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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (44 page)

De repente, los zarcillos de magia que Ariel había extendido hacia él se desvanecieron. No solo se desvanecieron: se disgregaron como el humo arrastrado por una corriente fuerte. Lo había hecho él, había desintegrado su magia. Los ojos de Kylar exhibían un centelleo peligroso. ¿Desaparecería la coraza mágica que la rodeaba con la misma facilidad? Por primera vez en décadas, un hombre la ponía en peligro.

—Quiero ayudar, si tu causa es justa —dijo.

—¿O sea, si te ayudo a cambio?

Ariel se encogió de hombros, obligándose a permanecer tranquila.

—¿Hasta dónde llegan tus poderes, joven? ¿Lo sabes siquiera?

—¿Por qué te lo iba a decir?

—Porque ya sé que eres en verdad Kylar. Eres el matador que es matado. El muriente inmortal. ¿Cómo te llamas de verdad? ¿Cómo conseguiste ese poder? ¿Naciste con él? ¿Qué ves cuando estás muerto?

—No debería haberte dicho mi nombre, ¿verdad? La gente resabida como tú seréis mi muerte. O mi ruina, por lo menos.

Después de ver cómo funcionaba la curación, Ariel sabía que el envoltorio de ese hombre, su cuerpo, no cambiaría, no envejecería en mil años. Tal vez Kylar tuviese siglos de edad pero tras aquellos ojos azules serenos no veía más que a un joven. La bravuconería de un joven y la invencibilidad de un joven. Desde luego había hecho gala de la imprudencia de un joven al contarle tanto.

—¿Cuántos años tienes? —le preguntó.

Kylar se encogió de hombros.

—Veinte, veintiuno.

—¿O sea que la Sociedad se equivoca?

—¿La Sociedad? —preguntó Kylar.

«Cachis. ¿Cómo puedo ser tan sutil con Vi y tan torpe con este chico?» Sabía por qué, sin embargo. No estaba acostumbrada a tratar con hombres. Había pasado demasiado tiempo enclaustrada en compañía de mujeres. Entendía a las mujeres. Aunque pudieran ser tremendamente ilógicas, con el paso de los años había aprendido a calibrar cuándo esa falta de lógica estaba a punto de golpear. Los hombres eran harina de otro costal. Habría sido, en fin, lógico, que se sintiera más a gusto en compañía de hombres, pero no era así. Con todo, cada palabra que Kylar pronunciaba le enseñaba un mundo. No había mentido sobre su edad. Sonaba a cierto, aunque ¿quién no conocía su edad exacta? ¿Era porque no recordaba cuánto tiempo llevaba en esa encarnación? A Ariel le daba la sensación de que la explicación era otra. Aun así, no debería haber dicho nada sobre la Sociedad. Ahora tendría que contarle más. Si se negaba a compartir, él haría lo mismo.

—«Ved, la larga noche pasa y él es rehecho.» Esa Sociedad —dijo. Kylar se frotaba los ojos como si le molestasen. Parecía abrumado, lo que era bueno, porque no quería explicar por qué estaba al tanto de la existencia de la Sociedad—. Creen que vuelves de entre los muertos y aspiran a descubrir cómo. Al parecer, su creencia está justificada. ¿Y qué más podría desear un hombre que vencer a la muerte?

—Mucho —replicó Kylar bruscamente—. Soy inmortal, no invencible. No siempre es una bendición. —Seguía desorientado. Se diría que lamentaba todas las palabras que decía. No era tonto. Temerario, tal vez, pero no tonto—. Entonces, hermana, ¿qué piensas hacer conmigo? ¿Encadenarme y llevarme a la Capilla?

La idea desató las fantasías de Ariel. ¡Qué tentación! Claro que ella nunca intentaría encadenarlo con magia. Pero tenía algo mejor que la magia, tenía a Uly. Unas pocas mentiras sobre cómo moriría la niña si no la llevaban de inmediato a la Capilla, una trama sutil para ponerla enferma un par de veces y Kylar la acompañaría de buen grado. La existencia de Kylar quedaría oculta a la mayoría de las hermanas. Solo Istariel lo sabría. Ariel en persona sería quien estudiaría al muchacho.

