Read Chis y Garabís Online

Authors: Paloma Bordons

Tags: #Infantil y juvenil

Chis y Garabís (3 page)

Por culpa de la competencia, chisinos y garabisinos acabaron por no dirigirse la palabra. El zapatero de Garabís se peleó con el zapatero de Chis, el médico de Chis con el médico de Garabís, el sastre de Chis con el sastre de Garabís... Al final, cada uno prestaba sus servicios solamente a sus compatriotas.

Se llevaban tan mal chisinos y garabisinos que no pudieron seguir viviendo bajo el mismo techo. Los garabisinos pidieron permiso al rey Manolo para construir algunas casitas en las afueras del pueblo.

—Si construís ahí, quitaréis espacio a los huertos —objetó el rey Manolo—; pero, en fin, si para que discutáis menos hemos de comer menos... ¡Pues comeremos menos! Construid vuestras casas donde queráis.

Y eso hicieron los garabisinos.

6. ¿Cuántas son dos y dos?

No os penséis que con la construcción de las casas de los garabisinos en Chis se zanjó la cuestión. Todavía surgió un tercer problema entre los dos pueblos: el colegio.

Al principio, don Anselmo —recién apodado «el Gafotas»—, profesor de Chis, y Tizarrápida, profesora de Garabís, se repartieron los alumnos y daban clase a la vez en aulas distintas. Para que os hagáis una idea de cómo marchaban las cosas en el colegio de Chis, creo que bastará con esta escena, que pudo ocurrir en un día de clase cualquiera.

Don Anselmo preguntó a un alumno de Garabís:

—A ver, dos más dos.

—Cinco —respondió éste sin vacilar.

—Pero ¿será borrico? —exclamó don Anselmo.

—En Garabís, dos más dos son cinco —insistió el alumno—. Lo dijo el rey Agapito.

—¡Y qué importa lo que diga el rey Agapito...! ¡Aquí y en todas partes, dos más dos son cuatro!

MIENTRAS TANTO, en la clase de al lado, Tizarrápida explicaba la batalla de Birlibirloque. Ésta fue la única batalla de la única guerra que había habido entre Chis y Garabís. Ocurrió hace muchos, muchísimos años, y nadie sabía por qué empezó ni cómo acabó. Lo único que se sabía seguro es que hubo un solo herido, a causa de una patada en la espinilla.

—... Entonces, los desleales luchadores de Chis rociaron con polvos picapica las filas de nuestros valientes muchachos —explicaba Tizarrápida con gran entusiasmo. Era la lección que más le gustaba de todo el curso.

Un niño de Chis cuchicheaba con su compañero en vez de escuchar la lección. Tizarrápida, haciendo honor a su nombre, apuntó con su tiza y le acertó en el brazo.

—A ver, charlatán, ¿quién ganó la batalla de Birlibirloque?

—Chis —respondió el niño al instante.

—¿Cómo que Chis? Fue Garabís.

—Pues don Anselmo dice que...

—¡Qué don Anselmo ni qué ocho cuartos! ¡Voy a aclarar esto ahora mismo!

Tizarrápida salió de la clase dando un portazo y entró en el aula de don Anselmo como un huracán.

—¿Es verdad que vas diciendo por ahí que Chis ganó la batalla de Birlibirloque? —Tizarrápida iba toda despeinada y tenía una expresión iracunda.

—¿Y que tú vas diciendo que dos y dos son cinco? —replicó don Anselmo, que no iba despeinado porque era calvo, pero que también estaba bastante iracundo.

—Entérate de que esa batalla la ganó Garabís —insistió Tizarrápida amenazando a don Anselmo con el dedo índice.

—Fue Chis.

—¡Garabís!

—¡Chis!

—¡Garabís!

Escenas como ésta se repetían todos los días. Mientras, los alumnos se tiraban tizas y bolitas de papel y lo pasaban pipa. Les daba igual quién hubiera ganado la batalla y lo que sumaran dos y dos.

PARECÍA que los niños eran los únicos que estaban a gusto desde que vivían juntos chisinos y garabisinos. Pero esta situación tampoco duró mucho. Pronto empezaron a fallar las cosas.

—Ha dicho mi padre que los de Garabís sois unos parásitos —dijo un día Felipe el Bollito, hijo de Simón el Migas, a Tornillo, hijo de Alcayata.

Tornillo le dio un puñetazo y Felipe se lo devolvió.

—¿Qué te ha pasado, Tornillo? —le preguntó su madre cuando el niño volvió de la escuela con un ojo morado.

—Me pegué con un chaval.

—¡Eso está muy mal!

—Dijo que los de Garabís somos unos parásitos.

—¡Ah! ¡Bien hecho, hijo!

En el colegio empezaron a oírse con frecuencia frases de este tipo:

—Dice mi padre que el tuyo es tan inepto que no distingue un sarampión de una miopía —comentó el hijo del médico de Garabís al hijo del médico de Chis.

—Dice mi madre que la música de tu padre hace rechinar los dientes a las piedras —dijo el hijo del músico de Garabís a la hija del músico de Chis.

