
Le di las buenas noches y salí del Merlotte's dejando que Sam comprobase que todo estuviera bien cerrado.
La noche estaba fría. Sería uno de esos Halloween en los que realmente te sientes como en los que aparecen en los cuentos infantiles.
En medio del aparcamiento, con su cara vuelta hacia la luna en cuarto creciente, estaba mi bisabuelo. El cabello claro le caía sobre la espalda como una gruesa cortina. Sus múltiples arrugas se habían vuelto invisibles bajo la pálida luz de la luna, o tal vez fuera que las había hecho desaparecer. Sujetaba su bastón con una mano e iba vestido de traje, un traje negro. En la mano derecha, aquella con la que sujetaba el bastón, llevaba un aparatoso anillo.
Era el ser más bello que había visto en mi vida.
No recordaba en absoluto a un abuelo humano. Los abuelos humanos llevan gorras con el anagrama de John Deere y mono de trabajo. Te llevan a pescar. Te dejan subir en su tractor. Refunfuñan primero porque estás demasiado mimada y luego te compran un caramelo. Y por lo que a los bisabuelos humanos se refiere, son muy pocos los que llegan a conocerlos.
Me di cuenta entonces de que tenía a Sam a mi lado.
—¿Quién es? —preguntó en voz baja.
—Es mi..., mi bisabuelo —dije. Lo tenía justo enfrente, no me quedaba más remedio que explicárselo.
—Oh —dijo asombrado.
—Acabo de enterarme —dije a modo de disculpa.
Niall dejó de empaparse de luna y abrió los ojos.
—Aquí tenemos a mi bisnieta —dijo, como si mi presencia en el aparcamiento del Merlotte's fuera una sorpresa agradable—. ¿Quién es tu amigo?
—Niall, te presento a Sam Merlotte, el propietario del bar —dije.
Sam extendió la mano con cautela y, después de mirársela bien, Niall se la estrechó. Noté que Sam daba una pequeña sacudida, como si mi bisabuelo le hubiera dado una descarga al estrecharle la mano.
—Bisnieta —dijo Niall—. Me he enterado de que corriste peligro durante la reyerta entre los hombres lobo.
—Sí, pero Sam estaba conmigo y después llegó Claudine —dije, sintiéndome extrañamente a la defensiva—. Cuando fui, no sabía que aquello acabaría convirtiéndose en una reyerta, como tú dices. Yo pensaba actuar como pacificadora. Pero caímos en una emboscada.
—Sí, eso fue lo que dijo Claudine —dijo—. Tengo entendido que esa bruja murió.
Con lo de «bruja» se refería a Priscilla.
—Sí —repliqué—. La bruja murió.
—Y una noche después volviste a correr peligro.
Empezaba a sentirme definitivamente culpable de alguna cosa.
—La verdad es que mi vida no suele ser así —dije—. Lo que sucedió es que los vampiros de Luisiana se han visto invadidos por los vampiros de Nevada;
No me dio la sensación de que el tema le interesara mucho a Niall.
—Pero llegaste a marcar el número que te dejé.
—Sí, porque tenía bastante miedo. Pero entonces, Eric me arrancó el teléfono porque pensó que si tú entrabas en la ecuación aquello se convertiría en una guerra total y absoluta. Y al final creo que fue mejor así, pues Eric acabó rindiéndose ante Victor Madden. —La verdad es que lo que hizo Eric seguía sin gustarme, por mucho que después me hubiera regalado un teléfono nuevo. —Ahhh.
Aquel sonido evasivo no tenía ni pies ni cabeza. Esa debía de ser la desventaja de tener un bisabuelo. Había venido para darme una buena reprimenda. Y me daba la impresión de que aquello no me ocurría desde que era una joven adolescente y la abuela descubrió que no había sacado la basura ni doblado la colada. La sensación me gustaba tan poco ahora como entonces.
—Me gusta tu valentía —dijo inesperadamente Niall—. Pero eres muy frágil: mortal, quebradiza, inexperta. No quiero perderte cuando por fin he podido empezar a hablar contigo.
