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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

Bitterblue (9 page)

Si Bitterblue hubiera albergado alguna duda sobre si Zaf era marinero o no, el lenguaje del joven mientras llevaban a su amigo —jadeante y con los ojos vidriosos— escalera arriba se la habría despejado. Zaf se agachó para soltar a Teddy en el suelo, se sacó la camisa por la cabeza y la desgarró por la mitad. En un único movimiento que provocó que Teddy —o tal vez fuera ella— gritara, sacó de un tirón la hoja del abdomen de su amigo. A continuación taponó la herida con un trozo de camisa y apretó. Giró la cabeza hacia Bitterblue.

—¿Sabes dónde está el cruce del callejón del Caballo Blanco y la calle del Arco?

Era un sitio próximo al castillo, por la muralla este.

—Sí.

—Un curandero llamado Roke vive en el segundo piso del edificio que hay en la esquina sureste. Ve corriendo a despertarlo y llévalo a la tienda de Teddy.

—¿Dónde está la tienda de Teddy?

—En la calle del Hojalatero, cerca de la fuente. Roke sabe dónde es.

—Pero eso está muy cerca de aquí. Por fuerza tiene que haber un curandero por los alrededores…

Teddy rebulló y empezó a gemir.

—¡Roke! —gritó—. Tilda… Avisa a Tilda y a Bren…

—Roke es el único sanador del que nos fiamos —le espetó Zaf a Bitterblue—. Deja de perder tiempo. ¡Ve!

Bitterblue dio media vuelta y corrió por las calles mientras confiaba en que la gracia de Zaf, fuera la que fuese, sirviera de algún modo para mantener con vida a Teddy durante los siguientes treinta minutos, porque sabía el tiempo que iba a tardar en llegar. La mente no dejaba de funcionarle a toda velocidad. ¿Por qué un hombre encapuchado en un salón de relatos atacaba a un escritor y a un ladrón de gárgolas y de cosas que ya habían sido robadas? ¿Qué le había hecho Teddy a alguien para que quisiera herirlo con tanta saña?

Entonces, tras unos minutos de carrera, la pregunta dejó de tener relevancia y empezó a comprender la verdadera gravedad de la situación. Bitterblue conocía los daños de una herida de cuchillo. Katsa le había enseñado cómo infligirlas, y el primo de Katsa, el príncipe Raffin, heredero del trono de Terramedia y farmacólogo, le había explicado los límites de lo que podían hacer los curanderos. La cuchillada había alcanzado a Teddy en la parte baja del abdomen. Podía ser que los pulmones, el hígado, y quizá también el estómago no estuvieran afectados, pero aun así lo más probable es que hubiera alcanzado el intestino, lo cual significaba la muerte incluso con un curandero diestro en cerrar los desgarros, pues el contenido del intestino de Teddy quizás estaría derramándose en la cavidad del abdomen en esos instantes y le produciría una infección —con fiebre, sudores, dolor— de la que muy pocos salían con vida. Si se llegaba a eso, porque también podía morir desangrado.

Bitterblue no había oído hablar del curandero Roke y no estaba en situación de juzgar su habilidad. Pero sí conocía a una sanadora que había conseguido mantener con vida a gente con heridas de cuchillo en el vientre: su propia sanadora, Madlen, una graceling de renombre por sus maravillosas medicinas y sus éxitos quirúrgicos.

Cuando Bitterblue llegó al cruce del callejón de Caballo Blanco y la calle del Arco, siguió corriendo.

La enfermería del castillo se encontraba en la planta baja, al este del patio mayor. Al no saber exactamente dónde, Bitterblue se deslizó como la sombra de una rata por un pasillo y decidió correr un albur al meterle el anillo de Cinérea en la nariz a un miembro de la guardia monmarda que cabeceaba debajo de un farol de pared.

—¡Madlen! —susurró—. ¿Dónde?

Sobresaltado, el hombre se aclaró la garganta y señaló.

—Por ese corredor adelante. Segunda puerta a la izquierda.

Unos segundos después Bitterblue se encontraba en el dormitorio de la sanadora y la sacudía para despertarla. Madlen abrió los ojos y se puso a rezongar una retahíla de palabras raras e incomprensibles que Bitterblue cortó con brusquedad.

—Madlen, soy yo, la reina. Despierta y vístete. Ropa cómoda para correr, y trae lo que quiera que necesites para curar a un hombre con una cuchillada en el vientre.

La oyó trastear y después surgió una chispa cuando Madlen encendió una vela. Saltó de la cama y lanzó una mirada feroz a Bitterblue con su único ojo de color ámbar, tras lo cual fue tropezando hacia el armario, de donde sacó un par de pantalones. El camisón le llegaba a las rodillas, y la cara le brillaba y la tenía tan descolorida como el camisón. Se puso a echar un montón de frascos y de instrumentos metálicos, afilados y de aspecto horrible en una bolsa.

