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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (46 page)

—Sssshhiií —dijo él, con una extraña elevación de la voz a final de palabra.

Logan casi se cayó. Era la primera vez que oía decir algo al Chirríos.

—¿Puedes hablar? —preguntó.

El Chirríos sonrió.

—Oye, puta —dijo Fin a voces desde el otro lado del Agujero. Había desenrollado la mayor parte de su cuerda de tendones y le estaba añadiendo una sección recién trenzada. Logan vio que ya solo quedaban siete ojeteros—. Va siendo hora de que vuelvas al trabajo.

—Te esperas hasta que esté lista —replicó Lilly—. No he dejado que ninguno me pegase un revolcón desde que te pusiste enfermo —explicó a Logan.

—¿Qué es eso que se oye? —preguntó Logan. Al principio no había reparado en ello porque era constante, pero había una especie de repiqueteo y un murmullo bajo que resonaban hasta el Agujero desde algún otro lugar de las Fauces.

Antes de que Lilly pudiera responder, Logan sintió que algo cambiaba en el aire. Los ojeteros se miraron entre ellos, pero ninguno sabía qué cara poner. Algo había cambiado, pero nadie sabía decir qué era.

Logan se sintió más débil, más enfermo. Notaba el aire más denso que antes, casi opresivo. Una vez más fue consciente del hedor y la inmundicia del Agujero, como si lo oliera por primera vez en meses, como si reparase por vez primera en la mugre que lo recubría todo. Estaba inmerso en la suciedad y no había escapatoria. Cada aliento le hacía tragar más toxinas, cada movimiento le embadurnaba el cuerpo con más porquería y le hundía la grasa más hondo por todos los poros. El precio para sobrevivir era dejar que esa inmundicia se le pegara, permitir que la oscuridad perforase su piel tan a fondo que lo tatuase, que convirtiese la suciedad en una parte indeleble de él, de tal modo que cualquiera que lo mirase alguna vez vería hasta la última mala acción que había cometido, hasta el último mal pensamiento que había albergado jamás.

Apenas era consciente ni siquiera del ruido que resonaba por las Fauces. Los prisioneros gritaban, suplicando piedad. Los chillidos se extendían y cobraban estridencia y desesperación a medida que los reclusos más cercanos al Agujero se unían al clamor. Bajo los aullidos agudos, Logan oyó de nuevo aquel traqueteo, como de ruedas de hierro que chirriaban sobre roca.

En el Agujero, los asesinos encallecidos yacían encogidos en posición fetal, tapándose las orejas con las manos y acurrucándose contra la pared. Solo Tenser y Fin no sucumbieron. Fin parecía extasiado, con las cuerdas sobre el regazo y el rostro vuelto hacia arriba. Tenser vio que Logan lo estaba mirando.

—Khali ha llegado —dijo.

—¿Qué es? —preguntó Logan. Apenas podía moverse. Quería tirarse por el agujero para poner fin al horror y la desesperación.

—Es la diosa. Las mismas piedras de este sitio rezuman mil años de dolor, odio y desespero. Las Fauces enteras son como una gema de maldad, y aquí es donde Khali establecerá su morada, en las simas más negras de la oscuridad virgen. —Luego empezó a recitar, una y otra vez—:
Khali vas, Khalivos ras en me, Khali mevirtu rapt, recu virtum defite
.

Tatu estaba al lado de Tenser, y lo agarró.

—¡Qué dices! ¡Para! —Cogió a Tenser por la garganta y lo arrastró hasta el borde del agujero.

Al instante, unas redes negras brotaron a lo largo de los brazos de Tenser y a Tatu se le hincharon los ojos. Se atragantó. Abrió y cerró la boca y de su garganta brotaron unos ruiditos ahogados. Se alejó a trompicones del agujero, soltó a Tenser y cayó de rodillas. Tenía la cara roja, las venas del cuello y la frente hinchadas, y boqueaba sin motivo aparente.