—No sé qué decir —murmuré.
—No quieres que te impida hacer nada. No cambiarás. ¿Cómo puedo protegerte?
—No creo que puedas, al menos al cien por cien.
—¿Para qué te sirvo entonces?
—No tienes por qué servirme para algo —dije, sorprendida. Su conjunto emocional y el mío eran distintos. No sabía cómo explicárselo—. Para mí es suficiente así, sólo saber que existes ya es maravilloso. Saber que te preocupas por mí. Que tengo un familiar vivo, por lejos que esté y por muy distinto que sea de mí. Y que no me consideras rara, loca o vergonzosa.
—¿Vergonzosa? —Estaba perplejo—. Eres mucho más interesante que la mayoría de humanos.
—Gracias por pensar que no tengo un defecto —dije.
—¿Crees que los humanos consideran que tienes un defecto? —Niall parecía sinceramente indignado.
—A veces no se sienten cómodos —dijo inesperadamente Sam—. Sabiendo que les puede leer la mente.
—¿Y tú, cambiante?
—Pienso que es estupenda —dijo Sam. Y adiviné que era absolutamente sincero.
Enderecé la espalda. Sentí una oleada de orgullo. En el calor emocional del momento, a punto estuve de revelarle a mi bisabuelo el gran problema que acababa de descubrir hoy, para demostrarle que era capaz de compartir cosas con él. Pero enseguida intuí que su solución al «Eje del mal» integrado por Sandra Pelt y Tanya Grissom provocaría su muerte de la forma más macabra posible. Tal vez mi casi prima Claudine estuviera intentando convertirse en ángel, en un ser relacionado con el cristianismo, pero Niall Brigant era un ser con una idiosincrasia completamente distinta. Sospechaba que su perspectiva de las cosas era: «Te quitaré el ojo con antelación por si acaso tú quieres el mío». Bueno, tal vez no tan preventivo, pero casi.
—¿No puedo hacer nada por ti? —Su voz sonaba casi lastimera.
—Me gustaría de verdad que, cuando tengas tiempo libre, pasases a hacerme una visita por casa. Me gustaría prepararte una cena. ¿Querrías hacerlo? —Me daba vergüenza ofrecerle algo que no estaba muy segura fuera a valorar.
Me miró con sus luminosos ojos. Resultaba imposible interpretar su expresión, y aunque su cuerpo tenía la forma de un cuerpo humano, no lo era. Mi bisabuelo era un auténtico rompecabezas para mí. A lo mejor mi sugerencia lo exasperaba, o le parecía aburrida o repulsiva.
Pero por fin dijo:
—Sí. Vendré. Te avisaré con tiempo, claro está. Pero mientras, si necesitas algo de mí, tan sólo tienes que marcar el número. No permitas que nadie te haga cambiar de opinión si piensas que puedo ser de ayuda. Tendré unas palabras con Eric. En el pasado siempre me fue útil, pero no puede cuestionar lo que yo pueda hacer por ti.
—¿Sabía él desde hacía tiempo que éramos parientes? —Contuve la respiración a la espera de la respuesta.
Niall se había vuelto ya dispuesto a marcharse. Se volvió entonces un poco y vi su cara de perfil.
—No —dijo—. Primero tenía que conocerlo mejor. Se lo dije justo antes de que te trajera para conocerme. No me ayudó hasta que le dije por qué quería verte.
Y entonces se fue. Fue como si cruzase una puerta que nosotros no veíamos y, por lo que yo sé, eso fue exactamente lo que hizo.
—De acuerdo —dijo Sam pasado un buen rato—. De acuerdo, ha sido realmente... diferente.
—¿Te sientes bien con todo esto? —Agité una mano en dirección al lugar donde se había situado Niall. Probablemente. A menos que lo que acabábamos de ver fuera una proyección astral o algo por el estilo.
—No soy yo quien tiene que sentirse a gusto con todo esto. Es más bien asunto tuyo —dijo Sam.