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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

Col recalentada (14 page)

31

Tazak todavía estaba recuperándose del bolo cuando Ally, Denny y Bri atravesaron la puerta del templo de propulsión por Voluntad de la nave. Había otro ser humano con la peña
casual.
A Tazak, que se había acostumbrado a distinguir entre distintos miembros de la especie, le recordaba a Mikey. El cyrastoriano echó una mirada a su colega.

«¿Qué coño hacen aquí estos capullos? No tienen autorización.»

Mikey sonrió: «La autorización se la he dado yo, ¿vale? Ése es mi hermano», dijo señalándole con la cabeza; Alan le sonrió a Tazak y le mostró una dentadura terrícola completa, igual que la de Mikey.

«¡En esta puta nave tú no autorizas a nadie, Mikey!», exclamó Tazak señalándose a sí mismo. «¡Aquí el único que da autorizaciones soy yo! ¡¿Vale?!»

Mikey se levantó: «No, colega, no vale. Te lo explico: aquí va a haber algunos putos cambios. Ahora esta puta nave es mía.»

«Vete a tomar por culo, piltoniano,
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y no empieces a ir de listo conmigo», se mofó Tazak, mientras Mikey se plantaba delante de él.

«Tú no eres el único que tiene poderes psíquicos, Tazak. Acuérdate», le advirtió Mikey.

Tazak se rió a mandíbula batiente. Habría sido lamentable a tope si no hubiera tenido tanta gracia. Ya iba siendo hora de poner al supuesto
top boy
aquel en su sitio. «¡Ja, ja, ja! ¡Ya has visto lo que pasó con tus poderes psíquicos ahí fuera!» Tazak se volvió hacia la cuadrilla de los Hibs y señaló el casco de la nave. «¡Perdió la puta cancha!», exclamó mientras sacudía la cabeza con tristeza y miraba a Mikey. «Escucha, capullo terrícola: ¡puede que te haya enseñado todo lo que sabes, pero nunca te he enseñado todo lo que yo sé!»

Era cierto. A pesar de su inmersión en la cultura cyrastoriana, con el show que acababa de montar fuera Tazak le había demostrado de forma dolorosa a Mikey que tenía un repertorio y una gama de habilidades psíquicas que los
Hibs boys
jamás podrían soñar con emular.

No obstante, el ex CCS tenía un as en la manga. «¿Te acuerdas de la puta pastilla que te di hace un momento? ¿Para quitarte el ansia de fumeque?»

Tazak pareció vacilar. Mikey le mostró una sonrisa de anuncio de dentífrico. Ally y los demás muchachos parecían estar a punto de saltar.

«Pues no tenía nada que ver con los trujas. Era una gelatina. En un momento todos tus poderes psíquicos serán totalmente inútiles, ¿vale? ¡La única Voluntad que te quedará es la que espero que hayas dictado en beneficio de tus parientes más próximos, so cabrón!»

En cuanto oyó aquellas palabras, Tazak comenzó a sentir que perdía el control de sus sentidos. Trató de orientarse mediante el ejercicio de la Voluntad, pero le costaba mantenerse en pie. «Ughn… siento… de repente… jodido…», jadeó mientras se tambaleaba hacia atrás, hasta topar con el reluciente casco de la nave.

El
Hibs boy
aprovechó la ocasión y tumbó al desgarbado potrillo alienígena de un potente puñetazo en la mandíbula, derribando al frágil cyrastoriano como si fuera un castillo de naipes. «¡Ahora ya no se te ve tan chulo, puto meado alienígena! Que te sirva de lección: ¡a los
Hibs boys
no les vacila ni Dios!» El hooligan cósmico sonrió con arrogancia mientras clavaba su bota en la fina caja torácica de su viejo camarada intergaláctico.

Ally Masters y los muchachos se adelantaron para rematar la faena. «¡Muy buena, Mikey! ¡Pateemos a este cabrón!»

