Authors: Charlaine Harris
—Si la memoria no me engaña —dije cortante—, también a ti te gustaban.
—Oh, sí, claro.
—Eric, tengo que irme, de verdad. Tengo que entrar a trabajar. —O a arder de manera espontánea, lo que quiera que sucediese primero.
—Adiós. —Incluso era capaz de conseguir que esa palabra sonara sexy.
—Adiós. —Yo no lo conseguí.
Tardé un segundo en volver a recomponer mis ideas. Recordaba cosas que había intentado olvidar con todas mis fuerzas. Los días que Eric había pasado conmigo —las noches, mejor dicho— habían sido de mucho hablar y mucho sexo. Y había sido maravilloso. La compañía. El sexo. Las risas. El sexo. Las conversaciones. El..., bien.
De repente, lo de servir cervezas me parecía de lo más soso.
Pero era el empleo que tenía y le debía a Sam presentarme en mi puesto y trabajar. Me arrastré hacia el interior, guardé el bolso y saludé a Sam con un ademán de cabeza mientras le daba unos golpecitos a Holly en el hombro para avisarle de que ya estaba allí para sustituirla. Nos intercambiábamos los turnos para variar un poco de vez en cuando, porque lo necesitáramos, pero principalmente porque por la noche las propinas eran más elevadas. Holly se alegró de verme porque aquella noche tenía una cita con Hoyt. Iban al cine y a ceñar a Shreveport. Había contratado a una chica para que hiciese de canguro de Cody. Me lo iba contando todo al mismo tiempo que yo obtenía la información de su feliz cerebro y tuve que esforzarme para no confundirme. Era una prueba más de hasta qué punto me había trastornado mi conversación con Eric.
Estuve muy ocupada durante la primera media hora, asegurándome de que todo el mundo se encontraba debidamente servido, con su comida y su bebida. Después, aproveché un momento para llamar a Amelia y comunicarle el mensaje de Eric, y me dijo que llamaría a su padre en cuanto colgase.
—Gracias, Sook —dijo—. Eres una compañera estupenda.
Confiaba en que siguiese pensando lo mismo cuando ella y Octavia concibieran una solución mágica para mi problema con Tanya.
Aquella noche, Claudine apareció por el Merlotte's y su entrada aceleró las pulsaciones masculinas. Iba vestida con una blusa de seda de color verde, pantalones negros y botas negras de tacón. Calculé que con los tacones mediría más de un metro ochenta. Me sorprendió ver a su hermano gemelo, Claude, aparecer tras ella. Las pulsaciones de la clientela femenina se aceleraron entonces hasta alcanzar la velocidad de propagación de un incendio forestal. Claude, cuyo pelo era tan negro como el de Claudine, aunque no tan largo, estaba tan cachas como los modelos de los anuncios de Calvin Klein. Llevaba la versión masculina del modelito de Claudine y se había recogido el pelo con una cinta de cuero. Calzaba además unas botas muy de «tío». Gracias a su trabajo como
stripper
en un club de Monroe, Claude sabía cómo sonreír a las mujeres, aunque éstas no le interesaran en lo más mínimo. Retiro lo dicho. Le interesaba el dinero que llevaban en el bolso.
Los gemelos nunca habían venido juntos al bar; de hecho, no recordaba haber visto nunca a Claude poner los pies en el Merlotte's. Él se movía por otros locales, tenía sus propios lugares donde echar la caña.
Naturalmente, me acerqué a saludarlos y Claudine me abrazó efusivamente. Sorprendentemente, Claude siguió su ejemplo. Supuse que lo hacía de cara al público, que estaba integrado básicamente por toda la clientela del bar. Incluso Sam sonreía; juntos, los gemelos hada resultaban fascinantes.
Nos quedamos al lado de la barra, yo situada entre los dos, y ambos rodeándome con un brazo. Escuché los cerebros de mi alrededor iluminarse con fantasías, algunas de las cuales me sorprendieron incluso a mí, y eso que he visto las cosas más extrañas que nadie pueda imaginar. Sí, soy capaz de verlo todo en tecnicolor.
—Te traemos recuerdos de nuestro abuelo —dijo Claude. Su voz era tan bajita y acuosa que estaba segura de que nadie más pudo oírle. Sam posiblemente sí, pero siempre era de lo más discreto.
—Se pregunta por qué no lo llamaste —dijo Claudine—, sobre todo teniendo en cuenta lo que sucedió la otra noche, en Shreveport.
—Bueno, eso ya se acabó —dije, sorprendida—. ¿Por qué molestarle con algo que ya había salido bien? Vosotros estabais allí. Pero sí traté de llamarlo anteayer.
—Sonó sólo una vez —murmuró Claudine.
—Sí, cierta persona me rompió el teléfono y no pude completar la llamada. Me dijo que no lo hiciera, que iniciaría una guerra con ello. Pero sobreviví también a aquello. De modo que todo acabó bien.
—Tienes que hablar con Niall, contarle toda la historia —dijo Claudine. Sonrió a Catfish Hennessy, que estaba en la otra punta del local; el hombre dejó caer la jarra de cerveza sobre la mesa con tanta fuerza que la tumbó—. Ahora que Niall se ha dado a conocer, quiere que confíes en él.
