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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (42 page)

—Puedes quedarte con la interpretación negativa o la positiva, Ulyssandra —dijo la hermana Ariel—. La negativa: normalmente te habría matado. La positiva: no lo hizo... y ha tenido muchas oportunidades para cambiar de idea desde entonces, y aun así no lo ha hecho. Hasta podría decirse que le caes bien.

—¿Te caigo bien, Vi? —preguntó Uly.

—Me gustaría pegarte una paliza —replicó Vi.

—No te lo tomes a mal —dijo la hermana Ariel—. Tal y como la criaron, Vi es... bueno, seamos compasivas, llamémosla una tullida emocional. Lo más probable es que le cueste diferenciar entre la mayoría de sus emociones y se sienta cómoda solo con la furia, la ira y la condescendencia porque la hacen sentirse fuerte. A decir verdad, supongo que sus interacciones contigo bien podrían ser las primeras positivas que ha experimentado en su vida entera.

—Para —interrumpió Vi. Ariel la estaba cortando en pedacitos y burlándose de los cachitos.

—¿Esto es positivo? —preguntó Uly.

—No rehúye tu contacto, Uly. Cuando compartís caballo, está cómoda. Con cualquier otra persona, estaría siempre en guardia.

—Mataré a la mocosa en cuanto tenga ocasión —dijo Vi.

—Bravatas —replicó Ariel.

—¿Qué significa eso? —preguntó Uly.

—Significa «gilipolleces» —explicó Vi.

—De manera que tú sigue siendo amable con ella, Uly —dijo Ariel, sin hacer caso a Vi—, porque probablemente no le caerá bien a nadie más en vuestra clase de novicias.

—¿En nuestra clase? —preguntó Vi—. ¿Me pondréis con niñas?

La hermana Ariel parecía sorprendida.

—Naturalmente. Y deberías ser amable con Ulyssandra, porque tiene más Talento que tú. Y ninguno de tus malos hábitos.

—Eres una perra cruel, muy cruel —dijo Vi—. Sé lo que estás haciendo. Intentas quebrantarme, pero te diré una cosa: nada puede quebrantarme. He pasado por todo.

La hermana Ariel volvió la cara hacia el sol poniente que coronaba las copas de una pequeña arboleda ante ellas.

—Ahí, querida, es donde te equivocas. Ya estás quebrantada, Vi. Te quebrantaron hace años y al curarte quedaste jorobada. Y ahora estás quebrantada de nuevo e intentas sanar más torcida todavía. No permitiré que eso suceda. Te quebrantaré una vez más si es necesario para que no tengas que ser nunca más una tullida. Pero no puedo elegir estar sana por ti. Y no te prometo que no queden cicatrices. Pero puedes ser mejor mujer de lo que eres ahora.

—¿Una mujer que se parezca mucho a ti? —preguntó Vi con sorna.

—Oh, no. Tú eres más apasionada de lo que yo nunca fui —respondió la hermana Ariel—. Me temo que a mi vez tengo un poco de tullida emocional. Demasiado cerebro, dicen. Demasiado cómoda en mi propia mente. Nunca tuve que salir. Pero yo nací así; a ti te hicieron. Y tienes razón: no aprenderás de mí lo que necesitas saber.

—¿Has estado enamorada alguna vez? —preguntó Uly.

Vi se preguntó de dónde demonios habría salido eso, pero la pregunta debía de ser buena porque golpeó a la hermana Ariel como un mazazo en toda la cara.

—Ajá. Es una... una muy buena pregunta —dijo Ariel.

—Te dejó por alguien que no fuera tan fría y fea, ¿verdad? —preguntó Vi, con cierto deje de satisfacción.

Ariel no dijo nada durante un momento.

—Veo que no andas falta de garras —dijo con voz pausada—. Tampoco esperaba menos.

Uly hundió los dedos en las costillas de Vi para reprenderla, pero ella no le hizo caso.

—En fin, no has llegado a responder. ¿Por qué vamos hacia el oeste?

