Read Chis y Garabís Online

Authors: Paloma Bordons

Tags: #Infantil y juvenil

Chis y Garabís (2 page)

Así fue cómo el reino de Garabís, después de quedarse sin reina y sin lluvia, se quedó también sin árboles, sin pasto, sin vacas, sin río y sin peces.

Y como era de esperar, empezaron a surgir problemas muy gordos.

Así fueron las cosas:

Un día, Nata, la lechera, encargó a Alcayata, el carpintero, una buena mesa para su comedor.

Alcayata encargó a Tarugo, el leñador, un buen trozo de madera para la mesa de Nata.

—No hay bosque —dijo Tarugo a Alcayata—, así que no hay madera.

—No hay madera —dijo Alcayata a Nata—, así que no hay mesa.

—No hay mesa —dijo Nata a Requesón, su marido—. Hoy comemos en el suelo. ¿Has comprado pan?

—No hay pan —contestó Requesón—, porque no hay harina.

—¿Por qué no hay harina?

—Porque no hay trigo.

—¿Por qué no hay trigo?

—¿Pues por qué va a ser? Porque no llueve.

En ese momento entró en la casa Mocasín, el zapatero.

—Nata, dame un litro de leche.

—No hay leche, porque no hay vacas.

Justamente entonces el hijo de los lecheros entró corriendo en la casa.

—Mamá, tengo hambre.

Nata, Requesón y Mocasín se miraron con caras preocupadas.

—Me voy al bar —dijo al fin Mocasín.

Y se fue dando un portazo.

EN DOS ZANCADAS, Mocasín llegó al bar del pueblo.

—Una cerveza, Cogorza —pidió al dueño del bar.

—No hay cerveza.

—¿Por qué no hay cerveza?

—Porque no hay cebada.

Mocasín se puso todavía más triste de lo que estaba, y es que le gustaba mucho la cerveza. Se apoyó en la barra y miró a su alrededor. De pronto se dio cuenta de que en el bar estaba reunido casi todo el pueblo.

—¡Por los botines de mi abuela! —exclamó Mocasín—. No os había visto. ¡Como estáis tan callados...!

Los garabisinos le miraron con cara lánguida y no dijeron ni «mu».

—¿Cómo es que no estáis trabajando a estas horas? —insistió Mocasín.

—No tenemos trabajo —respondió el fontanero.

—¿Cómo es eso? —preguntó Mocasín.

—No hay carne —dijo Ternera, la carnicera.

—No hay papel —dijo Plomo, el poeta.

—No hay flores —dijo Geranio, el jardinero.

—Nadie me invita a comer —dijo Pachorro, el vago.

—No llueve —dijo Goteras, el paragüero.

—No hay dinero —dijo Pelas, la banquera.

Y se volvieron a quedar todos callados.

—Esto no puede seguir así. ¡Hay que hacer algo! —exclamó de pronto el vago de Garabís.

—¿Qué? —preguntaron ansiosos todos los demás.

—¡Ah! ¡Eso vosotros sabréis! Yo soy el vago del pueblo.

AQUEL DÍA, los habitantes de Garabís estuvieron reunidos horas y horas en el bar. Ya atardecía cuando regresaron a sus hogares. Y estaba alta la luna cuando todos dejaron sus casas, cargados de bártulos, y se dirigieron al embarcadero.

Leopoldo, el barquero, que dormitaba en su barca, se despertó sobresaltado.

—Tienes que llevarnos a todos a Chis —le dijeron.

La barca de Leopoldo era el único medio de transporte entre Chis y Garabís.

—¿A todos? —dijo asustado Leopoldo abriendo unos ojos como platos.

—A todos.

La barquita pasó toda la noche viajando entre las dos islas. Al día siguiente, Leopoldo tenía unas agujetas imponentes en los brazos.

4. Los garabisinos emigran

Esa misma mañana, muy temprano, Mocasín, el zapatero de Garabís, se presentó en el palacio del rey Manolo.

—Pasa, pasa —le invitó la reina Andrea—. Manolo está en el lavabo.

Y llevó a Mocasín ante el monarca de Chis.

El rey Manolo se estaba lavando los dientes.

—¡Cadamba, Moaín, eaado e vedte! —dijo mientras frotaba sus dientes con gran decisión.

Mocasín no entendió muy bien el saludo, pero le correspondió haciendo una gran reverencia, como las que le gustaban al rey Agapito.

—¿Qué te pasa, Mocasín? ¿Se te ha desatado el cordón del zapato? —preguntó extrañado el rey Manolo, que no estaba acostumbrado a esos protocolos.

Mocasín se enderezó de golpe y se puso como la grana.

—Yo..., esto... —balbució.

—Gagagagaaaa ga ga —el rey Manolo estaba haciendo gárgaras.

—... Ejem... ¿No sería mejor que volviera en otro momento? —preguntó Mocasín muy azorado.

