Ahora, todo lo que tenía que hacer era regresar a la otra cámara antes de que los que ya estaban allí matasen más miembros de su tribu.
Por fortuna, descubrió Albrecht cuando regresó a la cámara, el asunto había sido resuelto casi del todo sin necesidad de contar con su ayuda. Vio también que había más gente en ella que cuando se marchara. Mientras corría llevando a Amo Solemne en alto, el último Espiral cayó muerto a sus pies, partido casi en dos por una espada ancha de gran tamaño. Al otro lado del cadáver se encontraba un gran hombre lobo de color negro con el hocico manchado de sangre y sosteniendo la espada en cuestión. Albrecht y él se miraron por un instante y a continuación bajaron sus respectivas armas en señal de respeto. Albrecht advirtió con satisfacción que la suya era más grande.
—Rey Albrecht —dijo Mephi desde cierta distancia. Estaba en forma Homínida, tratando de sacar la cabeza en forma de cobra de su vara de las entrañas de un hombre lobo que yacía a sus pies—. Has regresado. Estábamos a punto de ir a buscarte.
—Sí —dijo el hombre lobo negro que tenía delante mientras decrecía y adoptaba la forma del Margrave Konietzko—. ¿Por qué has vuelto ya?
—¿De qué estáis hablando? —dijo Albrecht mientras revertía a su forma Homínida. La herida en el costado le ardió al cambiar de forma, pero dejó de hacerlo en cuanto estuvo en forma humana—. Ya he terminado.
—¿Terminado? —preguntó Caminante del Alba desde la entrada del túnel del Wyrm, con el ceño fruncido.
—Claro —dijo Albrecht como si tal cosa—. He detenido el ritual. Me aseguré de que Jo’cllath’mattric siguiera en su prisión. Impedí que llegaran los refuerzos. Todos los ocupantes de la sala están muertos. No me pareció que hubiera nada más que hacer. Así que decidí volver. ¿Va todo bien por aquí?
—No para todos —dijo Tvarivich mientras se le acercaba cojeando en forma Crinos. Una de sus piernas estaba malherida—. He perdido siete hombres. Y el margrave ha perdido más aún.
—Todos hemos perdido hombres —dijo Dientesabueso—. Y mujeres, buenos guerreros, todos ellos —Rápido-como-el-Río profirió un gemido de asentimiento.
—Lo siento —dijo Albrecht—. He regresado lo más rápido posible.
Konietzko sacudió la cabeza y alzó una mano manchada de tierra.
—No, Albrecht —dijo—. No hubieras podido salvarlos de todas formas. Hiciste lo que debías. Salvaste nuestras vidas con las suyas. Y muchas más. Tomaste la decisión correcta.
—Lo sé —dijo Albrecht—. No estaba discutiendo. Sólo que no me gusta.
Konietzko asintió y envainó la espada. Entonces se volvió hacia los demás líderes de los clanes y les indicó con un gesto que lo siguieran. Pasó sobre el cadáver que había a sus pies y se encaminó al túnel detrás de Albrecht. Al pasar, no obstante, lanzó una mirada al rey y le dijo en voz baja:
—No te preocupes. Se va haciendo más fácil —y con estas palabras, condujo a los demás por el túnel para inspeccionar el trabajo hecho por Albrecht.
Apenas una semana más tarde, Albrecht empezaba a sentirse cansado de su estancia en Cielo Nocturno. Durante ese tiempo, había hecho varios viajes entre el túmulo de Konietzko y el de la montaña de Serbia para participar en la limpieza ritual del lugar (en la medida en que esta era posible habida cuenta del lugar en el que se encontraba) y luego se había sometido a sí mismo a una limpieza ritual en Cielo Nocturno antes de que el influjo del Wyrm empezara a afectarlo negativamente. Había ayudado también a los hombres de Konietzko a establecer algunas barreras espirituales básicas para mantener a raya a la mayoría de las Perdiciones y por fin, hasta había participado en las guardias mientras Konietzko abría un puente lunar experimental entre el túmulo prisión y el túmulo de Szeged. Dado que la piedra del camino original del túmulo había desaparecido, el margrave tuvo que utilizar una de las que Mephi había recuperado en Descanso del Búho un mes atrás. Funcionaron a la perfección durante todo ese tiempo y permitieron enterrar el túnel del Wyrm que habían estado utilizando hasta entonces y limpiar su infeccioso influjo del lugar.
