—Muerto no le serviré como rehén —dijo, enderezando la espalda con dignidad.
—Usted no me servirá de ninguna manera, emperador Vidal —le respondió Cordelia—. Ya han muerto al menos cinco mil personas en esta guerra. Ahora que Kareen no está, ¿hasta cuándo continuará luchando?
—Eternamente —gruñó él—. La vengaré a ella… los vengaré a todos…
Respuesta equivocada
, pensó Cordelia con curiosa tristeza.
—Bothari —llamó, y él estuvo a su lado de inmediato—. Recoja esa espada. —Él obedeció. Cordelia dejó la réplica en el suelo y posó una mano sobre la suya, la que sujetaba la espada—. Bothari, ejecute a este hombre por mí, por favor. —Su propia voz le sonó extrañamente tranquila, como si le hubiese pedido que le pasase la mantequilla. El asesinato no requería histerias.
—Sí, señora —dijo Bothari, y alzó la hoja. Sus ojos brillaron de placer.
—¿Qué? —aulló Vordarian, perplejo—. ¡Es una betanesa! ¡No puede…!
Como un relámpago, el filo de la espada segó sus palabras, su cabeza y su vida. A pesar de los últimos chorros de sangre que brotaron de su cuello cercenado, fue un trabajo verdaderamente limpio. Vorkosigan debía haber solicitado los servicios de Bothari para ejecutar a Cari Vorhalas. Toda la fuerza de su torso, combinada con ese acero extraordinario… Cordelia volvió a la realidad cuando Bothari cayó de rodillas junto al cuerpo, soltando la espada para apretarse la cabeza. Estaba gritando. Era como si el grito final de Vordarian hubiese salido por la boca de Bothari.
Ella se derrumbó a su lado. De pronto volvía a sentir el miedo que había estado conteniendo desde que Kareen arrebató ese disruptor nervioso, desatando el caos. Evidentemente, movido por un estímulo similar, Bothari estaba recordando lo prohibido, aquello que el alto mando barrayarés había decretado que debía olvidar. Cordelia se maldijo por no haber previsto esa eventualidad. ¿Llegaría al extremo de matarlo?
—Esta puerta está muy caliente —dijo Droushnakovi, pálida y temblorosa—. Señora, debemos salir de aquí ahora mismo.
Bothari respiraba con gran agitación, sin soltarse la cabeza, pero poco a poco se fue calmando. Ella lo dejó para arrastrarse a ciegas por el suelo. Necesitaba algo, algo a prueba de agua… Allí, en el fondo del guardarropa, había una bolsa de plástico fuerte que contenía varios pares de zapatos pertenecientes a Kareen. Sin duda habían sido transportados a toda prisa por alguna criada cuando Vordarian decretó que la princesa se mudara con él. Cordelia volcó los zapatos, rodeó la cama y recogió la cabeza de Vordarian que había rodado hasta allí. Era pesada, pero no tanto como la réplica uterina. Entonces ató las cuerdas y las cerró con fuerza.
—Drou, tú eres la más fuerte. Lleva la réplica. Comienza a bajar. No la dejes caer. —Si ella dejaba caer a Vordarian, decidió, el hombre ya no sufriría ningún daño.
Droushnakovi asintió con un gesto y levantó la réplica junto con el bastón. Cordelia no supo si lo llevaba por el valor histórico que acababa de adquirir o porque se sentía obligada a devolvérselo a Kou. Mientras lograba que Bothari se levantara sintió una corriente de aire fresco que entraba por el panel abierto, atraída por el fuego al otro lado de la puerta. Pronto los túneles se convertirían en una gran chimenea, hasta que se derrumbase la pared y la entrada quedase bloqueada. Los hombres de Vordarian quedarían muy confundidos cuando llegasen para hurgar entre las brasas y no encontraran sus restos.
