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Authors: Ally Condie

Tags: #Infantil y juvenil, #Romántico

Caminos cruzados (23 page)

—Son muestras de tejido —explico a Ky—. Pero ¿por qué las guarda aquí la Sociedad? —Tiemblo y él me rodea con el brazo.

—Lo sé —dice.

Pero no lo sabe.

«A la Talla le da igual.»

Vivimos, morimos, nos transformamos en piedra, yacemos bajo tierra, nos perdemos en el mar o ardemos hasta quedar reducidos a ceniza, y a la Talla le da igual. Nosotros nos iremos. La Sociedad se irá. Los cañones permanecerán.

—Sabes lo que son —dice Hunter.

Lo miro. ¿Qué debe pensar de esto alguien que no ha vivido nunca dentro de la Sociedad?

—Sí —respondo—. Pero no sé por qué. Espera un momento. Déjame pensar.

—¿Cuántos hay? —pregunta Ky.

Hago un cálculo aproximado a partir de las hileras de tubos que tengo ante mí.

—Hay miles —respondo—. Cientos de miles. —La vasta Caverna está repleta de hileras, cajas, pasillos de tubitos—. Pero no tantos para representar todas las muestras de tejido que deben de haberse extraído a lo largo de los años. Esta no puede ser la única instalación.

—¿Es posible que los estén sacando de la Sociedad? —pregunta Ky.

Muevo la cabeza, confusa. ¿Qué razón podría haber?

—Están ordenados por provincias —digo al advertir que, en la caja que tengo delante, pone «KA» en todos los tubos.

—Busca Oria —me pide Ky.

—Debería de estar en la hilera siguiente —calculo mientras aprieto el paso.

Indie y Hunter están juntos, observándonos. Doblo la esquina y encuentro los tubos donde pone «OR». Ver la familiar abreviatura de Oria en un lugar tan desconocido me produce una sensación extraña, de intimidad mezclada con distanciamiento.

Oigo un ruido en el acceso secreto a la Caverna. Todos nos volvemos. Eli sale del túnel como ha hecho Ky, sonriendo y sacudiéndose la tierra del pelo. Corro a su lado y lo abrazo, con el corazón en un puño por lo que ha tenido que pasar solo.

—¡Eli! —exclamo—. Creía que ibas a esperarnos.

—Estoy bien —dice. Mira por encima de mi hombro, en busca de Ky.

—Lo has conseguido —le dice él, y Eli parece erguirse un poco más. Lo miro mientras niego con la cabeza. Prometer una cosa y hacer otra cuando cambia de opinión. Bram habría hecho lo mismo.

Eli mira alrededor con los ojos muy abiertos.

—Aquí almacenan tubos —dice.

—Creemos que están ordenados por provincias —observo, y veo que Ky me hace una señal.

—Cassia, he encontrado algo.

Regreso rápidamente a su lado mientras Indie y Eli se pasean por delante de otras hileras de tubos en busca de sus provincias.

—Si lo primero es la fecha de nacimiento —dice Ky—, lo más probable es que lo segundo sea... —Se queda callado y espera a ver si yo extraigo la misma conclusión.

—La fecha de la muerte. La fecha en la que se extrajo la muestra —apostillo. Y entonces comprendo a qué se refiere. Ambas fechas están demasiado próximas. No hay ochenta años entre una y otra.

—No solo almacenan las muestras de los ancianos —dice Ky—. Estas personas no pueden estar todas muertas.

—No solo nos extraen muestras cuando morimos —concluyo, con la mente disparada. Hago memoria: las posibilidades son infinitas. Nuestros tenedores. Nuestras cucharas. La ropa que llevamos. O es posible que incluso les facilitemos las muestras nosotros, que asintamos, raspemos nuestro propio tejido y se lo demos antes de tomarnos una pastilla roja—. La muestra del final no significa nada. La Sociedad ya tiene los tubos de todas las personas que quiere conservar. Puede que el tejido más joven dé mejores resultados. Y, al ocultarnos la existencia de las otras muestras, consigue que obedezcamos hasta el final. —El corazón me da un vuelco, de forma irracional, en agradecimiento a la Sociedad.