Después cayó al suelo, respirando a grandes bocanadas.

Tenser sonrió.

—Especie de zopenco tatuado, nadie pone la mano encima a un príncipe del imperio.

—¿Qué? —preguntó Nick Nuevededos por todos ellos.

—Soy un Ursuul y mi estancia con vosotros ha concluido. Khali ha llegado, y me temo que os necesitará a todos. Esta es nuestra plegaria:
Khali vas, Khalivos ras en me, Khali mevirtu rapt, recu virtum defite
. «Khali, ven; Khali, vive en mí. Khali, acepta esta mi ofrenda, la fuerza de quienes se oponen a ti.» Una plegaria que ha encontrado respuesta hoy. Ahora Khali es una ojetera. Viviréis en su santa presencia. Es un gran honor, aunque confieso que no es que nadie lo busque con mucho ahínco.

Arriba, Logan oyó el sonido de lo que solo podían ser unas ruedas de carro que llegaban al tercer nivel de las Fauces.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Nick.

—Eso no te incumbe, aunque es obra mía que sigamos todos en el Agujero. —Tenser sonreía como si aquello fuera lo mejor que le había pasado nunca.

—¿Qué? —preguntó Nick.

—So cabrón —dijo Lilly—. Tú hiciste que la llave no entrase en la cerradura. Tú me la quitaste de la mano. ¡Tú hiciste venir a Gorkhy, hijo de la gran puta!

—¡Sí, sí y sí! —Tenser se rió. Alzó una mano y en ella prendió una luz roja. Los ojeteros se alejaron guiñando los ojos: llevaban meses en la oscuridad. El resplandor rojizo subió flotando hasta atravesar los barrotes de arriba.

Lejos, pasillo abajo, alguien gritó al ver la señal.

Por detrás de Tenser, Fin levantó una vuelta de su cuerda.

—Ni se te ocurra —advirtió el khalidorano con una sonrisa morbosa—. Además, la presencia de Khali no significará la muerte para todos vosotros. Tú, Fin, podrías destacarte a su servicio. El resto haríais bien en seguir su ejemplo.

Un anciano apareció por encima de los barrotes. La reja se abrió y Logan reconoció a Neph Dada. Antes de que el vürdmeister lo viera, Logan se escondió gateando a toda prisa bajo su pequeño hueco.

Tenser se elevó con delicadeza por los aires izado por la magia del vürdmeister. No paró de reírse hasta llegar arriba.

La reja se cerró de golpe y Logan asomó la cabeza. Un foco de luz roja lo deslumbró y lo alumbró de lleno.

—Ah, sí —dijo Tenser Ursuul—. No creas que te he olvidado, Rey. No veo la hora de explicarle a mi padre que he encontrado a Logan de Gyre escondido en lo más hondo de su propia mazmorra. Le encantará.

Capítulo 48

Garoth Ursuul no se alegró de ver a su hijo. No había hecho llamar a Tenser y, a pesar de todas las precauciones que había tomado Neph Dada llevándolo enseguida a los aposentos privados de Garoth y arrancando mágicamente la lengua a los sirvientes que se había cruzado para que no corriese la voz, aquel castillo seguía teniendo demasiados ojos. Era muy probable que alguien hubiese visto llegar a Tenser. Sin duda los prisioneros de las Fauces lo habían visto partir.

A ojos de Garoth, existía una buena posibilidad de que Tenser acabase de destruir su utilidad. No le gustaba que sus hijos se tomaran libertades. Nadie tomaba decisiones por el rey dios.

Tenser vio el descontento en el rostro de Garoth y se apresuró a concluir su historia:

—Yo... Pensé que Logan sería un sacrificio perfecto para Khali, adorado sea por siempre su nombre, ahora que se acomoda en su nuevo hogar —dijo con voz temblorosa—. Y pensé que a estas alturas el barón Kirof ya debía de haber sido capturado...

—Eso pensaste, ¿eh? —dijo Garoth.

—¿No es así?

