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Authors: Enrique Barrios

Tags: #Cuento, ciencia ficción

Ami, el niño de las estrellas (13 page)

No supe si yo estaba en ese paisaje, o él dentro de mí, o tal vez formábamos una unidad, pero lo que más me sorprende hoy, es que el follaje… ¡cantaba! Unas hierbas y flores se mecían emitiendo notas musicales al son de su balanceo, otras, lo hacían en un sentido diferente, emitiendo notas distintas. Aquellas criaturas eran conscientes, los juncos, hierbas y flores cantaban y se mecían a mi alrededor y en las colinas cercanas; formaban el concierto más maravilloso que yo haya jamás escuchado. Todo era armonía consciente.

Pasé flotando por sobre la orilla de las aguas. Una pareja de cisnes con varios hijos pequeños, me miró desde sus antifaces azules con finura y respeto; me saludaron doblando con elegancia sus largos cuellos. Correspondí inclinándome apenas, pero con gran afecto. Los padres ordenaron a sus pequeños que también me saludaran, creo que lo hicieron a través de una orden mental o un levísimo movimiento; los hijos obedecieron doblando también sus cuellos, aunque no con tanta elegancia ni armonía; por un momento perdieron el equilibrio, pero luego recuperaron la estabilidad y continuaron avanzando con cierta arrogancia infantil que me produjo ternura. Les respondí con cariño, simulando gran ceremoniosidad.

Proseguí mi marcha flotando hacia el lugar del encuentro. Tenía una cita desde la eternidad de los tiempos: iba a encontrarme con «ella». Apareció a lo lejos una especie de pagoda o pérgola flotando junto a la orilla. Tenía un techo al estilo japonés, sujeto por delgadas cañas entre las que subían enredaderas de hojas rosadas y flores azules que hacían las veces de paredes. Sobre el piso de madera pulida había almohadones de anchas franjas de colores; desde el techo colgaban pequeños adornos, como incensarios de bronce u oro y jaulitas para grillos.

Sobre los almohadones se encontraba «ella», la sentí cercana, inmensamente cercana, sin embargo, era la primera vez que íbamos a unirnos… No nos miramos a los ojos, queríamos alargar los momentos previos, no había que apresurar nada… tantos milenios habíamos esperado ya…

Hice una reverencia a la que ella respondió sutilmente; entré, nos comunicamos, pero no con palabras, hubiera sido demasiado vulgar, poco armonioso con ese mundo y con aquel encuentro tan anhelado. Nuestro lenguaje consistió en un ritual artístico de leves movimientos de brazos, manos o dedos, acompañados de algún sentimiento que proyectábamos vibratoriamente. Cuando el lenguaje hablado es insuficiente, el amor nos pide otras formas de comunicación…

Llegó el momento de mirar aquel rostro ignorado: era una hermosa mujer de facciones orientales y piel de un azul claro. Cabellos muy negros con partidura al centro. Tenía un lunar en medio de la frente.

Sentí mucho amor por ella, y ella por mí. Llegaba el momento culminante. Acerqué mis manos a las suyas… y todo desapareció.

Estaba junto a Ami, en la nave, la neblina luminosa y blanca indicaba que nos íbamos de aquel mundo.

—… tana… oh, ya regresaste —dijo Ami.

Supe que todo aquello había ocurrido en una fracción de segundo, entre el «ven» y el «tana» de la palabra «ventana» que Ami pronunció apenas apareció el color rosado tras los vidrios. Sentí angustia, como quien despierta de un sueño hermoso y se enfrenta a una opaca realidad… ¿o era al revés? ¿no sería esto un mal sueño y lo otro, la realidad?

—¡Quiero volver! —grité. Ami cruelmente me había separado de «ella», desgarrándome, no podía hacerme eso. Aún no recobraba mi mente habitual, el otro «yo» estaba sobrepuesto a mi vida real. Por un lado era Pedro, un niño de nueve años; por otro lado era un ser… ¿por qué no podía recordarlo ahora?

—Ya habrá tiempo —con suavidad me tranquilizó Ami—, vas a volver… pero no todavía…

Logré calmarme. Supe que era verdad, que volvería, recordé esa sensación de «no apresurar las cosas» y me quedé tranquilo. Poco a poco fui retornando a mi normalidad, pero nunca más volvería a ser el mismo, ahora había vislumbrado otra dimensión de mi propio ser… Yo era Pedro, pero sólo momentáneamente, por otro lado era mucho más que Pedro.

—¿En qué mundo estuve?

—En un mundo situado fuera del tiempo y del espacio… en otra dimensión… por ahora.

