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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (37 page)

Cordelia se tapó la boca con la mano y trató de no emitir ningún sonido. Se alegraba de que Drou no estuviese allí para oír el cuento que Bothari había inventado. Por Dios. ¿De verdad pagaban los barrayareses por el privilegio de someter a las mujeres vírgenes a esa pequeña tortura sexual?

El posadero miró a Cordelia.

—Si la dejas sola con tu socio sin su carabina, podrías perder lo que viniste a vender.

—No —dijo Bothari—. No es que le falten las ganas, pero sufrió la descarga de un disruptor nervioso, bajo el cinturón. Está con licencia médica.

—¿Y tú?

—Con licencia sin perjuicio.

Eso significaba «renuncia o te meteremos en la cárcel», según entendía Cordelia. Era el destino final de los alborotadores crónicos que habían estado a punto de cometer delitos.

—¿Viajas con un espástico? —El posadero movió la cabeza en dirección a la escalera.

—Es el cerebro del equipo.

—No tiene demasiado cerebro si ha venido hasta aquí justo ahora, para intentar ese negocio.

—Sí. Supongo que podría haber obtenido un precio mejor si estuviera más gorda y bien vestida.

—Es cierto —gruñó el posadero, observando los alimentos apilados frente a Cordelia.

—Aunque es demasiado buena para desperdiciarla. Creo que tendré que buscarme otra cosa, hasta que pase todo este lío. Tal vez alguien quiera contratar unos buenos músculos… —Bothari dejó la frase en suspenso. ¿Se estaba quedando sin inspiración?

El posadero lo estudió con interés.

—Oye… he estado observando algo para lo cual podría venirme bien una especie de agente. Desde hace una semana temo que alguien lo descubra primero. Podrías ser justo lo que andaba buscando.

—¿Yo?

El posadero se inclinó hacia delante para hablarle de forma confidencial.

—Los muchachos del conde Vordarian están repartiendo buenas recompensas allá en Seguridad Imperial, por cualquier buena información. Normalmente no me metería con los de Seguridad Imperial, sea quien sea quien esté al frente esta semana, pero calle abajo hay un sujeto extraño que ocupa una habitación. Y sólo la abandona para buscar comida, más de la que cualquiera podría comerse… allí dentro tiene a alguien a quien mantiene en gran secreto. Y seguro que no es uno de nosotros. No dejo de pensar que podría ser… valioso para alguien, ¿no crees?

Bothari frunció el ceño.

—Podría ser peligroso. Cuando el almirante Vorkosigan irrumpa en la ciudad, buscarán a todos los que figuren en esa lista de informantes. Y tú tienes una dirección.

—Pero diría que tú no la tienes. Si lo haces, podría darte un diez por ciento. Creo que ese tipo es un pez gordo. Parece muy asustado.

Bothari sacudió la cabeza.

—He estado fuera un tiempo y… ¿no lo hueles? En esta ciudad hay olor a derrota, amigo. Los hombres de Vordarian me parecen muy pesimistas. Yo pensaría bien lo de esa lista si fuera tú.

El posadero apretó los labios.

—De un modo o de otro, la oportunidad no va a durar.

Cordelia se acercó al oído de Bothari y le susurró:

—Sígale el juego. Averigüe quién es. Podría tratarse de un aliado. —Después de pensar un instante añadió—: Pídale el cincuenta por ciento.

Bothari se enderezó y asintió con un gesto.

—Cincuenta por ciento —dijo al posadero—. Por el riesgo.

El hombre miró a Cordelia frunciendo el ceño, pero con respeto.

—Supongo que el cincuenta por ciento de algo es mejor que el cien por ciento de nada.

—¿Puede llevarme para que eche un vistazo a ese sujeto? —preguntó Bothari.

—Tal vez.

—Toma, mujer. —Bothari apiló los paquetes en los brazos de Cordelia—. Lleva esto a la habitación.

Cordelia carraspeó la garganta y trató de imitar el acento montañés.

