Sin Vordarian para mantenerla unida, la coalición rebelde se dispersó en varias facciones diferentes. En la ciudad de Federstok un lord Vor extremadamente conservador alzó su estandarte y se autoproclamó emperador, sucediendo a Vordarian; treinta horas después fue sometido. En un Distrito de la costa este, perteneciente a uno de los aliados de Vordarian, el conde se suicidó antes de ser capturado. En medio del caos, un grupo anti Vor declaró una república independiente. El nuevo conde, un coronel de infantería que nunca había imaginado ser objeto de tantos honores, ya que su familia no era de linaje, se opuso de inmediato a este violento giro progresista. Vorkosigan dejó la cuestión en sus manos, reservando las tropas imperiales para asuntos que no perteneciesen al gobierno interno de los Distritos.
—No podrás llegar hasta la mitad del camino y detenerte —murmuró Piotr, disgustado ante tanta delicadeza.
—Paso a paso —le respondió Vorkosigan con expresión sombría—, llegaré a dar la vuelta al mundo. Ya lo verás.
Al quinto día, Gregor fue conducido de regreso a la capital. Vorkosigan y Cordelia fueron los encargados de comunicarle la muerte de Kareen. El niño se echó a llorar, desconsolado. Cuando se calmó, lo llevaron a una revista de tropas en un coche con la cubierta transparente. En realidad eran las tropas quienes debían pasarle revista a él, para comprobar que estaba con vida a pesar de los rumores que había lanzado Vordarian. Cordelia viajó a su lado. El dolor silencioso del niño le destrozó el corazón, pero según su punto de vista era mejor esto que hacerlo desfilar primero y contárselo después. Ella no habría soportado que el pequeño le preguntara cuándo volvería a ver a su madre durante todo el viaje.
El funeral de Kareen fue un acontecimiento público, aunque las ceremonias no fueron tan fastuosas debido a las circunstancias caóticas. Gregor tuvo que encender una ofrenda por segunda vez en aquel año. Vorkosigan pidió a Cordelia que guiase su mano hacia la antorcha. Esta parte de la ceremonia funeraria parecía casi redundante, después de lo que ella había hecho con la Residencia. Cordelia agregó un mechón de sus propios cabellos a la pira. Gregor permaneció aferrado a ella.
—¿También van a matarme a mí? —le preguntó. No parecía asustado, sólo invadido por una curiosidad morbosa. En un año había perdido a su padre, su abuelo y su madre; tenía razones para considerarse el siguiente en la lista, por más que a su edad no tuviese muy claro el concepto de muerte.
—No —le dijo ella con firmeza. Su brazo lo estrechó con fuerza por los hombros—. Yo lo impediré. —Gracias a Dios, sus palabras sin fundamento parecieron consolarlo.
Yo cuidaré a tu hijo, Kareen
, pensó Cordelia mientras se elevaban las llamas. El juramento era más valioso que cualquier ofrenda quemada en la pira, ya que con él su vida quedaba ligada para siempre a Barrayar. Pero el calor sobre su rostro pareció aliviar un poco el dolor de su cabeza. El alma de Cordelia era como un caracol exhausto, sellado dentro de su caparazón. Se arrastró como una autómata durante el resto de la ceremonia, y en ocasiones nada de lo que la rodeaba parecía tener ningún sentido. Los Vor barrayareses la trataban con una fría formalidad.
Seguramente me consideran peligrosa, una loca a quien se le ha permitido abandonar el desván porque conoce a gente importante
. Al fin comprendió que sus exageradas muestras de cortesía significaban respeto.
Esto la enfureció. Toda la valentía de Kareen no le había servido para nada. La terrible experiencia que había sido el parto de Alys Vorpatril era algo normal. Pero si uno corta la cabeza de un idiota se convertía en una persona verdaderamente respetable… ¡por Dios!
Cuando regresaron a sus habitaciones, Aral necesitó una hora para calmarla, y entonces Cordelia sufrió un ataque de llanto. Él permaneció a su lado.
—¿Piensas usar esto? —le preguntó ella cuando pudo recuperar algo parecido a la coherencia—. Esta, esta… nueva
condición social
que tengo. —Cómo odiaba aquellas palabras que le dejaban un regusto amargo en la boca.
—Utilizaré cualquier cosa —dijo él con suavidad—, si me ayuda a convertir a Gregor en un hombre competente, que lleve adelante un gobierno estable, dentro de quince años. Te utilizaré a ti, a mí, a quien sea necesario. Después de haber pagado un precio tan alto, no podemos permitirnos el lujo de fracasar.
Ella suspiró y colocó la mano entre las de su marido.
—En caso de accidente, puedes donar mis órganos. Así somos los betaneses. No desperdiciamos nada.
Aral esbozó una sonrisa triste y apoyó la frente en la de ella sin decir una palabra.
