Read Col recalentada Online

Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

Col recalentada (10 page)

«Apostaría a que sí, colega», respondió Tazak, alto y larguirucho, dándole una calada a su Regal King Size. La sustancia a la que le había aficionado su retaco amigo terrícola, y que éste llamaba «fumeque», era una experiencia realmente maravillosa. Se acordaba de la primera vez, cuando había echado su bofe virgen. Ahora fumaba cuarenta al día.

Mikey escrutó las caras y centró su atención en las pocas que reconocía. «El cabrito ese de Ally Masters antes iba con la cuadrilla de los alevines. Ahora parece que se ha convertido en
top boy.
Eso sí, no se ve ni rastro de su hermanito, ¿eh?»

Tazak le sonrió a su amigo. «Bien, pues esta noche les haremos una visita a esos capullos, a ver qué se traen entre manos, ¿eh?»

Mikey sabía lo que significaba aquel brillo familiar en los ojazos marrones de su amigo. Tenía ganas de hacer destrozos serios. Pero había un asunto más importante. Había llegado el momento, su momento, el momento de ambos, y no podía permitir que el carácter aventurero de Tazak acabara jodiendo las cosas. Ya estuvieras en el espacio, con tecnología interna o externa capaz de arrasar sistemas solares enteros a tu disposición, o en la calle buscando pelea, lo importante era saber elegir el momento. Mikey Devlin era un
top boy.
Sabía que en la guerra, independientemente de la forma que adoptara, las reglas a aplicar eran las mismas. «Empezaré tomándome las cosas con calma, acuérdate. Me quedaré aquí hasta que tú consigas hacerles ver las cosas a nuestra manera, y entonces bajaré. En cuanto esos putos gilipollas vean quién organizó toda la movida, me aceptarán como baranda. Y no hablo sólo de los
cashies.
[13]
Hablo de todo el puto planeta Tierra, cabrón.»

«Siempre y cuando ese puto chanchullo tuyo dé resultado, cabrón.» En la boquita de Tazak apareció una sonrisa, mientras sujetaba el Regal King Size entre sus largos y finos dedos.

«Claro que dará resultado. Esto no es como robar un coche para dar una vuelta y luego abandonarlo; vamos a bajar ahí a pillar a unos cabrones mientras están dormidos y meterles unos putos tubos por el culo para echar unas risas. Entonces anunciaremos formalmente nuestra presencia. Ahí es donde nos saltamos todas las reglas cyrastorianas. ¿Hay huevos o no?»

«Joder que si hay», dijo Tazak, un tanto a la defensiva.

«Tú conoces a los viejos de tu planeta. Ya no estudian la Tierra con mucho detalle. Saben que se irá a tomar por culo pronto, ¿no? Lo único que quieren es que vosotros no os metáis por medio y les dejéis en paz. Pero si entráis ahí y ponéis a los de mi peña como
top boys
del planeta, entonces podréis gobernarlo a distancia y los viejos no captarán ni la menor señal de la presencia de zumbaos extraterrestres como vosotros en el planeta. La estrategia tiene que ser ésa, tío.»

«En teoría suena bien…», dijo Tazak, dándole una calada al pitillo.

Mikey sonrió, mostrándole al joven cyrastoriano sus grandes dientes. Era un gesto que su amigo, acostumbrado como estaba al aspecto extraordinario del terrícola, siempre había encontrado perturbador. «¡Suena más que bien! ¡Oye, cabrón! Yo soy el que organizó lo de Anderlecht durante la copa de la UEFA.»

«Eso no es nada comparado con esto, joder», replicó Tazak.

«Es lo mismo, coño: una ciudad, Bruselas, o un planeta, la Tierra. No son más que putas motas de polvo en el sistema solar.»

«Supongo», admitió Tazak. Tenía que reconocer la madurez del
casual
terrícola. Últimamente se había convertido en una novedad inquietante.

