—¿Cómo escondiste la microficha? —pregunto.
—No me cachearon cuando me cogieron —responde—. Solo lo hicieron en la aeronave. Y tú y yo encontramos una solución. —Se retira el cabello de la cara con un ademán muy propio de ella: brusco, pero provisto de una cierta elegancia. Jamás había conocido a nadie que fuera tan directo y tuviera menos reparos en admitir sus intenciones—. ¿No vas a verla? —pregunta.
No puedo resistirme. Introduzco la microficha de Xander en el miniterminal y espero a que aparezca su rostro.
Debería haber visto esta información en mi casa mientras el viento mecía las hojas de los arces. Bram podría haberme tomado el pelo y mis padres podrían haber sonreído. Yo podría haber mirado el rostro de Xander y no haber visto nada más.
Pero apareció el rostro de Ky y todo cambió.
—Ahí está —dice Indie, casi sin querer.
Xander.
Había olvidado sus facciones, aunque solo haga unos días que lo he visto. Pero ya lo recuerdo todo, y entonces su lista de atributos comienza a desplazarse por la pantalla.
La lista de la microficha es idéntica a la que Xander escondió en las pastillas; es lo que él quería que viera. «Mírame —parece decirme—. Las veces que haga falta.»
No sé cómo añadió el renglón del papelito que perdí. ¿Es posible que Indie mienta? No lo creo. Y me extraña que Xander no me contara su secreto el día que visitamos al archivista. Yo pensaba que podía ser la última vez que nos viéramos. ¿No lo pensaba él?
Pero Xander no quería que otra persona lo leyera todo sobre él. Abro el historial. La microficha no se vio únicamente anoche; se vio anteanoche, y la noche anterior, y la anterior.
Indie la ha visto todas las noches. ¿Cuándo? ¿Mientras yo dormía?
—¿Sabes tú el secreto de Xander? —pregunto.
—Eso creo —responde.
—Cuéntamelo —digo.
—Es suyo y debe contarlo él —arguye, igual que Ky.
Como de costumbre, no parece arrepentida. Pero advierto que la mirada se le ha dulcificado mientras mira la fotografía de la pantalla.
Y entonces lo comprendo. Al final, no es a Ky a quien ama.
—Estás enamorada de Xander —digo, en un tono demasiado duro, demasiado cruel.
Indie no lo niega. Xander es la clase de persona que un aberrante no puede tener jamás. Un niño bonito, lo más cercano a la perfección que existe en la Sociedad.
Sin embargo, no es su pareja, sino la mía.
Con Xander, yo podría tener una familia, un buen trabajo, ser amada, ser feliz, vivir en un distrito con calles limpias y vidas ordenadas. Con Xander, podría hacer las cosas que siempre creí que haría.
Pero con Ky hago cosas de las que jamás me creí capaz.
Quiero las dos cosas.
Aunque eso es imposible. Vuelvo a mirar el rostro de Xander. Y, aunque él parece decirme que no cambiará, sé que lo hará. Sé que hay partes de él que no conozco, cosas que suceden en Camas que no veo, secretos suyos que no sé y va a tener que contarme en persona. Xander también comete errores, como darme las pastillas azules, un regalo que, pese al riesgo que corrió al hacérmelo, no resultó como él creía. No me salvó.
Estar con Xander quizá sería menos complicado, pero continuaría siendo amor. Y he descubierto que el amor nos lleva a lugares que no conocemos.
—¿Qué querías de Ky? —pregunto a Indie—. ¿Qué intentabas conseguir enseñándole el papelito y dándole el mapa?
—Sabía que no nos lo decía todo sobre el Alzamiento —responde—. Quería obligarlo a hablar.
—¿Por qué me la has devuelto? —pregunto mientras le enseño la microficha—. ¿Por qué ahora?
—Tienes que decidirte —responde—. Creo que no ves con claridad a ninguno de los dos.
—Y tú sí —digo. La ira se apodera de mí. Ella no conoce a Ky como yo. Y a Xander ni tan solo lo ha visto en persona.
—Yo he deducido el secreto de Xander. —Se dirige a la entrada de la cueva—. Y a ti nunca se te ha ocurrido que Ky podría ser el Piloto.
Sale afuera.
Alguien me toca el brazo. Eli. Me mira con los ojos como platos, preocupado, y eso me arranca de mi ensimismamiento. Tenemos que sacarlo de aquí. Tenemos que darnos prisa. Esto puede resolverse más adelante.
Cuando meto la microficha en mi mochila, la veo entre las azules.
Mi pastilla roja.
Indie, Ky y Xander son inmunes a ella.
Pero yo no sé qué soy.
Vacilo. Podría metérmela en la boca y no esperar a que se disolviera. La mordería, con fuerza. Quizá incluso con tanta fuerza que mi sangre se mezclaría con la pastilla y eso sería decisión mía, no de la Sociedad.
Si la pastilla surte efecto, olvidaré todo lo que ha sucedido en las últimas doce horas. No recordaré lo que ha ocurrido con Ky. No me hará falta perdonarlo por haberme mentido porque no sabré que lo ha hecho. Y no me acordaré de lo que ha dicho sobre el día que lo clasifiqué.
