—El sargento Bothari no vaciló —objetó Droushnakovi sin ninguna inflexión en la voz.
—No —convino Cordelia.
—El sargento Bothari tampoco pierde el tiempo sintiendo… pena por el enemigo.
—No. ¿Y tú sí?
—Me siento enferma.
—Matas a dos personas completamente desconocidas, ¿y esperas sentirte feliz?
—Eso hace Bothari.
—Sí. Él lo disfruta. Pero Bothari no es un hombre cuerdo, ni siquiera según los modelos barrayareses. ¿Tú aspiras a ser un monstruo?
—¡Usted lo llama de ese modo!
—Oh, pero él es
mi
monstruo. Mi buen perro. —Siempre tenía problemas cuando trataba de explicar a Bothari, en ocasiones incluso ante sí mismo. Cordelia se preguntó si Droushnakovi conocería el origen histórico del término terrestre «chivo expiatorio». El animal de sacrificio que todos los años era liberado, para que cargase con los pecados de toda la comunidad… Bothari era su propia bestia de carga; Cordelia era consciente de las cosas que hacía por ella. Lo que no le resultaba tan claro era lo que ella hacía por él, pero sabía que la necesitaba con desesperación—. Yo me alegro mucho de que te sientas desconsolada. Dos asesinos patológicos a mi servicio serían demasiado. Conserva esas dudas como si fuesen un tesoro, Drou.
Ella sacudió la cabeza.
—Creo que tal vez me he equivocado de oficio.
—Tal vez sí. Tal vez no. Piensa en lo monstruoso que sería un ejército de Botharis. Cualquier fuerza armada de una comunidad (militares, policía, personal de seguridad) necesita contar con personas que puedan causar el mal necesario, y al mismo tiempo no transformarse en malvadas. Hacer sólo lo necesario, nada más. Cuestionar constantemente las suposiciones para no caer en la atrocidad.
—Como ese coronel de seguridad, que reprimió a ese cabo obsceno.
—Sí. O el modo en que ese teniente cuestionó al coronel… lamento no haber podido salvarlo. —Cordelia suspiró.
Drou frunció el ceño con la vista baja.
—Kou cree que estás enfadada con él —dijo Cordelia.
—¿Kou? —Droushnakovi le miró confundida—. Oh sí, hace un momento estuvo aquí. ¿Quería algo?
Cordelia sonrió.
—Muy típico de Kou. Imaginar que toda tu desdicha debe de estar centrada en él. —Su sonrisa se desvaneció—. Pienso encargarle la misión de sacar de aquí a lady Vorpatril y al bebé. Nuestros caminos se separarán en cuanto ella pueda volver a caminar.
El rostro de Drou demostró preocupación.
—Se enfrentará a un peligro terrible. Los hombres de Vordarian deben de estar rabiosos por haberla perdido a ella y al niño.
Sí, todavía quedaba un lord Vorpatril para echar a perder los cálculos genealógicos de Vordarian, ¿verdad? En ese sistema perverso, una criatura se transformaba en un peligro mortal para un hombre maduro.
—Nadie estará a salvo hasta que esta guerra abominable haya terminado. Dime. ¿Todavía quieres a Kou? Sé que ya has pasado el primer período de enamoramiento. Ahora eres consciente de sus defectos. Es egocéntrico, está obsesionado con sus problemas físicos y siente una gran preocupación por su masculinidad. Pero no es estúpido. Todavía hay esperanzas para él. Le espera una vida interesante, al servicio del regente. —Suponiendo que lograsen sobrevivir a las siguientes cuarenta y ocho horas. Aunque no era mala idea infundir un apasionado deseo de vivir en sus agentes, pensó Cordelia—. ¿Lo quieres?