Después de eso, la mayor parte de lo que quedaba por hacer era trabajo para los Theurge. Konietzko, Tvarivich y varios otros empezaron a turnarse para pasar días enteros en el túmulo, poniendo a prueba la estabilidad de las cadenas de patrón que aún quedaban y comprobando el efecto de las tormentas de la Umbra sobre ellas. Decidieron que la condición de la prisión era grave pero estable y afirmaron con seguridad que no empeoraría por sí sola. Fuera lo que fuese lo que los Espirales estaban haciendo para romper las cadenas desde el interior del túmulo, parecía que había cesado de veras y no que había sido contenido o suspendido temporalmente. Este último descubrimiento le valió a Albrecht una tarde de celebración en el gran comedor de Konietzko, pero la cosa resultó superficial e incómoda, a pesar del hecho de que todos los líderes de los clanes trataron de alabarlo y concederle la gloria que se merecía por sus actos. Para empeorar un poco más las cosas, Tvarivich se había despedido al día siguiente y había sugerido a Albrecht que aprovechara la oportunidad para relajarse durante unos pocos días.
El problema era que Albrecht no se sentía con ganas de relajarse. Quería hacer algo importante. Algo
más
. Necesitaba estar en medio de algo, algo que marcase las diferencias y que fuese bueno. No es que aspirase a la gloria por sí sola, por supuesto, pero los últimos días había empezado a sentirse inútil y no sabía qué podía hacer para apaciguar esa sensación. Había tratado de hablar con Mephi antes de que el Caminante Silencioso se marchara, pero no le había servido de nada.
—Estás inquieto —le había dicho Mephi—. Conozco bien esa sensación. A mí me pasa cuando me quedo demasiado tiempo en un mismo sitio. Constantemente siento que tengo que ir a algún lugar pero no termino de saber cuál es. Resulta perturbador. Es como estar constantemente bajo los efectos de una jarra entera de cafeína.
—Sí —dijo Albrecht—. Algo así. Más o menos.
—Bueno, ya sabes que puedes venir conmigo si lo deseas —le había ofrecido Mephi—. Tenía pensado dejarme caer por el túmulo que los Caminantes Silenciosos tienen en Casablanca antes de regresar a los Estados Unidos. Serías más que bienvenido si decides acompañarme. A los míos les encanta tu historia, debo decir. El rey dos veces exiliado que ahora lleva la Corona de Plata. Causarías una auténtica conmoción.
—Gracias pero no estoy seguro de que eso sea lo que necesito en este momento.
—Bueno, la oferta sigue a tu disposición. Si cambias de idea y decides visitarnos, haz correr la voz y lo sabremos.
—Ya veremos.
Mephi se había marchado aquel mismo día, como la mayoría de los líderes de los clanes. Albrecht se había dicho que se quedaría hasta que todos ellos hubieran confirmado que sus clanes no habían sido atacados en su ausencia por fuerzas traicioneras del Wyrm. No obstante, a medida que cada uno de estos mensajes llegaba, se había visto finalmente a admitir que se estaba engañando. Ahora estaba oficialmente varado. Más concretamente, se había varado paseando por los salones de la fortaleza del margrave.
Una de las razones principales por la que había acudido a aquel clan tan alejado de su hogar era el problema de Jo’cllath’mattric y de eso ya se había ocupado. Así que sólo le quedaban dos cuestiones pendientes en la agenda. Para empezar, tenía que buscar a Arkady y no sabía cómo empezar. Ahora todos creían al fin que el ruso era un traidor y un adorador del Wyrm pero nadie parecía tener pistas sobre sus movimientos después de que abandonara el protectorado de Caminante del Alba. No estaba más cerca de acabar con él de una vez y para siempre que cuando lo exiliara a Rusia.
