—Gracias —Konietzko volvió a adelantarse—. Contamos con poca información táctica sobre las ventajas y debilidades del enemigo en este campo de batalla. Hemos examinado el terreno, el clima y las condiciones de la Umbra para tratar de establecer conclusiones estratégicas pero no sabemos si el enemigo ha tenido tiempo de establecer sus defensas o sigue registrando la zona. En este último caso, deberíamos de poder irrumpir en su dispositivo y ponerlo en fuga. De no ser así, tendremos que establecer una fuerte línea de defensa al instante, antes de que tengan tiempo de atacar. En cualquiera de los dos, debemos movernos inmediatamente, pues cualquier demora sólo redundará en beneficio de nuestros enemigos.
El margrave hizo una pausa para dejar que sus palabras hicieran efecto y entonces prosiguió con tono grave.
—Como todos sabéis, sois los únicos guerreros que podemos apartar de la defensa de otros enclaves importantes en la región. No contaremos con refuerzos ni con líneas de retirada. Nos toca a nosotros impedir que el enemigo libere a esa terrible bestia y algunos tendremos que dar la vida para conseguirlo. Pero si somos valientes y fuertes y tenemos fe en Gaia, venceremos. La victoria será nuestra. Mataremos a nuestros enemigos y viviremos para luchar otro día en nombre de Gaia.
Estas palabras provocaron un aplauso y los Garras Rojas y otros Garou de ascendencia lupina aullaron para mostrar su entusiasmo. El margrave sonrió, complacido por el celo creciente que manifestaba su audiencia. Se volvió hacia Albrecht y asintió una vez. Albrecht le devolvió el gesto y a continuación se dirigió a la audiencia.
—Muy bien, damas y caballeros —le dijo—. Hagámoslo. Ya hemos esperado bastante.
—¿Cómo es posible? —demandó Tajavientres a los exploradores metis que se encogían frente a él. Agarró a los dos bastardos malformados por la camisa y los zarandeó, agitado—. Este lugar lleva siglos perdido. ¿Cómo han podido encontrarlo tan poco tiempo después que nosotros? ¿Es que hay un traidor en nuestras filas? ¿Un espía? Si lo hay, yo…
—¿Acaso importa? —dijo Garramarga con la mirada fija en el vacío que se abría a sus pies. Se encontraba junto con los otros dos en el corazón del túmulo que mantenía prisionero al Hijo Olvidado. Tenía los brazos cruzados y no miraba a Tajavientres. Parecía estar escudriñando el Abismo, como si buscara un reflejo en él. Había pasado toda la semana organizando la conexión de los puentes lunares desde aquel lugar a las colmenas aliadas y los orificios ampollados y similares a esfínteres que, suspendidos en el aire, rodeaban el perímetro del vacío eran el testimonio de su trabajo. Ahora estaba recuperando fuerzas para prepararse para el ritual que atacaría las cadenas de la prisión del Hijo Olvidado—. No sé de qué va a servir saber eso.
—¡Me servirá a mí! —gritó Tajavientres mientras arrojaba a los metis al suelo y se volvía hacia Garramarga—. Yo le dije a Arastha que este lugar sería seguro. Le dije que no había nada que temer.
—A Arastha no le preocupaba que nuestros enemigos encontrasen este lugar, Tajavientres —dijo Garramarga—, ¿recuerdas? Puede que confíe en ti.
—Sí —dijo el explorador desde el suelo—. No hay nada de que preocuparse. Ni siquiera son demasiados…
—¿Que no hay nada de qué preocuparse? —gritó Tajavientres—. ¡Saben que estamos aquí! Nos están buscando y puede que haya más de camino.
—Pero contamos con Guardianes de sobra —lloriqueó el metis—. Estamos bien defendidos.
—¡Entonces dile a los Guardianes que se preparen! —gritó Tajavientres—.
¡Ahora mismo!
¡Van a atacarnos! ¡Le prometí a Arastha que este lugar sería seguro y lo será! ¡No lograrán llegar!
El metis se escabulló sin siquiera contestar mientras Tajavientres temblaba y apretaba los puños a ambos lados del cuerpo. Cuando hubo desaparecido, Garramarga se volvió a mirarlo al fin. En las profundidades de la capucha, los ojos ambarinos del Theurge parecían divertidos.