¡Oh, qué desafío! Qué imponente rompecabezas intelectual. ¡La exploración de las profundidades insondables de la magia! Era embriagador. Ariel formaría parte de algo grande, y Kylar no llevaría una mala vida. Lo proveerían de todo lo que pidiese: la mejor comida, el mejor alojamiento, adiestramiento con los maestros espadachines, visitas a Uly, cualquier entretenimiento que pudieran hacerle llegar, y sin duda sentirían curiosidad por cruzarlo con hermanas para ver qué dones heredaría su progenie. Era indudable que escogerían a las mujeres más atractivas para satisfacerlo. La mayoría de los hombres encontraría agradables tales ocupaciones. Tendría todo lo que quisiera menos libertad. ¡Era inmortal! ¿Qué eran unas pocas décadas para él? Una sola vida de lujo y mimos y la certeza de que nadando en la abundancia y sin hacer nada cambiaría el curso de la historia. Su vida tendría un sentido y un propósito, sin más deber que entregarse a los placeres.

¿Qué pasaría si la hermandad, si la propia Ariel desentrañaba sus secretos? La curación perfecta para cualquier herido, sin cicatrices. ¡La inmortalidad! ¿Qué poder no alcanzaría la Capilla si pudiera escoger a quién conceder mil años de juventud?

¿Qué haría eso al mundo?

Ella, Ariel Wyant, por fin había encontrado un acertijo a la altura de sus dotes. No, no un acertijo, un misterio. Ocuparía su lugar en la historia como la mujer que concedió la vida eterna a la humanidad. Era impresionante y, aunque había tardado demasiado en caer en la cuenta, también terrorífico.

Se rió por lo bajini.

—Ya veo por qué la Sociedad no ha llegado a ninguna parte contigo. Las tentaciones son, sencillamente, demasiado grandes, ¿o no?

El joven no respondió. Parecía haber concluido que cualquier palabra suya revelaría más información a la hermana. Al mismo tiempo, Ariel tenía la impresión de que Kylar creía que podía averiguar cosas de ella.

—En Vuelta del Torras me dijiste que eras un soldado cenariano —empezó Ariel—. Pero no parece que estés con los rebeldes. A juzgar por el tiempo que ha pasado aquí tu cuerpo, diría que ni siquiera paraste en el campamento a recibir órdenes. De modo que te ofrezco un trato. Tú me cuentas lo que estás haciendo de verdad, y yo te ayudo. Resulta que estás solo en el bosque, en ropa interior, con un frío que pela y sin caballo, dinero o armas. Estoy convencida de que lo de estar desarmado no supone ningún problema, pero lo demás sin duda sí.

—Anda, ¿ahora somos amigos? —preguntó Kylar, alzando una ceja—. A mi entender, la pregunta parece ser por qué no te mato para impedir que la Capilla se entere de que existo.

—Eres inmortal, no invencible —citó Ariel, con una sonrisilla—. Si hiciera falta, podría matarte una docena de veces mientras te arrastraba hasta la Capilla. Ninguno de los dos sabe si matándote con magia podría alterar los delicados equilibrios que te devuelven a la vida, de modo que sería un riesgo para ambos, ¿no? Por supuesto, después de matarte con magia una vez, podría hacerlo manualmente en lo sucesivo. Y, por supuesto, podrías matarme tú. De manera que para mí también es un dilema. Yo podría acabar con un gran saco de carne después de tantas molestias, pero tú podrías acabar muerto. Permanentemente muerto.

—Si informas a la Capilla de mi existencia, tendré encima a todas las hermanas del mundo. Durante el resto de una vida muy larga. Quizá lo mejor para mí sea correr el riesgo una vez, con una sola hermana, en vez de tener que vérmelas con cada fulana que acabe de ganarse la bata y quiera hacerse famosa para toda la eternidad.

—¿O sea que me asesinarías a sangre fría? —preguntó Ariel.

—Llamémoslo defensa propia preventiva.

