Me encogí cuando sentí de repente la presencia negra de Newt en mi cabeza. ¿
A cuántos errores puede sobrevivir una vida
? resonó claro como el cristal en mi mente, pero no supe de quién era ese pensamiento.
Newt me arrancó el aire de los pulmones y mi mente se rompió en mil pedazos. Estaba en todas partes y en ninguna. La desconexión perfecta de la línea me atravesó como un rayo y me hizo existir en cada línea del continente. ¡
Ivy
! pensé otra vez, y empecé a aterrarme hasta que la recordé y me aferré a su voluntad indómita y a la tragedia de sus deseos.
Ivy. Quiero ir con Ivy
.
Con un pensamiento salvaje y celoso, Newt volvió a unir mi alma de un tirón. Jadeé y me cubrí los oídos cuando me sacudió un estallido seco y atronador. Caí hacia delante y choqué con unas baldosas grises con los codos y las rodillas. Varias personas chillaron y oí el estruendo del metal. Volaron papeles y alguien gritó que llamaran a la SI.
—¡Rachel! —gritó Ivy.
Levanté los ojos para mirar entre el pelo que me caía por la cara y vi que estaba en lo que parecía el pasillo de un hospital. Ivy estaba sentada en una silla de plástico naranja, con los ojos rojos y las mejillas hinchadas; en sus grandes ojos marrones había una expresión conmocionada. David estaba a su lado, sucio y desaliñado, con la sangre de Kisten en las manos y el pecho. Sonó un teléfono que nadie contestó.
—Hola —dije con voz débil, empezaban a temblarme los brazos—. Esto, ¿podríais ingresarme uno de los dos, quizá? No me encuentro muy bien.
Ivy se levantó con los brazos extendidos y me caí hacia delante. Choqué con la mejilla contra las baldosas. Lo último que recuerdo es mi mano en la suya.
—¡Ya voy! —grité, aceleré el paso y crucé el santuario en sombras para llegar a la puerta. Mis botas de nieve dejaban pequeños terrones de nieve invertidos a mi paso. La enorme campana que antiguamente se utilizaba para llamar a la cena y que nosotras utilizábamos de timbre volvió a repicar y corrí un poco más—. Ya voy. No llaméis otra vez o los vecinos van a llamar a la SI, por el amor de Dios.
Las reverberaciones seguían resonando cuando cogí el pomo, el nailon de mi abrigo se deslizó por mi cuerpo con un ruidito. Tenía la nariz fría y los dedos congelados, el calor de la iglesia no había tenido tiempo suficiente para calentarlos.
—¡David! —exclamé al abrir la puerta y encontrarlo en los escalones apenas iluminados.
—Hola, Rachel —dijo, parecía incómodo y estaba muy atractivo con sus gafas, el abrigo largo, la barba cerrada y el sombrero vaquero salpicado de nieve. La botella de vino que llevaba en la mano también ayudaba. A su lado había un hombre un poco mayor que él, con chaqueta de cuero y vaqueros. Era más alto que David y observé con aire especulativo su físico un tanto arrugado pero sin duda en forma. Un mechón de cabello blanco como la nieve asomaba por debajo del sombrero. Llevaba una ramita en la mano, una incuestionable ofrenda simbólica para la hoguera del solsticio que ardía en el patio de atrás, y entonces me di cuenta de que era brujo. ¿
El antiguo compañero de David
?, pensé. Una limusina estaba aparcada con el motor en marcha pero sin ruido detrás de ellos pero me imaginé que ellos habían llegado en el cuatro puertas azul que había aparcado delante de la limusina.
—Rachel —dijo David, lo que me obligó a mirarlos otra vez—. Te presento a Howard, mi antiguo compañero.
—Encantada de conocerte, Howard —dije al tiempo que le tendía la mano.
—El placer es todo mío. —Sonrió y se quitó un guante para tenderme una mano arrugada y llena de pecas—. David me ha hablado mucho de ti y me autoinvité solo. Espero que no te importe.
—En absoluto —dije con calor—. Cuantos más, mejor.
Howard me estrechó la mano con fuerza dos o tres veces antes de soltarme.
—Tenía que venir —dijo con un destello en los ojos verdes—. No se presenta muy a menudo la oportunidad de conocer a la mujer que es capaz de dejar atrás a David y soportar encima su modo de trabajar. Los dos lo hicisteis muy bien con Saladan.
Tenía una voz más profunda de lo que me esperaba y la sensación de que me estaban evaluando se reforzó.
—Gracias —dije un poco avergonzada. Me aparté de la puerta para invitarlos a entrar—. Estamos todos atrás, junto al fuego. Entrad, por favor. Atravesar la iglesia es más fácil que recorrer todo el jardín hasta la parte de atrás.
Howard se deslizó en el interior con un tufillo a secuoya mientras David se detenía a sacudirse la nieve de las botas. Dudó un momento y miró el letrero nuevo que había encima de la puerta.
—Muy bonito —dijo—. ¿Lo acabáis de poner?