—El barón Kirof se precipitó al vacío desde un paso de montaña al intentar escapar —explicó Neph—. No pudo recuperarse su cuerpo.

Tenser boqueó como un pez mientras procuraba encajar la noticia.

—Tu veredicto de culpabilidad tendrá que seguir vigente —dijo Garoth—. No importa. De todas formas, estos cenarianos no han sabido apreciar mi magnanimidad. Que nos sirvan de lección para futuras conquistas. Tu utilidad, chico, toca a su fin. Los cenarianos no han sido apaciguados. Has fallado tu
uurdthan
.

—Santidad —dijo Tenser, hincándose de rodillas—, por favor, haré lo que sea. Usadme como os plazca. Os serviré de todo corazón. Lo juro. Haré lo que sea.

—Sí —corroboró Garoth—. Lo harás.

Por sí solo, Tenser no tenía nada de especial. A duras penas había sobrevivido a su adiestramiento. No era un hijo del alma de Garoth, y nunca lo sería. Nunca sería su heredero. Pero eso Tenser no lo sabía. Lo que era más importante, Moburu tampoco.

—Neph, ¿dónde está la reina virgen?

—Santidad —respondió el avejentado vürdmeister—, espera vuestro placer en la torre norte.

—Ah, sí. —Garoth no lo había olvidado, pero tampoco quería que Neph supiese cuánto lo intrigaba la chica.

—Podría enviar por ella de inmediato si os apetece sacrificarla —dijo Neph.

—Los dos formarían una bella ofrenda para Khali mientras se enseñorea de su nueva
ras
, ¿verdad? —preguntó Garoth. Pero no pensaba entregar a Jenine, y necesitaba a Tenser para distraer a Moburu—. Semilla mía, tengo... grandes esperanzas depositadas en ti —dijo—. La muerte del barón Kirof no fue culpa tuya, de modo que me complace ofrecerte una segunda oportunidad. Ve a ponerte presentable para que parezcas hijo mío, y después recoge al tal Logan de Gyre. No pienso dejar que escape ante mis narices por segunda vez. En breve te revelaré tu nuevo
uurdthan
.

En cuanto se cerró la puerta a espaldas de Tenser, Garoth se volvió hacia el vürdmeister Dada.

—Llévalo a las Fauces y haz que construya un ferali junto al de su hermano. Ayúdale y alaba su trabajo delante de Moburu. Pon de tu parte todo lo que haga falta. Y ahora haz pasar a Hu Patíbulo.

—No estoy segura de cómo va a funcionar esto —dijo la hermana Ariel. En el bosque reinaba ya una oscuridad total, salvo por la luz de su magia—. Si lo que he visto es correcto, debería resultarte especialmente fácil absorber esta variedad de magia. Acumula tanta como puedas.

—¿Y luego qué? —preguntó Kylar.

—Luego corres.

—¿Corro? Es lo más ridículo que he oído nunca. —«Hablas cuando deberías escuchar», repitió la voz del Lobo en su cabeza. Apretó los dientes—. Lo siento. Cuéntame más.

—No te cansarás... creo. No dejarás de pagar un precio por cualquier magia propia que uses, pero la que absorbas de mí no te costará ni mucho menos lo mismo —explicó la hermana Ariel—. Yo estoy lista, ¿y tú?

Kylar se encogió de hombros. La verdad era que se sentía más que listo. Notaba un hormigueo en los ojos parecido al que había experimentado la primera vez que enlazó el ka’kari. Volvió a frotárselos.

«Me estoy volviendo más poderoso.» La idea fue una revelación. Había estado aprendiendo a controlar mejor su Talento durante su entrenamiento en los tejados, pero aquello era diferente. Era diferente, y lo había sentido antes.

Lo había sentido cada vez que había muerto. Con cada fallecimiento, su Talento se ampliaba, y algo estaba cambiando también en su vista. El pensamiento debería haberle causado euforia. En lugar de eso, sintió que los dedos fríos del pavor le acariciaban la espalda desnuda.