—Hay una hermana que vive en esa dirección. Os hará de niñera a las dos mientras yo exploro el campamento rebelde en busca de una mujer apropiada.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Uly.

—Deberíamos empezar a buscar un sitio para acampar. Está oscureciendo. Parece que no llegaremos a casa de Carissa esta noche —dijo la hermana Ariel.

—Venga, por favor —insistió Uly—. No está tan oscuro y no tenemos otra cosa de que hablar.

La hermana Ariel pareció rumiarlo. Se encogió de hombros.

—Busco una mujer de mucho Talento que sea ambiciosa, carismática y obediente.

—¿Ambiciosa y obediente? Buena suerte —dijo Vi.

—Si estuviese dispuesta a obedecer a la rectora, recibiría una instrucción personal, un ascenso rápido desde abajo y mucha atención y poder; pero todo eso es lo fácil. El problema es que debe ser nueva porque tenemos que estar seguras de sus lealtades, y tiene que estar casada. Una mujer cuyo marido tuviese Talento ya sería el no va más.

—Entonces, cuando encuentres a esa mujer casada, ¿vas a secuestrarla? —preguntó Vi—. ¿No es un poco arriesgado?

—Otra persona habría dicho inmoral, pero... En fin, una mujer realmente secuestrada no cooperaría. Lo ideal sería tener al hombre en el mismo edificio. No colará encasquetarle un anillo en el dedo a una mujer. Cuanto más permanente y firme parezca el matrimonio, mejor.

—¿Por qué no usáis a Vi? —preguntó Uly—. De todas formas no quiere acabar metida en un aula conmigo y el resto de las niñas de doce años.

Ariel meneó la cabeza.

—Créeme, en un principio pensé en ella, pero es totalmente inadecuada para la tarea.

—¿Qué quieres decir, como estudiante o como esposa? —preguntó Vi.

—Las dos cosas. No es por ofender, pero he conocido a hombres que se casaron con la mujer errónea y todos eran infelices. Estoy segura de que podríamos pedir a algún hombre que se casase contigo, y saldrían muchos candidatos. Eres una mujer hermosa, y cuando están cerca de mujeres hermosas los hombres tienden a pensar con la... —Miró a Uly y carraspeó—. Con la parte irracional de sus mentes. Aunque pudiésemos sobornar al insensato adecuado, y créeme, la Capilla sería capaz, porque no antepondrá la felicidad de un hombre cualquiera a sus propios intereses, aun entonces no funcionaría. Vi no es de fiar. No es obediente. Tampoco es lo bastante inteligente...

—De verdad que eres una zorra —interrumpió Vi, pero la hermana Ariel no le hizo caso.

—Y, además, probablemente intentaría escapar, lo que destruiría su utilidad para nosotras y echaría por tierra todos nuestros esfuerzos. Así pues, como he dicho: totalmente inadecuada.

Vi la miró con odio. Sabía que la charla entera no había sido más que una estratagema para humillarla, decirle lo insignificante que era, pero el comentario sobre la inteligencia había escocido más que cualquier otra cosa. Por muchos cumplidos que le hubiesen hecho en la vida (los hombres se deshacían en ellos cuando intentaban subirle la falda), fuesen los halagos burdos o poéticos, siempre habían girado en torno a su cuerpo. Y era lista, joder.

La hermana Ariel le devolvió la mirada. Después pareció mirar más a fondo.

—¡Para! —dijo.

Vi se detuvo.

—¿Qué?

La hermana Ariel dio unos torpes toquecillos a su caballo hasta que, tras unos cuantos intentos, consiguió que se colocase junto al de Vi. Estiró los brazos y asió la cara de Vi con ambas manos.

—Qué hijo de perra —dijo Ariel—. No dejes que nadie te cure esto, ¿entendido? Te ha... Caramba, fíjate. Si alguien toca esto con magia, hay unas tramas de fuego que se desencadenarán alrededor de todos los vasos sanguíneos importantes de tu cerebro. Y eso otro se parece sospechosamente a... ¿Has perdido el control de tu cuerpo en algún momento que puedas recordar?

