En el centro ha dibujado a sus padres.
Ha pintado a ciegas en la oscuridad. Las escenas se entremezclan y se confunden. A veces, los colores son extraños. Un cielo verde, piedras azules. Y yo, de pie, con un vestido.
Lo ha pintado de rojo.
Ky
El sol que cae a plomo sobre la barca calienta el plástico. Las manos se me enrojecen y espero que ella no se dé cuenta. No quiero pensar más en el día que me clasificó. Lo hecho, hecho está. Tenemos que seguir adelante.
Espero que ella opine lo mismo, pero no se lo pregunto. Al principio, no lo hago porque me resulta imposible (caminamos en fila india por el estrecho sendero y todos nos oirían). Después, estoy demasiado fatigado para formular la pregunta. Cassia, Indie y Eli se turnan para llevar mi mochila y la de Hunter, pero, de todas formas, tengo los músculos cansados y doloridos.
El sol se esconde y se forman nubes en el horizonte.
No sé qué nos convendría más, que lloviera o que no lo hiciera. La lluvia nos retrasa, pero borra nuestro rastro. Una vez más, estamos al filo de la vida y la muerte. Pero he hecho todo lo posible para asegurarme de que Cassia sobreviva. Para eso es la barca.
De vez en cuando, nos es útil en tierra: cuando el sendero está demasiado enfangado y destrozado para caminar por él, dejamos la barca en el suelo, cruzamos por ella y la recogemos. Las señales que deja en el sendero parecen pisadas largas y estrechas. Si no estuviera tan cansado, a lo mejor sonreiría. ¿Qué pensará la Sociedad cuando vea las marcas? ¿Que algo enorme ha bajado del cielo y ha caminado con nosotros hasta el mismo borde de la Talla?
Esta noche, acamparemos. Hablaré con ella entonces. Al final del día, sabré qué decir. Ahora mismo, estoy demasiado cansado para pensar en nada que pueda arreglarlo todo.
Recuperamos el tiempo que perdimos ayer. Nadie descansa. Nadie se detiene. Todos bebemos sorbos de agua y comemos trozos de pan en ruta. Casi hemos llegado al borde de la Talla cuando empieza a anochecer y se pone a llover.
Hunter se detiene y deja la barca en el suelo. Yo hago lo mismo. Se vuelve para mirar la Talla.
—Deberíamos seguir —dice.
—Pero ya es casi de noche —objeta Eli.
Hunter niega con la cabeza.
—Se nos agota el tiempo —afirma—. No hay nada que les impida subir hasta aquí desde la Caverna en cuanto descubran lo que ha pasado. ¿Y si tienen miniterminales? Quizá den aviso para que nos intercepten en la llanura.
—¿Dónde está nuestro miniterminal? —pregunto.
—Lo tiré al río antes de que nos marcháramos del caserío —responde Cassia. Indie suspira.
—Bien —dice Hunter—. No nos interesa tener nada que pueda indicarles nuestra posición.
Eli tirita.
—¿Te ves capaz de seguir? —le pregunta Cassia, preocupada.
—Creo que sí —responde. Me mira—. ¿Crees que debemos hacerlo?
—Sí —digo.
—Tenemos los frontales —añade Indie.
—Vamos. —Cassia nos ayuda a levantar la barca.
Nos dirigimos a la orilla del río lo más deprisa posible. Noto piedras bajo los pies, sacadas del río por las explosiones. Me pregunto cuál de ellas será el pez que señala la tumba de Vick. A oscuras, todo parece distinto y no estoy seguro de saber dónde yace enterrado.
Pero sí sé qué habría hecho si aún viviera.
Lo que pensara que lo llevaría más cerca de Laney.
Bajo los árboles, alumbrados por una linterna frontal cuya luz atenuamos al máximo, Hunter y yo desenrollamos la barca y la inflamos. La barca toma forma enseguida.