«A lo mejor hay una muestra de mi abuelo. A lo mejor no importa que mi padre destruyera la que le extrajeron en su banquete final.»

—Cassia —dice Ky en voz baja—. Xander está aquí.

—¿Qué? ¿Dónde? ¿Ha venido a buscarnos? ¿Cómo se ha enterado?

—Aquí —repite Ky mientras señala uno de los tubos bañados de luz azul.

Por supuesto. Evito sus ojos y miro el tubo. Carrow, Xander. OR. Su fecha de nacimiento es correcta. Es la muestra de Xander. Pero Xander no está muerto.

«Que yo sepa.»

Acto seguido, Ky y yo nos ponemos a leer la información de los tubos y nuestros dedos se entrelazan. ¿Quién está? ¿Quién se salva?

—Tú estás —dice Ky al señalar un tubo.

Veo la fecha de mi nacimiento. Y mi nombre: Reyes, Cassia. Contengo la respiración. «Mi nombre.» Verlo me recuerda lo que sentí cuando lo pronunciaron en mi banquete de emparejamiento. Me recuerda que formo parte de la Sociedad. Que ella se ha tomado muchas molestias para asegurarme un futuro.

—Yo no estoy —añade Ky, mientras me observa.

—A lo mejor estás en otra provincia —sugiero—. Podrías estar...

—No estoy —repite.

Y, por un instante, en la penumbra de la cueva, con su modo de saber confundirse con las sombras, parece que no esté. Notar su mano aferrada a la mía es lo único que me demuestra lo contrario.

Hunter se acerca a mí y yo trato de explicárselo.

—Son tejidos —digo—, un poco de piel, cabello o uña. La Sociedad los extrae a sus ciudadanos para poder devolvernos la vida algún día.

Me estremezco por mi uso de la primera persona del plural. Que yo sepa, podría ser la única de esta cueva con un tubo aquí. E incluso eso podría deberse únicamente a que la Sociedad no ha tenido tiempo de reclasificarme. Vuelvo a mirar las paredes de la cueva, los huesos, dientes y conchas que han perdurado. Si lo que somos no está en nuestros huesos, debe de estar en nuestros tejidos. Debe de estar en alguna parte.

Hunter se pone a mirar los tubos. Lo hace durante tanto tiempo que abro la boca para intentar explicárselo otra vez, pero él mete la mano en una caja y saca un tubo antes de que pueda detenerlo.

No se dispara ninguna alarma.

Su ausencia me desconcierta. ¿Habrá parpadeado una luz en alguna parte de la Sociedad para avisar a un funcionario de la infracción?

Hunter levanta el tubo y lo enfoca con una linterna. Las muestras son tan pequeñas que ni tan siquiera se distinguen del líquido que las contiene.

¡Crac! El tubo se rompe y a Hunter le sangra la mano.

—Nos han matado para conservarse ellos —dice.

Todos lo miramos. Por un momento, tengo el descabellado impulso de imitarlo: abriría todas las puertas de todas las cajas y cogería algo, un palo quizá. Echaría a correr por los pasillos de tubos bañados de luz azul y plateada. Pasaría el palo por ellos para ver si sonaban como un carillón. Me pregunto si la melodía de otras vidas sería amarga, asonante; o fuerte, clara, dulce y armónica. Pero no rompo nada. Hago otra cosa, con rapidez, mientras todos miran a Hunter.

Él abre la mano, mira la sangre y el líquido de su palma. Pese a no querer hacerlo, me fijo en el nombre de la etiqueta: Thurston, Morgan. Vuelvo a mirar a Hunter. Para romper un tubo como este, debe de hacer falta mucha fuerza, pero él no parece consciente de ello.