—No, hombre —aseguró el rey Manolo palmoteándole en la espalda—. Ven a desayunar conmigo.

En la cocina, delante de un tazón de leche caliente, Mocasín se atrevió por fin a formular al rey Manolo su petición.

Al oírla, al rey Manolo se le abrieron unos ojos como platos.

—¿Que os queréis quedar aquí... todos? —exclamó.

—Sí —dijo muy bajito Mocasín.

El mayor problema del rey Manolo era que no sabía decir que no a nada.

—Comprendo que la situación en Garabís es muy grave —empezó a decir mientras se rascaba la barbilla. Y luego continuó como hablando consigo mismo—: Hay hambre... Sin bosque... ¡Caramba! ¡Esos ladrones de Oste y Moste...! Qué lástima... Pobre Agapito... En fin... Caramba, caramba...

Mocasín no entendía ni jota.

El rey Manolo dejó de rascarse la barbilla.

—Si os queréis quedar aquí, por mí no hay inconveniente —dijo al fin—. Pero tendré que consultarlo en el parlamento —y empezó a vociferar—: ¡Blas! ¡Blas! ¡Blaaas!

Pero Blas, el criado de palacio, no aparecía por ninguna parte. Apareció en cambio la reina Andrea.

—No seas escandaloso, Manolo —riñó a su marido.

—Necesito que Blas convoque ahora mismo asamblea general —repuso el rey Manolo.

—Si tenemos que esperar a ese fresco, estamos listos. Yo misma la convocaré.

Y cogiendo una cazuela y su tapadera, la reina Andrea se asomó a la ventana y empezó a golpearlas una contra otra con todas sus fuerzas:

¡CLAANG, GLANG, CLAAANG!

A los dos minutos, todo Chis estaba a la puerta de palacio. La asamblea se celebró allí mismo. El rey Manolo abrió la sesión:

—Os he convocado para que decidáis si hemos de dar permiso a los habitantes de Garabís para que se queden a vivir en nuestra isla.

Se oyó un murmullo de comentarios entre los parlamentarios. Todos conocían los problemas que había en Garabís, pero...

—¡No hay espacio suficiente para todos! —protestó una voz.

—¿De qué vivirán? —preguntó otra.

—¡No hay comida para todos! —exclamó una tercera.

—Bien, bien —dijo el rey—. Sé que los inconvenientes son muchos. Si se quedan, viviremos algo apelotonados y comeremos un poco menos. Pero necesitan nuestra ayuda, ¡qué caramba! Vosotros veréis... Aunque el pobre Agapito... Qué tristeza... Allí solo... Y Marieta... ¡Ay, caramba!

Y empezó a rascarse la barbilla otra vez. Cuando el rey Manolo se rascaba la barbilla, siempre acababa diciendo cosas incomprensibles, como ya hemos podido comprobar.

—¡Bueno! —interrumpió don Anselmo, el maestro de Chis—. ¿Qué pasa? ¿Se quedan o no se quedan? ¡El que diga «sí» que levante la mano! —y levantó la mano.

Los chisinos dudaron. Luego, tímidamente, se alzaron aquí y allá unas manos, luego más, y, finalmente, todos los asistentes alzaron las manos muy arriba. Fue como si a un árbol le brotaran en un momento todas las hojas.

El rey Manolo se sintió orgulloso de sus conciudadanos.

Leopoldo, desde su barca, lanzó un gran suspiro: ¡gracias a Dios no tendría que devolver a todo el pueblo de Garabís a casa!

EL REY AGAPITO no se enteró de la emigración de los habitantes de Garabís hasta el día siguiente. Toda la tarde anterior había estado muy ocupado preparando un helado de cardos, su especialidad, que le había pedido Marieta.

Era sábado, y, como todos los sábados, a las doce en punto, el rey abrió de par en par las ventanas del balcón para dirigirse a su pueblo.

—¡Queridos súbditos! —empezó—. En este día radiante...

En este punto del discurso generalmente se oían aplausos, que en los últimos tiempos iban siendo cada vez más débiles. Pero esta vez sólo se oyeron cuatro o cinco palmadas.

El rey Agapito miró asombrado a la plaza. Estaba desierta. En un rincón, la princesa Marieta seguía aplaudiendo.

—¿Qué pasa, Marieta? —preguntó el rey Agapito—. ¿Me he equivocado de hora? ¿De día tal vez? ¿Dónde están todos?

—Se fueron, papá —respondió Marieta.

Ella sí los había visto partir la noche anterior, desde la ventana de su cuarto. Había llorado mucho.

—¿Adonde? —preguntó el rey Agapito.

—A Chis.

—¡Lo sabía! ¡Ese bellaco de Manolo me ha robado mis súbditos! ¡Los ha engatusado! ¡Seguro!

—No, papá. Él no fue. Se fueron porque pasaban hambre y no tenían trabajo.