—Sí. —Me ablandé un poco y me asomé para mirarlo. Era una placa de bronce grabada en profundo relieve y la habíamos clavado con varios tornillos a la fachada de la iglesia, encima de la puerta. Venía con una luz y la única bombilla iluminaba el pórtico con un fulgor suave—. Es un regalo de solsticio para Ivy y Jenks.
David hizo un ruidito de aprobación salpicado de comprensión. Lo miré y después volví a mirar el letrero: «Encantamientos Vampíricos S. L. Tamwood, Jenks y Morgan». Me encantaba y no me había importado pagar más para que lo entregaran a tiempo. A Ivy se le habían quedado unos ojos como platos cuando la había sacado al pórtico esa tarde para verlo. Creí que iba a llorar. Le había dado un abrazo allí mismo, en los escalones, porque era obvio que ella quería darme uno pero temía que yo me lo tomara por donde no era. Era amiga mía, joder, y podía darle un abrazo si me daba la gana.
—Espero que ayude a acabar con esos rumores de que estoy muerta —dije mientras lo acompañaba al interior—. El periódico se dio mucha prisa para publicar mi esquela pero como no soy vampiresa, no piensan poner nada en los anuncios de revividos a menos que me rasque el bolsillo.
—A quién se le ocurre —dijo David. Oí la carcajada que intentaba contener y le lancé una mirada desagradable mientras se sacudía las botas una última vez y entraba—. No tienes mal aspecto para ser una bruja muerta.
—Gracias.
—Ya casi has recuperado tu pelo normal. ¿Qué hay del resto?
Cerré la puerta, me halagaba el matiz de preocupación que había en su voz. Howard se encontraba en medio del santuario y recorría con los ojos el piano de Ivy y mi escritorio.
—Estoy bien —dije—. No aguanto mucho todavía pero ya empiezo a recuperarme. ¿Pero el pelo, dices? —Me metí un rizo de pelo marrón rojizo detrás de una oreja y me encasqueté el gorro de lana que me había tejido mi madre y me había regalado esa tarde—. La caja decía que se quita con cinco lavados —dije con tono hosco—. Pues yo sigo esperando.
Me había picado un poco cuando me recordó lo del pelo pero abrí camino hasta la cocina con los dos hombres detrás. De hecho, el pelo era lo que menos me preocupaba. E1 día anterior había encontrado una cicatriz con un dibujo muy conocido, el círculo con la barra oblicua, en el arco del pie izquierdo, la forma de Newt de reclamarme el favor. Ya les debía favores a dos demonios, pero al menos estaba viva. Estaba viva y no era familiar de nadie. Y encontrarme la marca ahí había sido mejor que despertar con una gran «N» tatuada en la frente.
Los pasos de David vacilaron cuando vio los platos de dulces en la mesa. La zona de trabajo de Ivy se había reducido a un rincón de un metro cuadrado escaso, el resto estaba lleno de galletas, dulce de azúcar, embutidos y galletas saladas.
—Servios —dije, y me negué a sulfurarme por cosas que en ese momento no podía controlar—. ¿Queréis meter el vino en el microondas antes de salir? —pregunté antes de comerme una loncha de salami—. Tengo una jarra para calentarlo. —Podía utilizar mi nuevo hechizo pero no era muy fiable y ya estaba harta de quemarme la lengua.
El sonido metálico del vino al golpear la mesa fue atronador.
—¿Lo bebéis caliente? —dijo David, parecía horrorizado mientras miraba el microondas.
—Ivy y Kisten sí. —Al ver dudar al hombre lobo, le di una vuelta rápida al cazo de sidra especiada que teníamos en el fogón—. Podemos calentar la mitad y poner el resto en un banco de nieve, si quieres —añadí.
—Claro —dijo David, que se puso a manipular con sus dedos cortos el corcho envuelto en papel de plata.
Howard empezó a llenarse un plato pero al ver la mirada intencionada de David se sobresaltó.
—¡
Mmmm
! —dijo de repente el maduro brujo con el plato en la mano—. ¿Te importa si salgo al patio y me presento? —Agitó la ramita que llevaba metida entre la mano y el plato de papel a modo de explicación—. Hace mucho tiempo que no voy a una hoguera de solsticio.
Le sonreí.
—Por supuesto, sal por ahí. La puerta está en el salón.
David y Howard intercambiaron otra mirada y el brujo salió solo. Oí las voces suaves que se alzaron para saludarlo cuando abrió la puerta. David exhaló una bocanada de aire poco a poco. Estaba tramando algo.
—Rachel —dijo—. Tengo un papel para que lo firmes.
Se me heló la sonrisa en la cara.
—¿Qué he hecho ahora? —se me escapó—. ¿Es porque me cargué el coche de Lee?
—No —dijo y se me hizo un nudo en el pecho cuando bajó los ojos.
Oh, Dios, debe de ser grave
.
—¿Qué pasa? —Dejé la cuchara en el fregadero y me volví cogiéndome los codos.
David se bajó la cremallera del abrigo, sacó un papel doblado en tres partes y me lo tendió. Después cogió la botella y empezó a abrirla.