«Tiene que haber un coste. Tiene que haberlo.» Por supuesto, ya le había costado a Elene. El recuerdo hizo rebrotar el dolor. Quizá los costes fueran meramente humanos.

El Lobo había hablado de que Durzo había cometido una blasfemia peor aun que aceptar dinero por morir. ¿Se habría suicidado? Sí. Kylar estaba seguro. ¿Había sido por pura curiosidad? ¿Por sed de poder? ¿O se había sentido atrapado? El suicidio era imposible.

Para un hombre tan infeliz, solitario y aislado como había sido Durzo, estar atado a la vida sin duda debió de resultar odioso. «Oh, maestro, lo siento mucho. No lo entendí.» Y sin más, la herida en carne viva que era la muerte de Durzo se abrió de nuevo. El tiempo había hecho poco por sanar a Kylar. Ni siquiera saber que había librado a Durzo de una existencia que no deseaba era un consuelo. Kylar había asesinado a una leyenda, había asesinado al hombre que se lo había dado todo, y lo había hecho con odio en el corazón. Aunque Durzo lo considerase un sacrificio, él no lo había matado por piedad. Lo había asesinado por puro afán de venganza. Recordaba la bilis dulce de la furia, del odio por todas las pruebas a las que Durzo lo había sometido, la bilis que lo había saturado y le había dado fuerzas mientras se aferraba herido al techo de aquel túnel de chimenea.

Ahora Durzo estaba muerto de verdad, liberado de la prisión de su propia carne. Sin embargo, su desaparición dejaba soledad, dolor e injusticia. La recompensa de Durzo por siete siglos de aislamiento y servicio a una meta que él no entendía no debería haber sido la muerte. Debería haber sido la revelación del valor de esa meta. Debería haber sido una reunión y una comunión a la altura de setecientos años de aislamiento. Kylar empezaba apenas a comprender a su maestro, y ahora que quería arreglar las cosas, no había Durzo con quien arreglarlas. Lo habían cortado del tapiz de la vida de Kylar, dejando solo un feo agujero que nada podía llenar.

—No puedo sostener la carga entera de mi Talento durante todo el tiempo del mundo, joven —le recordó la hermana Ariel, con la frente perlada de sudor.

—Ay, sí —dijo Kylar.

Un foco de luz concentrada ardió en las manos de la hermana Ariel. Kylar metió dentro la mano y ordenó mentalmente al poder que fluyese a él.

No pasó nada.

Hizo aflorar el ka’kari hasta casi la piel de la palma de su mano. Siguió sin pasar nada.

Resultaba extrañamente embarazoso aparentar tanta ineptitud.

—Deja que pase, sin forzarlo —aconsejó la hermana Ariel.

Dejar que pasara. Eso lo cabreó. Era el típico consejo de sabiduría de pacotilla que daban los profesores. Tu cuerpo sabe qué hacer. Piensas demasiado. ¡Ya!

—¿Puedes mirar hacia otra parte un momento? —pidió.

—Ni hablar —respondió la hermana Ariel.

Kylar ya había absorbido energía mágica desde que llevaba el ka’kari como una segunda piel. Sabía que podía hacerse.

—No podré aguantar mucho más —avisó la maga.

Kylar hizo que el ka’kari formara una bola en su palma, la agarró y volvió la mano hacia abajo sobre el foco de magia de la hermana. Confiaba en haberlo hecho lo bastante rápido para que Ariel no lo viese. «¡Vamos, funciona, por favor!»

—Ya que me lo pides con tanta educación...

El joven parpadeó al oír eso. Después la magia acumulada se apagó titilando como una vela al viento. El desasosiego de Kylar apenas duró un instante. Allá donde la esfera metálica le tocaba la palma, se sentía como si sujetara un rayo, que entonces recorrió su cuerpo dejándolo paralizado y sin control, desoyendo sus deseos de apartarse —«¡apartapartaparta!»— para no acabar frito.

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