Marieta llevaba ya algún tiempo observando lo que sucedía en Garabís, y había llegado a la triste conclusión de que quizá su padre no era tan buen rey como ella creía.

El rey Agapito se lamentaba tirándose de los pelos:

—¡Mis súbditos! ¡Mis queridos súbditos! ¡Rey de una isla deshabitada! ¡Oh, pobre de mí...!

Un grueso lagrimón rodó por su mejilla y fue a caer sobre la seca arena de la plaza, que se lo bebió al instante muy agradecida.

5. Chisinos y garabisinos se tiran de los pelos

Y entretanto, ¿cómo iban las cosas en la superpoblada isla de Chis? Ahora veréis.

Al acabar la asamblea, los habitantes de Chis repartieron a los garabisinos provisionalmente entre sus casas. Los primeros días las cosas fueron bien: los garabisinos se sentían tan agradecidos y los chisinos tan generosos que todo eran buenas maneras, «porfavores» y «gracias». Pero cuando creció la confianza entre los dos pueblos, surgieron los primeros roces.

EL PRIMER PROBLEMA fue a causa de la manía de los de Garabís de poner motes a todo el mundo. A la semana, todos los de Chis tenían mote propio. Ni el rey Manolo se salvó.

A la mayoría de los chisinos eso de los motes les parecía una falta de educación. En cambio, para los garabisinos emplear motes era lo más normal y casi se ofendían si se les llamaba por su verdadero nombre.

Un día, el rey Manolo fue a comprar a la carnicería de Doro, recién apodado «el Chuletas».

—¿Quieres saber cómo te llaman esos golfos de Garabís, majestad? —le preguntó Doro muy exaltado.

—¡Caramba! ¡Pues claro! —dijo el rey.

—Pues te llaman, con perdón, el rey Caramba.

El rey frunció el entrecejo, dispuesto a enfadarse muchísimo. Pero enseguida lo pensó mejor.

—Bien mirado... ¡Caramba!... Tiene gracia. Sí, señor, por supuesto que la tiene. Je. Es gracioso. Je, je. ¡Caramba! Ji, ji, ji. JO, JO, JUA, JUA. ¡Caramb... JO, JO, JO! ¡JI, JI! ¡JE, JE, JE!

El rey Manolo salió de la carnicería riéndose a carcajadas. Se olvidó de pagar la carne.

El carnicero se quedó pensando:

—Veamos: «Chuletas». ¿Tiene gracia?

Pero por muchas vueltas que le dio, no le encontró maldita la gracia. Y lo mismo les ocurría a otros muchos habitantes de Chis con sus apodos respectivos.

EL SEGUNDO ASUNTO que enfrentó a chisinos y garabisinos fue el trabajo. Cuando llevaban siete días en Chis, los garabisinos empezaron a sentirse inquietos, aburridos y preocupados. ¡Tenían que ganarse la vida de alguna forma!

La primera que solucionó el asunto fue Cachopán, la panadera de Garabís. Con unos ahorrillos que tenía, abrió una pequeña panadería justo enfrente de la panadería de Simón, ahora apodado «el Migas», panadero de Chis.

Para empezar, Cachopán puso el pan medio fling más barato que Simón. Su panadería se llenó de gente y la del Migas quedó vacía.

—¡Qué caradura! ¡Pues ahora verá! —exclamó el Migas.

Y al día siguiente puso el pan medio fling más barato que el de Cachopán, y todo el mundo compró en su panadería.

Al día siguiente fue Cachopán la que rebajó los precios.

Y al otro, de nuevo Simón.

Y de nuevo Cachopán.

Simón.

Cachopán.

Simón...

El noveno día el pan fue gratis en las dos panaderías. Luego, los dos panaderos salieron a la puerta de sus tiendas, se miraron amenazadores y se liaron a bofetadas.

Al día siguiente no hubo pan en Chis. Simón y Cachopán se quedaron en la cama, magullados y enfadadísimos.

ALGO PARECIDO a esto pasó con el resto de los oficios. Nació lo que se llama la competencia, algo que nunca hasta entonces había existido en Chis ni en Garabís.

Los únicos chisinos que no encontraron competencia fueron don Benito, el profesor de Marieta, y Pachorro, el vago. Don Benito fue jubilado nada más llegar a Chis para impedir que pudiera maleducar a más niños, con lo que pasó a ser el único jubilado de la isla. Pachorro se encontró con que Blas, el vago de Chis, «trabajaba» para el rey Manolo; así que él se convirtió en el único vago «oficial» de la isla y no tuvo que luchar con nadie por el puesto.

Other books

Just Different Devils by Jinx Schwartz
Jennifer Roberson by Lady of the Glen
Atrophy by Jess Anastasi
Beyond Limits by Laura Griffin
Within Arm's Reach by Ann Napolitano
Virtually in Love by A. Destiny


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024