—¿Tan importante es su opinión para ti? —preguntó—. No representa más que una cabeza de la hidra de una colmena. ¿Por qué te preocupa tanto?
Tajavientres se estremeció y adoptó de repente su brutal forma Glabro, aparentemente sin darse cuenta. Se precipitó hacia Garramarga y le gritó a la cara:
—¡No tiene que ver con ella! —chilló—. ¡Tiene que ver con lo que ella me prometió!
Garramarga ladeó la cabeza en un gesto despreocupado y entonces dijo:
—Ah, tu sacrificio. Lo olvidaba.
—Arastha me lo prometió —le espetó Tajavientres—. No consentiré que me lo arrebaten unos necios débiles y equivocados que piensan que están salvando el mundo.
—Y que no comparten tu iluminación —dijo Garramarga—. Por supuesto que no.
—Y tampoco consentiré que se mofen de mí —gruñó Tajavientres—. No hagas que te mate antes de que tus aliados lleguen aquí para ayudarte a realizar ese ritual del que tanto hablas.
—No me amenaces, Tajavientres —dijo Garramarga—. Sabes muy bien lo que Arastha te haría.
Tajavientres retrocedió entonces, rechinando los dientes y flexionando las cortas garras de su forma Glabro.
—Entonces métete en la cámara de la piedra del camino y ponte a trabajar —dijo—. No me des razones para poner a prueba su misericordia. Haz lo que debes y despierta al Hijo Olvidado. Por el bien de todos nosotros.
—No te preocupes —dijo Garramarga—. Ha llegado la hora. Cuando haya descansado un poco más y lleguen los otros, empezaremos.
Albrecht fue el último en emerger del puente lunar abierto desde Szeged y un estallido de ruido se abatió sobre él desde todas direcciones cuando lo hizo. Y junto con el ruido, un vendaval que arrastraba una criatura del Wyrm que lo golpeó en la espalda. A pesar de que había adoptado ya la forma Glabro, el impacto lo hizo caer y lo arrojó rodando por una ladera. Apenas podía entrever el terreno circundante. El cielo estaba cubierto de nubes alborotadas. La tierra estaba ya manchada de sangre y con marcas de garras. Había una muchedumbre de perdiciones e incontables serpientes aladas se retorcían por el cielo.
Albrecht rodó en medio del caos por un momento y entonces creció para adoptar su enorme forma Crinos. Clavó las garras en el suelo y resbaló hasta detenerse. La criatura del Wyrm que lo había golpeado —una cosa cubierta de escamas y llamada scrag— bajó deslizándose la ladera y saltó sobre él. En un solo movimiento, Albrecht se puso en pie, desenvainó el gran klaive, Amo Solemne y clavó su punta en la cara de la monstruosidad. La criatura se detuvo con un húmedo y satisfactorio crujido y cayó al suelo.
Albrecht sacó a Amo Solemne y se limpió los restos y la sangre de la criatura de la cara mientras trataba de orientarse. Descubrió que, en contra de lo esperado, el puente lunar lo había arrojado a la Penumbra en lugar de al mundo físico. Sin embargo, antes de que pudiera preguntarse el porqué, escuchó un grito de socorro lanzado desde la colina más próxima por uno de sus guerreros y corrió en aquella dirección para ayudarlo. Al llegar a la cumbre, sorprendió a un puñado de Perdiciones Ooralath, semejantes a sabuesos, haciendo trizas el cuerpo del desgraciado hombre lobo que había pedido auxilio.
Antes de que las Perdiciones pudiesen siquiera darse la vuelta, Albrecht saltó entre ellas y blandió Amo Solemne al tiempo que lanzaba dentelladas con sus colosales mandíbulas. Abrió a dos de ellas en canal antes de que las otras supieran que había llegado y le partió el cuello a una tercera antes de que ninguna pudiera reaccionar. Otra de aquellas criaturas con aspecto de perro saltó sobre él desde su lado ciego, pero él rodó sobre los hombros y la arrojó por los aires con los pies. Mientras aterrizaba agazapado a cuatro patas, la Perdición chocó con su única compañera superviviente y ambas cayeron al suelo echas un ovillo. Albrecht se precipitó sobre ellas y las empaló con su espada.
