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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

Dame la mano (43 page)

Leslie se apartó de la ventana. Sus ojos repararon en una pequeña placa metálica que estaba colgada junto al frigorífico. Con la ayuda de unos cuantos imanes, servía para sujetar papelitos. Descubrió una lista de la compra con la letra firme y afilada de Fiona, en la que todavía no se apreciaba temblor alguno. «Azúcar, lechuga y uvas», había anotado.

A su lado había una postal que Leslie reconoció enseguida. Se la había mandado ella misma un año antes, durante unas vacaciones que había pasado en Grecia haciendo senderismo con dos amigas. En ella se veía una soleada playa bordeada de rocas y con un cielo azul casi irreal. Y al lado de la postal… Leslie se acercó para verlo mejor. Un anuncio que invitaba a la fiesta de Navidad celebrada en el balneario de abajo. Nochebuena con un ventrílocuo y su muñeco de colores. Leslie dio la vuelta al papel, cuya parte delantera estaba decorada con un árbol de Navidad. Los Hey Presto Dancers y el mago Naughty Oscar, que presentaría sus trucos más especiales. Diversión para toda la familia, anunciaba el programa, para disfrutar de la noche más excitante y mágica del año.

Era del año anterior.

¿Qué hacía allí colgado todavía? ¿Había asistido a esa fiesta? Leslie sabía que nada de lo que se ofrecía en el programa podría haber seducido o divertido a su abuela. No eran más que bufonadas que tal vez estuvieran bien para los niños que no sabían cómo pasar las horas que quedaban hasta el momento de desenvolver los regalos a la mañana siguiente. Pero ¿para una anciana leída que siempre criticaba incluso los programas de comedia de la televisión?

Fiona se había sentido sola, no había sabido cómo superar la Nochebuena. Esa era la única explicación. La Navidad, ese enorme y problemático escollo del año que la mayoría de la gente soltera no sabía sortear. Un escollo que podía llegar a ser tan oscuro, escarpado e inquietante que su abuela había preferido entregarse a la diversión más tonta posible con tal de no quedarse entre esas cuatro paredes.

¿Por qué no me dijo nada acerca de eso?, pensó Leslie mientras recordaba esa última Navidad. No es que esas fechas representaran un verdadero problema para Leslie. Para escapar a una previsible resaca se había ofrecido voluntaria para el servicio de guardia en el hospital el día de Navidad. La Nochebuena la celebró con dos amigas mucho mayores que ella, una viuda y la otra soltera, en un pub. Al fin y al cabo, no le había costado tanto superar esos días tan difíciles. Con un gran sentimiento de culpa, se preguntaba por qué no había pensado en ningún momento en su abuela. ¿Qué habría sido mejor que pasar una semana en Yorkshire por Navidad y celebrar las fiestas con ella?

Era tan dura de pelar y tan fría, se dijo, que a nadie se le habría ocurrido pensar que algo como la Navidad pudiera atragantársele de ese modo. Fiona no daba la sensación de que hubiera nada que le resultara problemático, inquietante o desesperante. Tal vez había experimentado sentimientos como la tristeza, la pena o el miedo, pero ¿por qué jamás había mostrado ni el más mínimo signo de que así fuera?

Al parecer tampoco había acudido a celebrarlo a la granja de los Beckett. Porque en última instancia podría haber ido a casa de Chad y de Gwen. Pero Chad era tan parco en palabras y tan excéntrico que a buen seguro no había llegado a invitarla, Gwen difícilmente tenía la iniciativa suficiente para proponer ese tipo de cosas, y Fiona era, con toda seguridad, demasiado orgullosa para proponerlo.

¿Quién sabe si no esperó hasta el último momento a ver si acababa presentándose su nieta?, se dijo Leslie.

El teléfono sonó y ella salió de repente de esas cavilaciones tan cargadas de culpabilidad. En el mismo momento en que descolgaba el auricular, pensó: ¡Espero que no sea otra llamada anónima!

—¿Sí? —dijo.

Era Colin. Esa vez a quien buscaba era a Jennifer. Por la voz, a Leslie le pareció que le incomodaba tener que llamarla de nuevo, precisamente a ella, para preguntarle por alguien que había desaparecido.

—Quería ir de compras y tal vez comer fuera. Sé que el último autobús pasaba alrededor de la una y que no hay otro hasta las cuatro y cuarto, pero…

—¿Cuál es el problema? —preguntó Leslie—. Son las dos y media. Seguramente tardará al menos un par de horas en volver.

—El tiempo —dijo Colin—, ese es el problema. No creo que lo esté pasando tan bien por la ciudad con la que está cayendo, por lo que he pensado que podría ir a recogerla si supiera dónde está. Por eso… Pero veo que no está en su casa, ¿no?

—No —confirmó Leslie—, no está aquí. Y por cierto, Colin, ayer estaba usted muy preocupado por Gwen. Me he enterado de que ha pasado la noche con Dave Tanner. Tal como yo imaginaba.