—¿Por qué no puede coger el teléfono como todo el mundo?
—Porque no pasa todo su tiempo en este mundo —respondió Claude—. Aún existen lugares exclusivos para los nuestros.
—Lugares muy pequeños —dijo con melancolía Claudine—. Pero muy especiales.
Me alegraba tener un pariente, como también lo hacía siempre al ver a Claudine, que era literalmente mi salvavidas. Pero estar con los dos gemelos juntos resultaba un poco agobiante, abrumador. .., y al tenerlos tan cerca de mí, aplastada casi entre ellos (incluso Sam lo había visto), notaba que el olor de su sudor, ese olor que los hacía tan embriagadores para los vampiros, estaba asfixiando mi pobre nariz.
—Mira —dijo Claude, muy divertido—. Creo que tenemos compañía.
Arlene estaba acercándose y miraba a Claude como si hubiera divisado un plato lleno de carne a la barbacoa y aros de cebolla.
—¿Quién es tu amigo, Sookie?
—Te presento a Claude —dije—. Es un primo lejano mío.
—Pues bien, encantada de conocerte, Claude —dijo Arlene.
Vaya jeta, teniendo en cuenta lo que sentía hacia mí últimamente y cómo me trataba desde que había empezado a asistir a las reuniones de la Hermandad del Sol.
Claude se mostró completamente indiferente. Se limitó a asentir.
Arlene esperaba más y después de un momento de silencio, fingió oír que le llamaba algún cliente de sus mesas.
—¡Voy a buscar una jarra! —dijo animadamente, y desapareció. La vi inclinarse sobre una mesa y hablar muy seria con una pareja de tipos que no me sonaban de nada.
—Siempre me encanta veros a los dos, pero estoy trabajando —dije—. ¿Habíais venido simplemente a decirme que mi..., que Niall quiere saber por qué el teléfono sonó una vez y colgué?
—Y por qué no volviste a llamar para explicarte —dijo Claudine. Se inclinó para darme un beso en la mejilla—. Llámalo, por favor, esta noche cuando salgas de trabajar.
—De acuerdo —dije—. Pero sigo pensando que me habría gustado que me hubiese llamado él para preguntármelo. —Los mensajeros estaban muy bien, pero el teléfono era más rápido. Y me gustaría escuchar su voz. Si tan preocupado estaba por mi seguridad, e independientemente de dónde se hallara, no le costaba nada regresar un momento a este mundo para llamarme.
Podía haberlo hecho, pensé.
No sabía, por supuesto, lo que implicaba ser un príncipe de las hadas. Lo anotaría bajo el encabezamiento «Problemas a los que sé que jamás me enfrentaré».
Después de una nueva ronda de besos y abrazos, los gemelos salieron del bar y muchos ojos deseosos los siguieron en su avance hacia la puerta.
—¡Vaya, Sookie, tienes amigos estupendos! —gritó Catfish Hennessy, y se produjo una oleada general de conformidad.
—He visto a ese tipo en un club de Monroe. ¿No se dedica al
striptease
? —dijo una enfermera llamada Debi Murray que trabajaba en un hospital de la cercana ciudad de Clarice. Estaba sentada con dos enfermeras más.
—Sí —dije—. Y además es el propietario del club.
—Buen aspecto y un buen botín —dijo una de las otras enfermeras. Se llamaba Beverly algo—. La próxima noche de las mujeres iré a verlo con mi hija. Acaba de romper con un auténtico perdedor.
—Bien... —Me planteé la posibilidad de explicar que Claude no se mostraría interesado por la hija de nadie, pero después decidí que no era un asunto de mi incumbencia—. Que os lo paséis bien —dije en cambio.
Como había perdido el tiempo con mis casi primos, tuve que apresurarme para satisfacer a todo el mundo. Y la clientela, pese a no haber disfrutado de mi atención durante la visita, se había entretenido con los gemelos, por lo que nadie estaba muy mosqueado.
Copley Carmichael apareció en el bar cuando estaba a punto de acabar mi turno.
Tenía un aspecto curioso, allí solo. Me imaginé que Marley estaría esperándolo en el coche.
Con su precioso traje y su caro corte de pelo, la verdad es que no encajaba mucho en aquel lugar, pero había que reconocérselo: se comportaba como si se pasase la vida en lugares como el Merlotte's. Me encontraba en aquel momento al lado de Sam, que estaba preparando un bourbon con Coca-Cola para una de mis mesas. Le expliqué quién era el desconocido.
Serví la copa y con un ademán de cabeza le indiqué al señor Carmichael una mesa vacía. Enseguida captó la indirecta y se instaló en ella.
—¡Hola! ¿Le apetece tomar algo, señor Carmichael? —dije.
—Un whisky escocés single malt —dijo—. Me va bien cualquiera. He quedado aquí con alguien, Sookie, gracias por la llamada. Basta con que la próxima vez que necesites cualquier cosa me lo hagas saber y haré todo lo posible para hacerlo realidad.
—No es necesario, señor Carmichael.
—Llámame Cope, por favor.
