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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

Col recalentada (18 page)

«LAS PUTAS… LAS PUTAS TÍAS COMO TÚ MERECEN QUE LAS VIOLEN… ¡SON GUARRAS QUE NO SABEN TENER LA PUTA BOCA CERRADA!» A Doogie jamás le había mandado a la mierda de aquella manera una mujer.

«¡Y TÚ CÓMO COJONES VAS A SABER NADA SI EN LA VIDA HAS VISTO OTRO COÑO QUE EL DE TU MADRE, PUTO GILIPOLLAS! ¡ANDA Y VETE A DARLES POR EL CULO A LOS MARICONES DE TUS AMIGOS!» Gillian gritaba como una arpía: a ella no le hablaba así nadie. Ni de coña.

Doogie respiraba agitado, aparentemente clavado en el sitio. Se le distorsionó el rostro en una expresión de incredulidad y de incomprensión. Era como si le hubiera dado un ataque. «No lo entiendes…, no sabes nada de mí…», gimió como un animal herido, suplicante y rabioso a la vez.

Para Crooky, la distorsión del rostro del tío se vio magnificada veinte veces por el ácido. Le entró un ataque de puro miedo que se transformó en ira y arremetió contra Doogie lanzando golpes. Éste le dio y le llevó al suelo en un santiamén, donde él y dos más empezaron a tratar de arrancarle pedazos del cuerpo a patada limpia. Al mismo tiempo, el tipo del sombrero de copa baja se puso a intercambiar golpes con Calum, al que después persiguieron alrededor de un coche. Él tiró de una antena que se desprendió del vehículo y azotó con ella a su perseguidor, abriéndole la mejilla. El tipo del sombrero de copa baja chilló de dolor, pero sobre todo de frustración y rabia mientras Calum se escondía debajo del coche. Notó unos patadones en el costado mientras llegaba al centro y se ponía a salvo, pero se percató con horror de que alguien se metía debajo del coche con él. Empezó a patear y a pegar puñetazos frenéticamente antes de darse cuenta de que era Crooky.

«¡CAL! ¡QUE SOY YO, CABRÓN! ¡TRANQUI, JODER!»

Jadeaban, tendidos bajo el coche, comulgando en un estado de terror abyecto mientras oían las voces:

«¡ABRID ESE PUTO COCHE! ¡PONED EL MOTOR EN MARCHA! ¡MATAD A ESOS CABRONES!»

Hostia puta, pensó Crooky.

«¡Violad a las putas guarras! ¡Venga, todos a hacer cola!»

Ay, la hostia…, pero es que han empezado ellas, las muy gilipollas, ellas lo han provocado todo, pensó Calum.

«¡Eso, vosotros intentadlo, cabrones!» Era la voz de Gillian.

Nah, pensó Calum, ellas no han empezado nada. Gillian. No estaba haciendo más que defenderse. No podemos permitir que las toquen.

«¡Vámonos a tomar por culo de aquí, coño!», gritó una voz.

¡Síííí!, pensaron Crooky y Calum al unísono. Iros. Iros de una puta vez. Por favor. Iros.

«¡Id a por el capullo que ha tumbado Doogie!»

Tontos del culo.

Enseguida se estableció un consenso al respecto. Desde debajo del coche, Crooky y Calum vieron a la pandilla pateando el cuerpo de Boaby.

Uno de ellos apagó un cigarrillo encendido contra los labios rojos del cuerpo postrado. Boaby no reaccionó de manera alguna.

«¡ESTÁ JODIDO! ¡YA BASTA!», chilló una voz. Se detuvieron.

Les entró el pánico y se largaron a toda prisa, mientras un tío que llevaba una chaqueta azul les gritaba a Michelle y a Gillian: «¡Como digáis una palabra de esto, putos fetos, estáis muertas! ¿Entendido?»

«Claro», contestó Michelle con sarcasmo.

El tío volvió corriendo y le cruzó la cara. Gillian salió disparada y le pegó un puñetazo en la boca. Intentó hacerlo de nuevo, pero él logró bloquear el golpe y agarrarla del brazo. Michelle se había quitado el zapato de aguja y con un movimiento de abajo arriba le peinó la mejilla con la punta hasta llegar al ojo.