—Sí, ya ha llegado a casa —dijo Colin—, y respecto a ella sin duda alguna me preocupé demasiado. Pero mi esposa tenía intención de visitar a Dave Tanner y eso… bueno, me inquieta un poco.

—¿Qué es lo que le inquieta?

—Ya puede imaginárselo —replicó Colin.

¿Se refería a que seguía sospechando de Dave en relación al asesinato de Fiona?

—Hoy me he encontrado a Dave Tanner por el puerto —respondió Leslie, alzando la voz— y hemos estado paseando juntos por la ciudad hasta hace tres cuartos de hora. Si lo que quería Jennifer era ir a verlo a su casa para hablar con él, no creo que lo haya conseguido.

—Ajá —dijo Colin. Habría sido difícil determinar si esa información había conseguido tranquilizarlo o no.

Leslie suspiró levemente.

—Colin, me parece que tiene algún tipo de problema si las mujeres que tiene alrededor no…

—Yo no tengo ningún problema —le espetó Colin de repente—, pero mi esposa sí los tiene y por eso me preocupo.

—Ya verá como no le ha pasado nada.

—Adiós —se limitó a decir Colin antes de colgar.

Leslie cogió la taza de té y se instaló en el salón. Que Colin hubiera mencionado a Dave Tanner le había hecho recordar de nuevo que posiblemente él también tenía dificultades en ese momento. Tal vez necesitara ayuda. ¿Y si encontraba algo en los apuntes de Fiona? Aun tenía que terminar de leer el documento impreso.

Se sentó en el sofá y se tomó el té a sorbitos. Estaba muy cansada. Decidió acostarse un momento, solo un par de minutos.

Dejó la taza y se echó en el sofá. Se quedó dormida antes de poder pensar en nada más.

13

No era un interrogatorio. Como mínimo, por de pronto Valerie no quería dar esa impresión. Había pedido a Dave Tanner que entrara en su despacho y lo había invitado a tomar asiento frente a ella, a otro lado de la mesa. Reek llevó café para los dos. Si las cosas se ponían feas, Valerie necesitaría otra sala: austera, sin ventanas, amueblada solo con una mesa y un par de sillas. Pero de momento no era necesario llegar tan lejos. Probablemente porque ella no consideraba a Dave Tanner el principal sospechoso, a pesar de que jamás se habría permitido articular una afirmación como esa en voz alta. Todos los sentidos y los instintos de Valerie apuntaban en otra dirección. Sin embargo, no podía pasar por alto las contradicciones de la declaración de Tanner acerca de la noche del sábado. No podía permitirse dar nada por supuesto. No podía dejar que la impaciencia que notaba en sus superiores la incitara a llegar a conclusiones precipitadas.

No se lo podía permitir, no se lo podía permitir, no se lo podía permitir…

Por un momento se preguntó si algún día llegaría a un punto en el que ya no tendría que seguir repitiéndose como una colegiala los códigos de conducta de los agentes de policía. Cuando ya no tuviera que dedicar la mitad de sus energías a controlarse y a organizarse. Y a mantener a raya los nervios.

No es el momento de pensar en ello, se ordenó a sí misma. ¡Concéntrate en Tanner!

Valerie lo observó mientras él tomaba un sorbo de café y fruncía el rostro porque la bebida estaba demasiado caliente. No parecía consciente de su culpabilidad, tal vez solo un poco incómodo. Eso todavía no permitía saber a la inspectora Almond si estaba ocultando algo. La mayoría de las personas preferían dedicar su tiempo a cualquier otra ocupación que a ser interrogados en comisaría.

—Señor Tanner, como el sargento Reek ya debe de haberle explicado, hay un par de… confusiones respecto a su declaración acerca de la noche del sábado, cuando según usted se dirigió directamente a su domicilio y se metió en la cama —empezó a decir Valerie—. Tenemos la declaración de alguien de su vecindario…

Dave Tanner dejó la taza sobre la mesa y miró a la inspectora, concentrado.

—¿Sí?

—Una mujer que vive al otro lado de su calle vio cómo abandonaba usted su domicilio alrededor de las nueve de la noche, subía a su coche y se marchaba.

—La señora Krusinski, ¿no? Se pasa el día y la noche mirando a la calle porque vive inmersa en el pánico, por culpa de su ex marido. ¿Le parece digna de crédito?

—De momento esa no es la cuestión. Solo me gustaría oír lo que tiene que decir usted al respecto.

Valerie pudo ver claramente en su rostro lo que a Dave le pasaba por la cabeza. Comprobó que tenía unos rasgos muy expresivos. Incluso le pareció reconocer el instante en el que Tanner decidió capitular.

—Es cierto —dijo él—. Volví a salir esa misma noche.

—¿Adónde fue?

—A un pub del puerto.

—¿Cuál?

—The Golden Ball.

Valerie conocía ese pub. Lo anotó.

—¿Estaba solo? Quiero decir… ¿había quedado con alguien?

Tanner dudó de forma casi imperceptible.

Valerie se inclinó hacia delante.

