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Authors: Enrique Barrios

Tags: #Cuento, ciencia ficción

Ami, el niño de las estrellas (12 page)

—¿Y por qué no lo hemos hecho todavía, Ami?

—Porque continúan guiándose por viejas ideas y sistemas que no se adaptan a los nuevos tiempos y sólo hacen sufrir a la gente de tu mundo. Pero los seres han nacido para ser felices, Pedrito, no para sufrir. Por eso estamos trabajando en este «plan de ayuda». ¿No has notado que en la Tierra últimamente se habla mucho de amor?

—Sí, es verdad.

—Ello se debe a que en esta «Era de Acuario» muchas personas reciben estos mensajes y la mayoría siente la fuerza de la radiación de amor, que ahora es mayor.

—Entonces ¿Por qué hay más sufrimiento ahora en la Tierra? En otras épocas hubo guerras mundiales, miseria, pestes…

—Sí, pero la gente era más insensible, sufría menos ante las atrocidades, creía en las guerras, hoy ya no; hoy, la inmensa mayoría sólo quiere vivir en paz. Es una «nueva hornada humana», producto de radiaciones más finas, y sufren más, porque a mayor sensibilidad, mayor sufrimiento ante el dolor… lamentablemente.

Nos alejamos a una tremenda velocidad de aquel lugar impregnado de extrañas vibraciones espirituales.

—¿Cuántas horas nos quedan, Ami?

—Dos.

—¡Qué raro! Yo siento como si hubiéramos estado unas doce horas en esta nave, desde que me subí en la playa…

—Te dije que el tiempo se estiiira… Vamos a ir al «cine».

Habíamos llegado a la zona nocturna del planeta Ofir, pero todo se veía muy iluminado por multitud de fuentes de luz artificial en los prados y edificaciones. Observé algo como un cine al aire libre, con muchos espectadores. La pantalla era una lámina de cristal sobre la que aparecían imágenes en colores, juegos de formas y matices al compás de una música suave. Frente a la pantalla había un asiento especial, destacado del resto; sobre él se encontraba una mujer con algo parecido a un casco en la cabeza, permanecía con los ojos cerrados, muy concentrada.

—¿De qué se trata, Ami?

—Lo que ella imagina, aparece en la pantalla… Es un «cine» que no necesita filmadoras ni proyectores.

—¡Pero esto es demasiado maravilloso! —exclamé.

—Técnica —dijo Ami—, simple técnica.

La mujer terminó de presentar su espectáculo; un hombre tomó su lugar, mientras el público aplaudía. Comenzó a escucharse otra música, en la pantalla se vieron unas aves estilizadas que volaban al compás de la música sobre parajes que parecían de cristal o piedras preciosas. Aquello era muy bonito, algo así como dibujos animados. Estuvimos largo rato contemplando en silencio aquella maravilla extraterrestre. Después llegó un niño, presentó una historia de amor entre él y una chica de otro mundo; ocurría en diversos y extraños planetas. Las imágenes, menos precisas que las anteriores, a veces se esfumaban en forma total. Pregunté a qué se debía eso.

—Es un niño, no tiene todavía la capacidad de concentración de un adulto, pero lo hace muy bien para su edad.

—¿La música también la imaginan?

—Las imágenes y la música al mismo tiempo, no; no en este mundo, pero hay otros en los que sí pueden lograr tal proeza; en Ofir existen salas de conciertos en las cuales el artista simplemente imagina la música y el público la escucha… ¿Quieres ir a un parque de diversiones?

—¡Claro!

—Mira allá abajo.

Llegamos a un mundo de fantasía, todo tipo de entretenimientos: gigantescas montañas rusas, lugares en los que la gente quedaba levitando mientras se moría de la risa; imitación de lugares fabulosos y seres fantásticos.

—Mientras mayor es la evolución, más se es como un niño —me explicó Ami—; en estos mundos tenemos muchos lugares como éste. Un alma adulta es un alma de niño. Necesitamos de juego, de fantasía, de creación… No hay juego, fantasía o creación mayor que el universo, cuyo Creador es el amor…

—¿Dios?

—El amor es Dios… en nuestros idiomas tenemos una sola palabra para referirnos al Creador, a la Divinidad, a Dios; esa palabra es amor… y la escribimos con mayúscula, ustedes también lo harán algún día.

—Cada vez más me doy cuenta de la importancia del amor.

—Y sabes muy poco todavía… Vamos, terminó la visita a Ofir, este mundo que vive como ustedes podrían hacerlo a partir de mañana mismo si se unieran, nosotros les enseñaríamos el resto. Ahora vamos a un mundo que ni tú ni yo podemos alcanzar todavía, sólo visitar fugazmente con algún propósito noble, como éste. Allá, nadie baja de dos mil medidas. El viaje es largo, lo aprovecharé para contarte algunas otras cosas; siéntate en ese sillón.