Hacía ya algún tiempo que habían forjado su insólita amistad. Tazak había sido un Joven novato que había viajado a bordo de una nave de Ancianos enviados a cumplir un recado y recoger al azar a un terrícola al que estudiarían para que les enseñara el lenguaje y la cultura terrícolas. El terrícola, Mikey Devlin, fue raptado en un club de Edimburgo cuando detuvieron el tiempo terrestre; una vez repuesto del susto, se mostró más que dispuesto a ayudarles. Mikey llegó incluso a solicitar que prolongaran su estancia, dado que en la Tierra le buscaba la policía local por una agresión con lesiones cometida en la estación de ferrocarril de Waverley tras una reyerta de envergadura. Mikey Devlin llegó a un acuerdo con los alienígenas. Lo único que tenían que hacer era volver con él a la Tierra de vez en cuando para buscar a unas cuantas chavalas a las que follarse. Los Ancianos le complacieron gustosamente. Mikey, sin embargo, había entablado amistad con algunos de los jóvenes alienígenas, sobre todo con Tazak, que acabaría llevándole a la Tierra en la vieja nave de crucero y disfrutando de su compañía. Mikey era un tipo sagaz y su cotización había aumentado entre los alienígenas, por lo que pronto lo aceptaron como uno más. Animó a la Juventud alienígena a consumir tabaco, droga hacia la que parecían tener una gran predisposición. Su adicción al fumeque mantenía una extraña ligazón entre ellos y el planeta Tierra, y significaba que Mikey siempre podría visitar su hogar. Lo único a lo que Tazak no conseguía acostumbrarse por su parte era al olor apestoso y dulzón que emanaba de la piel del alienígena terrestre.

Mikey pensaba que el ingenuo interés de los alienígenas por la tecnología física era una chorrada como una catedral; había estudiado intensamente el poder de la Voluntad y había aprendido a hacer uso de algunas de sus maravillas. Como le caían bien, se guardó para sí el desdén que le inspiraba el interés de aquellos jóvenes, y tenía que convenir en que los Ancianos cyrastorianos eran unos cabrones de lo más aburrido.

10

Aquella congregación de bandas y tribus en el área insalubre del viejo Midlothian y el extrarradio suroriental de Edimburgo intrigó a los mismos
travellers
tanto como a las autoridades. Varios sabios y pseudoprofetas de la New Age habían sugerido teorías al respecto, pero las autoridades locales no podían hacer nada y el gobierno se negaba a intervenir mientras la población de aquellos campamentos improvisados aumentaba hasta rebasar las veinte mil personas.

11

Los traficantes locales estaban haciendo su agosto y a Jimmy y Semo, bajo los efectos del subidón del éxito con el que esperaban coronar su chanchullo de indemnización por lesiones con Clint Phillips, se les ocurrió probar suerte con una iniciativa de carácter más privado. Semo tenía un buen contacto en Leith, así que fueron a la ciudad en un coche robado para pillar unos ácidos con la intención de colocárselos a los
travellers.
Llegaron al venerable puerto y recogieron a su amigo Alec Murphy, que les llevó a un piso del Southside, diciéndoles que iban a ver a un tío al que Murphy se refirió simplemente como el «Estudiante Cabrón».

«El Estudiante Cabrón es legal. En realidad no es estudiante», les explicó Alec. «Lleva un taco de años sin ir a una universidad ni nada que se le parezca. Pero tiene una licenciatura: en económicas o alguna mierda de ésas. Pero es como… como que sigue hablando como un puto estudiante, ¿sabes?»

Los chicos asintieron con un gesto de vaga comprensión.

Alec les advirtió que el Estudiante Cabrón, en su opinión, tendía a hacer las observaciones más banales en forma de laberínticas proposiciones filosóficas. Cuando tenía un buen día, comentó Murphy, en condiciones óptimas y con la compañía adecuada, el Estudiante Cabrón podía llegar a ser moderadamente entretenido. Tenía la impresión de que esos días, circunstancias y compañías escaseaban cada vez más.

