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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Colmillos Plateados (12 page)

—Eso dice la historia —dijo Dientesabueso—. Pero tales consideraciones no son las que nos han traído aquí. Estamos aquí para examinar lo que sabemos y decidir lo que vamos a hacer basándonos en eso. Así que decidamos. ¿Qué vamos a hacer con esta nueva información que se nos ha presentado?

Todos los ojos se volvieron hacia Konietzko en busca de una respuesta, ignorando a Albrecht. Sólo Tvarivich tuvo la cortesía de mirar a éste en primer lugar. Hasta Mephi buscó automáticamente al margrave.

—La simple verdad —dijo el margrave tras un largo y meditabundo silencio— es que, a pesar de las revelaciones de la Reina Tvarivich, seguimos sin tener más pruebas que antes. Tenemos los sueños de un traidor, especulaciones e inferencias, pero no hechos sólidos. Aunque todo lo que nos acaban de contar fuera cierto, lo mejor que podríamos hacer ahora es organizar una misión de reconocimiento y enviarla a…

—¡No! —gritó Albrecht, atrayendo todas las miradas. Hasta el margrave se encogió a causa de la sorpresa—. Ya habéis perdido demasiada gente así. No he venido hasta aquí para permanecer de brazos cruzados mientras seguís sacrificando buenos guerreros en pequeños grupos sólo para confirmar algo que te estamos diciendo que ya sabemos —clavó un dedo en el mapa que la Reina Tvarivich había desplegado sobre la mesa y adoptó su forma Glabro para dirigirse a todos los presentes en la Alta Lengua—. Jo’cllath’mattric está aquí. Las fuerzas del Wyrm han estado convergiendo en esta montaña y lo están buscando. Si les damos más tiempo, lo encontrarán y lo liberarán. ¿Me entendéis? Eso no puede permitirse. No lo permitiré. Y si alguno de vosotros ama a Gaia lo bastante como para luchar por Ella, tampoco lo permitirá. ¡Estoy hablando de vuestro maldito deber y empiezo a estar harto de que lo ignoréis!

Un silencio se posó en la sala tras esta afirmación y la mesa se llenó de expresiones de pasmo. La única excepción era el rostro del margrave. Por vez primera, Albrecht vio una emoción verdadera en ella, y era una rabia hirviente e indignada. Albrecht conocía aquella mirada demasiado bien. Era la última expresión que había visto en el rostro de su tatarabuelo y el recuerdo era como un tizón en su memoria que trataba de secar su determinación. Esa misma rabia había inundado los ojos del Rey Morningkill la noche que al fin había estallado y había exiliado a Albrecht de Tierra del Norte. El anciano había permanecido allí, sentado en su trono, rodeado por su corte y había desafiado a Albrecht a reafirmarse. Lo había desafiado a decir una palabra más, a cruzar la línea sin retorno… y Albrecht lo había hecho. Era la mirada de un rey que no toleraría desafíos en su propio trono.

Pero ahora, al igual que entonces, Albrecht no estaba dispuesto a dejarse intimidar. Tal como había desafiado a su anciano rey muchos años atrás, no retrocedió ahora ante Konietzko. Por supuesto, su estallido ante Morningkill no había sido más que una prueba de arrogancia y testarudez, pero desde entonces había aprendido a elegir sus batallas. Esta vez tenía razón y no podía echarse atrás. Había demasiado en juego. Además, se dijo, el Margrave Konietzko no era el Rey Morningkill; Morningkill estaba muerto. Ningún hombre tenía sobre él mas poder que el que él mismo le concediera.

Y mientras se miraban fijamente, pareció que el Margrave Konietzko reconocía esta convicción en Albrecht. Tras un instante, la piel que rodeaba sus ojos se tensó y la comisura de sus labios se alzó una fracción de centímetro.

—Tienes razón, Lord Albrecht —dijo con lentitud—. Puede que hayamos sido en exceso cautelosos. Puede que estemos vacilando cuando lo que deberíamos hacer es actuar. No lo haremos más, pues. Tenemos un deber para con Gaia, el deber de impedir que Jo’cllath’mattric sea liberado. Estamos obligados a hacer lo que esté en nuestras manos para cumplir con ese deber.