Si no surte efecto, por fin sabré, de una vez por todas, si soy inmune. Si soy especial como Ky, Xander e Indie.
Me llevo la pastilla a la boca. Y oigo una voz que guardo en lo más hondo de mi memoria.
«Eres lo bastante fuerte para pasar sin ella.»
«Está bien, abuelo —pienso—. Seré lo bastante fuerte para pasar sin ella. Pero no soy lo bastante fuerte para pasar sin otras cosas, y tengo intención de luchar por ellas.»
Ky
Llevar la barca es como llevar un cadáver; es pesada, voluminosa y difícil de agarrar.
—Solo caben dos —me advierte Hunter.
—No importa —digo—. Aun así, la quiero.
Hunter me mira como si estuviera a punto de decir alguna cosa, pero parece cambiar de opinión.
Dejamos la barca en la casita de las afueras del caserío donde Cassia, Indie y Eli se han reunido para esperarnos. La barca hace ruido al golpear el suelo.
—¿Qué es? —pregunta Eli.
—Una barca —responde Hunter. No da más explicaciones. Indie, Cassia y Eli miran el pesado rollo de plástico con incredulidad.
—Nunca había visto una barca como esta —apunta Indie.
—Nunca había visto una barca —dicen Cassia y Eli al unísono y, luego, ella le sonríe.
—Es para el río —se percata Indie—. Para que algunos lleguemos rápidamente al Alzamiento.
—Pero el río está cortado en un montón de sitios —objeta Eli.
—Ya no —digo—. Una lluvia así habrá arrastrado toda la tierra.
—¿Quién va en la barca? —pregunta Indie.
—Aún no lo sabemos —respondo.
No miro a Cassia. No he sido capaz de mirarla a la cara desde que me sorprendió quemando el mapa.
Eli me da una mochila.
—Te he traído esto —dice—. Comida y también algunas cosas de la cueva.
—Gracias, Eli.
—Hay otra cosa —me susurra—. ¿Te la puedo enseñar?
Asiento.
—Date prisa.
Se asegura de que nadie lo ve y saca...
Un tubo de la Caverna bañada de luz azul.
—Eli —digo, sorprendido. Cojo el tubo y le doy la vuelta. Dentro, el líquido oscila y se arremolina. Cuando leo el nombre escrito en el vidrio, se me corta la respiración.
—No deberías haberlo cogido.
—No pude evitarlo —dice.
Debería romper el tubo contra el suelo o arrojarlo al río. Pero me lo meto en el bolsillo.
La lluvia ha dejado las piedras sueltas y ha convertido el suelo en un barrizal. No hará falta mucho para provocar un corrimiento de tierra que tape el sendero que conduce a las cuevas, pero también tenemos que sellar la cueva de la biblioteca sin destruir lo que contiene.
Hunter me enseña el plano: un esquema muy detallado de dónde y cómo colocar las cargas explosivas. Es impresionante.
—¿Lo has dibujado tú?
—No —responde—. Lo dibujó Anna, nuestra líder, antes de marcharse.
«Anna», pienso. ¿La conoció mi padre?
No pregunto. Me ciño al esquema y a las modificaciones de Hunter. Llueve mucho y hacemos todo lo posible para mantener secos los explosivos.
—Baja a avisar a los demás de que voy a prender la mecha —me pide Hunter.
—Ya lo hago yo —digo.
Me mira.
—Esta era mi misión —aduce—. Anna me la confió a mí.
—Tú conoces estas tierras mejor que yo —digo—. Conoces a los labradores. Si ocurre un accidente, tú eres el que puede sacar de aquí a todos los demás.
—No te estás castigando, ¿no? —pregunta—. Por haber querido quemar el mapa.
—No —respondo—. Solo es la verdad.
Me mira y asiente.
He echado a correr en cuanto he prendido la mecha. Es instintivo: debería disponer de mucho tiempo. Llego a la orilla del río y corro hacia los demás. Aún me faltan unos metros para alcanzarlos cuando oigo la explosión.
No puedo evitarlo: me vuelvo a mirar.
Los pocos arbolillos aferrados a la pared parecen ser los primeros en caer; sus raíces arrancan piedras y tierra al desprenderse. Por un momento, veo con claridad las oscuras madejas de cada vida y entonces advierto que, por debajo de ellas, también se derrumba el resto de la pared. El sendero se fragmenta y se hunde convertido en una masa de agua, barro y piedras.
Y el corrimiento de tierra no se detiene.
«Avanza demasiado —advierto—. Se aproxima demasiado. Va a llegar al caserío.»
Una de las casas cruje, se rompe y cede al barro.
Otra.
La tierra se abre paso por el caserío y astilla tablones, rompe cristales, quiebra árboles.
Y se detiene al entrar en el río.
El corrimiento de tierra ha dejado una resbalosa lengua roja de barro y piedras que ha dividido el caserío y ha represado parte del río. El nivel del agua aumentará y es posible que haya una crecida. Mientras pienso en ello, veo que el resto del grupo sale de la casa y se dirige hacia el camino con rapidez.