—¿En qué parte del vientre?

—Abajo, y hacia la derecha, creo. La hoja de cuchillo era larga y ancha.

—¿Qué edad y qué corpulencia tiene ese hombre? ¿Está lejos?

—No sé, diecinueve o veinte años, y es de talla normal, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco. Se encuentra cerca de los muelles de la plata. ¿Es malo, Madlen?

—Sí, es malo. Lléveme allí, majestad. Ya estoy preparada.

Lo estaba. Quizá no en lo que la corte entendía por esa palabra. No se había molestado en ponerse el parche que solía llevar sobre la cuenca vacía del ojo, y el pelo blanco lo tenía de punta y lleno de enredos. Pero se había metido los faldones del camisón por dentro del pantalón.

—No debes llamarme «majestad» esta noche —le susurró Bitterblue mientras corrían por los pasillos y entre los arbustos podados del patio mayor—. Soy panadera en las cocinas del castillo y me llamo Chispas. —Madlen emitió un sonido de incredulidad—. Y sobre todo —siguió susurrando Bitterblue—, nunca le dirás a nadie ni una palabra de lo que ha ocurrido esta noche. Te lo ordeno como reina, Madlen. ¿Lo has entendido?

—Perfectamente —respondió la sanadora, que añadió—: Chispas.

Bitterblue hubiera querido dar las gracias a los mares por llevarle a esta feroz y sorprendente graceling a su corte. Pero le parecía que aún era muy pronto para agradecer nada.

Corrieron hacia los muelles de la plata.

En la calle del Hojalatero, cerca de la fuente, Bitterblue se paró, jadeando, y giró sobre sus talones, en círculo, para buscar un sitio que estuviera encendido, al tiempo que entrecerraba los ojos para distinguir los letreros que había en las tiendas. Acababa de distinguir las palabras «Imprenta» y «de Teddren» encima de un umbral oscuro, cuando la puerta se abrió y vio los destellos de oro en las orejas de Zaf.

Tenía las manos y los antebrazos llenos de sangre, el pecho desnudo subía y bajaba, y, cuando Bitterblue dio un tirón a Madlen para llevarla hacia allí, el pánico plasmado en el rostro de Zaf se tornó en cólera.

—No es Roke —dijo, señalando con el dedo la blanca melena de Madlen, como si esa parte de la anatomía de la sanadora la distinguiera de Roke mucho mejor que cualquier otra.

—Esta es la sanadora graceling Madlen —informó Bitterblue—. Seguro que tienes que haber oído hablar de ella. Es la mejor, Zaf, la sanadora preferida de la reina.

El joven parecía estar hiperventilando.

—¿Has traído a una de las sanadoras de la reina aquí?

—Te juro que no hablará sobre nada de lo que vea. Tienes mi palabra.

—¿Tu palabra? ¿Que tengo tu palabra cuando ni siquiera sé tu verdadero nombre?

Madlen, que era más joven de lo que imaginaría uno por el pelo y tan fuerte como podía esperarse de cualquier sanador, empujó a Zaf en el pecho con las dos manos y lo hizo recular al interior de la tienda.

—Pues yo me llamo Madlen —dijo—, y quizá sea la única sanadora en los siete reinos capaz de salvar a quienquiera que se esté muriendo aquí. Y cuando esta muchacha me pide que no hable de algo, —añadió señalando con el dedo a Bitterblue—, eso es lo que hago. ¡Ahora quítate de en medio, estúpido, cabeza hueca con músculos por cerebro!

Lo apartó a un lado de un codazo y fue hacia la luz que se filtraba por la rendija de una puerta entreabierta que había al fondo. La cruzó y la cerró de golpe a su espalda.

Zaf alargó el brazo por detrás de Bitterblue para cerrar la puerta de la tienda, con lo que ambos se quedaron a oscuras.

—Me encantaría saber qué puñetas pasa en ese castillo vuestro, Chispas —dijo él con acritud, sorna, acusación y cualquier otra emoción desagradable que fue capaz de darle a la voz—. ¿La sanadora de la mismísima reina corre a hacer lo que quiere una panadera? ¿Qué clase de sanadora es, dicho sea de paso? No me gusta su acento.

Zaf olía a sangre y sudor, una combinación agria y metálica que ella identificó de inmediato. Olía a miedo.

—¿Cómo se encuentra? —susurró.

Él no contestó y solo emitió un sonido semejante a un sollozo indignado. Entonces la asió del brazo y tiró de ella a través del cuarto en dirección a la puerta por cuyos bordes se colaba luz.

