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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Colmillos Plateados (16 page)

—Han fallado —dijo Dientesabueso. Un jirón de carne colgaba bajo su párpado derecho y tenía que apoyarse en uno de sus guerreros mientras los huesos y los músculos de su destrozada pierna derecha recobraban su forma original—. Lo más probable es que estén muertos.

—Aplastados —dijo Caminante del Alba. Su brazo izquierdo colgaba inútil a un lado y la fuerza de los vientos de la Umbra hacía que se balanceara.

—A menos que ya estuvieran dentro de la montaña —sugirió Cólera Lenta—. Puede que algunos de ellos hayan sobrevivido.

—No podemos contar con eso —dijo Konietzko—. Tenemos que seguir adelante y llevar a cabo la misión.

—¿Cómo? —gruñó Dientesabueso—. El túnel se ha desplomado.

—Pero no ha desaparecido —dijo Caminante del Alba mientras cojeaba hasta allí. Cólera Lenta tuvo que sostenerlo hasta que un Theurge pudo llegar a su lado y le impuso las manos.

—No —asintió Konietzko—. No ha desaparecido.

—Eso no significa que podamos utilizarlo —insistió Dientesabueso. Ya podía sostenerse por sí solo pero su cara seguía siendo una ruina sanguinolenta.

—Sí que podemos —dijo Rápido-como-el-Río. Sus dos camaradas de manada habían desaparecido pero él no había sufrido una sola herida—. Podemos cavar.

—Sí —dijo Konietzko—. No tenemos elección.

Tras cambiar a la forma Crinos a mitad de salto, Albrecht corrió por el túnel llevando a Amo Solemne a baja altura. Cuanto más avanzaba, más claro se hacía el resplandor azulado procedente de la cámara y más sentía cómo iba adelgazando la Celosía. Ya no oía voces ni pasos acercándosele desde delante pero conforme la luz azul se hacía más intensa, empezó a sentir unos latidos de energía impura que resonaban en las piedras circundantes con creciente intensidad. No sabía lo que presagiaba la sensación pero sí, en cambio, que no tenía tiempo de esperar a que su significado se revelara por sí solo.

Así que apretó el paso con la esperanza de ganar la cámara que había al otro extremo del túnel antes de que el ritual que sin duda estaban realizando los Espirales fuese mucho más allá. No necesitaba ser un Theurge para darse cuenta de que en un túmulo no tenía que reinar una sensación así. Atravesó a la carrera el último tramo del túnel y emergió a una antecámara semicircular sin ningún ornamento. Al ver que ningún centinela ni espíritu guardián le salía al paso avanzó con más cautela hacia el corazón del túmulo propiamente dicho.

Allí vio un foso circular rodeado por unos repugnantes orificios con forma de esfínteres que temblaban en el aire al ritmo de una energía pulsátil que atravesaba el aire. Una enorme estalactita cubierta de símbolos negros colgaba sobre el foso y los símbolos latían al mismo ritmo que la energía, como si fueran venas llenas de sangre. Albrecht podía oler la vileza del Wyrm por todas partes, como un acre humo invisible.

Siguió investigando y vio cinco figuras de color negro, inmóviles alrededor del borde del foso, entre los orificios elevados. Caminó hasta una de ellas y vio que era un ser humano ataviado con una túnica, tirado en el suelo y con la cabeza en un charco de sangre. Lo pinchó una vez con Amo Solemne y no reaccionó. Entonces le dio la vuelta con el pie y se encontró con un lastimero rostro humano, muerto. Parecía que le habían explotado los ojos y la sangre espesa y negra cubría su boca, su nariz y sus orejas. Las otras figuras que podía ver parecían estar en semejante estado.

—¿Se me ha pasado algo por alto? —arrugó el hocico con aire inseguro mientras se apartaba del borde del foso y contemplaba con el ceño fruncido los cuerpos muertos—. ¿O es que habéis…?