En segundo lugar, por supuesto, tenía que encontrar la manera de ayudar a Mari. Ella estaba en casa, estaba a salvo y tenía a Evan a su lado pero no había mejorado desde que la habían llevado al Túmulo de Finger Lakes hacía casi dos meses. Y aunque Albrecht había hecho todo ese camino tratando de encontrar algún medio de curarla, seguía sin saber adónde ir y a quién preguntar. La única persona con la que no lo había intentado era el margrave y, por alguna razón, no le parecía el candidato más idóneo…
—Lord Albrecht —dijo una voz a su espalda. Se detuvo en mitad del pasillo, interrumpido en mitad de sus cábalas.
Giró en redondo y al hacerlo se percató de que no tenía la menor idea de dónde se encontraba.
—¿Sí? —dijo—. ¿Es que me he metido en un sitio prohibido o algo así?
—No, señor —dijo el hombre que tenía delante. Albrecht recordaba haberlo visto en el comedor de Konietzko. Era Gryffyth EspumadeMar—. Pero me ha enviado a buscaros el senescal de nuestro amable anfitrión. Mi consternación por no dar con vos sólo es comparable al deleite que me provoca el haberos encontrado.
—Ahá —dijo Albrecht—. ¿Necesitas algo?
—Vive el cielo, no —dijo EspumadeMar—. Lo más irónico del asunto es que estoy aquí para haceros un servicio.
—Mira —dijo Albrecht, suspirando—. Sé que eres un Galliard y todo eso pero si lo que quieres es escribir una balada sobre mí o algo por el estilo, de verdad que éste no es el mejor momento.
EspumadeMar le guiñó un ojo con aire alegre y dijo:
—Ojalá contara con el tiempo y la inspiración necesarios para hacerle a vuestro estatus legendario la justicia de que es merecedor. En especial ahora que vuestra destreza con las armas parece haber aumentado de nuevo. Pero no, ésa no es la naturaleza de mi recado, ni soy yo su progenitor.
—Oh —dijo Albrecht, levemente halagado a su pesar—. Entonces, ¿qué quieres?
En lugar de decir lo que quiera que estuviera pasando por su mente en aquel momento, EspumadeMar sacó con un ademán florido un pequeño teléfono móvil con el glifo tribal de los Señores de las Sombras en la parte trasera. Se lo tendió a Albrecht, hizo una reverencia y se retiró graciosamente a una distancia prudente.
Albrecht se llevó el teléfono a la oreja y preguntó:
—¿Sí?
—Albrecht —dijo la voz de Evan al otro lado de la línea, provocando una sonrisa inesperada en el rostro del rey—. Gracias a Dios que doy contigo. Pensaba que ese tío iba a arruinarme teniéndome al teléfono para siempre.
—Sí, le da al pico. Estoy encantado de oírte, muchacho.
—Y yo. Me han contado que ha habido algo de emoción por allí.
—Bastante, sí —dijo Albrecht—. Ya te lo contaré cuando regrese. ¿Alguna noticia que deba saber?
—Una —dijo Evan—. Es la razón por la que te llamo. Pero, por cierto, no sabes lo jodido que es conseguir el teléfono de un tío que vive en una montaña situada en la mitad de ninguna parte.
—¿Cuál es la noticia muchacho? —dijo Albrecht—. La llamada la pagas tú, ¿te acuerdas?
—Ah, sí. Bueno, se trata de esto. Creo que debes regresar a casa. Pronto. Esta misma noche, si puedes.
—¿Esta noche? ¿De qué se trata?
—Hmmm, creo que deberías venir y verlo por ti mismo. No sé si por teléfono…
—¿Qué pasa? ¿Qué es, Evan?
—Bueno, no quería decírtelo así —dijo Evan—, pero si insistes. Verás, se trata de Mari…