—¿Por qué? —pregunta—. ¿Cómo? ¿Han descubierto una forma de resucitar a la gente?

Todos me miran y aguardan a que yo se lo explique. La ira y la vergüenza se apoderan de mí. ¿Por qué creen que tengo las respuestas? ¿Porque soy la única ciudadana?

Pero hay cosas que no comprendo, partes de la Sociedad, partes de mí.

Ky me pone la mano en el brazo.

—Cassia —dice en voz baja.

—¡No soy Xander! —exclamo, tan alto que mis palabras resuenan en toda la cueva—. No sé nada de medicina. Ni de pastillas. Ni de la conservación de muestras. Ni de lo que la Sociedad puede o no hacer en el campo de la medicina. No lo sé.

Todos nos quedamos callados, pero Indie no tarda en romper el silencio.

—El secreto de Xander —dice mientras mira a Ky—. ¿Tiene algo que ver con esto?

Ky abre la boca para hablar, pero, antes de que pueda hacerlo, todos la vemos, una lucecita roja que parpadea en la parte superior de la caja que Hunter ha abierto.

El miedo vuelve a apoderarse de mí y no sé qué me asusta más, la Sociedad o la Caverna en la que estamos atrapados.

Capítulo 33

Ky

Hunter coge otro tubo y lo rompe del mismo modo.

—Salid de aquí —digo a Cassia y al resto—. Vamos.

Indie no vacila. Da media vuelta, corre al acceso secreto y entra en el estrecho túnel.

—No podemos dejarlo aquí —arguye Cassia mientras mira a Hunter, que no ve ni oye nada aparte de los tubos que rompe.

—Intentaré que vaya con nosotros —prometo—. Pero tenéis que iros. Ya.

—Lo necesitamos para escalar —dice.

—Puede ayudaros Indie. Marchaos. Enseguida iré.

—Os esperaremos para cruzar juntos —promete—. Es posible que la Sociedad tarde mucho en llegar.

«A menos que ya esté en la zona —pienso—. En ese caso, sería cosa de minutos.»

Cuando se marchan, miro a Hunter.

—Tienes que parar —digo—. Volver con nosotros.

Él niega con la cabeza y rompe otro tubo.

—Podríamos intentar alcanzar a los labradores que atravesaron la llanura —sugiero.

—A estas alturas, podrían estar todos muertos —dice.

—¿Se marcharon para unirse al Alzamiento? —pregunto.

No me responde.

No trato de detenerlo. Un tubo, mil: ¿qué diferencia hay? La Sociedad va a enterarse de todos modos. Y una parte de mí quiere acompañarlo. Cuando una persona lo ha perdido todo, ¿por qué no habría de desahogarse antes de que se le echen encima? Recuerdo esa sensación. Otra parte más siniestra de mí piensa: «Y si no vuelve con nosotros, no podrá hablar a Cassia del Alzamiento ni decirle cómo encontrarlo. Estoy seguro de que lo sabe».

Regreso al acceso secreto y encuentro una piedra. Vuelvo a su lado y se la doy.

—Prueba con esto —digo—. Será más rápido.

Hunter no dice nada, pero coge la piedra, sube los brazos y la arroja contra una hilera de tubos. Los oigo romperse mientras entro en el estrecho túnel para salir de la Caverna.

Una vez fuera, estoy atento por si oigo las aeronaves.

Nada.

Todavía.

Me han esperado.

—Tendríais que haber seguido —reprendo a Cassia, pero eso es lo único que tengo tiempo de decir antes de que estemos todos asegurados y nos hayamos puesto a escalar. Subimos. Una vez arriba, en el expuesto llano de roca, me pregunto si debería correr detrás o delante de ella, cuál es el mejor modo de protegerla, y entonces me encuentro corriendo a su lado.

—¿Van a encontrarnos? —resuella Eli cuando llegamos al otro cañón.

—Correremos por las piedras cuando podamos —digo.

—Pero a veces es todo arena —arguye, asustado.