La promesa silenciosa que Cordelia le había hecho a Kareen se hizo oficial cuando ella y Aral, como pareja, fueron designados por el Consejo de Condes como tutores de Gregor. Legalmente, esto tenía una diferencia con la custodia de Aral como regente del imperio. El primer ministro Vortala instruyó a Cordelia y le dejó bien claro que sus deberes no comprendían ninguna clase de poder político. Su nuevo cargo sí implicaba algunas cuestiones económicas, como la administración fiduciaria de ciertas propiedades Vorbarra que no pertenecían al imperio, heredadas por Gregor como conde Vorbarra. Y por indicación de Aral, se delegó en ella el cuidado diario del niño, además de su educación.
—Pero Aral —objetó Cordelia—, Vortala puso mucho énfasis en que yo no tendría ningún poder.
—Vortala… no lo sabe todo. Digamos que le cuesta un poco reconocer algunas formas de poder que no implican fuerza. Aunque no dispondrás de mucho tiempo para ejercer tu influencia. A los doce años Gregor ingresará en la escuela preparatoria para la Academia.
—¿Pero ellos comprenden que…?
—Yo lo comprendo. Y tú también. Con eso basta.
Una de las primeras órdenes de Cordelia fue volver a asignar a Droushnakovi a la persona de Gregor, para que conservase cierta continuidad emocional. Esto no significaba renunciar a la compañía de la joven, un consuelo al cual Cordelia se había habituado profundamente, porque al fin Aral había cedido a la insistencia de Illyan y se habían trasladado a la Residencia Imperial. Cordelia sintió una inmensa alegría cuando un mes después de la Feria Invernal, Drou y Kou contrajeron matrimonio.
Cordelia se ofreció para oficiar como intermediaria entre las dos familias, pero por alguna razón tanto Kou como Drou rechazaron su oferta, aunque se lo agradecieron profusamente. Teniendo en cuenta las trampas que ocultaban las costumbres sociales barrayaresas, Cordelia también consideró mejor dejarle la tarea a la señora mayor contratada por la pareja a tal efecto.
Cordelia y Alys Vorpatril se visitaban con frecuencia. Sin ser exactamente un consuelo para Alys, el pequeño lord Iván sin duda la ayudaba a recuperarse de su odisea psicológica. El niño creció rápidamente a pesar de tener cierta tendencia a los caprichos, actitud que según la opinión de Cordelia era alimentada por Alys.
Iván hubiese necesitado tres o cuatro hermanos para que ella repartiese sus atenciones, decidió mientras la observaba palmearle la espalda después de comer, planeando en voz alta la educación que recibiría hasta los dieciocho años, edad en la cual pasaría los exámenes para ingresar en la formidable Academia Militar Imperial.
Por unos momentos, Alys dejó de lamentarse amargamente por Padma y de planificar la vida de Iván hasta el último detalle cuando Drou le contó cómo sería su traje de bodas.
—¡No, no, no! —exclamó espantada—. Todo ese encaje… parecerás una gran osa blanca. Seda, querida, tienes que ponerle largas franjas de seda… —Y comenzó a diseñarlo.
Al no tener madre ni hermanas, Drou no podría haber encontrado a una consejera mejor. Para estar segura de su perfección estética, lady Vorpatril terminó regalándole el vestido, junto con una «pequeña cabaña» que resultó ser una casa considerable en la costa este. Llegado el verano, el sueño de Drou en la playa se volvería realidad. Cordelia sonrió y compró a la joven una camisa de noche y una bata con suficiente encaje como para satisfacer las necesidades de su alma femenina.
Aral les proporcionó el lugar donde celebrar la fiesta: el Salón Rojo de la Residencia Imperial, el que tenía el maravilloso suelo de marquetería que, para inmenso alivio de Cordelia, había escapado al incendio. En teoría, este gesto espléndido fue justo lo que Illyan necesitaba por razones de seguridad, ya que Cordelia y Aral se encontrarían entre los principales testigos. Personalmente, a Cordelia le parecía que las cosas tomaban un giro prometedor si Seguridad Imperial comenzaba a ocuparse de organizar bodas.
Aral repasó la lista de invitados y sonrió.
—¿Has notado que todas las clases se encuentran representadas? —le dijo a Cordelia—. Hace un año, no hubiese sido posible celebrar el banquete aquí. El hijo del tendero y la hija de un militar sin grado. Ellos lo compraron con sangre, pero tal vez el próximo año pueda comprarse con un acuerdo pacífico. Medicina, educación, ingeniería, nuevas empresas… ¿Qué te parecería una fiesta para bibliotecarios?
—Y esas brujas con las que están casados los amigos de Piotr, ¿no se quejarán por estos cambios sociales demasiado progresistas?
—¿Con Alys Vorpatril respaldándolos? Jamás se atreverían.
Los preparativos para la boda continuaron. Cuando faltaba una semana, Kou y Drou se sentían aterrados y consideraban la posibilidad de fugarse, ya que habían perdido el control de todo. Pero el personal de la Residencia Imperial tenía una gran práctica en organizar hasta el más mínimo detalle. El ama de llaves corría por todas partes, riendo.
—Y yo que me temía que cuando el almirante llegara aquí no tendríamos nada que hacer, aparte de esas cenas mortalmente aburridas para el Estado Mayor.