Mientras subía las escaleras que conducían al piso del traficante con emoción y expectación cada vez mayores, Jimmy Mulgrew tenía la impresión de que acababa de triunfar. Se pavoneaba y se daba aires de gángster, mientras se miraba en el espejo del comedor. Luego vería a Shelley en el
chippy,
y dejaría caer unas cuantas insinuaciones sobre «el negocio». Aquello no dejaría de impresionarla. Alan Devlin era historia, pensó Jimmy en un acceso de confianza. ¡Un puto empleado de garaje! ¡Qué
top boy
ni qué coño! Se había ido de la olla y el cabrón estaba flotando a la deriva. Su momento aún no había llegado.

Las fantasías de Jimmy se desinflaron rápidamente cuando un tío con una mata de rizos y gafas de montura negra les hizo pasar al cuarto de estar. Una mujer de cabello castaño y lacio y un top rojo estaba dando de comer a un bebé con un biberón. Ni siquiera dio señales de haberse dado cuenta de su presencia.

«Alec…, hola…», dijo el Estudiante Cabrón, al parecer un poco molesto al constatar la relativa juventud de los amigos de Alec. «¿Podría hablar un momento contigo en privado?»

Alec se volvió hacia Jimmy y Semo. «Esperadme un momento, chicos», dijo, y desapareció en la cocina con el Estudiante Cabrón. Alec sabía que no debería haberlos traído al bulín del Estudiante Cabrón. La verdad es que ahí no había estado muy fino.

«¿Cuántos años tienen esos tíos?», le preguntó el Estudiante Cabrón.

«Dieciséis y diecisiete», dijo Alec. «Son del
Young team
de Rosewell, pero son legales y tal. Entiéndeme, que me acuerdo que dijiste que podía traer aquí a cualquiera que quisiera surtirse.»

«Ceteris paribus,
todo eso está muy bien
»,
dijo el Estudiante Cabrón, «pero es sabido que a los jóvenes siempre les impresionan las novedades y por tanto tienden a irse de la puta boca y yo no quiero tener a la puta poli tocándome los huevos.»

«Estos chicos controlan», dijo Alec, encogiéndose de hombros.

Tras sus lentes el Estudiante Cabrón puso los ojos en blanco con gesto dubitativo.

En el cuarto de estar, Jimmy acusaba el silencio bochornoso que le producía la presencia de la madre y de la criatura. Tenía la sensación de que a Semo le pasaba lo mismo, porque se sintió obligado a romperlo.

«¿Cuánto tiempo tiene el crío?», preguntó.

La mujer levantó la vista y le miró con una expresión fría y distante. «Tres meses», le informó con indiferencia.

Semo asintió con gesto pensativo, antes de señalarla con el dedo e insistir: «Oye, y cuando tuviste al crío, ¿te dolió?»

«¿Qué?», preguntó la mujer mirándole con más atención.

«Que si cuando tuviste al crío te dolió.»

Ella le miró de arriba abajo. A Jimmy se le escapó una risita involuntaria; fue como tener la sensación de que un pequeño motor que no podía apagar le hacía oscilar los hombros desde dentro de la cavidad torácica.

«No», empezó a decir Semo con seriedad, «es que no me puedo imaginar lo que tiene que ser hacer algo así… es como muy raro, ¿no? Entiéndeme, no puedes pensar en un ser vivo que te está creciendo dentro porque fliparías, ¿sabes?»

«Una vez puestos, hay que seguir adelante», dijo la mujer encogiéndose de hombros.

«Hay que seguir», repitió Semo, asintiendo reflexivamente. Entonces se volvió hacia Jimmy. «¡Supongo que no queda otra, joder! ¡Devolverlo no se puede!», exclamó riéndose. Miró a la mujer y le preguntó: «Es así, ¿no?»

Jimmy empezó a reírse otra vez mientras la mujer del sofá sacudía la cabeza y le sacaba una pelusilla del oído al bebé. Entonces apareció el Estudiante Cabrón y, con una expresión asustada y apologética que tenía como destinataria a la mujer, acompañó a los muchachos del
Young team
de Rosewell a la cocina.

Alec les guiñó el ojo mientras el Estudiante Cabrón abría un armario y cogía un tarro de arcilla rotulado AZÚCAR, sacó una bolsa de dentro y hurgó en el interior hasta sacar unos secantes. «Quince fresas», anunció con una sonrisa.