El tío se tambaleó hacia atrás, cortándose la hemorragia con la mano. «¡Puta guarra! ¡Podrías haberme sacado el puto ojo!», gimoteó antes de alejarse con una prisa cada vez mayor mientras ellas se acercaban poco a poco a él, como un par de depredadores pequeños rodeando a un animal herido de mayor tamaño.

«¡ESTÁS MUERTO, CABRÓN! ¡MIS HERMANOS TE VAN A MATAR! ¡ANDIE Y STEVIE FARMER! ¡ASÍ SE LLAMAN MIS PUTOS HERMANOS, CABRÓN!», gritó Gillian.

El tío la miró con gesto asustado y desconcertado, antes de darse la vuelta y echar a trotar detrás de sus amigos.

«¡SALID DE AHÍ DEBAJO, PUTOS GILIPOLLAS!», les gritó Gillian a Crooky y a Calum.

«No», dijo Calum con voz débil. Debajo del coche se estaba bien. A salvo. Crooky, sin embargo, empezaba a sentirse como si estuviera enterrado en vida, como si compartiera ataúd con Calum.

«Se han ido», dijo Michelle.

«Aquí estamos guays. Es el ácido…, toda esta mierda… no la aguanto… Iros a casa…», divagó Calum.

«¡HE DICHO QUE SALGÁIS, COÑO!», gritó Gillian, y el tono agudo de su voz les enervó.

Salieron culebreando de debajo del coche dócilmente, avergonzados y temerosos. «Chisst», gimió Calum, «conseguirás que se presente la poli, ¿eh?»

«Eh, muy buena. Eh, gracias, chicas…», dijo Crooky. «Quiero decir, eh, lo habéis hecho muy bien defendiéndoos de esos cabrones.»

«Eso, muy bien hecho», asintió Calum.

«Ese mamón le pegó a Michelle», dijo Gillian señalando a su amiga, que se estaba poniendo el zapato mientras lloraba desconsoladamente.

Crooky, apenado, hizo un nudo con sus pobladas cejas. «Luego iremos a por esos cabrones, ¿eh, Cally? Reuniremos a una cuadrilla. Es que no podría haber aguantado una bulla yendo de ácido, ¿sabes? Está claro que los muy cabrones no sabían con quién se la jugaban. No eran unos tipos duros, sino unos putos gilipollas. Eso sí, pensé que estaba jodido cuando me llevaron al suelo, pero se dieron más patadas entre ellos de las que me dieron a mí, los muy tontos del culo. Pero ya los cogeré. ¡Huy si no hubiera sido por el ácido, ¿eh, Cal?!»

«Hay que estar loco para meterse ácido», dijo Gillian.

Miraron a Boaby. Tenía uno de los lados de la cara hundido, como si el pómulo y la mandíbula se hubiesen roto. Calum volvió a pensar en la vez que le disparó de mentirijillas a Boaby en Niddrie, de niño, cuando Boaby se hizo el muerto. «Vámonos y punto», dijo.

«No podemos dejarle aquí sin más», se atrevió Crooky, estremeciéndose. Ésa podría haber sido mi puta cara, pensó.

«Sí, será mejor que nos marchemos. La policía pillará a esos cabrones por esto. En realidad le mataron ellos», dijo Michelle entre lágrimas. «Todo se muere, no hay nada que nadie pueda hacer…»

Se alejaron del cadáver sumidos en un silencio interrumpido sólo por los sollozos de Michelle, entre la noche, rumbo al piso de Crooky en Fountainbridge. Crooky y Calum iban tambaleándose cansinamente mientras a escasos metros de distancia Gillian rodeaba con un brazo a Michelle intentando consolarla.

«¿Piensas en Alan?», le preguntó Gillian. «Ya va siendo hora de que le olvides, de verdad, Michelle. ¿Crees que él anda llorando por ti ahora? ¡Ja!», se burló. «Deberías pillar al primer tío que veas para que te mate a polvos. Ése es tu problema, a ti lo que te hace falta es echar un polvo.»

«Perdí el trabajo del banco por su culpa…», gimoteó Michelle. «Era un buen trabajo, el Royal Bank.»

«Olvídale. Empieza a disfrutar de la vida», dijo Gillian.