—Cuídate. Éste es un sujeto de ciudad.

Bothari se favoreció al posadero con una sonrisa alarmante.

—Ah, no tratará de engañar a un viejo veterano. Sólo podría hacerlo una vez.

El posadero le sonrió con nerviosismo.

Cordelia dormitó un poco y se despertó sobresaltada cuando Bothari entró en la habitación, escudriñando el pasillo con cuidado antes de cerrar la puerta. Se veía sombrío.

—¿Y bien, sargento? ¿Qué descubrió? —¿Qué harían si el hombre oculto resultaba ser alguien de importancia estratégica, como lo había sido el almirante Kanzian? La idea la atemorizaba. ¿Cómo se resistiría a desviarse de su misión personal en un caso semejante? Kou, en un colchón en el suelo y Drou, sobre el otro jergón, despertaron y se apoyaron sobre los codos para escuchar con rostros abotargados.

—Es lord Vorpatril. Y lady Vorpatril también.

—Oh, no. —Cordelia se sentó—. ¿Está seguro?

—Sí.

Kou se frotó la cabeza.

—¿Estableció contacto con ellos?

—Todavía no.

—La decisión pertenece a la señora Vorkosigan. Si debemos desviarnos de nuestra misión primaria.

Y pensar que ella había querido estar al mando.

—¿Cómo están?

—Vivos y ocultos. Pero… ese sujeto de abajo no será el único que los ha descubierto. A él lo tengo controlado por ahora, pero podría aparecer cualquier interesado en la recompensa.

—¿Alguna señal del bebé?

Él sacudió la cabeza.

—Aún no lo ha tenido.

—¡Es tarde! Tendría que haber dado a luz hace más de dos semanas. Qué diabólico. —Se detuvo—. ¿Cree que podríamos escapar juntos de la ciudad?

—Cuanta más gente haya en un grupo, más conspicuo se vuelve —observó Bothari lentamente—. Y por lo que pude ver de la señora Vorpatril, ella es verdaderamente llamativa. La gente la notará de inmediato.

—No veo cómo podrían mejorar su posición si se unen a nosotros. Su escondite ha funcionado durante varias semanas. Si logramos nuestro cometido en la Residencia, tal vez podamos pasar a buscarlos en nuestro camino de regreso. Haremos que Illyan les envíe agentes leales para ayudarles, si logramos volver… —Maldición. Si estuviera en una misión oficial, dispondría de los contactos que Vorpatril necesitaba. Aunque si estuviera en una misión oficial, lo más probable era que nunca hubiese pasado por allí. Cordelia permaneció sentada, pensando—. No, todavía no nos pondremos en contacto con ellos. Pero será mejor que hagamos algo para desalentar a ese amigo suyo de abajo.

—Ya lo he hecho —respondió Bothari—. Le dije que sabía dónde podía conseguir un precio mejor, sin arriesgar mi cabeza después. Tal vez logremos sobornarlo para que nos ayude.

—¿Confía en él? —preguntó Drou, recelosa.

Bothari hizo una mueca.

—Mientras no lo pierda de vista. Trataré de vigilarlo el tiempo que estemos aquí. Otra cosa. Alcancé a ver una emisión en el vídeo de la habitación trasera. Anoche Vordarian se declaró emperador.

Kou lanzó una maldición.

—Así que al final se ha decidido.

—¿Pero eso qué significa? —preguntó Cordelia—. ¿Se siente lo bastante fuerte o es una jugada por pura desesperación?

—Ha quemado un último cartucho para ver si logra la adhesión de las fuerzas espaciales, supongo —dijo Kou.

—¿Y logrará atraer más hombres, o los alejará?

Kou sacudió la cabeza.

—En Barrayar sentimos un verdadero miedo por el caos. Sabemos que es detestable. El imperio ha mantenido el orden desde que Dorca Vorbarra desbarató el poder de los condes y unificó el planeta. «Emperador» es una palabra con mucho poder aquí.