—Yo… ahora estoy ligada a él. No sé cómo explicarlo… le he entregado mi virginidad. ¿Quién más me querría? Me sentiría avergonzada…
—¡Olvida eso! Cuando regresemos de esta incursión, te cubrirán de tanta gloria que los hombres harán fila para tener el privilegio de cortejarte. Podrás elegir. En casa de Aral, tendrás ocasión de conocer a los mejores hombres. ¿Qué deseas? ¿Un general? ¿Un ministro imperial? ¿Un señorito Vor? ¿Un embajador de otro planeta? Tu único problema será escoger, ya que las mezquinas costumbres barrayaresas sólo te permiten un esposo a la vez. Un desmañado teniente no tendrá la menor posibilidad ante todos esos señores.
Droushnakovi sonrió con cierto escepticismo ante la imagen de Cordelia.
—¿Quién ha dicho que Kou no se convierta en general algún día? —dijo con suavidad. Exhaló un suspiro—. Sí, todavía lo quiero. Pero… creo que tengo miedo de que vuelva a herirme.
Cordelia lo pensó unos momentos.
—Es probable. Aral y yo siempre estamos hiriéndonos.
—¡Oh, ustedes dos no, señora! Parecen tan, tan… perfectos.
—Piensa, Drou, ¿te imaginas cómo se siente Aral en este momento, debido a mis actitudes? Yo sí.
—Oh.
—Pero el dolor… no me parece motivo suficiente para dejar que la vida pase de largo. Cuando uno está muerto no siente dolor. Al igual que el tiempo, el dolor pasará de todos modos. La pregunta es, ¿cuántos momentos gloriosos eres capaz de arrebatarle a la vida a pesar del dolor?
—No estoy segura de entender eso, señora. Pero… tengo una imagen en la cabeza. Kou y yo estamos en una playa, los dos solos. Es muy agradable. Y cuando él me mira me ve, realmente me ve, y me quiere…
Cordelia frunció los labios.
—Sí… eso es suficiente. Ven conmigo.
La joven se levantó obedientemente. Cordelia la condujo hasta el salón, obligó a Kou a sentarse en un extremo del sillón, sentó a Drou en el otro y se acomodó entre los dos.
—Drou, Kou tiene algunas cosas que decirte. Como al parecer vosotros dos habláis idiomas diferentes, me pidió que actuase como intérprete.
Avergonzado, agitó las manos en señal negativa.
—Eso significa: «Prefiero malgastar el resto de mi vida antes que mostrarme como un tonto durante cinco minutos.» No le hagas caso —dijo Cordelia—. Ahora veamos, ¿quién comenzará?
Hubo un breve silencio.
—¿Os he dicho ya que también estoy interpretando el papel de vuestros padres? Creo que comenzaré por ser la madre de Kou. Bien hijo, ¿ya has conocido algunas muchachas bonitas? Tienes casi veintiséis años, ¿me comprendes? Yo vi ese vídeo —agregó en su propia voz mientras Kou tosía—. Tengo su mismo estilo, ¿eh? Y Kou dice: «Sí mamá, hay una joven ideal. Joven, alta, inteligente…» Y la mamá de Kou dice: «¡Perfecto!» Entonces me contrata como intermediaria. Luego voy a ver a tu padre, Drou, y le digo: «Hay este joven teniente imperial, secretario personal del lord regente, héroe de guerra…» Y él exclama: «¡No necesito nada más! Lo aceptamos. Es perfecto.» Y…
—¡Creo que diría algo más que eso! —la interrumpió Kou.
Cordelia se volvió hacia Droushnakovi.
—Lo que Kou quiere decir es que teme que tu familia no lo quiera porque es un inválido.
—¡No! —exclamó Drou indignada—. ¡Eso no es…!
Cordelia alzó una mano para interrumpirla.
—Como vuestra intermediaria, permitidme. Kou, cuando una hija única y adorada señala y dice con firmeza: «Papá, quiero a ese hombre», un padre prudente sólo responde: «Sí, cariño.» Tres hermanos mayores ya pueden resultar más difíciles de convencer. Si la hace llorar, puede enfrentarse con un serio problema en un callejón. Por eso supongo que aún no te has quejado ante ellos, ¿verdad, Drou?