—Coño, sí —dijo Albrecht—. Y hay que empezar cuanto antes.

—Entonces lo haremos —dijo Konietzko. Entonces se volvió y examinó a todos los demás con una mirada que recorrió la sala entera—. Recomiendo a todos los presentes que reúnan a sus guerreros, los preparen para la batalla y acudan con ellos al campo situado a los pies de la fortaleza. Cuando estén todos reunidos, regresad aquí para que podamos empezar a planificar la ofensiva. Parece que ha llegado la hora, al fin, de llevar esta batalla al campo del enemigo.

A su alrededor, todos los ojos se llenaron de impaciencia enardecida y los guerreros esbozaron sonrisas depredadoras. Aquélla era la clase de noticias que estaban esperando. Para eso se habían reunido allí. Habían venido a luchar y la hora había llegado al fin.

—Muy bien —dijo Albrecht—. Por fin estamos hablando en serio.

—Un momento de tu tiempo, Lord Albrecht —dijo el Margrave Konietzko unos minutos más tarde mientras los consejeros abandonaban la estancia para preparar a sus soldados, tal como se les había pedido—. Quiero hablar contigo.

Albrecht no tenía soldados propios a los que dirigirse pero pretendía acompañar a Tvarivich a su campamento. Cuando Konietzko lo llamó se detuvo, hizo un gesto a Mephi y la reina —quienes se habían detenido a su lado— y se mantuvo junto a la puerta mientras los líderes de los clanes y sus ayudantes vaciaban la estancia. Al cabo de un momento, sólo el margrave y él quedaban allí. Aun así, la habitación parecía pequeña y estrecha.

—¿Qué pasa? —preguntó Albrecht mientras se metía los pulgares en los bolsillos. Konietzko y él se miraron fijamente desde los dos lados de la atestada mesa.

—Esas cosas que acabas de decir —replicó el margrave con parsimonia—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que un Colmillo Plateado se atrevió a hablarme de ese modo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que
cualquiera
se atrevió a darme lecciones sobre mi deber para con Gaia.

Albrecht se guardó su respuesta. Las únicas cosas que podía pensar para replicar eran cosas que le habían enseñado en el pasado las duras miradas de Mari y Evan.

—Quería que supieras —continuó el margrave— que esta vez… esta
única vez
, ha sido más que suficiente.

—Ya te he oído —dijo Albrecht con la sombra de una sonrisa en los labios—. Suponía que sería así.

Y con estas palabras, giró sobre sus talones y dejó al margrave a solas en la sala de audiencias.

Unos minutos más tarde se reunió con Mephi y Tvarivich en el exterior, mientras se dirigían al campamento de la reina. Mephi fue el primero en oírlo mientras corría hacia ellos y ambos se detuvieron para esperarlo.

—¿Algún problema ahí dentro? —preguntó el Caminante.

—Nada importante —gruñó Albrecht—. Sólo unas palabras de aliento entre aliados.

—Ahá —replicó Mephi.

Albrecht se encogió de hombros.

—Antes de que regresemos al campamento, no obstante, tengo que hablar a solas con la Reina Tvarivich un segundo.

—Claro —dijo Mephi—. Me adelantaré y le diré a vuestros hombres que vais para allá.

Albrecht asintió y Mephi se alejó a la carrera.

—¿Qué ocurre, Rey Albrecht? —dijo Tvarivich mientras empezaban de nuevo a caminar—. ¿Algo va mal?

—Puede que no ahora mismo —dijo Albrecht con la mirada al frente en lugar de hacia ella—. Pero algo que dijiste la pasada noche me ha hecho pensar. Algo que Arkady dijo también, antes de que yo lo enviara de regreso a Rusia. Me dijo que yo no me hacía idea de cómo eran las cosas por allí. Que no conocía el poder de la Bruja.

—Desafía toda descripción —dijo Tvarivich mientras fruncía el ceño al recordar.

