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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Cita con Rama (10 page)

No todo lo que veían era genuino. Mucho se había perdido a través de los siglos porque los hombres rara vez se molestaban en conservar los objetos comunes del diario vivir. Pero allá donde fue preciso hacer copias, tales objetos habían sido reconstruidos con especial cuidado.

Y así, el joven Bill Norton se encontró viajando a cien kilómetros por hora mientras paleaba enérgicamente precioso carbón dentro de la caja de fuego de una caldera perteneciente a una locomotora que tenía doscientos años (aunque había sido reconstruida poco antes).

Sin embargo, el tramo de treinta kilómetros del Ferrocarril Gran Oeste (Great Western Railway) era genuino, aunque había sido necesario cavar mucho para sacarlo a la superficie y ponerlo en condiciones de uso.

Haciendo sonar el pito se lanzaron él y su compañera por la ladera de una colina y viajaron a través de una oscuridad densa de humo, sólo iluminada por las llamas de la caldera. Al cabo de un lapso increíblemente largo salieron del túnel y se encontraron atravesando un valle profundo entre dos altos márgenes escarpados y cubiertos de musgo. Aquel paisaje tanto tiempo olvidado era casi idéntico al que tenía ahora delante de su vista.

—¿Qué pasa jefe? —inquirió Rodrigo desde arriba—. ¿Ha encontrado algo de interés?

Mientras Norton se reintegraba con un esfuerzo a la realidad del presente, desapareció en parte el agobio de su mente. Había misterio en Rama, sí; pero podía no estar más allá de la humana comprensión. Acababa de aprender una lección, aunque no una lección que podría fácilmente transmitir a los demás. A cualquier precio debía impedir que Rama le abrumase. Por ese camino le esperaba el fracaso, acaso también la locura.

—No —respondió—. Aquí abajo no hay nada. Súbanme, por favor. Iremos directamente a París.

Anuncios de tormenta


H
e convocado esta reunión del Comité —empezó diciendo Su Excelencia, el embajador de Marte en los Planetas Unidos—, porque el doctor Perera tiene algo muy importante que comunicarnos. Insiste en que debemos ponernos en comunicación con el comandante Norton en seguida, utilizando al efecto el canal de prioridad que hemos podido establecer después de (permítaseme expresarlo así), muchas dificultades. El informe del doctor Perera es un tanto técnico y, antes de dedicarnos a él, pienso que se impone hacer una síntesis de la situación. La doctora Price se ha encargado de prepararla. Ah, sí, tenemos aquí dos justificaciones por ausencias, Sir Lewis Sands tuvo que regresar a la Tierra para presidir una conferencia, y el doctor Taylor pidió que se le excusara.

Estaba casi feliz por esta última ausencia. El antropólogo había perdido rápidamente todo interés por Rama cuando se hizo obvio que presentaría poco campo de acción para él. Como muchos otros, se sintió amargamente decepcionado al enterarse de que ese extraño mundo movible estaba muerto, de que no tendría oportunidad de lucirse con libros sensacionales y videotapes sobre los rituales y pautas de conducta en Rama. Otros podían desenterrar esqueletos y clasificar artefactos, pero «esa» clase de cosas no interesaban a Conrad Taylor. Tal vez el único descubrimiento que le haría regresar apresuradamente sería el de algunas explícitas obras de arte, como los famosos frescos de Thera y Pompeya.

El punto de vista de Thelma Price era exactamente opuesto. Ella prefería excavaciones y ruinas libres de habitantes que podrían interferir en estudios científicos imparciales. El lecho del Mediterráneo había sido ideal, o lo fue por lo menos hasta que los proyectistas de ciudades y los pintores de paisajes comenzaran a interponerse. Y Rama habría sido perfecto, de no ser por el enloquecedor detalle de que quedaba a más de cien millones de kilómetros de distancia y que jamás podría visitarlo.

—Como todos ustedes saben —empezó Thelma Price—, el comandante Norton completó un viaje transversal de casi treinta kilómetros sin tropezar con ningún problema. Exploró la curiosa zanja o foso, señalado en los mapas como el Valle Recto. El propósito de este foso es todavía desconocido, pero su importancia es evidente porque recorre toda la longitud de Rama, excepto donde lo interrumpe el Mar Cilíndrico. Y existen dos estructuras idénticas, con una separación de ciento veinte grados, en la circunferencia de ese mundo.

—A continuación el grupo de exploradores se volvió hacia la izquierda —o hacia el este, si adoptamos la convención del Polo Norte— hasta llegar a París. como podrán apreciar por esta fotografía, tomada con una cámara telescópica desde el cubo, se trata de un grupo de varios cientos de edificios con anchas calles entre ellos.

»Ahora bien: estas otras fotografías fueron tomadas por el grupo del comandante Norton cuando llegaron al lugar. Si París es una ciudad, se trata de una ciudad muy peculiar. Observen ustedes, ¡ninguno de los edificios tiene ventanas ni puertas ! Son todas estructuras lisas, rectangulares, de treinta y cinco metros de alto. Y parecen haber surgido directamente del suelo. No se advierten uniones de ninguna clase. Observen esta ampliación de la base de una pared; no hay más que una transición uniforme entre bloque y suelo.