—No tienes que firmarlo si no quieres —dijo mientras me miraba con el sombrero vaquero calado casi hasta los ojos—. No me ofendo. En serio. Puedes decir que no. No pasa nada.
Me entró un escalofrío y después empecé a sudar al leer aquella sencilla exposición, una expresión pasmada debía de llenarme los ojos cuando levanté la cabeza y me encontré con su mirada nerviosa.
—¿Quieres que sea miembro de tu manada? —tartamudeé.
—No tengo manada —se apresuró a explicar—. Tú serías la única. Estoy inscrito como lobo solitario pero mi compañía no despide a un trabajador fijo si son macho o hembra alfa.
Yo era incapaz de decir nada y él intentó llenar el silencio.
—Es que, bueno, me sabe mal haber intentado sobornarte —dijo—. No es como si estuviéramos casados ni nada de eso pero te da derecho a hacerte el seguro conmigo. Y si nos ingresan a alguno de los dos en un hospital, tenemos acceso al historial médico y voz y voto si el otro está inconsciente. No tengo a nadie que pueda tomar ese tipo de decisiones por mí y preferiría que lo hicieras tú antes que un tribunal de mis semejantes. —Se encogió de hombros aunque solo con uno—. Y además puedes venir al
picnic
anual de la compañía.
Bajé los ojos al papel, los levanté para mirar su rostro cubierto de barba de tres días y después volví a mirar el papel.
—¿Qué hay de tu antiguo compañero?
Echó una miradita al papel para ver el texto escrito.
—Hace falta una hembra para formar una manada.
—Ah. —Me quedé mirando el impreso—. ¿Por qué yo? —pregunté, era un honor que me lo pidiera pero me había dejado perpleja—. Debe de haber montones de mujeres lobo que no dejarían escapar esta oportunidad.
—Las hay. Y ese es el problema. —Dio un paso atrás y se apoyó en la encimera central—. No quiero tener manada. Demasiada responsabilidad. Demasiadas ataduras. Las manadas crecen. E incluso si me metiera en esto con otra mujer lobo con la condición de que solo es un acuerdo sobre el papel y nada más, ella esperaría ciertas cosas, y sus parientes también. —Miró al techo, se le notaba la edad en los ojos—. Y cuando ese tipo de cosas no llegaran, empezarían a tratarla como a una puta en lugar de como a una perra alfa. Ese problema no lo tendré contigo. —Me miró a los ojos—. ¿Verdad?
Parpadeé, me había sobresaltado un poco.
—Eh, no. —Una sonrisa me levantó la comisura de los labios. ¿
Perra alfa? No sonaba nada mal
—. ¿Tienes un boli? —pregunté.
David soltó un pequeño resoplido, había alivio en sus ojos.
—Necesitamos tres testigos.
No pude dejar de sonreír.
Espera a que se lo cuente a Ivy. Se va a partir
.
Los dos nos volvimos hacia la ventana cuando se alzaron al cielo las llamas y los gritos de los asistentes. Ivy echó otra rama más de hojas perennes a la hoguera y el fuego volvió a llamear. Mi compañera de piso se estaba aficionando a aquella tradición familiar de la hoguera del solsticio con un entusiasmo inquietante.
—Se me ocurren tres personas sin tener que pensarlo siquiera —dije mientras me metía el papel en el bolsillo de atrás.
David asintió.
—No tiene que ser esta noche. Pero se acerca el fin del año fiscal y tendríamos que presentarlo antes para que puedas empezar a recibir tus beneficios y te incluyan en el nuevo catálogo.
Yo me había puesto de puntillas para coger una jarra para el vino, David estiró el brazo y me la cogió.
—¿Hay un catálogo? —pregunté al apoyarme en los talones otra vez.
David abrió mucho los ojos.
—¿Prefieres permanecer en el anonimato? Eso cuesta un poco más pero no pasa nada.
Me encogí de hombros sin saber muy bien qué decir.
—¿Qué va a decir todo el mundo cuando aparezcas en el
picnic
de la compañía conmigo?
David echó la mitad del vino en la jarra y lo puso a calentar en el microondas.
—Nada. Total, ya piensan que estoy rabioso.
Era incapaz de dejar de sonreír mientras me servía una taza de sidra especiada. Sus motivos quizá fueran interesados (quería sentirse seguro en su trabajo), pero los beneficios serían para los dos. Así que fue de mucho mejor humor como nos dirigimos a la puerta de atrás, él con el vino caliente y la botella medio vacía y yo con mi sidra especiada. El calor de la iglesia me había quitado el frío y encabecé la marcha al salón.
Los pasos de David se ralentizaron cuando vio la habitación iluminada por un fulgor suave. La habíamos decorado Ivy y yo y había violetas, rojos, dorados y verdes por todas partes. El calcetín de cuero de Ivy parecía muy solo en la chimenea así que yo había comprado uno de lana roja y verde con una campanilla en los dedos, estaba dispuesta a abrazar cualquier fiesta que me trajera regalos. Ivy incluso había colgado una media blanca y pequeñita para Jenks que había sacado de la colección de muñecas de su hermana, claro que el tarro de miel no iba a caber allí ni de lejos.