Mikey, sin embargo, detuvo a los
Hibs boys.
Bajó la vista y miró a su amigo, que temblaba y emitía un sonido agudo y agónico que jamás había oído, mientras su piel perdía su tono añil y daba paso a un enfermizo color rosado. «¡Dejadle! ¡Está jodido!»

Mikey retrocedió horrorizado ante los chillidos agudos y resonantes de Tazak, que no articulaba palabras inteligibles, pese a que era obvio que el cyrastoriano intentaba comunicarse con ellos.

«¿Qué pasa?», preguntó Ally.

«Estos capullos no están acostumbrados a que los toquen físicamente. Por eso tienen esa pinta tan débil. ¡No pueden sobrevivir sin sus escudos psíquicos! ¡Seguro que le he matado, joder!» Mikey cayó de rodillas. «Tazak, colega…, lo siento mucho, no quería…»

«¡Apartaos de él!»

Cuando Mikey se dio vuelta, vio a un Anciano que avanzaba hacia él. Iba vestido con la toga blanca de los Ancianos de Conducta Conforme y Apropiada. Pese a que a los demás
top boys
aquel cyrastoriano les parecía idéntico a los del resto de la raza, Mikey había aprendido a distinguirlos. A éste lo conocía.

«Gezra…», dijo con voz casi imperceptible.

«La has liado parda, capullo terrícola…»

«Yo no quería…», tartamudeó Mikey.

El Anciano de Conducta Conforme y Apropiada ya había oído aquello otras veces. «Pues ha llegado el momento de pagar el pato, ¿no?»

Los demás
Hibs boys
intentaron arremeter contra el Anciano cyrastoriano, pero los hooligans no pudieron hacer nada mientras a su alrededor la luz y el sonido restallaban y estallaban. Cerraron los ojos y se sujetaron los oídos para tratar de evitar aquel dolor desgarrador, pero parecía estar dentro de ellos; retorciendo, desgarrando y triturándoles los huesos. La inconsciencia se fue apoderando misericordiosamente de ellos uno por uno, y Ally Masters, desafiante, fue el último en perder el conocimiento.

32

Gezra tenía mucho trabajo que hacer. En primer lugar, había que reparar a Tazak, ya que de lo contrario el joven quedaría reducido a la fase carroña, lo que sería inadmisible. Hacía siglos que ningún cyrastoriano expiraba sin agotar el plazo temporal que le había sido asignado. La muerte no era una conducta apropiada para alguien tan joven. Por fortuna, las reparaciones no fueron problemáticas para un maestro tan versado en la Voluntad.

Con la fase siguiente necesitaba ayuda. Tenía que solicitar una fuerza de intervención cyrastoriana. Aquello no tenía precedentes, pero la conducta de Mikey y de Tazak significaba que había que hacerles una limpieza de memoria a todos los habitantes del planeta. Era una tarea de enorme magnitud, y la situación no iba a hacerles ninguna gracia a los Principales Ancianos de la Fundación.

33

Shelley se levantó con la sensación de que iba a estallarle la cabeza. Tenía las tripas revueltas y unos dolores punzantes en el abdomen. Fue tambaleándose hacia el retrete, sin saber con certeza qué orificio orientar hacia la taza. Finalmente se sentó en ella y notó un estremecimiento nauseabundo seguido por la violenta excreción de la vida que llevaba dentro. Cayó al suelo, dejando un reguero de sangre sobre las baldosas del suelo del cuarto de baño. Antes de caer inconsciente, la joven reunió fuerzas suficientes para tirar de la cadena y no tener que ver jamás la materia que acababa de abortar.

Lillian oyó los gritos y enseguida estuvo a la vera de su hija. Después de comprobar que Shelley todavía respiraba, corrió escaleras abajo y llamó a una ambulancia. Cuando volvió al cuarto de baño, la joven se encontraba semiinconsciente. Miró a su madre y dijo: «Lo siento, mamá…, el chico ni siquiera me gustaba…»

«No pasa nada, cariño, no pasa nada…», dijo Lillian casi sin aliento, como recitando un suave mantra, enjugando el ceño de su hija enferma y aguardando a que llegase la ambulancia.