Ella contuvo una risita.
—¡No!
Kou parecía amilanado por esta nueva posibilidad.
—Como verá —prosiguió Cordelia—, si se esfuerza todavía podrá evitar la venganza fraternal. —Se volvió hacia Drou—. Sé que se ha portado como un tonto, pero te aseguro que es un tonto educable.
—Yo dije que lo sentía —se quejó Kou.
Drou se puso tensa.
—Sí. Varias veces —observó con frialdad.
—Y éste es el quid de la cuestión —dijo Cordelia lentamente, con el rostro muy serio—. Lo que Kou quiere decir, Drou, es que no lo siente en absoluto. Que el momento fue maravilloso, que tú estuviste maravillosa, y que desea hacerlo otra vez. Y otra, y otra, solamente contigo, para siempre, con toda la aprobación de la sociedad y cuantas veces quiera. ¿Es así Kou?
Kou pareció sorprendido.
—Pues… ¡sí!
Drou parpadeó.
—Pero… ¡eso era lo que yo quería escuchar de ti!
—¿En serio? —Él la espió por encima de la cabeza de Cordelia.
Este sistema del intermediario tiene su gracia
. Pero también tenía sus límites. Cordelia se levantó y miró el cronómetro. Su sentido del humor desapareció.
—Todavía os queda un poco de tiempo. Se pueden decir muchas cosas en poco tiempo, si utilizáis palabras breves.
En el caravasar las horas previas al amanecer no eran tan oscuras como la noche en las montañas. En el brumoso cielo nocturno se reflejaban las luces ambarinas de la ciudad. Los rostros eran borrosos y grises, como las fotografías más primitivas. Cordelia trató de no pensar:
Como los rostros de los muertos
.
Después de descansar unas horas, lavarse y comer, Alys Vorpatril todavía no se sentía muy fuerte, pero podía caminar sola. La casera le había proporcionado unas ropas sorprendentemente sobrias: una falda gris larga hasta la pantorrilla y unos jerseys para protegerse del frío. Koudelka había cambiado sus prendas militares por un pantalón ancho, zapatos viejos y una chaqueta para sustituir la que habían utilizado con fines obstétricos de emergencia. Él llevaba al pequeño Iván, envuelto en un pañal improvisado y bien abrigado, completando el cuadro de una pequeña y tímida familia que trataba de abandonar la ciudad. Se suponía que se dirigían al campo, donde vivía la familia de la esposa, antes de que se iniciaran las luchas. Cordelia había visto pasar a cientos de refugiados como ellos en su camino hacia Vorbarr Sultana.
Koudelka inspeccionó al pequeño grupo y frunció el ceño ante el bastón de estoque que llevaba en la mano. Aunque sólo parecía un bastón, la madera fina y pulida y el puño tallado no parecían adecuarse a su nivel social. Koudelka suspiró.
—Drou, ¿puedes esconder esto de alguna manera? Resulta muy llamativo con esta ropa, y me resulta más un estorbo que una ayuda con el bebé en los brazos.
Droushnakovi asintió con un gesto, se arrodilló para envolver el bastón en una camisa y lo metió en el bolso. Cordelia recordó lo que había ocurrido la última vez que Kou había llevado ese bastón en el caravasar, y observó las sombras con nerviosismo.
—No creo que a estas horas haya mucho peligro de que alguien nos ataque. No tenemos aspecto de ser personas ricas.
—Algunos serían capaces de matarla por sus ropas —replicó Bothari con displicencia—, ahora que se aproxima el invierno. Pero está más tranquilo que de costumbre. Las tropas de Vordarian han estado recorriendo el barrio en busca de «voluntarios» para que los ayuden a cavar esos refugios antibombas en los parques de la ciudad.
—Nunca creí que llegaría a alegrarme de que exista la esclavitud —gimió Cordelia.
—De todos modos, es una tontería —dijo Koudelka—. Destrozar todos los parques. Aunque llegaran a tiempo, no lograrían albergar a tanta gente. Pero resulta impresionante, y lord Vorkosigan aparece como una imagen amenazadora en la mente de las personas.