—No para mí —suspiró Cordelia—. Descansemos un poco. Tal vez para mañana a esta hora todo haya pasado.

Un pensamiento esperanzado u horripilante, dependía de cómo se interpretara. Cordelia contó las horas por milésima vez: un día para penetrar en la Residencia, dos para regresar a territorio de Vorkosigan… no les quedaba mucho tiempo que perder. Sintió como si volara más y más rápido, escapando de la habitación.

Última oportunidad de suspender todo el asunto. Una tenue llovizna había anticipado el atardecer en la ciudad. A través de la ventana sucia, Cordelia observó la ciudad húmeda, alumbrada por unas pocas luces rodeadas de un halo ambarino. También eran pocas las personas que transitaban por la calle, envueltas en sus abrigos y con las cabezas gachas. Era como si la guerra y el invierno hubiesen aspirado el último hálito del otoño, exhalando un silencio mortal.
Valor
, se dijo Cordelia enderezando la espalda, y condujo a su pequeño grupo escaleras abajo.

La recepción se encontraba desierta. Cordelia estaba a punto de decidir olvidar las formalidades y marcharse —después de todo, habían pagado por adelantado— cuando el posadero entró de la calle como una tromba, lanzando maldiciones mientras sacudía la lluvia fría de su chaqueta. El hombre vio a Bothari.

—¡Tú! Todo es culpa tuya, campesino desgraciado. Lo perdimos, ¡lo perdimos, maldita sea! Y ahora otro sujeto lo cobrará. Esa recompensa pudo haber sido mía, debió ser mía…

El posadero dejó de gritar cuando Bothari lo inmovilizó contra una pared. Sus pies se agitaron en el aire mientras el rostro del sargento se inclinaba hacia él, con una repentina expresión salvaje.

—¿Qué ha pasado?

—Una patrulla de Vordarian vino a buscar a ese sujeto. Parece que también se llevarán a su socio. —La voz del posadero vacilaba entre la ira y el miedo—. ¡Los tienen a los dos, y yo me he quedado sin nada!

—¿Los tienen? —repitió Cordelia con desmayo.

—Se los están llevando en este mismo momento, maldita sea.

Aún existía una posibilidad, comprendió Cordelia. Decisión de mando o compulsión táctica, en realidad ya no importaba. Extrajo un aturdidor del bolso; Bothari retrocedió y ella disparó al posadero, quien la miraba con la boca abierta. Bothari ocultó su cuerpo inerte tras el escritorio.

—Debemos intentar rescatarlos. Drou, saca el resto de las armas. Sargento, llévenos allí. ¡Vamos!

Y así fue como se encontró corriendo calle abajo hacia una situación que cualquier barrayarés sensato trataría de evitar: un arresto nocturno efectuado por fuerzas de seguridad. Drou corrió junto a Bothari; al llevar el bolso, Koudelka se rezagó. Cordelia lamentó que la niebla no fuese más densa.

El escondrijo de los Vorpatril resultó estar a tres calles de allí, en un desvencijado edificio muy parecido al que acababan de abandonar. Bothari alzó una mano y espiaron con cautela desde la esquina, pero entonces retrocedieron. Había dos coches terrestres aparcados en la puerta del pequeño hotel, aunque con excepción de ellos, la zona aparecía extrañamente desierta. Koudelka los alcanzó, jadeante.

—Droushnakovi —dijo Bothari—, rodéelos. Sitúese en una posición de fuego cruzado, cubriendo el otro lado de los vehículos. Tenga cuidado, habrán apostado algunos hombres en la puerta trasera.

Sí, las tácticas callejeras eran sin duda la especialidad de Bothari. Drou asintió con un gesto, revisó la carga de su arma y avanzó con actitud casual, sin siquiera volver la cabeza. Cuando estuvo segura de que el enemigo no podría verla, echó a correr.