Michelle miró a Gillian con un mohín hostil antes de forzar una sonrisa. Gillian señaló con la cabeza a Crooky y Calum, que seguían dando bandazos unos metros más adelante. Las dos mujeres empezaron a reírse en voz alta. «¿Cuál de los dos te gusta?», preguntó Michelle.

«La verdad es que ninguno, pero al de las cejas no le aguanto», dijo Gillian señalando a Crooky.

«No, ése no está mal», dijo Michelle, «el que no me mola es su amigo, el tal Calum…, casi no tiene culo.»

Gillian lo pensó. Michelle tenía razón. Calum prácticamente no tenía culo. «Mientras tenga polla, joder», dijo, riéndose y ruborizándose con la comezón hormonal.

Michelle se sumó a las carcajadas.

Gillian seguía mirando fijamente a Calum. Era bastante flaco, y tenía manos grandes, pies grandes y una narizota. Sin duda, la combinación de todos esos factores hacía muy probable que tuviera una polla grande.

«Vale, pues tú vas a por Crooky y yo a por su amigo», le cuchicheó Gillian a Michelle.

«Supongo», dijo Michelle, encogiéndose de hombros.

Subieron al piso de Crooky y se sentaron alrededor de la estufa de gas. En el piso hacía un frío helador y se dejaron los abrigos puestos. Gillian se colocó en el sofá y empezó a darle un masaje en el cuello a Calum. Él estaba ya de bajada del tripi y las manos de Gillian le estaban sentando bien. «Lo tienes supertenso», dijo ella.

«Estoy tenso», fue lo único que acertó a decir Calum. Me pregunto por qué, pensó, repasando los acontecimientos de la noche. «Estoy tenso», repitió con una risita nerviosa.

Michelle y Crooky estaban en cuclillas en el suelo cuchicheándose mutuamente al oído.

«Seguramente pensarás que soy una guarra y tal; si es así dilo», le dijo en voz baja Michelle a Crooky.

«Qué va…», dijo Crooky recelosamente.

«Antes trabajaba en un banco, en la central», dijo Michelle, como subrayando su decencia innata, «el Royal Bank.» Hizo hincapié en lo de «Royal». «¿Lo conoces, el Royal Bank of Scotland?»

«Sí, el que está en el Mound y tal», asintió Crooky.

«No, éste es el
Royal
Bank, ese que dices es el Bank of Scotland. Yo para el que trabajaba era para el
Royal
Bank of Scotland. En la oficina central, en St. Andrew’s Square.»

«El
Royal
Bank…», reconoció Crooky. «Sí, el Royal Bank», repitió mientras miraba sus ojos oscuros. Le parecía hermosa, con aquellos ojos y aquellos labios rojos. El carmín. Los efectos visuales de su carmín, incluso estando de bajada. Crooky se dio cuenta de que adoraba a las mujeres que sabían llevar carmín y pensó que sin duda Michelle pertenecía a esa categoría.

Michelle percibía su deseo. «Vámonos ahí dentro tú y yo», le dijo, señalando la puerta con la cabeza.

«Vale…, guay…, el dormitorio. Sí, el dormitorio», dijo Crooky con una sonrisa, enarcando sus tupidas cejas.

Se pusieron en pie, Michelle con entusiasmo y Crooky con timidez, y se fueron sigilosamente hacia la puerta. La mirada de Crooky se cruzó con la de Calum; frunció los labios y le hizo una caída de ojos mientras se marchaban.

«Sólo quedamos tú y yo», dijo Gillian con una sonrisa.

«Eh, sí», dijo Calum.

Se tendieron en el sofá. Gillian se quitó el abrigo y lo puso encima de los dos. Era un gran abrigo de piel de imitación. A Calum le gustó el aspecto que tenía ella con aquella falda roja corta. Ahora los brazos tenían mejor pinta; se dio cuenta de que debió de ser cosa del ácido.

A Gillian le excitó la dureza del cuerpo de Calum. No podía determinar si se trataba de músculos o sólo de huesos de gran tamaño. Empezó a acariciarle, a frotarle la entrepierna a través de los vaqueros; él notó que se le ponía dura. «Acaríciame, acaríciame a mí también», dijo ella en voz baja.