—Señor Tanner, es importante que ahora me diga la verdad. Esto no es un juego, estamos investigando un asesinato. Por lo que sucedió el sábado en su fiesta de compromiso, sigue usted siendo uno de los pocos sospechosos que tenemos. El hecho de que haya proporcionado información falsa no le beneficia en absoluto, ya puede imaginárselo. No empeore todavía más las cosas. No siga ocultando o falseando información.

Tanner prosiguió, no sin esfuerzo.

—Me encontré con una mujer.

—¿Cómo se llama?

—¿Es importante?

—Sí. Tendrá que confirmar su declaración.

—Karen Ward.

—¿Karen Ward? —preguntó Valerie, sorprendida.

Había hablado dos veces con la estudiante en relación con la investigación del caso de Amy Mills. Sin resultados, no obstante. Karen Ward había conocido a Amy Mills solo de forma superficial, por lo que su declaración no había sido de gran ayuda para la policía.

Qué pequeño es el mundo, pensó Valerie.

—Estudia aquí, en Scarborough —dijo ella—. Vive en un piso compartido en Filey Road, si no recuerdo mal. En la esquina con Holbeck Road.

Él asintió.

—Sí. Sé que ya ha tenido contacto con ella. Por lo de…

—Amy Mills, sí. Continúe. ¿Se encontró entonces con la señorita Ward?

—La llamé al móvil. Los sábados suele trabajar en el Newcastle Packet. Es un…

—Lo conozco. También está en el puerto. Es un bar con karaoke.

—Sí. Estaba muy cansada, y me dijo que ya había hablado con su jefe y que a este le había parecido bien que se marchara a las nueve. Apenas había clientes en el local. Le propuse pasar a recogerla e ir a tomar algo a alguna parte. Ella estuvo de acuerdo. O sea, que terminamos en el Golden Ball.

—¿Qué hora cree que debía ser? ¿Las nueve y cuarto, nueve y veinte?

—Sí.

—Tendremos que hablar también con la señorita Ward, señor Tanner, así como con el personal del Golden Ball. Debo preguntarle qué tipo de relación lo une a Karen Ward.

Tanner pareció forzar un poco su despreocupación al responder.

—Habíamos estado juntos. Durante un año y medio, más o menos.

—¿Cómo pareja sentimental?

—Sí.

—¿La relación terminó cuando usted conoció a Gwen Beckett?

—Poco después, sí. Aunque nuestra relación se había enfriado ya antes. Al menos por mi parte.

—Ya veo. No obstante, quiso usted verla a toda costa después de lo mal que había ido su fiesta de compromiso, ¿no?

Él hizo una mueca.

—A toda costa, no. Simplemente la velada acabó de una forma muy desagradable y de repente me di cuenta de que no podría pegar ojo. Tuve ganas de salir de nuevo. Karen y yo seguimos siendo buenos amigos, por eso pensé en llamarla, vista la situación.

—¿Son buenos amigos? ¿Después de que la dejara usted por otra mujer hace tres meses?

Tanner no dijo nada.

—¿Sabe la señorita Ward que está usted, por así decirlo, comprometido? —prosiguió Valerie—. ¿Está al corriente de su relación con Gwen Beckett?

—Se enteró por los rumores que circulan, sí.

—Pero ¿no se lo dijo usted en persona?

—Tampoco se lo he desmentido directamente. El caso es que… Dios mío, inspectora, ¿de qué se trata en realidad? ¿De mi vida amorosa?

—De su credibilidad —dijo Valerie.

Tanner gesticuló con impaciencia.

—Mi situación… Mi vida privada es… complicada, ahora mismo. Pero ¡eso no me convierte en un asesino!

—Supongo que durante todo este tiempo no ha dejado que su relación con la señorita Ward se enfriara del todo… ¿no? ¿Para esos momentos de frustración? Porque Gwen Beckett no es la mujer de sus sueños, ¿verdad?

—¿Qué es esto, un juicio moral?

—¿Por qué no nos dijo desde el principio que estaba en el Golden Ball con su ex novia?

—Porque quería ahorrarme los problemas que me habría conllevado con Gwen si llegaba a enterarse.

—¿Es eso cierto? ¿Tan celosa es? ¿Se habría enfadado solo porque estuviera tomando usted algo en un lugar público con una antigua novia?

—En cualquier caso, no quería arriesgarme a comprobarlo.

—¿Y adónde fueron después? —preguntó Valerie.

Dave Tanner la miró con mucha atención.

—¿Después?

—Bueno, en algún momento acabaron saliendo del pub. La testigo estuvo atenta a la calle hasta altas horas de la noche, pero su coche no apareció… ¡Y el Golden Ball también tiene una hora de cierre!

Valerie había decidido jugársela. La última referencia temporal que había aportado Marga Krusinski era medianoche. Hasta entonces podrían haber estado en el pub. Pero le interesaba mantener la incertidumbre de Tanner acerca de lo que la testigo había declarado realmente.

Él se movió un poco en su silla, con evidente incomodidad, antes de forzarse a responder.

—De acuerdo, inspectora, a estas alturas ya casi da igual. Nos fuimos a casa de Karen.

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