Antes de que pudiera terminar la frase, un aullido agudo estalló a su espalda, en su costado ciego y escuchó unos pasos que se le acercaban a la carrera. Tuvo el tiempo justo para volverse antes de que un hombre lobo con un abrigo manchado se le echara encima como una Harley Davidson en pleno derrape. Cayeron juntos al suelo, lanzándose gruñidos y dentelladas y Amo Solemne resbaló de su mano y se perdió rebotando sobre las rocas que jalonaban el foso. El hombre lobo —el Espiral— debía de haberlo estado esperando junto a la entrada de la cámara todo el tiempo, pensó Albrecht, y el afortunado hijo de puta había elegido su lado ciego. Se puso en pie de un salto y arrojó a su enemigo al suelo. El Espiral era rápido y se incorporó antes aún que él. Los dos se irguieron y se miraron los ojos.

—Te reconozco —ladró el otro y Albrecht, que estaba a punto de abalanzarse sobre él, se detuvo, sorprendido—. El parche en el ojo. La diadema. La espada. Eres Albrecht. El Hermano Arglach nos habló de ti en la colmena.

—Debería haberte dicho que no me tocaras los cojones —gruñó Albrecht.

—Lo hizo —el Espiral esbozó una sonrisa despectiva y empezó caminar hacia la izquierda de Albrecht, tratando de conseguir que éste quedara entre él y el foso—. Pero si te mato, esa zorra tendrá que respetarme. Tendrá que dejar que el Hijo Olvidado me recompense al fin.

—¿Ah, sí? —gruñó Albrecht—. Pues yo tengo una recompensa para ti aquí mismo, hijo de puta. A menos que prefieras largarte y seguir a trajinándote a tu madre.

Por alguna razón, estas palabras enfurecieron al Espiral mucho más de lo que Albrecht había esperado. Sus ojos enrojecieron y cargó contra él con un alarido demente que sonaba más a dolor que a pura rabia. Albrecht recibió su descontrolado ataque sin miedo. Avanzó un paso y alzó los brazos con los codos hacia fuera. Al hacerlo, apartó las garras de su atacante y clavó las propias sobre sus hombros. Entonces, utilizando el impulso del Espiral, giró en redondo y volteó a su enemigo. Los dos cayeron al suelo pero Albrecht cayó encima y le hundió las fauces en la garganta con todas sus fuerzas. El Espiral se debatió y trató de clavarle las garras en la espalda pero el rey sacudió la cabeza de un lado a otro lo más fuerte que pudo hasta que sintió que su enemigo dejaba de resistirse y empezaba a revertir a su forma humana. Cuando el Espiral se quedó inmóvil al fin, Albrecht se irguió sobre él y le escupió un espumarajo de sangre y cartílagos a la cara.

—Gilipollas —volvió a decir—. Deberías haber escuchado al Hermano Caraculo. ¿Dónde está Amo Solemne?

Lanzó una mirada en derredor y distinguió el arma junto a una de las pasarelas que cruzaban el foso. También se percató de que el pulso de energía que sentía en el aire no estaba menguando. Hubiera querido creer que las figuras de las rúnicas, al realizar el ritual que había partido la cadena de patrón en el exterior habían desencadenado alguna clase de descarga que las había matado. Pero en el fondo de su corazón sabía que las cosas nunca son tan fáciles. Caminó hasta la viga, recogió su gran klaive y lo cruzó para dirigirse al otro extremo de la sala. Al hacerlo vio la segunda antecámara, situada al extremo opuesto de la que él había utilizado para entrar y escuchó unos cánticos procedentes de allí. Corrió hacia ella y vio en su interior una cuenca de piedra sobre la que se inclinaba con aire solemne una figura ataviada con una rúnica negra.