—Además —Bothari se levantó la chaqueta para mostrar el reflejo plateado de su disruptor nervioso—, esta vez tengo el arma apropiada.
Entonces no había más que decir. Cordelia abrazó a Alys Vorpatril y ésta le susurró al oído:
—Dios te ayude, Cordelia. Y que Dios pudra a Vidal Vordarian en el infierno.
—Ve tranquila. Nos veremos en la base Tanery, ¿de acuerdo? —Cordelia se volvió hacia Koudelka—. Vivid, y de ese modo confundiréis al enemigo.
—Lo… lo intentaremos, señora —dijo Koudelka.
Con expresión solemne, hizo la venia a Droushnakovi. No hubo ironía en su gesto militar, aunque tal vez reflejó un último dejo de envidia. Ella le respondió con un ligero movimiento de cabeza. Ninguno de los dos quiso añadir más palabras a ese momento. Los dos grupos se separaron en la oscuridad. Drou permaneció mirando hasta que Koudelka y lady Vorpatril desaparecieron de la vista, y entonces se unió a los demás.
Pasaron de los callejones oscuros a las calles iluminadas, donde de vez en cuando se veía alguna figura humana que caminaba a toda prisa rumbo a sus obligaciones matutinas. Todos parecían cruzar las calles para evitar los encuentros, y Cordelia se sintió menos conspicua. Sintió que se paralizaba cuando un vehículo de la guardia municipal pasó lentamente junto a ellos, pero el coche siguió su camino.
Se detuvieron al otro lado de la calle, para observar el edificio al cual se dirigían. La estructura tenía varias plantas y pertenecía al estilo práctico de todas las construcciones que habían surgido como hongos treinta años atrás, cuando Ezar Vorbarra subió al poder y llegó la estabilidad. Era un edificio comercial, no gubernamental; cruzaron el vestíbulo, montaron en el tubo elevador y descendieron sin encontrar ningún impedimento.
Cuando llegaron al sótano, Drou pareció inquietarse más.
—Ahora
sí
que estarnos fuera de lugar. —Bothari mantuvo la guardia mientras ella se inclinaba para forzar la entrada a un túnel. Luego les indicó que bajasen, guiándolos por dos pasajes transversales. Evidentemente, el conducto se usaba con frecuencia, ya que las luces permanecían encendidas. Cordelia forzó los oídos tratando de percibir pasos que no fuesen los propios.
En el suelo había una tapa asegurada con tornillos. Droushnakovi la aflojó rápidamente.
—Salten. Son sólo un par de metros. Probablemente estará húmedo.
Cordelia se introdujo en el círculo oscuro y aterrizó sobre algo líquido. Encendió la linterna de mano. El agua negra y grasienta le cubría las botas hasta los tobillos. Estaba helada. Bothari la siguió. Drou, encaramada a sus hombros, volvió a cerrar la tapa y luego saltó al suelo.
—Debemos recorrer medio kilómetro por este desagüe. Vamos —susurró. Estando tan cerca de la meta, Cordelia no necesitaba estímulos para apresurarse.
Después de quinientos metros treparon por un orificio oscuro en la parte superior de la pared curva, y salieron a un túnel mucho más antiguo y pequeño, construido en ladrillo oscurecido por los años. Los tres se arrastraron a gatas. Debía de resultar particularmente difícil para Bothari, reflexionó Cordelia. Drou avanzó más despacio y comenzó a golpear el techo del túnel con el casquillo metálico del bastón de Koudelka. Al oír un sonido hueco, se detuvo.
—Aquí. Se supone que deben caer. Tengan cuidado. —Desenvainó la espada y deslizó la hoja con sumo cuidado entre una fila de ladrillos. Se oyó un crujido, y el panel falso se desprendió sobre su cabeza. Drou volvió a enfundar la espada—. Arriba —dijo mientras se enderezaba.