—Yo estaba allí, pero no era el de siempre… era «otro»…

—Viste tu futuro, lo que serás cuando completes tu evolución hasta cierto límite… dos mil medidas, más o menos.

—¿Cuándo será eso?

—Te falta nacer, morir, nacer varias veces, varias vidas…

—¿Cómo es posible ver el futuro?

—Todo está escrito. La «novela» de Dios ya está escrita, te saltaste unas cuantas hojas y leíste otra página, eso fue todo. Era necesario, es un pequeño estímulo para que renuncies definitivamente a la idea de que todo termina con una muerte más, y para que lo escribas y otros lo sepan.

—¿Quién era esa mujer? Siento que nos amamos, incluso ahora.

—Dios te la pondrá muchas veces a tu lado. A veces la reconocerás, a veces no, depende de tu «cerebro del pecho». Cada alma tiene un único complemento, una «mitad».

—¡Tenía la piel azul!

—Y tú también, sólo que no te miraste en un espejo —Ami volvió a reírse de mí.

—¿Ahora la tengo azul? —me miré las manos intranquilo.

—Claro que no. Ella tampoco ahora…

—¿Dónde está ella en este momento?

—En tu mundo…

—¡Llévame a ella, quiero verla!

—¿Y cómo la vas a reconocer?

—Tenía rostro de japonesa… aunque no recuerdo sus rasgos… tenía un lunar en la frente…

—Te dije que ahora no es así —reía Ami—, en estos momentos ella es una niña común y corriente.

—¿Tú la conoces; sabes quién es?

—No te apresures, Pedrito, recuerda que la paciencia es la ciencia de la paz, de la paz interior… no quieras abrir antes de tiempo un regalo sorpresa. La vida te irá guiando… Dios está detrás de cada acontecimiento…

—¿Cómo la reconoceré?

—No con la mente, no con el análisis, no con el prejuicio, sólo con tu corazón, con amor.

—Pero ¿cómo?

Obsérvate siempre, especialmente cuando conozcas a alguien, pero no confundas lo interno con lo externo… Nos queda poco tiempo por delante. Tu abuelita va a despertar, debemos volver.

—¿Cuándo regresarás?

—Escribe el libro, luego volveré.

—¿Pongo lo de la »japonesita»?

—Pon todo, pero no olvides decir que es un cuento.

Apareció la atmósfera azul de mi planeta. Estábamos sobre el mar acercándonos a la costa, el sol ya había asomado sobre el horizonte, tras la cordillera lejana y extendía sus dorados rayos por entre las nubes de plata. El cielo azul, el mar brillante, las montañas, a lo lejos.

—Mi planeta es hermoso, a pesar de todo.

—Te lo dije, es maravilloso, y ustedes no se dan cuenta, no sólo no se dan cuenta, sino que además lo están destruyendo, y a ustedes mismos también. Si comprenden que el amor es la Ley del universo; si se unen como una sola familia, sin fronteras, y si se organizan de acuerdo al amor, lograrán sobrevivir.

—¿Sin países?

—Los países pasarían a ser «provincias» representadas en un solo Gobierno Mundial, como en el universo civilizado…

—¿No son todos hermanos? ¿Qué quiere decir organizarse de acuerdo al amor?

—Como se organizan las familias de cualquier lugar: todos participan de los esfuerzos y de los beneficios equitativamente. Si son cinco personas y hay cinco manzanas, una para cada uno. Es sumamente sencillo. Cuando no hay amor, el intelecto se pone al servicio del ego y enreda las cosas para justificar su egoísmo. Cuando hay amor, todo es diáfano, transparente.

—Tengo sueño otra vez…

—Ven, te daré una nueva «carga», pero esta noche debes dormir.

Me recosté en un sillón. Ami puso nuevamente el cargador en la base de mi cabeza y me dormí. Desperté lleno de energía, contento de estar vivo.

—¿Por qué no te quedas conmigo algunos días, Ami?… iríamos a la playa…

—Me gustaría —dijo, acariciándome el pelo— pero tengo bastante que hacer, muchos ignoran la Ley, y no solamente en la Tierra…

—Eres muy servicial…

—Gracias al Amor. Sirve tú también, lucha por la paz y la unión, y descarta para siempre la violencia.

—Así lo haré, aunque hay algunos que se merecen un buen golpe en la nariz… —Ami rió.

—Tienes razón, pero ésos se dan el golpe en la nariz ellos.

—¿Cómo es eso?

—Las violaciones al amor se pagan multiplicadas. Recuerda el sufrimiento que se observa en tantos lugares, hay quienes padecen accidentes, pérdidas de seres queridos, «mala suerte», tantas cosas… así se pagan las violaciones al amor, y de muchas maneras más.