—¿Qué quieres decir, si me he hecho pis encima o eso?

—Sabrías lo que quiero decir si hubiese pasado. Voy a tener que averiguar si la hermana Drissa Nile está dispuesta a volver. Es la única a la que dejaría tocar esto.

—¿Quién es? —preguntó Uly.

—Es una sanadora. La mejor que conozco con las tramas minúsculas. Tiene un pequeño establecimiento en Cenaria, según lo último que sé.

—¿No vas a contarme nada más sobre esa trama que está pensada para matarme? —preguntó Vi.

—No, a menos que me cuentes quién la puso.

—Puedes irte a...

—Si me insultas una vez más, lo lamentarás —dijo la hermana Ariel.

El último castigo había sido lo bastante malo y la satisfacción de insultarla era lo bastante pequeña para que Vi se tragase sus palabras.

Habían entrado en la arboleda cuando Vi avistó algo parcialmente escondido bajo unas hojas a un lado del camino, algo que parecía pelo oscuro resplandeciendo a la última luz del día.

Uly siguió su mirada.

—¿Qué es eso?

—Creo que es un cuerpo —respondió Vi.

Y entonces, cuando salieron del camino para mirar más de cerca, sintió una oleada de júbilo. Era en efecto un cadáver, una muerte que significaba la vida para ella. Era la libertad y un nuevo comienzo. El muerto era Kylar.

Capítulo 45

A Elene le dolía todo el cuerpo. Llevaba seis días cabalgando al ritmo más duro que podía mantener, y todavía no había llegado a Vuelta del Torras. Le dolían las rodillas, le dolía la espalda, tenía los muslos destrozados y aun así no ganaba terreno a Uly y su secuestradora. Lo sabía porque siempre que se cruzaba con alguien en el camino le preguntaba si había visto a una mujer y una niña galopando hacia el norte. La mayoría de los viajeros no las habían visto, pero quienes habían coincidido con ellas las recordaban seguramente. Elene incluso había perdido terreno. Y ahora todo dependía de ella.

El día anterior se había cruzado con los alguaciles de la guardia de la ciudad, que regresaban a Caernarvon. Le habían asegurado que una mujer, sobre todo una que cargase con una niña, no podría haber cabalgado más rápido que ellos. Se rendían y volvían a casa. Un vistazo a sus caras le bastó para saber que no lograría convencerlos de lo contrario. Estaban cansados y probablemente tenían órdenes de no buscarles las cosquillas a los lae’knaught que de vez en cuando se adentraban tan al este. Elene los dejó seguir su camino. Kylar era más importante que la guardia de la ciudad. Él también había seguido esa ruta. En algún momento, había adelantado a la secuestradora y a Uly, porque no las estaba buscando.

Ya estaba cerca de Vuelta del Torras. Esa noche dormiría en una cama. Se bañaría. Después averiguaría si la secuestradora llevaba rumbo a Cenaria, como Elene sospechaba. Y comería caliente. Andaba perdida en esas ensoñaciones cuando vio a los lae’knaught.

Estaban apostados en el camino que cruzaba varios de los trigales más grandes al sur del pueblo. Si Elene hubiese querido sortearlos, habría tenido que desviarse kilómetros al este y arriesgarse a entrar en el bosque de Ezra, que según decían estaba encantado. En cualquier caso, era demasiado tarde. Ya la habían visto, y los caballeros tenían monturas ensilladas y prestas para salir en persecución de quien fuera.