Ami accionó los controles, la nave vibró con suavidad, las estrellas parecieron alargarse y tras los vidrios apareció la neblina que indicaba que íbamos hacia un mundo lejano.

—Dijiste que hay personas a las que te es difícil amar, ¿verdad, Pedrito?

—Sí.

—¿Es malo no amar?

—Sí —respondí.

—¿Por qué?

—Porque tú dijiste que el amor es la Ley, y todo eso.

—Olvídate de lo que yo te dije. Supongamos que te estoy engañando, o que estoy equivocado. Imagina un universo sin amor.

Comencé a visualizar mundos en los que nadie amaba a nadie. Todos eran fríos y egocéntricos, porque al no haber amor, no hay freno al ego, como decía Ami. Todos luchaban contra todos y se destruían… Recordé las energías que había mencionado Ami, ésas, capaces de producir un descalabro cósmico; imaginé un ego herido y suicida oprimiendo «el botón», sólo por venganza… ¡estallaban las galaxias en una reacción en cadena!…

—Si no hubiera amor, no habría universo —deduje.

—¿Podríamos decir entonces que el amor construye y que la falta de amor destruye?

—Creo que sí —contesté—, al final resulta eso.

—¿Quién creó el universo?

—Dios.

—Si el amor construye y Dios «construyó» el universo, ¿habrá amor en Dios?

—¡Claro! Me llegó la imagen de un ser maravilloso y resplandeciente, que por amor creaba galaxias, mundos, estrellas…

—Procura sacarle la barba otra vez —rió Ami. Era verdad; nuevamente lo había imaginado con barba y rostro humano; pero ahora no en las nubes, sino en medio del universo.

—Entonces podemos decir que Dios tiene mucho amor…

—Por supuesto —dije— por eso no le gustan el odio ni la destrucción…

—Bien, ¿para qué creó Dios el universo?

Pensé largo rato y no supe la respuesta. Luego protesté:

—¿No crees que soy muy pequeño para responder esa pregunta?

Ami no me hizo caso.

—¿Para qué le vas a llevar esas «nueces» a tu abuelita?

—Para que las pruebe… le van a gustar.

—¿Quieres que le gusten?

—Claro.

—¿Por qué?

—Para que le gusten… para que esté contenta…

—¿Por qué quieres que esté contenta?

—Porque la amo —me sorprendí yo mismo al comprobar que otra de las características del amor es desear la felicidad de aquéllos a quienes amamos.

—¿Por eso quieres que le gusten las «nueces», que esté contenta, que sea feliz?

—Sí, por eso.

—¿Para qué crea Dios gente, mundos, paisajes, sabores, colores, aromas?

—¡Para que seamos felices! —exclamé, contento por haber comprendido algo que ignoraba.

—Muy bien… entonces ¿nos ama Dios?

—Claro, nos ama mucho.

—Entonces, si Él ama, nosotros deberíamos también amar…

—Sí, si Dios ama…

—Perfecto. ¿Hay algo superior al amor?

—Tú dijiste que era lo más importante…

—Y también dije que olvidaras lo que había dicho —sonrió—, hay quienes opinan que es superior el pensamiento. ¿Qué vas a hacer para darle esas «nueces» a tu abuelita? —Veré cómo le preparo una sorpresa.

—Y vas a utilizar tu intelecto para eso, ¿verdad?

—Claro, voy a pensar un plan.

—Entonces tu intelecto sirve a tu amor, ¿o al revés?

—No entiendo.

—¿Cuál es el origen de querer que tu abuelita sea dichosa; tu amor o tu pensamiento?

—¡Ah! Mi amor, de allí nace todo. «De allí nace todo», tienes mucha razón…

—Entonces, primero amas y después utilizas tu pensamiento para hacer feliz a tu abuelita, ¿verdad?

—Tienes razón, pongo mi intelecto al servicio de mi amor; primero está el amor.

—Entonces, ¿qué hay por sobre el amor?

—¿Nada? —pregunté.

—Nada —respondió. Se volvió hacia mí con una mirada luminosa—. Y si comprobamos que Dios tiene mucho amor, ¿qué es Él?

—No sé.

—Si hay algo mayor que el amor, Dios debe ser eso.

—Creo que sí.

—¿Y qué es mayor que el amor?

—No sé…

—¿Qué dijimos que había por sobre el amor?

—Dijimos que no había nada.

—Entonces, ¿qué es Dios? —preguntó.

—¡Ah! «Dios es amor», tú lo has dicho varias veces, y la Biblia también lo dice… pero yo pensaba que Dios era una persona con mucho amor…

—No. No es una persona con mucho amor; Dios es el amor mismo, o el amor es Dios.

—Creo que no entiendo, Ami.