«Guay», dijo Jimmy con una sonrisa, e hicieron las cuentas.

Luego volvieron al cuarto de estar y se sentaron. El Estudiante Cabrón puso una cinta. Cuando empezó a sonar, Jimmy echó una mirada furtiva a la mujer del bebé antes de cerrar la boca con fuerza para no empezar a reírse. Pensó en la mandíbula de Clint, sujeta con alambres, y oyó unos resuellos débiles y agradecidos saliéndole del pecho mientras vibraba discretamente en el sofá.

El Estudiante Cabrón pensó que Jimmy estaba vibrando en sintonía con la música. «East Coast Project», dijo antes de volverse hacia Alec y añadir con gran sinceridad: «Por allí están pasando cosas pero que muy interesantes.»

«Mmm», dijo Alec, sin comprometerse.

Entonces el Estudiante Cabrón se volvió hacia Semo. «Por tus lares es donde se han reunido todas las tribus, ¿no?»

Por primera vez la mujer que estaba dando de comer al bebé levantó la vista con expresión interesada.

«Sí», asintió Semo. «Es increíble, joder.»

Ésa fue la señal para que el Estudiante Cabrón se lanzase de cabeza a perorar y ofrecer su perspectiva sobre lo que estaba sucediendo en la sociedad contemporánea. Y también fue el pretexto para que los demás le presentaran sus excusas y se marcharan. Cuando oyó al Estudiante Cabrón calificarse a sí mismo como «de clase trabajadora» mientras hablaba con Alec con un acento pijo que tiraba de espaldas, Jimmy hizo una mueca. Se largaron tan rápidamente como pudieron, y acudieron a un billar para echar un par de partidas y tomarse unas cuantas cervezas. Luego Alec se marchó, así que chorizaron otro carro para volver al quinto pino.

Ya dentro del coche, Jimmy no pudo resistirse a probar un secante. Al cabo de pocos minutos, la ciudad entera parecía haber enloquecido y apenas veía a Semo, sentado a su lado en el asiento del conductor.

«Menos mal que no te has metido ninguno, Semo», dijo Jimmy respirando entrecortadamente mientras el coche giraba y salía disparado por las calles de la ciudad hasta llegar a un muro de luz cegadora que salía de los ojos de gato. Estaban volando. «Como iba yo diciendo, menos mal que no te has metido ninguno, ¿eh, Semo?»

«Cierra la puta boca…, estoy intentando concentrarme en la carretera…, ¡yo también me eché un secante de ésos y me está subiendo que te cagas!», se quejó Semo.

«¡PARA! ¡PARA EL PUTO COCHE!», exclamó Jimmy, notando pulsaciones de terror en todas las células de su cuerpo.

«¡Vete a la mierda! Veo perfectamente. ¡No me toques, coño!», saltó Semo cuando Jimmy le cogió del brazo. «Veo con ayuda de los ojos de gato de la carretera…, pon el puto casete…»

Jimmy puso en marcha el aparato.

Empezó a oírse «Wonderwall», de Oasis, con Liam Gallagher cantando sobre carreteras llenas de curvas y luces deslumbrantes.

«¡QUITA ESO!», bramó Semo. «¡Pon la puta radio!»

«Vale…», dijo Jimmy estremeciéndose. Encendió la radio, pero Liam seguía cantando sobre carreteras serpenteantes y luces deslumbrantes; el viejo de Jimmy decía que aquella canción era un plagio de los Beatles, aunque decía eso de todas las canciones de Oasis.

Other books

Don't Kiss Me: Stories by Lindsay Hunter
El Valle del Issa by Czeslaw Milosz
Whisperings of Magic by Karleen Bradford
Zendegi by Egan, Greg
Saved by the SEAL by Diana Gardin
Beautiful Illusion by Aubrey Sage
A Simple Charity by Rosalind Lauer
Drive Me Wild by Christine Warren
Dead Wrong by Cath Staincliffe


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024