Llevaron a Shelley al hospital, donde estuvo ingresada unos días. Los médicos le dijeron a Lillian que había abortado y que tenía hemorragias internas graves, pero que no tendría secuelas duraderas. Le recomendaron que proporcionase anticonceptivos a su hija. Lillian estaba demasiado aliviada para reñir a su hija; eso vendría después.

Sarah visitó a Shelley y le dijo que Jimmy había estado preguntando por ella. A Shelley le alegró oír aquello. Jimmy era majo. No molaba tanto como Liam, pero era mejor que Alan Devlin, que no había hecho más que utilizarla y dejarla embarazada. Se sintió aliviada. Con independencia de todo lo que se había contado a sí misma, en realidad no quería tener un bebé.

34

Alan Devlin estaba disgustado. Había recuperado a su hermano, perdido tanto tiempo antes, sólo para que le acabaran enviando a la cárcel. La poli por fin había dado con él después de aquella agresión en la estación de Waverley, hacía ya un montón de años. Alan mandó a la porra su empleo en el garaje: no parecía tener mucho sentido quedarse en un vertedero como Rosewell. Las chavalillas del colegio eran como putos billetes de lotería para acabar en el talego y de eso no quería saber nada. Ya había visto lo que la cárcel le estaba haciendo a su hermano.

Alan volvió a la ciudad. Mientras trabajaba como camarero en un pub de Rose Street, conoció a una moderna de Londres que había venido a disfrutar del Festival de Edimburgo. El romance fructificó y se fue a vivir con ella a Camden Town; en la actualidad trabaja detrás de una barra en Tufnell Park. Vuelve a Edimburgo con regularidad para visitar a su hermano en la cárcel de Saughton, pero las visitas le resultan muy angustiosas. A Mikey se le ha ido bastante la olla; no para de largar sobre alienígenas que vienen a su celda de noche y le meten todo tipo de sondas en los orificios del cuerpo.

A Alan le duele reconocerlo, pero a él le parece que estando encerrado su hermano se ha vuelto un poco bujarrón, y que todo el rollo alienígena este no es más que una forma de negárselo a sí mismo.

Pero en el gélido silencio del tiempo terrícola congelado, el alma atormentada de Mikey chilla y lanza mudas súplicas pidiendo ayuda y clemencia cuando la cuadrilla de Tazak saca su cuerpo paralizado de la celda y se lo lleva a la nave para seguir investigando.

El estado del partido

Crooky y Calum estaban sentados en un pub espartano pero popular de Leith Walk, discutiendo si sería buena idea o no poner algo en la máquina de discos.

«Dale caña a la gramola, Cal, te toca a ti darle de comer al bicho», sugirió Crooky. Acababa de meter una libra y sabía que Calum llevaba dinero.

«Eso es tirar la puta pasta», dijo Calum.

Crooky hizo una mueca. Esperaba que el muy capullo no estuviera pasando uno de sus ratos de humor estreñido. «¡Ah, venga, cabrón, dale a la puta gramola!», le imploró. «No soporto la mierda esta de estar en un pub sin música, tío.»

«Para el carro. Ya verás como dentro de un minuto algún tontolculo pone algo. No voy a tirar la puta pasta metiéndola en una gramola.»

«Pero si estás forrao, cabrón.»

Calum estaba a punto de seguir discutiendo cuando le llamó la atención alguien que caminaba desde la barra hasta la esquina del pub arrastrando los pies mientras sujetaba cuidadosamente un agua de soda con lima. Al llegar a su destino, la aparición dejó que sus piernas se doblaran y se dejó caer en la almohadilla que cubría el asiento. Permaneció sentado, sumido en un trance, inmovilizado salvo por un tic intermitente.

«Fíjate en ese cabrón de ahí, tío. Es Boaby Preston. ¡Boaby!», le gritó Calum, pero la pequeña figura de carnes grises envuelta en la vieja chaqueta de cuero le hizo caso omiso.