—Caben dos —dice Hunter—. Si alguien más quiere unirse al Alzamiento, tendrá que seguir el río a pie y tardará mucho más en llegar.
El viento susurra al entrar en la barca.
Por un momento, me quedo completamente inmóvil.
Comienza de nuevo a llover, una lluvia limpia que duele de tan fría. Es distinta a la tormenta de antes: se trata de un chubasco, no de una tromba. Pronto cesará.
«Más arriba, en alguna parte, esta agua es nieve», solía decir mi madre mientras abría las manos para coger las gotas de lluvia.
Pienso en sus pinturas y en lo rápido que se secaban.
—En alguna parte —comento en voz alta, y espero que ella me oiga—, esta agua no es nada. Es más ligera que el aire.
Cassia me mira.
Imagino estas gotas de lluvia cayendo sobre las escamas del pez de arenisca que labré para Vick. «Cada gota es buena para el río envenenado», pienso, con las manos bien abiertas. No cojo las gotas ni trato de retenerlas. Permito que dejen su huella y no me aferro a ellas.
No aferrarme. A mis padres ni al dolor de lo que les sucedió. A lo que no hice. A todas las personas que no salvé ni enterré. A mis celos de Xander. A mi culpa por lo que le ocurrió a Vick. A mi preocupación por lo que nunca seré y por quien nunca fui.
No aferrarme a nada.
No sé si puedo, pero intentarlo me hace bien, de modo que dejo que la lluvia me golpee las palmas de las manos. Que se me escurra entre los dedos. «Cada gota es buena para mí», pienso. Echo la cabeza hacia atrás y trato de abrirme de nuevo al cielo.
Mi padre pudo ser la razón de que todas aquellas personas murieran. Pero también contribuyó a hacerles la vida soportable. Les dio esperanza. Yo creía que eso no importaba, pero importa.
Lo que fue bueno para mi padre ha sido malo para mí. Ningún fuego enemigo puede apagar ese sentimiento. Tengo que hacerlo yo.
—Lo siento —digo a Cassia—. No debería haberte mentido.
—Yo también lo siento —se disculpa—. Fue un error clasificarte.
Nos miramos bajo la lluvia.
—La barca es tuya —me dice Indie—. ¿Quién va a ir?
—La he intercambiado para ti —explico a Cassia—. Tú decides quién te acompaña.
Me siento igual que antes del banquete de emparejamiento. Esperando. Preguntándome si lo que había hecho sería suficiente para que ella volviera a verme.
Cassia
—Ky —digo—. No puedo volver a clasificar personas.
¿Cómo puede pedirme esto?
—Date prisa —me apura Indie.
—Lo hiciste bien la última vez —dice Ky—. Me mandaste a mi tierra.
Es cierto. Esta es su tierra. Y, aunque tratar de encontrarlo ha sido lo más duro que he hecho jamás, me ha fortalecido.
Cierro los ojos y pienso en todos los factores.
«Hunter quiere ir a las montañas, no bajar por el río.»
«Eli es el más pequeño.»
«Indie sabe pilotar.»
«Quiero a Ky.»
¿Quién debe ir en la barca?
Esta vez, es más fácil, porque solo hay una alternativa, una configuración, que me parece apropiada.
—Es hora —dice Hunter—. ¿A quién eliges?
Miro a Ky con la esperanza de que lo comprenda. Lo hará. Él actuaría del mismo modo.
—A Eli —respondo.
Ky
Eli parpadea.
—¿Yo? —pregunta—. ¿Y Ky?
—Tú —dice Cassia—. E Indie. No yo.
Indie la mira, sorprendida.
—Alguien tiene que llevar a Eli río abajo —explica Cassia—. Hunter e Indie son los únicos con experiencia en aguas como estas, y Hunter se va a las montañas.
Hunter toca la barca.
—Ya está casi inflada.