«Mi impresión es que este lugar no es un área residencial, sino más bien un área destinada a depósitos y almacenes. En apoyo de esta teoría, observen esta otra foto.

»Estas estrechas ranuras o canaletas, de unos cinco centímetros de ancho, se extienden a lo largo de todas las calles, con desviaciones que penetran en los edificios a través de las paredes. Existe una asombrosa semejanza con los rieles de los tranvías de comienzos del siglo veinte. Obviamente forman parte de algún sistema de transporte.

»Nosotros nunca consideramos necesario que los medios de transporte público llegaran hasta el interior de cada edificio. Habría sido económicamente absurdo: la gente siempre puede caminar unos cientos de metros. Pero si estos edificios se utilizaban como depósitos de material pesado, entonces sí tendría un sentido.

—¿Puedo formular una pregunta? —interrumpió el Embajador de la Tierra.

—Por supuesto, sir Robert.

—¿No pudo entrar el comandante Norton a uno de esos edificios?

—No. Cuando escuche su informe, comprobará usted cuán frustrado se sintió. En un momento decidió que sólo podía penetrarse en esos edificios desde bajo tierra, luego descubrió las ranuras del sistema de transporte y cambió de idea.

—¿Intentó forzar la entrada?

—No tenía manera de hacerlo, sin explosivos o herramientas pesadas. Y tampoco quiere hacerlo hasta que todos los otros medios hayan fallado.

—¡Ya lo tengo! —gritó de pronto Dennis Solomons, interrumpiendo el diálogo—. ¡El capullo!

—¿Cómo?

—Es una técnica desarrollada hace unos doscientos años —explicó el historiador de la ciencia—. Cuando hay algo que se desea preservar de la acción destructora del tiempo, se lo encierra dentro de una bolsa de plástico y luego se le inyecta gas inerte. Originalmente se utilizaba para proteger el equipo militar entre una y otra guerra y hasta se aplicaba a buques enteros. Todavía se utiliza ampliamente en los museos con poco espacio para depósito. Nadie sabe qué hay en el interior de algunos de los centenarios capullos guardados en los sótanos del Smithsonian.

La paciencia no era una de las virtudes de Perera. Estaba ansioso por dejar caer su bomba, y ya no pudo contenerse más.

—¡Por favor, señor Embajador! Todo eso que nos cuenta es muy interesante, pero estimo que mi información tiene carácter urgente.

—Si no hay otros puntos a considerar... muy bien, doctor Perera.

El exobiólogo a diferencia de Taylor, no se sintió decepcionado por Rama. Era cierto que ya no esperaba descubrir vida en su interior; pero tarde o temprano, y de eso estaba seguro, se descubrirían los restos de los seres que habían construido ese mundo fantástico. Claro que la exploración apenas había comenzado, y el tiempo disponible era espantosamente corto, antes de que el
Endeavour
se viera obligado a escapar de su órbita actual, peligrosamente cercana al Sol. Y ahora, si sus cálculos eran correctos, el contacto del hombre con Rama sería aún más breve de lo que habían temido. Pasaron por alto un detalle... porque era tan grande que nadie lo había notado antes.

—De acuerdo con nuestra última información —Comenzó Perera—, un grupo se encuentra ahora camino del Mar Cilíndrico, mientras que el comandante Norton ha puesto a otro grupo a trabajar en la instalación de una base de suministros al pie de la Escalera Alfa. Cuando haya sido establecida, piensa tener lo menos dos misiones exploratorias operando al mismo tiempo. Confía en esa forma utilizar su limitado poder humano al máximo de su eficiencia.

»Es un plan excelente, pero puede no haber tiempo para llevarlo a la práctica. Yo aconsejaría una alerta inmediata, y la preparación para un retiro eventual completo de hombres y efectos en un plazo de doce horas. Permítanme que me explique.

»Es sorprendente lo poco que se ha comentado una anomalía bastante obvia referente a Rama. Rama se encuentra dentro de la órbita de Venus, y sin embargo su interior sigue helado. ¡Y la temperatura de un objeto expuesto a la acción directa del sol en este punto es de lo menos quinientos grados!

»La razón, naturalmente, es que Rama no ha tenido tiempo de calentarse. Debe haberse enfriado hasta casi el cero absoluto, 270 grados bajo cero, mientras viajaba a través del espacio interestelar. Ahora, al aproximarse al Sol, su corteza exterior debe tener la temperatura del acero fundido. Pero el interior seguirá frío hasta que el calor traspase ese kilómetro de roca.

»Si no recuerdo mal, existe una especie de postre muy original, con una corteza caliente y helado en el medio... no sé qué nombre le dan.

—«Alaska horneado». Por desgracia no me gusta y lo sirven siempre en los banquetes de Planetas Unidos.