Mientras se desintegraban y los pedazos de sus cuerpos blindados desaparecían en la tormenta, Albrecht comprobó el estado del hombre lobo al que habían estado atacando. La víctima era una mujer llamada Ilanya Pie de Plata, una de las guerreras de Konietzko. Yacía de espaldas en un charco de sangre. Abierta desde el esternón a la entrepierna. Tenía la boca y los ojos muy abiertos y el viento de la tormenta zarandeaba los jirones de su carne desgarrada. Ya estaba revirtiendo a su forma tribal, el equivalente para un hombre lobo de los estertores de la muerte. Se apartó de mala gana y divisó un grupo de Colmillos Plateados que se estaban reuniendo al abrigo de una cresta elevada. No había más hombres lobo a la vista. Se reunió con los Colmillos y formaron rápidamente un anillo defensivo para ofrecerse su mutuo apoyo frente a la tormenta. La Reina Tvarivich estaba entre ellos, también en su forma Crinos.
—¿Qué demonios ha pasado? —gritó Albrecht por encima del rugido de la tormenta—. ¿Cómo es que hemos acabado aquí?
—Es lo mejor que han podido hacer las Lunas con esta tormenta —respondió Tvarivich.
—Vale. ¿Estamos muy lejos? ¿En qué dirección tenemos que ir?
—Por allí —dijo Tvarivich señalando con la maza, que estaba manchada de algo líquido, espeso y azul—. No está lejos.
—Entonces vamos.
La rusa asintió y le indicó la dirección a los demás. Juntos, se encaminaron hacia allá. Rechazaron a unas pocas Perdiciones que se dejaron caer sobre ellos y siguieron una larga y sinuosa caminata a través de las colinas de la Penumbra. No obstante, sabían que llegaría un momento en que no podrían seguir avanzando frente a la creciente furia de la tormenta. Así que se detuvieron y Albrecht y Tvarivich se asomaron al mundo físico por encima de la Celosía.
En el mundo físico se encontraban ahora a unos doscientos metros de la elevada montaña de granito que, de acuerdo a la información de Tvarivich, era la prisión de Jo’cllath’mattric. Sin embargo, en aquel momento estaban en el borde de un barranco que separaba dos altas colinas, donde estaba teniendo lugar una batalla. Una fuerza de Danzantes de la Espiral Negra y varias manadas de fomori y Perdiciones materializadas se extendían por la rocosa extensión como gusanos en un cadáver. Los guerreros que ya habían llegado —en su mayoría soldados que habían acompañado a los invitados del margrave desde sus clanes respectivos— estaban dispersos y no oponían demasiada resistencia, como si se hubiesen enfrentado a un ataque por sorpresa. Las manadas individuales se defendían bien pero los engendros del Wyrm eran más numerosos y estaban mejor organizados. El enemigo estaba separando los grupos aislados de Garou cada vez más. Si las cosas no cambiaban, el enemigo vencería y podría retirarse a una posición de fuerza más próxima a la montaña. Pero Albrecht moriría antes de permitirlo. Se irguió cuan largo era en su forma Crinos y levantó a Amo Solemne frente a sí para que todos cuantos lo rodeaban pudieran verlo.
—Espíritus de la guerra, afilad mi hoja —aulló por encima del estrépito de la tormenta. Algunos de los Colmillos plateados que se encontraban cerca de él se unieron a su aullido—. Espíritus de Luna, afilad mis garras y concededme vuestra protección. Madre Gaia, que tu cólera viva en mí.
Los espíritus a los que invocaba despertaron y respondieron uno por uno, concediendo al Rey Albrecht y a muchos de sus guerreros las bendiciones que habían solicitado y entonces, cuando estuvo hecho, Albrecht y los Colmillos Plateados desaparecieron del mundo espiritual.