—Puedes hacerlo, ¿verdad? —pregunta Cassia a Indie—. ¿Puedes ir con Eli hasta allí? Es la forma más rápida de llevarlo a un lugar seguro.
—Puedo hacerlo —responde Indie sin el menor atisbo de duda.
—Un río no es como el mar —le advierte Hunter.
—Teníamos ríos que desembocaban en el mar —dice ella. Coge uno de los remos que iban envueltos dentro de la barca y lo monta—. Yo solía bajarlos de noche, para practicar. La Sociedad nunca me vio hasta que salí al mar.
—Un momento —dice Eli. Todos nos volvemos. Él alza el mentón y me mira con sus ojos graves y solemnes—. Yo quiero atravesar la llanura. Es lo que querías hacer tú al principio.
Hunter lo mira, sorprendido. Eli frenará su avance. Pero Hunter no es la clase de persona que abandona a nadie.
—¿Puedo ir contigo? —le pregunta Eli—. Correré lo más rápido posible.
—Sí —responde—. Pero tenemos que irnos ya.
Cojo a Eli y lo abrazo.
—Volveremos a vernos —dice—. Lo sé.
—Sí —afirmo. No debería prometer nada semejante.
Miro a Hunter por encima de la cabeza de Eli y me pregunto si él no diría lo mismo a Sarah cuando se despidió de ella.
Eli se separa de mí y abraza primero a Cassia y luego a Indie, que parece sorprendida. Cuando termina, se pone derecho.
—Estoy listo —afirma—. Vamos.
—Espero volver a veros —dice Hunter.
Levanta la mano para despedirse y la luz de su linterna frontal le alumbra las marcas azules del brazo. Todos nos miramos durante un momento más. Luego, Hunter echa a correr y Eli lo sigue. Las luces de sus frontales no tardan en perderse entre los árboles.
—Eli estará bien —dice Cassia—. ¿Verdad?
—Es su decisión —aduzco.
—Lo sé —dice con dulzura—. Pero ha sido tan rápido...
Sí. Como el día que me fui del distrito. Y el día que murieron mis padres. Y cuando Vick se fue. Las despedidas son así. No siempre podemos prestarles la debida atención en el momento de la separación, por mucho que nos hieran.
Indie se quita el abrigo y extrae rápidamente el disco plateado con su navaja de piedra. Lo arroja al suelo con un gesto triunfal y se vuelve hacia mí.
—Eli se ha decidido —dice—. ¿Qué vas a hacer tú?
Cassia me mira. Se lleva la mano a la cara para enjugarse la lluvia y las lágrimas.
—Seguiré el río —digo—. No iré tan deprisa como Indie y tú en la barca, pero os alcanzaré en el último tramo.
—¿Estás seguro? —susurra.
Lo estoy.
—Tú has venido de muy lejos para encontrarme —digo—. Puedo acompañarte al Alzamiento.
Cassia
La lluvia amaina, se transforma en nieve. Y yo tengo la sensación de que aún estamos en el camino, de que aún no nos hemos encontrado. El uno al otro. A nosotros mismos. Lo miro y comprendo, por primera vez, que jamás lo sabré todo de él. Y vuelvo a elegirlo.
—Es difícil cruzar al otro lado —digo con voz entrecortada.
—¿A qué lado? —pregunta.
—Al lado de la persona que necesito ser —respondo.
Y entonces nos acercamos.
Los dos nos hemos equivocado; los dos trataremos de arreglar las cosas. No podemos hacer más.
Ky se inclina para besarme, pero deja las manos en los costados.
—¿Por qué no me abrazas? —Me separo un poco de él.
Él se ríe un poco y me enseña las manos a modo de explicación. Las tiene manchadas de tierra, pintura y sangre.
Acerco su mano a la mía, junto mi palma con la suya. Noto la aspereza de la tierra, la lisura de la pintura, y los cortes y arañazos que atestiguan su viaje.
—Todo se limpiará —digo.