Cuando uno no tiene nada en lo que ocuparse mientras un sanador decide si es posible ponerle un parche al cuerpo de un amigo moribundo, el tiempo pasa muy despacio. Y por supuesto, Bitterblue tenía poco que hacer, porque, aunque Madlen pidió alimentar el fuego y hervir agua, así como buena luz y manos extra mientras manipulaba con sus instrumentos en el costado de Teddy, no necesitaba tantos ayudantes como tenía a su disposición. Bitterblue dispuso de mucho tiempo para observar a Zaf y a sus dos compañeras conforme transcurría la noche. Llegó a la conclusión de que la mujer rubia debía de ser hermana de Zaf. Ella no lucía oro al estilo lenita y, por supuesto, no tenía el iris de los ojos de tonalidades púrpura; aun así, guardaba cierto parecido con Zaf en la luminosidad del cabello, así como en la expresión iracunda, que se plasmaba en su rostro del mismo modo que en el de su hermano. La otra podría ser hermana de Teddy. También tenía la mata de pelo castaño y los mismos ojos de color avellana del joven herido.

Bitterblue había visto a las dos mujeres en salones de relatos; charlaban, bebían, reían y, cuando sus hermanos pasaban cerca, jamás daban indicio de que se conocieran.

Ellas y Zaf permanecían cerca de Madlen, junto a la mesa, siguiendo con exactitud las instrucciones que la sanadora les daba, como lavarse y frotarse bien las manos y los brazos, hervir instrumentos y dárselos sin tocarlos directamente cuando los pedía o quedarse quietos donde les había dicho que se pusieran. No parecía preocuparles el extraño atuendo quirúrgico de Madlen, que casi la tapaba por completo, con el cabello remetido debajo de un pañuelo y otro pañuelo atado de modo que le cubría la boca. Tampoco demostraban cansancio.

Bitterblue se quedó cerca, esperando, debatiéndose a veces para mantener abiertos los ojos. La tensión que flotaba en el ambiente resultaba agotadora.

Era un cuarto pequeño, sin decoración, con unas pocas sillas y la mesa en la que yacía Teddy construidas con tosca madera. Había una estufa pequeña, un par de puertas cerradas y una estrecha escalera que conducía al piso de arriba. La respiración de Teddy era superficial; el joven estaba inconsciente, la piel le brillaba y tenía la tez cerosa. La vez que Bitterblue intentó observar con atención el trabajo de Madlen encontró a su sanadora con la cabeza inclinada para compensar la falta de un ojo y pasando plácidamente aguja e hilo por una masa de algo rosa y de aspecto mucoso que sobresalía del vientre de Teddy. Tras eso, Bitterblue se mantuvo cerca, preparada para acudir si necesitaban alguna cosa, pero contenta de no tener que observar el proceso.

La capucha se le echó hacia atrás una vez, mientras manejaba con esfuerzo un caldero de agua. Todos le vieron la cara. Su dificultad para respirar en ese momento estaba relacionada con algo más que con la carga pesada que sostenía en las manos, pero fue evidente, al cabo de uno o dos segundos, que Madlen fue la única persona presente en el cuarto que había visto a la reina.

De madrugada, Madlen dejó el frasco de ungüento que había estado utilizando y estiró el cuello girando la cabeza de izquierda a derecha.

—Ya no hay nada más que podamos hacer. Coseré la herida y después habrá que esperar y ver qué pasa. Me quedaré con él toda la mañana, por si acaso —comentó antes de lanzar una rápida e intensa mirada a Bitterblue, que la reina entendió como una petición de permiso, a la que respondió con un breve cabeceo.

—¿Cuánto tendremos que esperar? —preguntó la hermana de Teddy.

—Si va a morir, es posible que lo sepamos enseguida —repuso Madlen—. Si va a vivir, no lo sabremos con seguridad hasta pasados varios días. Os dejaré medicinas para combatir la infección y restaurar las fuerzas. Debe tomarlas con regularidad. Si no lo hace, puedo aseguraros que morirá.

La hermana de Teddy, tan serena durante la intervención, ahora habló con una violencia que sobresaltó a Bitterblue.

—Es confiado. Habla demasiado y entabla amistad con quienes no debería. Lo ha hecho siempre y se lo he advertido, se lo he suplicado. Si muere, será culpa suya y jamás se lo perdonaré.

Las lágrimas le corrieron por las mejillas y la estupefacta hermana de Zaf la abrazó. Sollozó contra el pecho de su amiga.

De repente, asaltada por la sensación de ser una intrusa, Bitterblue cruzó el cuarto y salió a la tienda, cerrando la puerta a sus espaldas. Allí se apoyó en la pared y respiró despacio, confusa porque las lágrimas de la otra mujer la habían puesto a ella al borde del llanto.

La puerta se abrió a su lado dando paso a Zaf, envuelto en la penumbra y completamente vestido, limpia la piel de sangre y con un paño blanco que goteaba agua en las manos.

—¿Has venido a comprobar si estoy husmeando por aquí? —instó Bitterblue con un timbre de aspereza.

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