—Gracias, Sir Robert. Esa es la situación de Rama por el momento, calor por fuera y frío por dentro, pero no se prolongará. Durante todas estas semanas, el calor del Sol ha estado abriéndose paso a través de su corteza, y podemos esperar una repentina y violenta elevación de la temperatura en el término de unas pocas horas. No es ése el problema, sin embargo; sea como fuere, para cuando el comandante Norton y los suyos deban abandonar Rama, la temperatura no será más que confortablemente tropical.

—¿Cuál es entonces la dificultad que prevé usted, doctor Perera ?

—Puedo responder con una sola palabra, señor embajador: huracanes.

La orilla del mar

H
abía ahora más de veinte hombres y mujeres en el interior de Rama; seis de ellos en la planicie, el resto llevando equipo y provisiones a través del sistema de entrada y por la escalera.

La nave espacial había quedado casi desierta, con el mínimo posible de personal. El chiste corriente era que el
Endeavour
estaba ahora al mando de los cuatro chimpancés, y que Goldie había sido elevada al grado de comandante en jefe.

Para estas primeras exploraciones, Norton había establecido una serie de reglas; la más importante tenía su origen en las primeras tentativas hechas por el hombre para la conquista del espacio. Cada grupo, decidió, debía contar con una persona con experiencia previa. Pero no más de una. De esa forma, todos tendrían oportunidad de aprender lo más rápido posible.

Y así, el primer grupo que salió con destino al Mar Cilíndrico, si bien estaba encabezado por la Comandante Médico Laura Ernst, estaba integrado también por el veterano de un viaje, Boris Rodrigo, recién llegado de París. Su tercer miembro, el sargento Pieter Rousseau, había estado con los equipos de apoyo, en el cubo. Era un experto en instrumental de reconocimiento espacial, aunque en este viaje tendría que depender de sus propios ojos y un pequeño telescopio portátil.

Desde lo alto de la Escalera Alfa hasta el borde del mar había apenas quince kilómetros, un equivalente de ocho de la tierra en la baja gravedad de Rama. Laura Ernst, quien debía probar que estaba a la altura de sus propias exigencias, inició el viaje con paso vivo. Se detuvieron treinta minutos en la marca del centro, y completaron el viaje en tres horas sin novedad.

También fue monótono seguir caminando a favor del haz luminoso del reflector a través de la oscuridad sin ecos de Rama. Al avanzar con ellos, ese círculo de luz fue alargándose lentamente en una estrecha elipse; ese escorzo de la luz era el único signo visible de que avanzaban. Si los observadores allá arriba, en el cubo, no les hubieran proporcionado continuas verificaciones de distancia, no habrían sabido si llevaban recorrido un kilómetro, o cinco, o diez. Seguían adelante, a través de esa noche de un millón de años, sobre una superficie de metal al parecer sin uniones.

Pero al fin, a lo lejos, en los límites de la luz decreciente del reflector, apareció algo nuevo. En un mundo normal habría sido un horizonte; al aproximarse, los exploradores comprobaron que la planicie que recorrían terminaba bruscamente en un punto. Se estaban aproximando al borde del mar.

—Sólo faltan cien metros —anunciaron desde el puesto de control en el cubo—. Conviene que vayan más despacio.

Esto no parecía tan necesario, y sin embargo ya habían disminuido el ritmo de la marcha. Desde el nivel de la planicie al nivel del mar —si era un mar y no otra capa de ese misterioso material cristalino— había una brusca pendiente de cincuenta metros. Aunque Norton les había prevenido contra el peligro de dar nada por sentado en Rama, pocos dudaban de que se trataba realmente de un mar helado. Pero, ¿por qué concebible razón tenía el declive de la costa sur una altura de quinientos metros en lugar de cincuenta, como el de este lado?

Era como si se estuviesen aproximando al borde del mundo. Su óvalo de luz, interrumpido bruscamente delante de ellos, se tornó más y más corto. Pero a lo lejos, en la curvada pantalla del mar, habían aparecido sus monstruosas figuras escorzadas magnificando y exagerando cada movimiento. Esas sombras les habían acompañado cada paso del camino mientras descendían iluminados por el rayo de luz proveniente del cubo, pero ahora que se quebraban en el borde del risco ya no parecían parte de ellos mismos. Podían haber sido seres del Mar Cilíndrico, esperando para dar cuenta de cualquier intruso en sus dominios.

Como ahora estaban de pie en el borde de un risco de cincuenta metros de altura, les era posible apreciar por primera vez la curvatura de Rama. Pero nadie había visto nunca un lago helado combado hacia arriba en una superficie cilíndrica; tal cosa resultaba turbadora en grado sumo, y el ojo hacía lo posible por hallar alguna otra interpretación. Se le antojaba a la doctora Ernst, quien había hecho una vez un estudio de las ilusiones ópticas, que la mitad del tiempo estaba mirando en realidad una bahía horizontalmente curvada, no una superficie que se remontaba hacia el cielo. Requería un deliberado esfuerzo de la voluntad aceptar la fantástica verdad.

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