—Sí. Y la pasada noche, me pareció por tus palabras que contabais con recibir ayuda del exterior para enfrentaros a ella. Dijiste que os habíamos traicionado por no enviarla.

La Reina Tvarivich sacudió la cabeza.

—Eran mentiras de Arkady. Yo creía que habíais decidido abandonarnos conscientemente.

—Bien —dijo Albrecht—. Pero al principio me preguntaba por qué era Arkady el único que había logrado salir de allí de una pieza y luego supe que se debía a sus tratos con el enemigo. No puedo imaginarme lo malas que han debido de ser las cosas para vosotros.

—Si aún quieres saber cosas, nuestros Galliard pueden contarte muchas historias. ¿Quieres oír algunas antes de que partamos?

—No —dijo Albrecht mientras metía las manos en los bolsillos de la chaqueta—. No he sacado el tema por eso. Lo he sacado porque lo único que he hecho ha sido pensar. No
hice
nada sobre ello ni me impliqué personalmente. Pero ahora…

—Ahora estás aquí —dijo Tvarivich mientras su mirada se perdía.

—Exacto —dijo Albrecht—. Estoy aquí porque se trata de un asunto personal. Uno de mis compañeros de manada ha caído. Arkady está implicado. Tenía que venir. Pero cuando en Rusia necesitasteis ayuda, no creí que fuera mi lucha, no como ahora —se detuvo, aspiró profundamente y dijo—. Supongo que lo que estoy tratando de decir es que…

—No lo hagas —dijo Tvarivich, mientras se paraba y cruzaba los brazos por debajo de la capa—. ¿Qué podría responderte, Roy Albrecht? ¿Que lo comprendo? ¿Que no importa porque al final obtuvimos la victoria solos? ¿Que, para empezar, un rey no tendría que disculparse con sus súbditos?

—No, a menos que pienses que es cierto —dijo Albrecht, tratando de no parecer demasiado esperanzado.

—Bien, porque no es así —replicó Tvarivich—. Necesitábamos vuestra ayuda y no nos la prestasteis. Cayeron muchos Colmillos Plateados que podrían haberse salvado. No puedo perdonaros eso. Esa clase de absolución está en manos de Halcón. Y del tiempo.

—¿Y qué ocurre hasta entonces? —dijo Albrecht—. ¿Qué vamos a hacer?

—¿Tú y yo? —preguntó Tvarivich—. Cumplir con nuestro deber. Es lo único que podemos hacer. La guerra continúa, a pesar de todo.

—Sí —dijo Albrecht—. Supongo que es así.

Capítulo ocho

Varias horas más tarde, los líderes de los clanes regresaron de la fortaleza para dirigirse a los hombres y mujeres que se habían reunido en la planicie rocosa del exterior. De los casi sesenta guerreros elegidos para tomar parte en la ofensiva, casi dos terceras partes eran hombres del margrave. Dientesabueso y Tvarivich habían contribuido con los dos grupos más numerosos después de aquél y el resto había venido con Cólera Lenta, Rápido-como-el-Río y Caminante del Alba. Se mezclaron unos con otros mientras esperaban a que llegasen sus líderes pero permanecieron cerca de sus equipajes y sus armas para poder ponerse en marcha en cualquier momento. Cuando los líderes hicieron al fin acto de presencia, los soldados guardaron silencio y se prepararon para escuchar.

El Margrave Konietzko venía a la cabeza, llevando un gran rollo de papel enrollado a modo de pergamino alrededor de dos postes de metal de gran longitud. Los demás líderes lo seguían en fila de a uno y cuando finalmente se detuvo frente a los guerreros reunidos se situaron a su alrededor. Desenrolló el papel y clavó los postes en la tierra endurecida. El papel mostraba un mapa topográfico de la Serbia meridional. Cerca de su centro se había marcado la localización que la Reina Tvarivich les había proporcionado, así como otros dos puntos situados al norte y al sur de ella. Cuando el mapa estuvo dispuesto a su satisfacción, Konietzko se volvió hacia los guerreros y tomó la palabra.