—Tranquilo —digo—. Seguro que llueve.

Todos miramos arriba. El cielo luce el suave azul del invierno incipiente. Hay nubarrones a lo lejos, pero están a kilómetros de aquí.

Cassia no ha olvidado lo que Indie ha dicho en la cueva. Se acerca y me pone la mano en el brazo.

—¿A qué se refería Indie? —pregunta, sin aliento—. ¿Con el secreto de Xander?

—No sé de qué habla —miento.

No miro a Indie. Oigo sus pisadas detrás de nosotros, pero no me contradice y sé por qué.

Quiere encontrar el Alzamiento y, por algún motivo, cree que soy quien más probabilidades tiene de conocer su paradero. Ha decidido compartir su destino conmigo aunque no me tenga más simpatía de la que yo le tengo a ella.

Cojo a Cassia de la mano y estoy atento por si oigo el rugido de las aeronaves de la Sociedad, pero no se presentan.

Tampoco lo hace la lluvia.

Cuando Xander y yo nos tomamos las pastillas rojas aquel día ya tan lejano, contamos hasta tres y nos las tragamos a la vez. Observé su rostro. Estaba impaciente por que olvidara.

No tardé mucho en darme cuenta de que la pastilla no le hacía efecto y también era inmune. Hasta ese momento, creía que yo era el único.

«Se supone que deberías olvidar», dije.

«Pues no lo he hecho», respondió.

Cassia me explicó qué sucedió aquel día en el distrito después de que yo me fuera, cómo se enteró de que Xander era inmune a las pastillas rojas. Pero no conoce su otro secreto. «Y yo lo guardo porque es lo justo —me digo—. Porque contárselo es cosa de él, no mía.»

Trato de no pensar en mis otros motivos para no revelar a Cassia el secreto de Xander.

Si lo supiera, quizá cambiaría de opinión con respecto a él. Y con respecto a mí.

Capítulo 34

Cassia

Indie trata su mochila incluso con más cuidado que antes y me pregunto si no le habrá sucedido algo a su panal cuando hemos entrado y salido de la Caverna. Llevaba la mochila puesta y, aunque está delgada, no sé cómo ha conseguido protegerla al pasar por un túnel tan estrecho. Me parece imposible que el frágil panal no se haya aplastado.

La historia de la madre de Indie y la barca parece incompleta, como si fuera un eco devuelto por la pared de un cañón sin parte de las palabras originales. Me pregunto hasta qué punto la conozco. Pero entonces vuelve a acomodarse la mochila y la imagen del frágil panal fino como el papel que lleva dentro me recuerda el cuadro deshecho y los livianos pétalos de rosa secos. Conozco a Indie desde los campos de trabajo y todavía no me ha defraudado.

Ky se vuelve y nos grita que nos apresuremos. Indie lo mira y en su rostro percibo una expresión muy parecida al hambre.

La lluvia se huele antes de verla o sentirla. Si la salvia es el olor de las provincias exteriores que Ky prefiere, creo que el mío es esta lluvia que huele a antigüedad y novedad, a roca y cielo, a río y desierto. Los nubarrones que hemos visto antes se aproximan y el cielo se torna morado, gris, azul, mientras el sol se pone y llegamos al caserío.

—No podemos quedarnos mucho tiempo, ¿verdad? —pregunta Eli mientras ascendemos por el sendero que conduce a las cuevas. Un rayo incandescente une cielo y tierra y un trueno retumba en el cañón.

—No —responde Ky.

Yo opino como él. Ahora, la amenaza de que la Sociedad entre en los cañones parece pesar más que los riesgos de cruzar la llanura. Vamos a tener que marcharnos.

—Pero hay que parar en la cueva —digo—. Necesitamos más comida, y ni Indie ni yo tenemos libros ni escritos. «Y a lo mejor hay información sobre el Alzamiento.»

—La tormenta debería darnos un poco más de tiempo —apunta Ky.

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