Al fin llegó el día y la hora de la boda. En el suelo del salón había un gran círculo de sémola coloreada, acompañado por una estrella con un número variable de puntas una para cada padre o testigo principal. En este caso eran cuatro. Según la costumbre barrayaresa, las parejas se casaban a sí mismas, pronunciando sus votos en el interior del círculo, sin necesidad de un sacerdote o un magistrado. Un asistente permanecía fuera del círculo y leía el texto para que la pareja lo repitiese. Esto permitía prescindir de esfuerzos mentales mayores, tales como el aprendizaje de memoria por parte de la pareja. Los contrayentes ni siquiera tenían que utilizar la coordinación motora, ya que cada uno contaba con un amigo que lo conducía al interior del círculo. Todo era muy práctico, decidió Cordelia, y también espléndido.
Con una sonrisa y una reverencia, Aral situó a Drou en su punta de la estrella como si depositase un ramo, y luego fue a ocupar su propio lugar. Lady Vorpatril había insistido en que Cordelia se hiciese confeccionar ropa adecuada para la ocasión, y el vestido elegido era amplio y largo en azul y blanco, con adornos en flores rojas a juego con el uniforme de desfile de Aral, rojo y azul. El padre de Drou, muy nervioso y henchido de orgullo, también vestía su uniforme rojo y azul. Cordelia solía asociar a los militares con el totalitarismo, y le resultaba extraño imaginarlos como punta de lanza del igualitarismo en Barrayar. Era el obsequio de cetagandaneses, decía Aral; su invasión había obligado a promocionar el talento sin preocuparse por el origen, y a partir de entonces la sociedad barrayaresa seguía siendo barrida por las oleadas del cambio.
El sargento Droushnakovi era un hombre más bajo y delgado de lo que Cordelia había esperado. Los genes maternos, una mejor nutrición, o una mezcla de los dos factores, habían hecho que todos sus hijos fuesen más altos que él. Los tres hermanos, desde el capitán hasta el cabo, habían recibido permiso militar para poder asistir a la ceremonia, y se encontraban en el círculo más amplio de los otros testigos junto con la emocionada hermana menor de Kou. La madre de éste se encontraba en la última punta de la estrella, entre llantos y sonrisas, con un vestido azul tan perfecto que Cordelia supuso que, de alguna manera, Alys Vorpatril también había logrado llegar hasta ella.
Koudelka entró primero, apoyado en su bastón con funda nueva y en Bothari. El sargento vestía la versión más reluciente de la librea marrón y plata de Piotr, y trataba de ayudar murmurando sugerencias terribles como «Si le vienen ganas de vomitar, baje la cabeza». La sola idea hizo que el rostro de Kou se volviera más verdoso aún, de forma que contrastaba extraordinariamente con el uniforme rojo y azul que, sin lugar a dudas, Alys Vorpatril hubiese desaprobado.
Las cabezas se volvieron cuando apareció la novia. Alys había tenido toda la razón al elegir el vestido de Drou. La joven avanzó graciosa, en una perfecta combinación de formas: seda marfil, cabello dorado, ojos azules, flores blancas, azules y rojas. Sólo cuando se detuvo junto a Kou, quedó en evidencia lo alto que debía de ser él. Alys Vorpatril, en gris y plateado, dejó a Drou en la orilla del círculo con un gesto parecido al de una diosa cazadora que liberara a un halcón blanco para que partiese volando y fuera a posarse en los brazos extendidos de Kou.
Kou y Drou lograron pronunciar sus votos sin tartamudear ni desmayarse, y disimularon la vergüenza que sintieron ante la declaración pública de sus despreciados nombres de pila: Clement y Ludmilla.
Entonces, como testigo principal, Aral rompió el círculo deslizando una bota sobre la sémola y los dejó salir. La fiesta comenzó con música, baile, comida y bebida.
El banquete estuvo increíble, la música muy animada y la bebida… tradicional. Después de la primera copa del excelente vino enviado por Piotr, Cordelia se acercó a Kou y le murmuró algunas palabras acerca de ciertas investigaciones betanesas según las cuales el etanol tenía efectos perjudiciales sobre las funciones sexuales. Después de oírla, Kou se marchó al lavabo.
—Eres una mujer cruel —le susurró Aral al oído, riendo.
—Para Drou no lo soy —respondió ella.
Cordelia fue presentada formalmente a los hermanos, ahora cuñados, quienes la miraron con ese respeto reverencial que le hacía apretar los dientes. De todas formas, relajó la mandíbula cuando el padre hizo callar a uno de ellos para permitir que la novia hiciese cierto comentario sobre las armas de fuego.
—Cállate, Jos —le dijo el sargento Droushnakovi a su hijo—. Tú nunca has manejado un disruptor nervioso en combate. —Drou parpadeó, y luego sonrió con un brillo en la mirada.
Cordelia aprovechó la ocasión para charlar un momento con Bothari, a quien veía en raras ocasiones ahora que Aral había abandonado la casa de Piotr.