—El otro día oí decir a mi madre que el pescado que vende tu padre está podrido —dijo el hijo de la pescadera de Chis al hijo del pescadero de Garabís.

Todas estas ofensas, y muchas más que no os cuento aquí para no aburriros, se resolvían a golpes. El resultado fue mucho más grave que el de la batalla de Birlibirloque: cuatro ojos a la funerala, quince cardenales, una docena de arañazos, tres pantalones desgarrados y dos narices sangrantes, a repartir entre treinta niños y niñas, y en una sola semana. Calculad a lo que tocaría cada uno.

Don Anselmo y Tizarrápida decidieron tomar cartas en el asunto. Separaron a los niños de Chis de los de Garabís y cada uno se encargó de dar clase a los de su isla. Los niños sólo se veían a la hora del recreo. En ese tiempo jugaban siempre en bandos opuestos, y cada juego era como una guerra en pequeñito.

Así fue cómo, a causa de sus padres, los chicos de Chis y Garabís se declararon enemistad eterna.

7. Agapito no tiene a quién mandar

HABLEMOS ahora un poco de Marieta y Agapito, que los tenemos algo olvidados.

Lo primero que hizo Marieta, como princesa de su isla deshabitada, fue inspeccionar minuciosamente el pueblo. Recorrió todas las casas, registró todos los rincones, sirvió copas a clientes invisibles en el bar, pintó en la pizarra de la escuela, amasó pan imaginario en la tahona... Pero pronto se cansó de las personas y las cosas imaginarias. Quería ver gente de carne y hueso. Estaba triste.

LO PRIMERO que hizo Agapito Caralarga, como rey de su isla desierta, fue enviar por medio de Leopoldo un mensaje al rey Manolo. El mensaje decía así:

Manolo, vil savandija,

Hesto ke meas hecho de rrobarme ha mis sudditos es huna traizión i de las gordas. No te perdono ni ha ti ni ha helios. Diles que les mando hal hexilio i no kiero ke pongan hel pie en mi hisla. I tú tanpoco vengas.

Ke te zurzan,

Hagapito

P.D. Marieta i lio hestamos perfedtamente i no necesitamos tu humillante halluda, hasíke lia lo sabes.

COMO VEIS, el rey Agapito no demostraba gran afición por la ortografía. Su letra favorita era la hache, y la dejaba caer siempre que tenía ocasión, aunque no viniera a cuento.

LO CIERTO es que las cosas en Garabís no iban muy bien, dijera lo que dijera el rey Agapito. La despensa del palacio estaba tan vacía que hasta los ratones de Garabís emigraron a Chis. Además, ser rey de una isla deshabitada, aunque tenía la ventaja de dar muy poco trabajo, era bastante aburrido. Agapito se pasaba el día vagando por los pasillos de su sombrío palacio; ni siquiera podía comer, que era su distracción favorita. Marieta, en cambio, procuraba pasar el menor tiempo posible en palacio. Aquellas habitaciones tan vacías y tristes le daban escalofríos.

AL ATARDECER, el rey Agapito y Marieta tenían la costumbre de salir un rato al balcón de palacio. Primero miraban en silencio su isla. Ofrecía un aspecto tristísimo. En cuanto los habitantes de Garabís abandonaron sus casas, éstas empezaron a cubrirse con un polvo pardo proveniente de la tierra. El propio palacio de Garabís se fue volviendo parduzco. Parecía que toda la isla hubiera envejecido súbitamente y que las casas y las cosas durmieran un sueño muy profundo. Las únicas plantas que crecían en Garabís eran un montón de cardos y algunas malas hierbas que habían surgido en las proximidades de un pequeño manantial subterráneo.

Después de pasear un rato la vista por Garabís, Agapito y Marieta miraban un poco más allá, hacia Chis. Contaban las luces de sus casas a medida que se encendían, oían gritos, risas y canciones, veían el humo que salía por las chimeneas, y a veces llegaban hasta sus narices los olores de la cena.

Si entre estos olores la nariz de Marieta distinguía olor a macarrones, su comida favorita, la princesa no podía reprimir un suspiro.

—Seguro que Manolo estaría encantado de invitarnos a cenar —decía con un tono muy melancólico.

Y el rey Agapito replicaba:

—¡Jamás! Nunca aceptaré la caridad de un traidor. Además, no necesitamos nada. Yo no tengo hambre; ¿y tú? —y se cruzaba de brazos con expresión obstinada.

—Yo, un poco —contestaba tímidamente Marieta.

Pero el rey Agapito era tan orgulloso que prefería morirse de hambre a aceptar favores de nadie.

8. El distinguido deporte de la pesca

AFORTUNADAMENTE para Marieta, incluso un rey tan testarudo y con tantas reservas en la panza como Agapito empezó pronto a sentir apetito.

—Habrá que comer —se decía Agapito—. Pero para comer hay que buscar la comida, cocinarla... ¡Y eso es trabajar!