Ariel se acercó un poco más a él y escudriñó esos ojos azules y serenos. Había matado a gente, sí. Era un ejecutor, sí. Pero ¿era un asesino? Lo más triste de todo lo que Kylar había dicho era que estaba en lo cierto. Si quería libertad, si valoraba la discreción tanto como su predecesor o predecesores, debería matarla. Si la Capilla se enteraba de que existía, no descansarían hasta capturarlo. Era la persona más apta del mundo para eludirlas, pero ¿quién quería vivir perseguido? Podría escapar durante cinco años o cincuenta, pero no para siempre. La Capilla nunca se rendiría. Nunca. Kylar se convertiría en la mayor ambición de cualquier hermana ambiciosa, la mayor prueba y el mayor premio imaginable.

Ariel se imaginó a Istariel interrogando a aquel hombre. Le asombró constatar lo fea que se volvía la escena. Su hermana querría la inmortalidad, no para la Capilla, sino para ella misma. No aplicaría un método lento y estudiado de experimentación. Istariel odiaba envejecer, odiaba perder su belleza, odiaba las articulaciones agarrotadas y el olor de la edad. Para Istariel, Kylar sería un obstáculo, un desafío que la estaba condenando a la muerte por negarse a entregar sus secretos.

¿Y si le arrancaban los secretos? ¿Qué clase de custodias de la inmortalidad serían las hermanas?

La respuesta resultaba descorazonadora. ¿Quién era lo bastante pura y sabia para saber a quién otorgar la vida eterna? ¿En quién podía confiarse para que, habiendo recibido el don, no abusase de él?

—Debes de ser un buen hombre, Kylar —dijo con voz queda—. No dejes que tu don te corrompa. No compartiré tu secreto con la Capilla. Al menos no hasta que pueda hablar contigo otra vez. Sé que no tienes ningún motivo para confiar en mí, conque toma. —Se sacó un cuchillo pequeño del cinto y se lo entregó—. Si tienes que matarme, hazlo. —Se volvió de espaldas.

No pasó nada.

Después de una larga pausa, Ariel se dio la vuelta.

—¿Dejarás que te ayude? —preguntó a Kylar.

Él parecía cansado.

—Logan de Gyre está vivo —dijo—. Está en el calabozo más profundo de las Fauces, un lugar llamado el Ojete del Infierno.

—¿Crees que todavía está vivo?

—Lo estaba hace un mes. Si sobrevivió a los dos primeros meses, ya ha superado lo más difícil. Supongo que sigue vivito y coleando.

—¿Y pretendes sacarlo?

—Es mi amigo.

Ariel respiró despacio para contenerse. Le daban ganas de reñir a ese crío por idiota. ¿Cómo osaba poner en peligro el ka’kari por un mero rey?

—¿Sabes lo que pasará si Garoth Ursuul pone las manos sobre tu ka’kari? ¿Sabes lo que significará para el mundo? —preguntó. Sería terrible para el mundo que la Capilla desentrañase los secretos de Kylar, pero apocalíptico que lo hicieran los khalidoranos.

—Logan es mi amigo.

Ariel se mordió la lengua, literalmente. Si Istariel descubría alguna vez lo que estaba a punto de hacer, la expulsión de la Capilla sería el menor de los castigos que padecería.

—Bueno, vale. De acuerdo. —Ariel respiró hondo—. Voy a ayudarte. Creo que puedo hacer algo realmente especial. Creo, sí. No pidas a otra hermana que lo haga. Solo será posible por lo mucho que ya he visto de ti. Pero espera, antes necesito que le lleves una nota a alguien.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kylar mientras Ariel encontraba un trozo de pergamino, escribía algo en él y luego lo sellaba mágicamente.

—O confías en mí o no, Kylar. Si no confías en mí, mátame. Como ya has decidido no matarme, por lo menos sé coherente y confía en mí. —Kylar parpadeó ante el aluvión de palabras, pero Ariel continuó de todas formas—: Puedo conseguir que estés en la ciudad mañana por la noche, quizá incluso por la tarde.

—Son tres días a caballo...