El descenso por aquel sitio tan estrecho fue como una pesadilla, con Bothari gimiendo bajo sus pies. Cordelia no podía llevar la bolsa al lado ni delante de su cuerpo, por lo que se vio obligada a colgársela de un hombro y bajar con una mano, raspando los peldaños con la palma.
Cuando estuvieron abajo, empujó a Bothari para que continuase avanzando y no le permitió detenerse hasta que volvieron a encontrarse en el viejo sótano de las caballerizas, junto a las provisiones de Ezar.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Droushnakovi cuando Bothari se sentó con la cabeza entre las rodillas.
—Le duele la cabeza —respondió Cordelia—. Tal vez le dure un rato.
—¿Y
usted
, se encuentra bien, señora? —preguntó Droushnakovi, más preocupada aún.
Cordelia no pudo evitarlo; se echó a reír. Al fin logró controlar su histeria cuando Drou comenzaba a verse verdaderamente preocupada.
—No.
Las reservas de Ezar incluían dinero en efectivo: marcos barrayareses de diversa denominación. También incluían algunos documentos preparados para Drou, y no todos ellos habían caducado. Cordelia unió las dos cosas y envió a Drou a comprar un coche terrestre usado. Luego aguardó junto a las provisiones mientras, lentamente, Bothari iba abandonando su posición fetal y se recuperaba lo suficiente para caminar.
Salir de Vorbarr Sultana siempre había sido el punto más débil de su plan, quizá porque en realidad nunca había creído que llegasen tan lejos. Para que la ciudad no se derrumbase bajo sus pies, Vordarian había ordenado restringir rigurosamente las salidas. Para el monocarril era necesario contar con pases y permisos. Las aeronaves habían sido prohibidas, y cualquier guardia estaba autorizado a disparar si veía una. Los coches terrestres debían atravesar innumerables bloqueos de caminos. El viaje a pie era demasiado lento para un grupo cargado y agotado. Todas las posibilidades eran peligrosas.
Después de una eternidad, Drou regresó muy pálida para conducirlos por los túneles hasta una oscura calle lateral. La ciudad estaba cubierta por una capa de nieve sucia de hollín. En dirección a la Residencia, a un kilómetro de distancia, una nube más oscura se elevaba para confundirse con el cielo gris invernal; al parecer, el incendio aún no había sido controlado. ¿Cuánto tiempo más seguiría funcionando la decapitada estructura de mando de Vordarian? ¿Ya se habría difundido el rumor de su muerte?
Tal como Cordelia había indicado, Drou compró un viejo coche muy simple y discreto, aunque contaba con los fondos suficientes como para conseguir el vehículo más lujoso de toda la ciudad.
Cordelia deseaba conservar el resto del dinero para los puntos de inspección.
Pero éstos no resultaron tan peligrosos como ella había temido. En realidad, el primero estaba desierto. Probablemente los guardias habían sido llamados para combatir el incendio o para rodear el perímetro de la Residencia. El segundo estaba atestado de vehículos y conductores impacientes. Los inspectores parecían indiferentes y nerviosos, distraídos por los rumores que llegaban a la ciudad. Un grueso fajo de billetes, entregados bajo el documento falso de Drou, desapareció en el bolsillo de un guardia. El hombre hizo señas a Drou para que siguiera adelante y llevase a casa a su «tío enfermo». Bothari parecía bastante enfermo, de eso no cabía duda, acurrucado bajo una manta que también ocultaba la réplica. En el último punto de inspección, Drou «repitió» un rumor que había escuchado sobre la muerte de Vordarian, y el guardia desertó en ese mismo instante: se cambió el uniforme por ropas de civil y luego desapareció del lugar.