El rey Agapito consideraba que el trabajo era indigno de un rey. Un rey sólo podía reinar, nunca ensuciarse las manos para ganarse el pan. ¿Cómo solucionar aquel dilema? Pues muy fácil: llamando al trabajo diversión. Agapito se convenció a sí mismo de que buscaba comida por distracción, cocinaba por entretenerse y comía por capricho, y no por hambre, porque el hambre es cosa de pobres.

Se levantaba una mañana y decía a Marieta:

—Hoy se me ha antojado una sopa de piedras con tomillo.

Y otro día:

—Me muero de ganas de hacer un revuelto de malas hierbas.

O:

—Me apetece cocinar unas algas a la marinera.

Se iba por su isla a buscar los ingredientes y lograba una comida deliciosa. Pero, de todas formas, ni el jugo de las piedras ni las hierbas eran alimentos muy nutritivos.

—¿Por qué no pescamos sardinas para comer? —sugirió un día Marieta a su padre—. ¡El mar está lleno de ellas!

Vosotros os preguntaréis: ¿Y por qué Marieta dice «sardinas»? ¿Es que en el mar no hay también merluzas, chanquetes, lenguados, boquerones y miles de peces más? Puede que sí, pero desde las costas de Chis y Garabís nadie había logrado pescar más que sardinas, vaya usted a saber por qué.

Al rey Agapito la idea de pescar sardinas no le hizo muy feliz.

—¿Un rey pescando? —exclamó—. ¡Y un jamón! Me verían desde todo Chis.

—No digas «jamón», papá, que me da mucha hambre —protestó Marieta.

—Perdona, hija.

—Pues la pesca es un deporte muy distinguido —insistió Marieta, que no tenía un pelo de tonta—. ¿Qué más te da que te vean pescar desde Chis?

—Mmmmm... —gruñó el rey Agapito.

¿Tú crees? Está bien. Mañana probamos.

A la mañana siguiente, cuando el sol miró hacia Garabís, se encontró con que el rey Agapito y su hija llevaban ya un buen rato sentados a la orilla del mar con sus cañas. Pero pasaba el tiempo y no ocurría nada. Marieta se aburría como una ostra.

En cambio, el rey Agapito, a su lado, silbaba alegremente el himno nacional de Garabís. De pronto sintió un tirón en el extremo del hilo de su caña.

—¡Ha picado! —exclamó mientras recogía el hilo a toda velocidad—. Realmente es un deporte muy distinguido —comentó momentos después, contemplando satisfecho la sardina plateada que pendía del extremo de su caña.

Desde aquel día, el rey Agapito y Marieta empezaron a comer sardinas a todas horas. De vez en cuando, Marieta se observaba minuciosamente la piel para comprobar que no le habían salido escamas plateadas.

9. Todo Chis está lleno de nata

Y sin más incidentes dignos de mención, el tiempo siguió pasando (como es su obligación). Corría el mes de enero. Una mañana, jueves por más señas, Marieta se levantó muy temprano de la cama. Se asomó por la ventana y miró hacia Chis.

¡Oh! ¡No podía ser cierto lo que veían sus ojos! Se los restregó con fuerza y volvió a mirar. ¡Era cierto!

—¡Papá! ¡Papá!

Marieta corrió al cuarto de su padre, que dormía beatíficamente, y le tiró de la manga algo harapienta del pijama.

—Papá, todo Chis está lleno de nata. ¡Por todas partes! Ven a verlo.

El rey Agapito se levantó como un sonámbulo y Marieta le llevó a rastras hasta la ventana. El rey abrió un ojo y miró hacia Chis. Luego, abrió el otro ojo y exclamó:

—¡Atiza! ¡Es nieve!

Tuvo que explicar a Marieta lo que era la nieve, porque don Benito nunca le había hablado de ella. En Chis y Garabís los inviernos eran muy suaves y nevaba rara vez. El rey Agapito sólo recordaba haber visto nevar en una ocasión en Garabís.

—Entonces era un niño más o menos como tú —le explicó a Marieta—. ¡Cómo lo pasé aquel día!

Luego, se quedaron los dos mirando la blanca isla de Chis. El pueblo se estaba despertando. Los niños habían salido a la calle y se arrojaban bolas de nieve. Y no sólo los niños; también los mayores. Desde la ventana se les veía muy pequeñitos, pero se escuchaban sus gritos y risas.

—¡Mira, Marieta! —exclamó de pronto el rey Agapito—. Allí, en el embarcadero, hay una manchita blanca. ¡A lo mejor es nieve!

Esta vez fue el rey quien arrastró tras de sí a Marieta en pijama y zapatillas.

En efecto, un puñadito de nieve, traído por el viento, había caído en el embarcadero de Garabís. El rey Agapito lo cogió, lo amasó y tuvo justo para hacer una buena bola. Sin pensarlo dos veces, se la lanzó a Marieta en plena cara.

Other books

The Flesh Tailor by Kate Ellis
My Extraordinary Ordinary Life by Sissy Spacek, Maryanne Vollers
End Game by Tabatha Wenzel
Anglomania by Ian Buruma
Lake Overturn by Vestal McIntyre
Path of the Eclipse by Chelsea Quinn Yarbro


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024