—Hmmm. De acuerdo, voy a prepararle el whisky.
Yo no distinguía un single malt de un agujero en el suelo, pero Sam sí, naturalmente, y me entregó una copa reluciente con una buena dosis de whisky. Sirvo licores, pero apenas los pruebo. La mayoría de gente de por aquí bebe lo más evidente: cerveza, bourbon con Coca-Cola, gin-tonic y Jack Daniel's.
Deposité la copa junto con una servilleta en la mesa del señor Carmichael y regresé luego con un pequeño recipiente en el que había una mezcla de frutos secos.
Le dejé entonces solo, pues tenía más gente a la que atender. Pero seguí controlándolo. Me di cuenta de que Sam vigilaba también al padre de Amelia. Todos los demás, sin embargo, estaban demasiado enfrascados en sus conversaciones y sus bebidas como para prestarle excesiva atención al desconocido, que no era para nada tan interesante como Claude y Claudine.
En un momento en que no miraba, llegó una vampira y se sentó con Cope. No creo que nadie más que yo supiera de quién se trataba. Era una vampira realmente reciente, con lo cual quiero decir que había muerto en los últimos cincuenta años, y tenía el pelo prematuramente canoso y cortado con una discreta melena hasta la altura de la barbilla. Era menuda, en torno al metro cincuenta y cinco, curvilínea y firme allí donde debía serlo. Llevaba unas gafitas con montura plateada que eran pura afectación, pues nunca había conocido a ningún vampiro cuya visión no fuera absolutamente perfecta y, de hecho, más aguda que la de cualquier ser humano.
—¿Le sirvo algo de sangre? —pregunté.
Sus ojos eran como un láser. En cuanto pasaba a prestarte atención, lo lamentabas.
—Tú eres Sookie —dijo.
No vi la necesidad de corroborar aquello de lo que tan segura estaba. Me quedé a la espera.
—Una copa de TrueBlood, por favor —dijo—. Caliente. Y me gustaría conocer a tu jefe, si pudieses ir a buscarlo.
Era más seca que una pasa. Pero ella era la clienta y yo la camarera. De modo que le calenté una TrueBlood y le dije a Sam que requerían su presencia.
—Voy en un minuto —dijo, pues estaba preparándole una bandeja llena de copas a Arlene.
Asentí y le serví la sangre a la vampira.
—Gracias —dijo educadamente—. Soy Sandy Sechrest, la nueva representante del rey de Luisiana en esta zona.
No tenía ni idea de dónde se había criado Sandy, pero había sido en Estados Unidos y no en el sur.
—Encantada de conocerla —dije, aunque sin ningún entusiasmo.
¿Representante en la zona? ¿No era una de las muchas funciones de los sheriffs? ¿Qué significaría aquello para Eric?
Sam se acercó a la mesa en aquel momento y me marché, pues no quería parecer curiosa. Además, probablemente después podría captarlo del cerebro de Sam si él decidía no contarme lo que quería la nueva vampira. Sam sabía bloquear sus pensamientos, pero para hacerlo necesitaba esforzarse mucho.
Los tres entablaron una conversación que se prolongó un par de minutos y luego Sam se excusó para volver a ponerse detrás de la barra.
De vez en cuando, miré de reojo a la vampira y al magnate para ver si necesitaban alguna cosa más, pero ninguno de los dos indicó que tuviera más sed. Estaban hablando muy serios y los dos mantenían una cara de póquer. La situación no me importaba lo suficiente como para tratar de descubrir los pensamientos del señor Carmichael y, naturalmente, Sandy Sechrest era completa oscuridad para mí.
El resto de la noche transcurrió con normalidad. Ni siquiera me di cuenta del momento en que se marcharon la nueva representante del rey y el señor Carmichael. Llegó entonces la hora de cerrar y de preparar mis mesas para cuando Terry Bellefleur llegara a limpiar por la mañana. Cuando miré a mi alrededor, todo el mundo se había ido excepto Sam y yo.
—¿Has acabado ya? —me preguntó Sam.
—Sí —le respondí, después de echar un último vistazo.
—¿Tienes un minuto?
Yo siempre tenía un minuto para Sam.
Se sentó en la silla detrás de su mesa de despacho y se echó hacia atrás hasta adoptar su habitual y peligroso ángulo de inclinación. Yo me senté en una de las sillas de delante de la mesa, la que tenía el asiento mejor acolchado. Estaban apagadas prácticamente todas las luces del edificio, excepto la que permanecía siempre encendida en la zona del bar y la del despacho de Sam. El edificio resonaba silencio después de la cacofonía de voces, la música y los sonidos de la cocina, el lavaplatos y los pasos.
—Esa tal Sandy Sechrest —dijo—. Ocupa un puesto completamente nuevo.
—¿Sí? ¿Qué se supone que tiene que hacer el representante del rey?
—Por lo que he entendido, viajará por el estado constantemente, controlando si a los ciudadanos les surgen problemas con los vampiros, supervisando si los sheriffs lo tienen todo en orden y bajo control en sus propios feudos e informando con todo detalle al rey. Es una especie de mediadora de problemas de los no muertos.