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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

Antídoto (35 page)

—¿Puedo hablar contigo del segundo grupo de hoy? —le preguntó, interrumpiendo lo que fuese que Cam estuviera diciendo.

«Lo ha hecho a propósito», pensó éste. Deborah había estado escribiendo en silencio durante unos veinte minutos. Sólo se había acercado ahora que él había ido a hablar con Ruth. ¿Había pasado por alto alguna señal? Ruth podría haber mirado atrás y ver los ojos de Deborah, pero... No. Ruth contestó a su amiga moviendo la cabeza afirmativamente, pero se giró hacia Cam y le ofreció una mirada de disculpa. Ella quería aprovechar la oportunidad de hablar con él, aunque la pusiera nerviosa. Cam reprobó con la mirada a las dos mujeres, su rivalidad con Deborah estaba empeorando.

—Cuatro de aquellos refugiados dijeron que venían del este —dijo Deborah, señalando su cuaderno de notas—. ¿Quieres que ponga sus muestras con las del primer grupo?

—Ni hablar —respondió Ruth—. Pero haz un subconjunto, que haya una referencia cruzada.

—De acuerdo. Y todos los del sur tienen prioridad, ¿no?

—Exacto.

El trabajo de Deborah se hizo más difícil cuando recogieron por la tarde. Mantener organizadas las muestras era vital para su misión, pero no era por eso que intervino.

Los dos llevaban meses compitiendo por una luz. Cam había visto el mismo efecto polarizante entre él y Mark Newcombe. Deborah estaba allí para proteger a Ruth. Su motivación era muy parecida a la suya. Estar con Ruth era una oportunidad de compartir su increíble sentido del propósito.

—Iré a prepararme para mi turno —dijo. En parte era verdad. Se levantó y Ruth hizo lo mismo.

—¿Estás...? —empezó, pero Cam la detuvo.

—Tranquila, tienes mucho trabajo que hacer.

Su cara mostraba una expresión vacilante, pero asintió. Ni siquiera había sacado aún el microscopio. La noche anterior había pasado horas para mirar apenas una veintena de muestras, acurrucada bajo el brillo plateado de una manta térmica para esconder la luz que usaba, y ese día había acumulado treinta y un viales de sangre. Al día siguiente tendría más. El trabajo ya era demasiado para ella, incluso con Deborah y el capitán Park como ayudantes. Ruth era demasiado rigurosa con su investigación. Cam hubiera tomado la mitad de muestras y doblado la duración del viaje, pero a ella le aterrorizaba la idea de perder alguna pista.

Podía sonar perverso, pero Cam se preguntó si se sentiría decepcionada por no ser la responsable de los avances que habían hecho crecer tanto la nanotecnología. La vida no era como la televisión, donde todos los logros pertenecían sólo al héroe. A veces sólo se podía reaccionar ante los éxitos de los demás. Ellos ya habían visto suficientes giros y sorpresas para saber que era cierto. Cam pensó que Ruth había aprendido a no dejar que su propio ego la perjudicase pero, a pesar de todo, estaba claro que estaba jugando a superar el trabajo de otros, cuando durante gran parte de su carrera ella había sido la mejor. Debía de ser duro, así que se limitó a sonreírle.

—Ven a sentarte conmigo en el desayuno —le dijo a Cam.

—Si puedo —Cam también era importante para el trabajo. Montaba guardia en turnos de tres horas como hacían los demás soldados, apoyaba al equipo y contribuía a sus planes, siempre cambiantes. Si hubieran tenido un poco de intimidad, hubiese dicho algo más. «Ya sabes por qué estoy aquí», pensó, pero Deborah se movió al lado de Ruth con la barbilla alzada, en esa pose agresiva que siempre hacía, así que Cam sonrió otra vez y se marchó.

Deborah no tenía un buen concepto de él. Sus pasados no podían ser más diferentes. Las clases básicas de primeros auxilios a las que había asistido antes de la plaga no eran nada comparadas con los años de educación de ella, y estaba claro que él no era un buen libro si lo juzgaban por la tapa. El corte de pelo y el uniforme sólo habían hecho más visibles sus cicatrices, mientras que la piel de Deborah era clara e inmaculada, pero la sien y la mejilla izquierda de Ruth aún estaban un poco marcadas por sus largos viajes con máscara y gafas.

Se diera cuenta de ello o no, Cam pensó que en cierto grado Deborah estaba tirando de Ruth para evitar que se hiciera como él. Era una buena amiga de Ruth, y a Cam le gustaba por eso, a pesar de que ellos dos no se llevaran bien. Pocos sabían que Deborah Reece podía ser arrogante, incluso grosera, pero en Grand Lake estaba segura y evitaba comportarse de ese modo por el bienestar de todos.

Cam seguía preguntándose cuánto se habría acercado Ruth para que no la dejasen marcharse. El gobernador Shaug tampoco quería que Deborah la acompañara, ni las tropas de élite, ni mucho menos que se llevara el microscopio atómico que había pedido.