Ky
Cuando la abrazo, la siento cariñosa y cercana, amorosa, pero entonces se tensa y se separa.
—Lo siento —dice—. Se me olvidaba. —Se saca un tubo del interior de la camisa. Advierte mi expresión de sorpresa y se apresura a decir—: No pude evitarlo.
Me enseña el tubo y trata de explicarse. El tubo centellea bajo nuestros frontales y tardo un momento en leer el nombre: Reyes, Samuel. Su abuelo.
—Lo cogí mientras mirabais a Hunter, después de que rompiera el tubo.
—Eli también robó uno —digo—. Me lo dio.
—¿A quién se llevó? —pregunta Cassia.
Miro a Indie. Podría apartar la barca de la orilla en este momento y marcharse sin Cassia. Pero no lo hace. Sabía que no lo haría. No esta vez. Si uno quiere ir al mismo lugar que ella, no podría hallar mejor piloto. Cargará con su mochila y lo conducirá a buen puerto. Nos da la espalda y se queda completamente inmóvil bajo los árboles próximos a la barca.
—Vick —respondo a Cassia.
Al principio, me sorprendió que Eli no eligiera a sus padres, pero luego recordé que no podían estar en la Caverna. Eli y su familia son aberrantes desde hace muchos años. La reclasificación de Vick debe de ser lo bastante reciente para que la Sociedad no haya tenido tiempo de retirar su tubo.
—Eli confía en ti —afirma Cassia.
—Lo sé —digo.
—Y yo —añade—. ¿Qué vas a hacer?
—Esconderlo —respondo—. Hasta que sepa quién estaba almacenando los tubos y por qué. Hasta que sepa que podemos fiarnos del Alzamiento.
—¿Y los libros que has traído de la cueva de los labradores? —pregunta.
—También los esconderé —respondo—. Voy a buscar un buen sitio mientras sigo el río. —Me quedo callado—. Puedo esconder tus cosas, si quieres. Me aseguraré de que te lleguen, aún no sé cómo.
—¿No te pesarán demasiado? —pregunta.
—No —respondo.
Me da el tubo y saca de su mochila el montón de hojas sueltas que se llevó de la cueva.
—No he escrito ninguna de estas páginas —dice, apesadumbrada—. Algún día lo haré. —Pone su mano en mi mejilla—. El resto de tu historia —añade—. ¿Me lo contarás ahora? ¿O cuando vuelva a verte?
—Mi madre —comienzo a decir—. Mi padre. —Cierro los ojos y trato de explicarme. Lo que digo no tiene sentido. Es una sucesión de palabras...
Cuando mis padres murieron, no hice nada,
por eso quería hacer
quería hacer
quería hacer.
—Algo —dice, con dulzura. Me coge otra vez la mano, la vuelve y mira la mezcolanza de arañazos, pintura y tierra que la lluvia no ha lavado todavía—. Tienes razón. No podemos pasarnos la vida sin hacer nada. Y Ky, tú sí hiciste algo cuando tus padres murieron. Recuerdo el dibujo que me regalaste en Oria. Intentaste llevártelos.
—No —digo, con voz entrecortada—. Los dejé en el suelo y eché a correr.
Cassia me abraza y me habla al oído. Palabras que son solo para mí, la poesía del amor, para darme calor y protegerme del frío. Con ellas, logra que deje de ser polvo y cenizas y vuelva a cobrar vida.
Cassia
—No entres dócil —le digo, por última vez, de momento.
Ky sonríe, una sonrisa que es nueva para mí. Es la clase de sonrisa audaz y temeraria que conseguiría que la gente lo siguiera sin vacilar a un ataque aéreo, a una crecida.
—No me voy a morir —dice.
Pongo las manos en sus mejillas, paso los dedos por sus párpados, hallo sus labios, los cubro con los míos. Le beso los pómulos. La sal de sus lágrimas sabe como el mar y no veo la orilla.