—Pero tienes que prometerme dos cosas. Prométeme que entregarás esta carta primero, y prométeme que rescatarás a Logan después. Júramelo.

—¿Qué dice en la carta?

—Es para una sanadora llamada Drissa Nile, y no trata de ti. Los acontecimientos que vas a desencadenar exigirán cambios en la posición de la Capilla. Nuestra gente tiene que saber cómo reaccionar si salvas a Logan de Gyre, ¿lo comprendes? —No era toda la verdad, por supuesto, pero no pensaba contarle que la carta trataba ante todo de su ingenioso plan para Vi, que sí tenía que ver con Kylar—. Cuando llegues a la ciudad, disfruta de una gran comida y duerme todo el tiempo que te pida el cuerpo. Aun así, llegarás con un día o dos de adelanto.

—Espera, espera —dijo Kylar—. No quiero que Logan se pudra allí más tiempo del necesario, pero ¿qué más te da a ti que me ahorre un par de días?

Ah, sí. Imprudente, no tonto.

—Vi te lleva ventaja. Se dirige a Cenaria.

—¡La muy zorra! Irá a dar parte de su éxito, sin duda. Espera, ¿cómo sabes adónde se dirige?

—Viajaba conmigo. —La hermana Ariel hizo una mueca.

—¡¿Qué?!

—Tienes que entenderlo, Kylar. Posee un Talento enorme. Me la llevaba a la Capilla. Huyó justo después de que encontrásemos tu cuerpo. Cree que estás muerto. —Y ahora lo más complicado—. ¿Fue Jarl quien te contó que Logan estaba vivo?

—Sí, ¿por qué?

—¿Ella... torturó a Jarl antes de matarlo?

—No. No cruzó ni una palabra con él.

Y el anzuelo, dejando que la mentira flotase en el agua como si no le interesara en absoluto, sin adornarla tanto que pareciera demasiado buena.

—Entonces no sé cómo lo sabía, pero hizo un comentario sobre el rey y un agujero. Creo que sabe lo de Logan.

Kylar palideció. Se lo había tragado. Así iría a por Logan de inmediato, en vez de intentar matar a Vi.

¡Por la Luz! Y ella pensando que amaba el estudio. Siempre se había sentido a gusto con su vida enclaustrada. Ya entendía por qué las hermanas dejaban la Capilla para trabajar en El Mundo. Así lo llamaban, El Mundo, porque la Capilla era una realidad distinta por completo. Ariel había creído que no le importaba lo que pasara en El Mundo, que los libros siempre serían más fascinantes que el politiqueo de algún reino de tres al cuarto. Sin embargo, en ese momento se sentía más viva que nunca. Allí estaba, con sus sesenta y pico años, pensando sobre la marcha, apostando con los posibles futuros... ¡y disfrutando como una loca!

—Solo me lleva unos minutos de ventaja. ¡Puedo atraparla y matarla ahora mismo! ¡Déjame tu caballo!

—Está oscuro, Kylar, no la... —¡Estúpida! Había estado pensando como una hermana, no como un asesino. Acababa de darle más motivos para matar a Vi.

—¡Veo en la oscuridad! ¡Dame tu caballo!

—¡No! —replicó Ariel. «¿Ve en la oscuridad?»

Se obró un cambio instantáneo en Kylar. En un momento era un joven furioso, con una ira tan intensa que incluso en ropa interior y con el frío que hacía parecía formidable. Al siguiente, su cuerpo entero se iluminó como si fuese iridiscente. El centelleo fue más allá del espectro visible hasta pasar al mágico y hacer que a Ariel le llorasen los ojos. Cuando parpadeó para despejarlos, Kylar estaba totalmente irreconocible.

En su lugar se erguía una aparición, un demonio. Cada curva y cada plano del cuerpo de Kylar estaba alisado en metal negro; su cara era una máscara de furia y sus músculos estaban exagerados, aunque su potencia era real. Ariel se dio cuenta de que estaba viendo al Ángel de la Noche en toda su furia. Le estaba negando al avatar de la sentencia su oportunidad de impartir justicia.

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