Al final, Ruth lo convenció de que tenía mucho que ganar si tenía éxito en su empresa. Además, había perdido su valor como moneda de cambio. Shaug ya no podía enviarla a los laboratorios de Canadá a cambio de comida o armamento, porque los aliados de Grand Lake los habían declarado en cuarentena. El nano fantasma parecía limitarse a Colorado, y no querían infectarse. Seguían coordinando sus planes militares con Grand Lake, pero ya no se permitía el acceso a los aviones de Colorado aunque les hubieran disparado o se quedaran sin combustible. Las tropas de infantería de Colorado no recibirían refuerzos que no fueran de otras unidades de la misma zona.

El gobernador debía de estar desesperado por cambiar ese edicto, y Ruth podía ser muy persuasiva si se lo proponía. En Sacramento, Cam la había visto gritar a siete hombres armados por no estar de acuerdo con ella, y aquello le hizo pensar en qué le atraería de ella.

No había razón para que le pidiera unirse a la expedición excepto que confiara en él, que lo amara. Los soldados eran una escolta de primera, mientras que él sólo era un estorbo.

Newcombe había rechazado la oferta de ir con ellos. Cam estaba decepcionado, pero no podía guardarle rencor por su decisión. Newcombe se había acomodado en Grand Lake tal como siempre había pretendido, y no tenía el mismo tipo de vínculo con Ruth. Durante todo el tiempo que estuvieron juntos, ella había elegido a Cam, y éste esperaba que lo volviera a hacer si Deborah seguía forzando la situación.

Y así lo hizo. A la mañana siguiente, le llevó té y copos de avena, mientras él ayudaba a Wesner y a Foshtomi a cargar las armas en el jeep. Más tarde se atrevió incluso a usar a Allison como excusa para hablar con él sobre sus días en Grand Lake. Ella misma le tomó otra muestra de sangre. Dijo que tenía que controlar el nivel de exposición al tratar con los refugiados, pero Foshtomi se dio cuenta de lo que pretendía y dejó que Deborah le sacara sangre al resto del grupo.

Foshtomi estaba encantada con su lento romance porque era uno de los miembros del equipo, pensó Cam. Controlaba a Ruth porque eso la hacía sentirse mujer. «Esta noche esa Ruth te ha estado mirando otra vez», diría Foshtomi, o «¿Has visto como esa Ruth se ha esperado a comer hasta que terminaras de ayudar a Mitchell con las latas de combustible?».

Y era verdad. «Esa Ruth» encontraba tiempo para estar con él a pesar de todo, incluso si sólo era por unos pocos minutos. Y tenía que ser ella quien se acercara a él, porque el capitán Park le daba toda la libertad que quería, mientras que Cam estaba siempre ocupado como miembro del escuadrón.

En muchos aspectos, disfrutaba de aquella presión. Los soldados eran una máquina bien engrasada, con un potencial que le había llegado a Cam. Imponían orden y dirección en su mundo, algo sin duda muy loable.

Al quinto día, el terreno sobre la barrera quedó limitado a una pequeña lengua de tierra entre la división continental, forzándoles a ir hacia el oeste por una zona por debajo de los tres mil metros. La autopista 40 corría hacia el este a través de picos escarpados, zigzagueando a través del otro lado de la división y las poblaciones de refugiados que se habían formado por encima de las grandes ciudades como Empire, Lawson y Georgetown, pero la autopista estaba repleta de coches y derrumbamientos varios. Los incendios habían ennegrecido las montañas incluso cuando ya no había nada que quemar excepto musgo y malas hierbas. La ceniza y el polvo se amontonaban en el suelo por doquier, y sonaban bajo los neumáticos y las botas. Tres de los soldados ya llevaban medidores de radiación enganchados a la chaqueta, y el capitán Park tenía un contador geiger que crepitaba de vez en cuando. Parecía que estaban bordeando una zona donde la radiación se había asentado tras la explosión. Tuvieron suerte de que el viento soplara desde el noroeste, detrás de ellos. Llevaba gran parte del veneno hacia el este, pero la radiación era otra de las razones para ir hacia el oeste desde la división.

Pasaron dos días en un largo y verde valle que cortaba las montañas con un riachuelo que se convertía en un enorme río. Cerca de la zona cero, gran parte de la nieve se había derretido, pero a aquella altura se enfriaba enseguida y volvía a caer en forma de lluvia y aguanieve, aumentando el número de desprendimientos causados por el seísmo. Sus jeeps chocaban contra los bancos de grava, escombros y madera. Rompieron una de sus cuatro palas al cavar un camino por el que seguir avanzando. También encontraron a tres grupos de supervivientes. El valle miraba hacia el norte y se había librado de la mayor parte del daño. Muchos de los álamos y los abetos seguían en pie y el agua corría clara. No había nada en aquel lugar que atrajera a la guerra, sólo a la naturaleza.

Finalmente consiguieron llegar hasta el Paso de Ute, donde la autopista 9 llevaba al sur hacia la interestatal 70. En aquel punto, la explosión había volcado miles de coches, convirtiéndolos en viejos amasijos de metal. La carretera era un caos de cristales rotos y manchurrones de herrumbre y pintura, con lo que el capitán Park decidió llevarlos por el norte en vez de seguir la autopista hacia Leadville. Prefirió no meterse más en la zona de la explosión. Las pocas protestas de Ruth fueron débiles y confusas.