—Te dije que el amor es una fuerza, una vibración, una energía cuyos efectos pueden ser medidos con los instrumentos apropiados, como el «sensómetro», por ejemplo.

—Sí, lo recuerdo.

—La luz también es una energía o vibración.

—¿Sí?

—Sí, y los rayos equis, infrarrojo y ultravioleta, y también el pensamiento, todo es vibración de la misma «cosa» a diferentes frecuencias. Mientras más alta la frecuencia, más fina es la materia o energía. Una piedra y un pensamiento es la misma «cosa» vibrando a distintas frecuencias…

—¿Qué es esa cosa? —pregunté.

—Amor.

—¿En serio?

—En serio todo es amor, todo es Dios.

—¿Entonces Dios creó el universo con puro amor?

—Dios «creó» es una forma de decir, la verdad es que Dios «se transforma» en universo, en piedra, en ti y en mí, en estrella y en nube.

—Entonces ¿yo soy Dios?

Ami sonrió con ternura y dijo:

—Una gota de agua de mar no puede decir que ella es el mar, aunque esté compuesta de lo mismo. Tú estás hecho de la misma sustancia que Dios, eres amor. La evolución nos permite ir reconociendo y recuperando nuestra verdadera identidad: amor.

—Entonces yo soy amor…

—Claro, apúntate hacia ti mismo.

—No te entiendo, Ami.

—Cuando dices «yo» ¿dónde te indicas, en qué parte de tu cuerpo? Indícate diciendo «yo».

Me apunté el centro del pecho diciendo «yo».

—¿Por qué no te indicaste la punta de la nariz, por ejemplo, o la frente, o la garganta?

Me pareció cómico imaginarme apuntando hacia otro lugar que no fuese el pecho.

—No sé por qué me apunto aquí —dije riendo.

—Porque ahí estás, realmente, tú. Tú eres amor, y tienes tu morada en tu corazón. Tu cabeza es una especie de «periscopio», como en un submarino; te sirve para que tú —me apuntó el pecho— puedas percibir el exterior, un «periscopio» con un «computador» en su interior: tu cerebro, con él entiendes y organizas tus funciones vitales; las extremidades te sirven para trasladarte y manipular objetos, pero tú estás aquí —volvió a tocarme un punto en el centro del pecho—, tú eres amor. Entonces, cualquier acto que realices en contra del amor es un acto contra ti mismo y contra Dios, que es amor, es por eso que la Ley fundamental del universo es amor, que el amor es la máxima posibilidad humana y que el Nombre de Dios es Amor. Por lo tanto, la Religión Universal consiste en experimentar y entregar amor. Esa es mi religión, Pedrito.

—Ahora sí que se me aclaró todo, muchas gracias, Ami.

—Agradecimiento es uno de los doce «frutos» del «Árbol de la Vida».

—¿Por qué «Árbol de la Vida»?

—Porque del amor nace la vida ¿no has escuchado acerca de «hacer el amor»?

—¡Cierto! ¿Cuáles son esos doce frutos?

—Verdad, libertad, justicia, sabiduría, belleza, son algunos de ellos. Intenta tú ir descubriendo los demás y procura ponerlos en práctica.

—¡Puf! No es fácil.

—Nadie te pide perfección, Pedrito, ni siquiera a los seres solares se les pide tanto… Sólo Dios es perfecto, amor puro, pero nosotros somos una chispa de amor divino y debemos tratar de acercarnos a lo que realmente somos. Ser nosotros mismos, eso es lo que se nos pide para ser libres; no existe otra libertad.

Apareció un color rosado en las ventanas.

—Hemos llegado, Pedrito, mira por la ven…

El interior de la nave quedó bañado por el color suave de ese cielo rosa, más bien lila claro. Me sentí lleno de reverente espiritualidad. Mi mente dejó de ser la habitual, y me resulta muy difícil explicar cómo fue cambiando mi conciencia. Yo no me veía a mí mismo como el «yo» de ahora, no era un niño terrestre, sino mucho más que eso. Sentí que aquello que estaba viviendo, de alguna forma ya lo había vivido, no me eran desconocidos aquel mundo ni aquel momento. Ami y la nave desaparecieron, estaba solo, llegando desde muy lejos a un encuentro largamente esperado.

Descendí flotando desde nubes rosadas y luminosas, no había ningún sol allí, todo era demasiado suave. Apareció un paisaje idílico: una laguna rosa en la que se deslizaban unas aves parecidas a cisnes, blancos tal vez, pero el lila del cielo bañaba todo. Alrededor de la laguna había hierbas y juncos de diferentes tonalidades de verde, naranja y amarillo-rosa. En los alrededores, a lo lejos, se veían suaves colinas tapizadas de follajes y de flores que parecían pequeñas gemas brillantes de diversos colores y tonalidades. Las nubes presentaban variados matices de rosado y lila.

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