—Debemos conseguir una posición mejor —murmuró Bothari, quien volvió a asomar la cabeza por la esquina—. Desde aquí no veo nada.

—Un hombre y una mujer caminan por la calle —planeó Cordelia con desesperación—. Se detienen a hablar ante una entrada. Miran con curiosidad a los hombres de seguridad, quienes se encuentran enfrascados en su arresto… ¿lograríamos pasar?

—Por poco tiempo —dijo Bothari—. Hasta que detecten nuestras armas con sus exploradores de zona. Pero llegaríamos más lejos que dos hombres. Habrá que actuar muy rápido, pero tal vez lo logremos. Teniente, cúbranos desde aquí. Tenga preparado el arco de plasma. Sólo contamos con eso para detener un vehículo.

Bothari ocultó el disruptor nervioso bajo su chaqueta. Cordelia se metió el aturdidor en la cintura de la falda, y cogió a Bothari por el brazo. Lentamente, doblaron la esquina.

Esto era realmente una idea estúpida, decidió Cordelia. Para intentar una emboscada como ésta, debían haberse apostado hacía horas. O debían haber sacado a Padma y a Alys hacía horas. Aunque, sin embargo… ¿cuánto tiempo habían estado vigilando a Padma? Podían haber caído en una trampa y quedar atrapados con la pareja.

Basta de
«podría
haber
sido».
Presta atención al ahora
.

Los pasos de Bothari se hicieron más lentos al aproximarse a una entrada en sombras. La hizo entrar y se inclinó hacia ella, con el brazo apoyado en la pared. Ya estaban lo bastante cerca de la escena del arresto para oír voces y crujidos producidos por los intercomunicadores.

Justo a tiempo. A pesar de la camisa y el pantalón raídos, Cordelia reconoció al hombre inmovilizado por un guardia contra el vehículo. Era el capitán Vorpatril. Tenía el rostro ensangrentado y los labios hinchados, curvados en la típica mueca inducida por el pentotal. La sonrisa se transformaba en una expresión de angustia, para luego volver a aparecer, y sus risitas se convertían en gemidos.

Enfundados en sus uniformes negros, los hombres de seguridad estaban sacando a una mujer del hotel. Los que se encontraban en la calle la miraron; Cordelia y Bothari también.

Alys Vorpatril sólo llevaba una camisa de noche con una bata, y zapatos bajos sin calcetines. Su cabello oscuro estaba suelto alrededor de su rostro pálido; tenía todo el aspecto de una loca. Su embarazo era imposible de ocultar, y la bata negra se abría sobre el vientre blanco de la camisa de noche. El guardia que la hacía avanzar le sujetaba los brazos en la espalda; Alys estuvo a punto de perder el equilibrio cuando el hombre la tiró hacia atrás.

El jefe de guardia, un coronel, revisó su panel de informe.

—Entonces ya los tenemos. El lord y su heredero. —Sus ojos se posaron sobre el abdomen de Alys Vorpatril, y después de sacudir la cabeza el hombre habló en su intercomunicador—: Regresad, muchachos, por ahora hemos terminado.

—¿Qué diablos se supone que debemos hacer con esto, coronel? —preguntó el teniente con inquietud. Con voz fascinada y desalentada a la vez, se acercó a Alys Vorpatril y le alzó la camisa de noche. Ella había engordado en los últimos dos meses. Tenía el mentón y los senos más redondeados, y tanto sus piernas como el vientre se veían más gruesos. Con curiosidad, el joven posó un dedo sobre su carne blanca y apretó. Ella permaneció en silencio, con el rostro enfurecido ante su atrevimiento y con lágrimas de miedo en los ojos— Nuestras órdenes son matar al lord y a su heredero. Nadie ha dicho que la matemos a ella. ¿Se supone que debemos sentarnos a esperar? ¿Exprimirla? ¿Abrirla en canal? —Su voz se volvió más persuasiva—. O tal vez sólo debamos llevarla con nosotros al cuartel general.

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