La figura estaba cantando suavemente en una lengua que Albrecht no reconoció pero el tempo coincidía a la perfección con los latidos de energía. Mientras iba aumentando su velocidad, levantó un escalpelo de plata sobre lo que parecía ser una complicada telaraña tendida sobre la cuenca. El instrumento se movió de un lado a otro como un instrumento de adivinación y entonces la figura encapuchada lo bajó hacia una de las hebras de la telaraña. La fina hoja cortó la hebra antes de que Albrecht pudiera hacer nada por detenerlo y en las profundidades se produjo una explosión que sacudió la montaña hasta los cimientos. Aun la misma Celosía pareció estremecerse como si fuera un fino biombo de tela y una ráfaga de viento sopló hacia fuera desde el interior de la cámara. Albrecht tuvo que sujetarse al muro para no caer. Mientras la fuerza expansiva pasaba sobre él, supo de forma instintiva que otra de las cadenas de patrón acababa de partirse en la Umbra. El latido de energía remitió ligeramente y entonces empezó a cobrar nuevas fuerzas, más rápido esta vez.

Al oír el sonido de las garras sobre la roca, no obstante, la figura encapuchada dejó de cantar y se volvió parcialmente.

—¡Vete, Tajavientres! —chilló sobre su hombro—. ¡El Hijo Olvidado está en el umbral! ¡Me necesita! ¡No se me debe molestar ahora!

—No —dijo Albrecht mientras se le echaba encima con Amo Solemne en alto—. Yo diría que ya te he molestado.

El hombre de la túnica giró en redondo más deprisa de lo que Albrecht había esperado. Unos brillantes ojos ambarinos ardieron por un instante en las profundidades de su capucha y dio un salto hacia delante al tiempo que adoptaba su forma Crinos, negra como la pez. Albrecht se hizo a un lado y le cercenó el brazo derecho de un tajo. Pero la herida no pareció molestar demasiado al negro Espiral. Empuñando el diminuto escalpelo con la mano izquierda atacó a Albrecht mientras el cuerpo de éste estaba demasiado extendido y se lo hundió en el costado derecho. El escalpelo se clavó entre dos costillas. Con un aullido de dolor, golpeó al Espiral en la cabeza con el pomo de Amo Solemne y a continuación le abrió el vientre con un amplio tajo que probablemente no era del todo necesario considerando la severidad de la primera herida que le había infligido. El Espiral salió despedido contra la pared de la antecámara y cayó al suelo en forma Homínida. La mano que aún conservaba se aferró a su vientre, tratando en vano de impedir que se le salieran las entrañas.

Con un aullido de dolor aún más potente, Albrecht agarró la empuñadura del escalpelo que sobresalía de su costado y trató de sacarlo. El arma ardía como un atizador de chimenea y estaba clavada muy profundamente y necesitó dos intentonas para conseguirlo. Después de la segunda, las rodillas se le doblaron y tuvo que apoyarse en la pared para no caer. Cuando pudo ver de nuevo con claridad, se encontró frente al agonizante Espiral y le arrojó el escalpelo, lleno de rabia y furor. El impacto no hizo daño alguno pero consiguió que el Espiral levantara la cabeza. La capucha pendía ahora sobre sus ojos y su rostro quedaba envuelto por completo en sombras.

—¿Qué estás mirando? —ladró Albrecht—. ¿Todavía no estás muerto?

—Poco —susurró el Espiral—. Faltaba tan poco.

—Entonces termina de una vez —dijo Albrecht. El latido de energía en el aire era ahora lento y regular y ya no ganaba en intensidad pero no había desaparecido del todo.

—Me faltaba tan poco —continuó el Espiral—. Lo siento, Padre. Pero al menos… el intruso… morirá… también…

—Hoy no —bufó Albrecht mientras observaba cómo se deslizaba un intestino entre los dedos de su enemigo—. Tendrás que darme con algo mucho más grande que un…

—… cuando lleguen —terminó el Espiral, en voz tan baja que Albrecht estuvo a punto de no oírlo. La afirmación hizo que reflexionara. Los refuerzos seguían combatiendo contra los hombres de Tvarivich y Mephi al otro lado del túnel y lo cierto era que podían aparecer en cualquier momento. Por supuesto, era imposible que el agonizante Espiral supiera que estaban atrapados en la cámara superior sin forma de entrar o salir. Por tanto, era probable que se refiriese a nuevos refuerzos que estaban en camino. Lo más probable era que los orificios que rodeaban el foso en la cámara contigua fueran puentes lunares y que un nuevo infierno estuviera a punto de desencadenarse en cualquier momento. Confiando en que no fuera demasiado tarde, se apartó del Espiral agonizante y se acercó a la cuenca sobre la que había estado inclinado cuando él había entrado.