Albrecht fue el primero en aparecer en el mundo físico, segundos más tarde, y su aparición no pasó inadvertida. Amo Solemne brillaba con fuerza en su mano derecha y parecía vibrar de excitación. Su mano derecha terminaba en cinco largas garras de plata que reflejaban los relámpagos del cielo. Venía ataviado en lo que parecía una coraza fina como una gasa, forjada en plateada luz de luna y tan liviana como ésta. Avanzó un paso y profirió un rugido, y las piedras se estremecieron con el poder de su furia. Un rayo cayó muy cerca y el estallido del trueno hizo resonar su llamada a la batalla mientras más y más guerreros se materializaban a su alrededor.
Tajavientres entró corriendo en el corazón del túmulo y se encontró con cinco hombres ataviados con túnicas negras como la de Garramarga, arrodillados todos junto al borde del Abismo y cantando de forma monótona. Los Theurge habían llegado poco después de que el ataque comenzara y habían dado comienzo a su ritual de inmediato. Ahora sus palabras resonaban como un eco en el foso mientras los portales de los puentes lunares parecían estremecerse de forma sincopada.
—¿Qué ocurre? —preguntó una de las figuras. Tajavientres no distinguió cuál.
—¿Dónde está Garramarga? —demandó.
—Con la piedra del camino —respondió otro de los Theurge.
Tajavientres corrió por el perímetro de la cámara hasta llegar a la antecámara situada al otro lado extremo de la entrada por la que había llegado. En su interior se encontraba Garramarga, inclinado sobre la cuenca que contenía la piedra del camino. Con exquisito cuidado, estaba colocando unas finas varillas de cristal por toda la cuenca en un complicado patrón que recordaba al que formaba la prisión del Hijo Olvidado. Tajavientres recordaba bien el dibujo.
Sin mirarlo, Garramarga preguntó:
—¿Sí, Tajavientres?
—He venido a ver cómo marcha el ritual —dijo Tajavientres—. ¿Falta mucho para que termine?
—Apenas acabo de empezar —respondió Garramarga—. En este momento, mis aliados están invocando a los servidores del Hijo Olvidado para que puedan atender a su amo cuando aparezca.
—Supongo que eres consciente de que nos están atacando —dijo Tajavientres—. ¿Cuánto va a tardar?
—Las tormentas de la Umbra contribuirán a debilitar las cadenas —dijo Garramarga—. Pero el ritual sólo permite romperlas de una en una. Llevará tiempo.
—¡No tenemos tiempo!
—No te preocupes —respondió Garramarga—. Conforme vaya rompiendo las cadenas, el patrón entero se irá debilitando. Después de algún tiempo, las fuerzas en desequilibrio empezarán a hacer el trabajo por nosotros. Pero hasta entonces, las energías que debo canalizar requieren de un control muy delicado. Si es necesario que vigiles mis progresos hazlo en silencio. Debo concentrarme.
—Tú sigue con ello —dijo Tajavientres mientras se volvía para marcharse—. Y deprisa, antes de que la Nación Garou entera llegue aquí.
Albrecht se lanzó hacia el campo de batalla y una manada entera de Danzantes de la Espiral Negra abandonó su posición en el centro de la línea para salir a su encuentro. Aunque eran fieros guerreros Ahroun, arrojó a uno de ellos a un lado con las garras y abatió al siguiente con Amo Solemne como sí no fuesen más que cachorros. Los Colmillos Plateamos que venían tras él aplastaron a los Espirales mientras caían. Tres enemigos más lo rodearon y trataron de desgarrar sus defensas pero la armadura que Luna le había concedido repelió sus garras. Albrecht les cercenaba los brazos y los abría en canal con las garras cuando se acercaban demasiado. Uno cambió a Hispo y trató de hacerlo caer pero él rodó sobre su espalda y le cortó las piernas a otro de sus camaradas. Un golpe en vertical propinado por las garras de plata destripó al siguiente Espiral y Tvarivich cargó desde atrás y le aplastó el cráneo al que estaba en forma Hispo cuando se disponía a cargar de nuevo. Albrecht aulló órdenes mientras los cinco Danzantes de la Espiral Negra caían a su alrededor, presa de espasmos, sollozando y revirtiendo a sus formas tribales. Los demás Colmillos Plateados obedecieron sus órdenes y lo siguieron hacia sus aliados.