Elene fue directa hacia ellos, de pronto consciente de ser una mujer que viajaba sola. Había seis hombres, todos armados, que, al verla acercarse, se levantaron para salirle al paso. Por encima de sus cotas de malla llevaban tabardos negros con el blasón de un sol dorado: la luz pura de la razón que batía en retirada a la oscuridad de la superstición. Ella nunca se había cruzado con los lae’knaught, pero sabía que Kylar no les tenía mucho aprecio. Afirmaban no creer en la magia, pero al mismo tiempo detestaban todo lo que tuviera que ver con ella. Según Kylar, no eran más que unos matones. Si de verdad odiasen a los khalidoranos, decía, habrían acudido en ayuda de Cenaria cuando el rey dios la invadió. En lugar de eso, se habían abalanzado como buitres a recoger reclutas entre los cenarianos que huían y a saquear las tierras de los derrotados.

Uno de los caballeros se adelantó, sosteniendo con cuidado su lanza de fresno de cuatro metros. Parecía demasiado larga para usarse a pie, pero Elene sabía que, una vez a caballo, toda la torpeza de los caballeros desaparecería.

—Alto, en nombre de los Portadores de la Libertad de la Luz —dijo.

Elene calculó que no pasaría de los dieciséis años. Detuvo su caballo y el joven dio un paso al frente para sujetarle las riendas. No estaba segura de qué los ponía tan nerviosos, pero entonces reparó en lo que debería haber resultado obvio de buen principio. Cuando veían una mujer que viajaba sola, veían vulnerabilidad. Ninguna mujer normal viajaría sola, por tanto ella no debía de ser una mujer normal. Debía de ser una bruja. Se le formó un nudo en el estómago.

—Gracias al cielo —dijo Elene, suspirando con fingido alivio. Estuvo a punto de decir «gracias al Dios», pero le parecía que los lae’knaught tampoco creían en los dioses—. ¿Podéis ayudarme?

—¿De qué se trata? ¿Qué hacéis sola por estos caminos? —preguntó uno de los más mayores.

—¿Habéis visto a una joven, pelirroja quizá, que viaja con una niña pequeña? ¿Hace dos días, a lo mejor? ¿No? —Elene hundió los hombros, y su repentina expresión de dolor fue real aunque se añadiera al suplicio de tantos días cabalgando—. Supongo que era de esperar que os evitase, teniendo en cuenta lo que es. ¿Estáis seguros de que no visteis a nadie, tal vez intentando evitaros desviándose más al este?

—¿De qué estáis hablando, joven dama? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo podemos ayudaros? —preguntó el caballero.

Por su cambio de tono, Elene supo que ya no la veía como una amenaza. Hacerse pasar por débil y vulnerable había funcionado.

—Vengo de Caernarvon —dijo—. Somos originarios de Cenaria, pero partimos en cuanto nos invadieron aquellos hombres espantosos y sus brujos. Estábamos empezando una nueva vida, Uly y yo... Uly es la niña pequeña, está a mi cargo. Los brujos mataron a sus padres... Nos creíamos a salvo en Caernarvon, pero la secuestraron, señores. La guardia de la ciudad salió tras ella durante un trecho, pero después dio media vuelta. Soy la única que puede salvarla, pero me temo que nunca las alcanzaré.

—Muy propio de esas malditas hermanas, secuestrar a una niña —dijo el caballero más joven—. La carta decía...

—¡Marcus! —ladró el más mayor.

Los hombres se miraban todos entre ellos, y Elene supo que sus medias verdades no solo habían funcionado, sino que los caballeros sabían algo más. Se retiraron y dejaron con ella al joven Marcus, que miraba sus cicatrices con expresión incómoda. Entonces cayó en la cuenta de que estaba siendo maleducado y se tosió en la mano.

Los caballeros más mayores regresaron al cabo de unos minutos. De nuevo tomó la palabra el más veterano.

—En circunstancias normales, nos gustaría llevaros ante el comandante para que le contaseis todo esto en persona, pero veo que hay prisa. A decir verdad, nos encantaría acompañaros para ayudaros, pero tenemos órdenes de permanecer al sur de Vuelta del Torras. La política, ya se sabe. La cuestión es que esta mañana ha llegado un mensajero. Interceptamos toda la correspondencia procedente de las brujas de la Capilla. En fin, mirad. Ya hemos hecho una copia.

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