Calum empezó a besarla y a meterle la mano por el escote. Su vestido y su sostén estaban tan ajustados que no podía sacar una teta sin provocar muecas de incomodidad en Gillian. Así que sacó la mano y recorrió el muslo hasta meter los dedos dentro de las bragas. Ella se apartó y se levantó de golpe del sofá, pero sólo para desnudarse y le animó a hacer lo mismo. Calum se quitó la ropa rápidamente, pero su erección había desaparecido. Gillian regresó al sofá y le abrazó; durante unos instantes, él recuperó la erección, pero no logró mantenerla.

«¿Qué pasa? ¿Cuál es el problema?», saltó ella.

«Nada, sólo el ácido…, es que… es que tengo novia, ¿sabes? Helen. A ver, es que no sé si seguimos saliendo juntos y tal, porque, eh, bueno, últimamente no nos iba bien y yo me fui, del piso y tal, pero aún seguimos viéndonos más o menos…»

«No quiero casarme contigo, joder, sólo quiero follar, ¿vale?»

«Eh, sí.» Recorrió con la vista su cuerpo desnudo y se le puso dura sin que él se diera cuenta.

Cubrieron sus cuerpos desnudos con el abrigo y se pusieron a ello. La cópula se basó más en la interacción y la fricción genitales que en una honda comunión psíquica, pero fue dura e intensa y Gillian llegó al orgasmo con bastante rapidez, seguida poco después por Calum. Él estaba satisfecho consigo mismo. En determinado momento, dudó si sería capaz de aguantar hasta que ella llegara primero. Podía hacerlo mucho mejor, pensó con contrición. Era el ácido, Boaby, y toda la mierda que tenía en la cabeza. Podía hacerlo mucho mejor, pero dadas las circunstancias no había estado mal, pensó con alegría.

Gillian estaba contenta. Pensaba que no le habría importado repetir, pero también que al menos él había logrado tenerla levantada hasta que ella llegó al orgasmo. Estaba bien, había despejado las cosas un pelín. «No ha estado demasiado mal», reconoció mientras los dos se sumían en un sopor poscoito.

Más tarde, Calum notó que Gillian se movía pero se hizo el muerto. Ella se había levantado del sofá y había empezado a vestirse. Entonces Calum oyó una conversación en voz baja y se dio cuenta de que Michelle había entrado en la habitación. Eso le hizo avergonzarse de su desnudez bajo el abrigo. Tiró de él para ajustarlo más y asegurarse de que sus genitales estaban completamente tapados.

«¿Qué tal tu noche?», oyó que Gillian preguntaba en voz baja a Michelle.

«Una mierda. No sabía qué hacer. Como una puta virgen. No se le levantaba. No paraba de hablar del puto ácido…» Calum oyó a Michelle deshacerse en llanto. Entonces preguntó a Gillian, con súbita ansiedad: «¿Y él qué tal?»

Gillian se esforzó por meterse en el vestido y luego estuvo pensando durante lo que a Calum se le antojó muchísimo tiempo. «No estuvo mal. Un poco dado a los gruñidos y tal… Ay, pobre Michelle…, no te ha ido bien. Tendría que haberte colocado a éste», dijo señalando con el pulgar a Calum, que notó una punzada en los genitales.

Michelle se frotó sus ojos llorosos, embadurnándose los párpados con gruesos trazos de delineador. Gillian estuvo a punto de decir algo, pero no pudo articular una palabra antes de que Michelle empezara a hablar. «Es que con Alan era cojonudo. Al principio era cojonudo. Luego se convirtió en una mierda, cuando estuvo con esa puta zorra, pero al principio… no había nada igual.»

«Ay», dijo Gillian en voz baja, pensando en Alan y en su sexualidad por primera vez. Ya le diría a Michelle lo de los ojos luego. Se volvió hacia Calum, sacudiéndole con suavidad. «Eh, Calum, ¡despierta! Vas a tener que despertarte. Necesito mi abrigo. Nos vamos.»

«Eh, ya…», farfulló Calum mientras abría los ojos. Se sentía como si le hubieran escabechado el cerebro y apaleado el cuerpo por todas partes. Al menos había bajado ya, y estaba libre del ácido y de sus jueguecitos malévolos. «Entonces deja que me ponga los gayumbos», suplicó.

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