«Cierra la boca, joder. Ese cabrón es un puto yonqui. No quiero llevar a alguien así a remolque. Puto aprovechao», dijo Crooky. «Nada de putos polizones esta noche, ¿eh, Cally?»

Calum escrutó a Boaby Preston. En la figura sucia y venida a menos que miraba el vaso vio fugazmente a otra persona, alguien que Boaby Preston había sido en otro momento. En su cabeza se agolpaban los recuerdos de la infancia y la adolescencia. «No, tío, en realidad no le conoces. Es un tipo de puta madre. Boaby, Boaby Preston», volvió a decir. Era como si repitiendo suficientes veces su nombre Calum creyese que de algún modo podría convocar a su antigua encarnación. «La de historias que podría contarte de ese tío… ¡BOABY!»

Boaby Preston volvió la vista hacia ellos y les miró. Al cabo de uno o dos minutos esforzándose por hacer memoria, asintió con un gesto desconcertado de semirreconocimiento. Calum se sintió triste y deprimido al darse cuenta de que no le había reconocido y también sintió cierta vergüenza de que, delante de Crooky, su viejo amigo no le hubiese tratado a su vez con familiaridad. Tras recuperarse del revés, se levantó y se acercó a Boaby. Crooky se sumó a ellos a regañadientes.

«Boaby…, tontolculo…, no seguirás chutándote, ¿verdad?», preguntó Calum con cansina compasión.

Boaby sonrió lentamente e hizo un gesto evasivo con una mano.

Inquieto ante aquella reacción, Calum se lanzó impetuosamente a contar una anécdota. Sin duda, pensó, si era capaz de despertar el suficiente entusiasmo por tiempos pasados, podría incitar al viejo Boaby Preston a que saliera de la guarida que se encontraba en los lugares más recónditos de aquel paquete de carne demacrada y gris y huesos puntiagudos que se le parecía.

«¿Sabes a quién vi el otro día, Boab? Al chaval que apuñaló a su viejo porque no quiso darle dinero para una chocolatina. ¿Te acuerdas? Era del barrio, llevaba unas gafas raras y era un poco tarado.»

Boaby no dijo nada, pero forzó una sonrisa inane.

Calum se volvió de nuevo hacia Crooky. «Eso fue cuando éramos unos chavalines y tal, allá en el barrio, ¿eh? Había un capullo…, no me acuerdo cómo se llamaba el chaval, pero apuñaló a su viejo porque no quiso darle dinero para comprar una barra de Mars… de la furgoneta de los helados, ¿sabes? Bueno, pues una vez estábamos en el Marshall —eso fue años después y tal— yo, Boaby y Tam McGovern. Tam ve al capullín ese y suelta: ése es el cabrón que apuñaló a su viejo porque no quiso darle dinero para comprar una barra de Mars. Yo le dije que no, que aquél no era el chaval. ¿Te acuerdas, Boaby?», contó Calum apelando a su viejo amigo hecho polvo.

Boaby asintió, con la sonrisa tan pegada al rostro como si la llevara pintada.

Calum prosiguió. «Pero Tam empieza: nah, es ése. El chaval estaba allí sentado a su bola leyendo el
News,
¿sabes? Pero Boaby y yo no estábamos seguros, ¿verdad que no, Boaby? Así que dice Tam: me voy a acercar a preguntárselo. Conque le digo a Tam: si es ése, ten cuidado porque el cabrón está como una puta regadera. Y entonces Tam va y dice: anda y que te den por culo. ¿El gafotillas ese? Y se acerca. Y entonces, antes de que nos demos cuenta, el capullín ese raja a Tam con un vaso y le abre un lado de la cara. Al final la cosa no fue tan mala, pero en el momento lo parecía. Así que el chaval sale corriendo del pub y nosotros detrás persiguiéndole, pero salió escopeteao calle arriba. A decir verdad, no íbamos tan rápido, ¿verdad que no, Boaby? Pero eso fue hace siglos. Aun así el otro día le vi; iba montado en el 16, bajando por el Walk, eh.

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