Durante toda la tarde, avanzaron en zigzag por caminos en malas condiciones hasta llegar al Distrito neutral de Vorinnis donde el viejo coche terrestre murió por un fallo en el tren de potencia. Entonces lo abandonaron para abordar el sistema de monocarril. Cordelia impulsaba a su pequeño grupo a seguir adelante sin pausa, ya que el reloj de su cabeza avanzaba constantemente. A medianoche se presentaron en la primera instalación militar de la frontera leal, un depósito de suministros. Drou tuvo que discutir durante varios minutos con el oficial de servicio para persuadirlo de que 1) los identificase, 2) los dejase entrar, y 3) les permitiese utilizar el sistema de comunicaciones militar para llamar a la base Tanery y solicitar un transporte. Al llegar a este punto, de pronto el oficial se volvió mucho más eficiente. Una nave de alta velocidad fue enviada de inmediato a buscarlos.
Al acercarse a la base Tanery al amanecer, Cordelia tuvo una desagradable sensación de
déjà vu
. Era tan parecida a su llegada desde las montañas, que fue como si hubiese retrocedido en el tiempo. Tal vez había muerto e ido al infierno, y su eterno castigo sería repetir los acontecimientos de las tres últimas semanas una y otra vez, por toda la eternidad. Cordelia se estremeció.
Droushnakovi la observaba, preocupada. El agotado Bothari dormitaba en la cabina de pasajeros. Dos hombres de Seguridad Imperial, para Cordelia absolutamente idénticos a los que acababan de asesinar en la Residencia, mantuvieron un nervioso silencio. Ella se aferraba a la réplica que llevaba en el regazo. La bolsa de plástico descansaba a sus pies. Aunque fuese irracional, no podía perder de vista a ninguna de las dos, aunque estaba claro que Drou hubiese preferido que la bolsa viajase en el compartimiento de equipaje.
La nave se posó suavemente sobre su plataforma, y los motores quedaron en silencio.
—Quiero al capitán Vaagen, y lo quiero ahora —repitió Cordelia por quinta vez mientras los hombres de Illyan los hacían descender hacia la zona de recepción.
—Sí, señora. Ya está en camino —volvió a asegurarle el hombre de Seguridad Imperial. Ella lo miró con desconfianza.
Cautelosamente, los dos hombres les retiraron el arsenal que traían consigo. Cordelia no podía culparlos; ella tampoco hubiese permitido que un grupo de aspecto tan desquiciado llevase armas. Gracias a las reservas de Ezar, las dos mujeres no iban mal vestidas, aunque no habían encontrado nada de la talla de Bothari, por lo que éste aún llevaba su roñoso uniforme negro. Afortunadamente, las manchas de sangre seca no se notaban demasiado. Pero todos tenían los ojos hundidos y el rostro demacrado. Cordelia se estremecía, Bothari sufría contracciones en las manos y los párpados, y Droushnakovi tenía la inquietante tendencia a llorar en silencio, en momentos imprevistos, deteniéndose tan repentinamente como comenzaba.
Después de mucho rato —sólo unos minutos, se dijo Cordelia con firmeza— el capitán Vaagen apareció, acompañado por un técnico. Iba vestido con un uniforme verde, y sus pasos habían recuperado la velocidad acostumbrada. El único recuerdo de sus heridas parecía ser el parche negro que le cubría el ojo; no le quedaba mal y le otorgaba un cierto aire de pirata. Cordelia deseó que el parche sólo fuese temporal y parte de un tratamiento.
—¡Señora! —Él logró esbozar una sonrisa, la primera vez en bastante tiempo que había movido esos músculos faciales, sospechó Cordelia. Su único ojo tenía un brillo triunfante—. ¡Lo ha logrado!
—Eso espero, capitán. —Le entregó la réplica, la cual no había permitido que fuese tocada por los hombres de Seguridad Imperial—. Espero que hayamos llegado a tiempo. Aún no se ha encendido ninguna luz roja, pero sonó una pequeña señal de alarma. Yo la desconecté, ya que me estaba volviendo loca.
Él observó el artefacto y revisó las lecturas.