Bajo la piel quemada, la doctora tenía la cara demacrada por el cansancio. Había estado trabajando varias noches seguidas con el microscopio atómico, e intentaba dormir durante el día, mientras estaban en movimiento, pero era como dormir sobre el lomo de un elefante. Los jeeps daban saltos y brincos en el suelo rocoso, parándose y volviendo a arrancar cada vez que los soldados bajaban para apartar rocas del camino. Ruth estaba agotada, y eso que había llevado su piedra a todas partes.

Pensaba que había fallado. Dos de los grupos de refugiados que se habían encontrado en el valle estaban limpios. Ellos mismos habían infectado a aquella pobre gente. Sí, ella misma les había dado la vacuna, pero al coste de inocularles también el fantasma. «No podíamos haberlo sabido», le dijo Cam. Ruth hizo una mueca y meneó la cabeza. Parecía que habían perdido el rastro.

Se les agotaba el tiempo. Las transmisiones abiertas de Grand Lake avisaban constantemente a las fuerzas americanas de la actividad enemiga, y las unidades armadas de China habían entrado en Colorado.

Los chinos habían tomado el sur de California y gran parte de Arizona con relativa facilidad. No había nadie que se les opusiera excepto las pequeñas poblaciones de los pocos picos al este de Los Ángeles, con las que acababan rápidamente. El ejército chino contaba con al menos ciento cincuenta mil soldados, pilotos, mecánicos y artilleros, y las flotas navales aumentaban mucho más esa cantidad.

Las interestatales 40 y 70 se habían convertido en cuerdas de salvamento para los invasores. A bajas alturas, los caminos eran más claros, excepto donde los cazas estadounidenses habían destruido los puentes y los pasos elevados. Los aviones de ambas facciones combatían sobre el desierto mientras, más abajo, los ingenieros de combate chinos luchaban por mover sus camiones y vehículos acorazados por los caminos cortados.

El ejército chino también tenía que vérselas con los clásicos puntos de concentración. Había enormes reductos de la plaga en las afueras de Los Ángeles, que había infectado sus reservas, aplastando así su vacuna. En la frontera de Arizona, el Río Colorado estaba también plagado de nanos. La vigilancia estadounidense calculó en miles las bajas enemigas, y el mando norteamericano se esforzó por enviar al invasor a esas zonas mortales.

Los chinos no podían aminorar la marcha, también tenían que vérselas con los insectos y el calor del desierto. Su mejor estrategia era aprovechar el momento y avanzar rápido. Saquearon cada ciudad y base militar a su alcance, y se hicieron con una pequeña riqueza con lo obtenido, despilfarrando combustible y munición.

Flagstaff sólo aguantó cinco días. Mientras Cam y Ruth estaban en el valle al oeste de la división continental, los chinos se hicieron con el control de Arizona y volvieron en plena forma a las Rocosas.

El Gran Cañón servía como línea defensiva. Aquella brecha en la tierra, tan antigua y profunda, se extendía a lo largo de cientos de kilómetros a través de Nevada, Arizona y Utah, y no hubo un solo puente o presa que sobreviviera a los ataques de los estadounidenses. La estrategia dividió a los chinos. El enemigo podía proporcionar apoyo aéreo cruzando todo el sureste, pero los generales habían tenido que tomar la decisión de seguir hacia Las Vegas, en la boca del cañón, donde sus ejércitos ya no serían capaces de encontrarse el uno con el otro.

Los rusos les ayudaron en Utah, aniquilando los mayores puestos de avanzada de los norteamericanos en las montañas al este de Salt Lake, pero el enemigo se frenó allí. La interestatal 70 corría hacia el norte desde Las Vegas y seguía recto hacia otras zonas elevadas durante un centenar de kilómetros antes de dividirse en una serie de pasos y girar al este hacia Colorado. La avanzada china atacaba a cada paso que daba.

Seguramente, si hubieran intentado cargar de frente, hubiesen tenido éxito, aunque con muchas bajas. Pero el grupo chino del norte no quería tener Utah a la espalda mientras asaltaban Colorado. Parecía que se estaban preparando para una larga batalla. Las fuerzas del sur se dirigieron a Colorado por todas las pequeñas autovías a las que pudieron acceder, esparciéndose hacia el norte y el este según las carreteras se alejaban de la enorme masa que representaba la cara frontal de las Rocosas.

Grupos de bombarderos salieron de Canadá, Montana y Wyoming para atacar a los rusos y a los chinos por la retaguardia. Helicópteros de combate partieron de Nuevo México y hostigaron a los chinos en Arizona, pero estaban tan ocupados con su ofensiva que algunas pequeñas embarcaciones chinas consiguieron llegar a las costas de Florida y Tejas, y empezaron a llevar a cabo sus propios ataques, sorprendiendo a las fuerzas estadounidenses por la espalda.

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