Apareció el balneario. Ami puso la nave unos metros por sobre la arena de la playa. Estábamos invisibles. Me acompañó hacia la salida, tras la sala de mandos, nos abrazamos. Yo tenía mucha tristeza, él también. Se encendieron unas luces amarillas que me encandilaron.

—Recuerda que el amor es el camino hacia la felicidad —me dijo, mientras sentí que iba descendiendo.

Llegué a la playa. Arriba no había nada, pero supe que Ami estaba mirándome, tal vez como yo, con lágrimas en las mejillas.

No quise irme todavía. Con una rama dibujé un corazón alado en la arena de la orilla, para que supiera que había escuchado su mensaje. Inmediatamente después, algo trazó un círculo alrededor del corazón. Escuché la voz de Ami:

—Esa es la Tierra.

Me fui caminando hacia mi casa. Todo me parecía bonito; aspiré profundamente el aroma del mar, acaricié la arena, los árboles, las flores. No había reparado hasta entonces en lo hermoso que era el sendero, hasta las piedras parecían vibrar. Antes de entrar, miré el cielo de la playa. No había nada.

Mi abuelita aún dormía. Arreglé todo en mi habitación, hice como si me estuviera levantando, fui al baño a ducharme. Cuando salí, mi abuelita estaba en pie.

—¿Cómo durmió, hijito?

—Bien, abuelita. ¿Y usted?

—Mal, Pedrito… como siempre. No pegué un ojo en toda la noche…

No pude evitar abrazarla con cariño.

—Abuelita, te tengo una sorpresa; te la daré durante el desayuno.

Preparó el café y lo sirvió. Yo había puesto las «nueces» en un plato cubierto por una servilleta. Quedaban cinco o seis.

—Prueba esto, abuelita-le dije, acercándole el plato.

—¿Qué son, hijito?

—Son nueces extraterrestres, pruébalas, son ricas.

—Qué cosas dices, niño… a ver… mmmmm… ¡qué rico! ¿qué es?

—Ya te lo dije, nueces extraterrestres. No te comas más de tres, tienen demasiadas proteínas. Abuelita, ¿sabes cuál es la Ley mayor del universo? —Yo estaba radiante, le iba a dar una clase magistral…

—Claro que sí pues, hijo —contestó. Me preparé para sacarla de su error.

—¿Cuál es, abuelita?

—El amor, pues, Pedrito —respondió con mucha naturalidad. Yo quedé loco, ¿cómo podía saberlo?

—¡¿Y cómo lo sabes?! —exclamé incrédulo.

—Sale en la Biblia…

—Entonces, ¿por qué hay maldad y guerra, abuelita?

—Porque no todos lo saben, o no quieren saberlo.

Salí al pueblo. Al llegar a la plaza me quedé helado: frente a mí venían los dos policías de la noche anterior. Pasaron por mi lado ignorándome absolutamente. De pronto miraron hacia arriba, otras personas también lo hacían.

Allá, en lo alto, un objeto brillante se mecía cambiando luces de colores: rojas, azules, amarillas, verdes. Los policías se comunicaban por sus radios portátiles con la comisaría. Yo estaba contento y divertido. Sabía que Ami estaba mirándome por la pantalla, lo saludé alegremente con la mano. Un señor de edad madura y con bastón venía muy molesto por el alboroto:

—¡Un ovni, un ovni! —decían felices los niños. El señor de edad miró hacia lo alto y luego retiró la vista con desagrado.

—¡Gente ignorante, supersticiosa!… eso es un globo sonda, un helicóptero, un avión… ¡ovnis… qué ignorancia! —Y se alejó altivo por la calle con su bastón, sin volver a mirar el portentoso espectáculo que apareció en el cielo de aquella mañana.

Sentí en el oído la voz de Ami, el niño de las estrellas:

—Adiós, Pedrito.

—Adiós, Ami —respondí emocionado. El «ovni» desapareció.

Al otro día, los periódicos no mencionaron el hecho… es que esas alucinaciones colectivas han dejado de ser novedad, ya no son «noticia»… cada día aumenta el número de gente ignorante y supersticiosa…

En la playa de aquel balneario hay un corazón alado dentro de un círculo, grabado sobre una alta roca, la misma sobre la que conocí a Ami. Parece como si hubieran fundido la piedra para dibujar ese signo, nadie sabe cómo fue hecho. Cualquiera que llegue a ese lugar lo puede ver, pero es difícil subir a esa alta roca, especialmente para los adultos; un niño es más ágil, sobre todo, más liviano.

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