—Bien. Bien. Las reservas de nutrientes están muy bajas, pero aún no se han agotado. Los filtros continúan funcionando, el nivel de ácido úrico es alto, pero no ha sobrepasado los límites de tolerancia… creo que se encuentra bien, señora. Vivo, quiero decir. Necesitaré más tiempo para determinar lo que ha ocurrido con mis tratamientos de calcificación ante esta interrupción. Estaremos en la enfermería. En menos de una hora podré comenzar a efectuarle los servicios.
—¿Cuenta con todo lo necesario allí?
Los blancos dientes de Vaagen brillaron.
—Al día siguiente de su partida, lord Vorkosigan me permitió comenzar a organizar un laboratorio. Por si acaso, me dijo.
Aral, te amo
.
—Gracias. Vaya, vaya. —Depositó la réplica en manos de Vaagen, y él se marchó a toda prisa.
Cordelia permaneció sentada como una marioneta a la cual le hubieran cortado los hilos. Ahora podía permitirse el lujo de sentir todo el peso de la fatiga. Pero todavía no podía detenerse Tenía otra información muy importante que transmitir. Y no a esos dos sujetos de Seguridad Imperial, quienes seguían fastidiándola… Cerró los ojos y los ignoró, dejando que Drou balbucease algunas respuestas a sus absurdas preguntas.
El deseo se enfrentaba con el miedo. Ella quería a Aral, pero lo había desafiado. ¿Esto habría herido su honor, habría lastimado su ego masculino tan barrayarés hasta el punto de no poder perdonarla? ¿Habría perdido su confianza para siempre? No, esa sospecha era injusta. Pero la credibilidad pública frente a sus pares, parte de la delicada psicología del poder… ¿habría quedado dañada por su culpa? ¿Habría alguna desdichada e imprevista consecuencia política por culpa de su actitud, algo que volvería a caer sobre sus cabezas? ¿A ella le importa? Sí, decidió con tristeza. Era un infierno sentirse tan cansada, y al mismo tiempo que le importara tanto.
—¡Kou!
El grito de Drou hizo que Cordelia abriera los ojos. Koudelka entraba cojeando por la puerta principal de la oficina. Gracias a Dios, el hombre volvía a vestir su uniforme y estaba pulcro y bien afeitado. Sólo las marcas grises bajo sus ojos no eran reglamentarias.
A Cordelia le encantó notar que el encuentro entre Kou y Drou no era en absoluto militar. De inmediato el teniente se vio abrumado por la joven rubia y desaliñada, intercambiando palabras como
cariño, amor, gracias a Dios, a salvo, dulzura
… Los hombres de Seguridad Imperial se apartaron, incómodos ante la explosión de sentimientos que irradiaban de sus rostros. Cordelia se sintió complacida al mirarlos. Era un modo mucho más sensato de saludar a un amigo que todas esas estúpidas venias.
Se separaron sólo para mirarse mejor el uno al otro, sin soltarse las manos.
—Lo has logrado —dijo Droushnakovi con una risita—. ¿Cuánto tardasteis… y lady Vorpatril se encuentra…?
—Llegamos sólo dos horas antes que vosotros —dijo Kou con la respiración agitada, reoxigenándose después de un beso heroico—. La señora Vorpatril y el niño están internados en la enfermería. El médico dice que ella sólo sufre una gran fatiga y tensión. Estuvo increíble. Pasamos algunos momentos difíciles con las patrullas de Vordarian, pero nunca se rindió. Y vosotros… ¡lo habéis logrado! Me crucé con Vaagen en el pasillo, y llevaba la réplica… ¡habéis rescatado al hijo de mi señor!
Droushnakovi dejó caer los hombros.
—Pero perdimos a la princesa Kareen.
—Oh. —Él le tocó los labios—. No me cuentes nada… Lord Vorkosigan me ordenó que os llevase a verlo en cuanto llegarais. Le informaréis de todo antes que a nadie. —Ahuyentó a los hombres de Seguridad Imperial como a moscas, algo que Cordelia estaba deseando desde hacía rato.