Las finas y transparentes hebras cubrían aún la superficie de la cuenca pero Albrecht se dio cuenta de que el patrón que componían estaba ahora retorcido y deformado, como si fuera objeto de tensiones desequilibradas. Varias de las hebras que hubieran podido mantenerlo en equilibrio estaban bajo el agua, cortadas, y a su lado, en el fondo de la cuenca, había también un suave guijarro de color blanco con una garra negra pintada. Albrecht, que gobernaba su propio protectorado desde un túmulo, sabía perfectamente que no era un simple objeto del ritual; el guijarro era la piedra del camino de aquel antiquísimo lugar sagrado.

Sabía que la piedra del camino anclaba los puentes lunares a aquel lugar así que supuso que si se libraba de ella, los puentes (y los refuerzos que sin duda estaban viniendo por ellos) se cortarían. No obstante, tenía una idea aproximada de lo que podía ocurrir si cortaba alguna de las hebras que cubrían la superficie de la cuenca para llegar hasta ella. Así que con la máxima delicadeza, deslizó una de las largas garras de su forma Crinos por el mayor de los huecos que había entre las finas y delicadas hebras y trató de sacar la piedra. La empujó en una dirección y en la otra, se le resbaló, y por fin logró llevarla hasta uno de los extremos de la cuenca, donde la recogió con la otra mano, sin romper ni mover ninguna de las varillas de cristal.

Pero ahora que la tenía, no sabía lo que debía hacer exactamente con ella. El latido de energía había dejado de recorrer la cámara, y eso parecía algo bueno, pero los puentes lunares seguían abiertos a pesar de que él había confiado en que sacar la piedra de la cuenca bastaría para cerrarlos. De hecho, el que se encontraba directamente frente a él empezó a abrirse como un iris con un húmedo sonido de succión. Al verlo, el Espiral de la túnica negra empezó a reír desde el suelo con carcajadas agónicas.

—Demasiado pronto —resolló el nombre—, pero demasiado tarde. Mis hermanos… terminarán el trabajo… y liberarán… al Hijo Olvidado.

—¿Tú crees? —gruñó Albrecht. Hubiera preferido que el maldito hubiera muerto ya. Sostuvo la piedra del camino en alto, sin saber si el Espiral podía verla o no—. ¿Pueden hacerlo sin esto? Porque yo diría que tus hermanos pueden irse al infierno y el Hijo Olvidado puede quedarse justo donde está.

Y tras decir esto, echó el brazo atrás y arrojó la piedra con todas sus fuerzas contra el puente lunar, ahora abierto, en un ángulo elevado. Al hacerlo pudo ver a un Danzante de la Espiral Negra que se acercaba y se agachaba instintivamente mientras la piedra volaba por encima de su cabeza. Pero aquella visión fugaz fue la única que cualquiera de los dos tuvo del otro en toda su vida. Al cruzar la entrada que conducía al enrevesado espacio de la Umbra que conectaba el túmulo con su colmena, la piedra se llevó consigo su capacidad de anclaje. El puente lunar se plegó sobre sí mismo frente a los ojos de Albrecht, llevándose a los Espirales que lo estaban utilizando a Gaia sabe qué parte de la Umbra y entonces el portal desapareció. En un abrir y cerrar de ojos, los demás portales que rodeaban el pozo desaparecieron también. Dondequiera que estuviera ahora la piedra del camino, tan seguro como que había infierno que no era allí y a ese lugar era adónde conducían ahora los puentes lunares. Los Espirales estaban atrapados. No llegarían más refuerzos en mucho tiempo.

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