—Durante algún tiempo —dijo—, hemos sabido que esta región es un hervidero de servidores del Wyrm. Muchos de vosotros me habéis acompañado en incursiones a los linderos de este creciente mal pero a pesar de todo los engendros del Wyrm no han dejado de aumentar en número. Las misiones de reconocimiento más ambiciosas han sido en general ineficaces, además de costosas en sangre de nuestros camaradas. Y en todo este tiempo, la razón de la acumulación del enemigo ha sido un misterio.

Gruñidos furiosos por toda la audiencia recalcaron esta afirmación.

—Pero al fin —prosiguió el margrave—, hemos resuelto el misterio. Gracias a los esfuerzos de muchos, hemos descubierto que una presencia espiritual hasta el momento desconocida se oculta en estas montañas —señaló el punto central marcado en el mapa— y que lleva encarcelada allí desde tiempos inmemoriales. Durante los últimos meses hemos visto evidencias de que está despertando y de que su prisión está debilitándose y todo esto ha provocado el aumento de la actividad de los engendros del Wyrm. Estos servidores del mal están buscando la entrada a la prisión de Jo’cllath’mattric en la Umbra con el propósito de liberarlo y lanzarlo sobre un mundo desprevenido.

Muchos de los gruñidos se convirtieron en aullidos lanzados desde el fondo de la garganta.

—Es, por tanto, decisión de este consejo, que tomemos la iniciativa y ataquemos antes de que nuestros enemigos lo hagan. Sabemos que su objetivo se encuentra aquí —volvió a indicar la marca central del mapa— y que la montaña es el punto clave en una extensa prisión espiritual que retiene a Jo’cllath’mattric. Es necesario hacerse con el control del lugar para mantener la integridad de las barreras. Por tanto, atacaremos la región con todas nuestras fuerzas, romperemos las filas de nuestros enemigos y estableceremos una defensa fuerte para que no puedan liberar a Jo’cllath’mattric. Éste es nuestro objetivo final.

Mientras los guerreros ponderaban sus palabras, el margrave se volvió hacia Guy Dientesabueso, que se adelantó con los brazos en jarras. Sus guerreros lo vitorearon y él los saludó con un gesto de la cabeza.

—No será tarea fácil —dijo el hombre lobo suizo cuando contó con la atención de todos los presentes—. Los engendros del Wyrm son muy numerosos en el lugar al que nos dirigimos. No hay líneas claras de aproximación o suministro y una vez que nuestro despliegue sea completo no podremos recibir refuerzos. Y lo que es más, no contamos con puentes lunares establecidos en ningún reducto sólido de la zona. Además, el movimiento por tierra de una fuerza de este tamaño no atraería tan sólo la atención de los servidores del Wyrm sino también la de las tropas serbias, las del ELK y las fuerzas de pacificación de la ONU. Por ello, dirigiremos nuestras fuerzas a un túmulo de los Señores de las Sombras recientemente descubierto en Szeged —señaló al punto norte marcado en el mapa, en la Hungría meridional—. Desde allí, el Margrave Konietzko, la Reina Tvarivich y Helena Cólera Lenta obligarán a las Lunas capturadas a abrir puentes lunares temporales para nosotros. Los cruzaremos en dos oleadas y emergeremos en las colinas, aquí y aquí —mientras proseguía, tocó el mapa para indicar las localizaciones de las que estaba hablando—. Nuestro objetivo se encuentra en algún lugar de esta montaña. La Reina Tvarivich sospecha que debe de haber un túmulo allí que hace las veces de ancla para la prisión de Jo’cllath’mattric. Debemos encontrar el camino a ese túmulo y conquistarlo. Los datos geográficos con que contamos sugieren que existe un sistema de cavernas bajo este punto, de modo que abriremos nuestros puentes lunares en el valle que conduce a él y empezaremos la búsqueda allí. Si nuestros esfuerzos resultan infructuosos, nos reagruparemos y enviaremos grupos de búsqueda por las laderas para investigar la cima —Dientesabueso hizo una pausa y se volvió hacia Konietzko—. Margrave.

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