Corro a ayudar a Hunter con la barca. Es para ella. Si lo que quiere es encontrar el Alzamiento, yo la ayudaré.
Cassia
La caminata es lenta y ardua; todos resbalamos, nos caemos y volvemos a levantarnos, una y otra vez. Cuando encontramos una cueva lo bastante grande para que quepamos los cinco, ya estamos cubiertos de barro. La barca no cabe. Tenemos que dejarla en el camino y oigo el martilleo de la lluvia en su cubierta de plástico. No hemos conseguido llegar a la cueva de las muchachas que bailan; esta cueva es minúscula y está sembrada de piedras y desperdicios.
Por un momento, nadie es capaz de hablar debido al cansancio. Tenemos las mochilas junto a nosotros. Mientras la mía parecía hacerse más pesada con cada paso que daba en el barro, he imaginado que tiraba comida, agua, incluso escritos. Lanzo una mirada a Indie. La primera vez que nos dirigimos a la llanura, yo estaba enferma. Ella cargó con mi mochila durante casi todo el camino.
—Gracias —le digo.
—¿Por qué? —Parece sorprendida, recelosa.
—Por llevar mis cosas la primera vez que pasamos por aquí —especifico.
Ky alza la cabeza y me mira. Es la primera que lo hace desde nuestro enfrentamiento en el caserío. Me reconforta volver a ver sus ojos. En la penumbra de la cueva, son negros.
—Deberíamos hablar —dice Hunter. Tiene razón. Lo que todos sabemos, pero nadie ha dicho, es que no hay sitio para todos en la barca—. ¿Qué vais a hacer?
—Yo voy a buscar el Alzamiento —responde Indie de inmediato.
Eli niega con la cabeza. Aún no lo sabe y sé muy bien cómo se siente. Los dos queremos unirnos a los rebeldes, pero Ky no se fía de ellos. Y, pese a todo lo que ha sucedido con el mapa, sé que Eli y yo seguimos confiando en él.
—Yo aún pienso ir en busca de los labradores —dice Hunter.
—Podrías seguir sin nosotros —observa Indie—. Pero nos ayudas. ¿Por qué?
—Yo fui el que rompió los tubos —responde—. De no haberlo hecho, es posible que la Sociedad hubiera tardado más en perseguiros. —Aunque solo nos lleva unos años, parece mucho más sabio. Quizá sea por tener una hija, o por vivir en una tierra tan dura; o puede que también hubiera sido así en la Sociedad, con una vida fácil y cómoda—. Además —añade—, mientras nosotros llevamos la barca, vosotros cargáis con nuestras mochilas. Ayudarnos a salir de la Talla nos conviene a todos. Después, cada uno podrá irse por su lado.
Ky no dice nada.
Oigo cómo cae la lluvia fuera y pienso en uno de los papeles que me dio en el distrito, el fragmento de su historia que decía: «Cuando llueve, me acuerdo». Yo también prometí acordarme. Y recuerdo la vez que me sugirió que intercambiara los poemas. No trató de persuadirme para que me deshiciera del poema de Tennyson, pese a saber que también lo tenía, y pese a saber que quizá me ayudaba a descubrir el Alzamiento. Las decisiones de qué intercambiar y qué hacer con lo que había encontrado me las dejó a mí.
—¿Qué es lo que no soportas del Alzamiento, Ky? —le pregunto en voz baja. No deseo hacer esto delante de todos; pero ¿acaso tengo opción?—. Tengo que decidirme. Y Eli también. Nos vendría bien que explicaras por qué lo odias tanto.
Ky se mira las manos y recuerdo el dibujo que me dio en la Sociedad, donde aparecía sosteniendo las palabras «madre» y «padre».
—Nunca vinieron a ayudarnos —responde—. Con el Alzamiento, rebelarte solo trae muerte para ti y tus seres queridos. Los que sobreviven nunca vuelven a ser los mismos.
—Pero a tu familia la mató el enemigo —objeta Indie—. No el Alzamiento.
—No me fío de ellos —dice Ky—. Mi padre se fiaba. Yo no.
—¿Y tú? —pregunta Indie a Hunter.
—No estoy seguro —responde—. Han pasado muchos años desde la última vez que los rebeldes vinieron a nuestro cañón. —Todos, Ky incluido, nos inclinamos hacia delante para escucharlo—. Nos dijeron que habían conseguido infiltrarse en todas partes, incluso en Central, y volvieron a intentar convencernos de que nos uniéramos a ellos. —Sonríe un poco—. Anna no dio su brazo a torcer. Llevábamos generaciones siendo independientes y era partidaria de seguir así.
—Ellos son los que os mandaron los panfletos —dice Ky.
Hunter asiente.
—También nos mandaron el mapa que estamos utilizando. Esperaban que cambiáramos de opinión y fuéramos a buscarlos.
—¿Cómo sabían que descifraríais el código? —pregunta Indie.
—Es el nuestro —responde Hunter—. A veces lo usábamos en el caserío cuando no queríamos que un forastero se enterara de lo que decíamos.
Mete la mano en su mochila y saca una de las linternas frontales. Ya es noche cerrada fuera de la cueva.