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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (43 page)

Le dio una carta escrita con letra redonda y fluida.

Elene:

Ahora Uly está a salvo, se la he quitado de las manos a la mujer que te la arrebató, pero me temo que no puedo enviarla a casa. Uly tiene Talento, y se encuentra de camino a la Capilla, donde recibirá la mejor tutela del mundo y unas ventajas materiales que superan lo que tú podrías esperar aportarle. Entiendo que no tienes ningún motivo para creer que esta carta proviene de mí. Si lo deseas, puedes acudir a la Capilla para ver a Uly con tus propios ojos o incluso llevártela a casa, si tal fuera el deseo de las dos. En cuanto llegue sana y salva a la Capilla, te escribirá ella misma. Pido disculpas y, si las circunstancias no fuesen tan acuciantes, entregaría este mensaje en persona.

Sinceramente,

HERMANA ARIEL WYANT SA’FASTAE

Tuvo que leer la carta dos veces más antes de asimilar lo que decía. ¿Alguien había secuestrado a Uly de manos de su secuestradora? ¿Uly tenía Talento?

Al final, la carta no cambiaba nada. Elene seguía necesitando llegar a Vuelta del Torras para averiguar qué sabían los lugareños. Si lo escrito era cierto, tendría que dirigirse al norte y seguir hasta la Capilla. Si no, debería poner rumbo al oeste, hacia Cenaria. En todo caso, ¿cómo podía saber la secuestradora que Elene la seguía? No es que les hubiera estado ganando terreno precisamente.

—Malditas brujas —dijo el joven caballero—. Siempre secuestrando niñas pequeñas, apartándolas de la Luz para convertirlas en otras como ellas.

—¡Marcus!

Elene sintió un repentino alivio por haber dicho la verdad a esos hombres. Si su historia no hubiese casado con la carta, las cosas habrían sido muy distintas.

—No, no pasa nada —dijo—. Tendré que darme prisa si quiero encontrar a Uly antes de que caiga en sus garras.

—Tened cuidado —dijo el caballero mayor—. No todos esos aldeanos aman la Luz.

—Gracias por vuestra ayuda —dijo Elene.

Sin más dilación, se puso en marcha en dirección a Vuelta del Torras, con la cabeza hecha un lío.

Capítulo 46

Siempre que Ariel veía algo que se le antojaba fascinante o enigmático, tenía un curioso talento para memorizarlo. Le había supuesto una ventaja enorme cuando estudiaba, por supuesto, porque podía visualizar secciones enteras de pergaminos y encontrar lo que necesitase.

En ese momento tuvo la suerte de no estar mirando el cadáver. Estaba observando a Vi y a Uly, y la expresión de sus rostros quedó encerrada a cal y canto en la caja fuerte de su memoria. La cara de Vi era un dechado de euforia, una emoción que podría deberse a la mera visión de la muerte. Ariel esperaba que no fuera el caso, que hubiese otra explicación, que Vi tuviera algún motivo personal para querer ver muerto a Kylar. Si no, quizá resultase menos útil de lo que pensaba. Por el momento, se desentendió de la expresión de Vi. La dejó a un lado para examinarla en otra ocasión. Fue el semblante de Uly el que de verdad la intrigó.

Kylar había sido como un padre para la niña. Uly era una chica tierna. No se había criado en las Madrigueras o en cualquier otro lugar donde hubiese tenido que presenciar la muerte a diario. La visión de su padre adoptivo muerto, yaciendo en ropa interior en la cuneta de un camino, debería haberla impactado. Debería presentar una expresión distante o de negación, no de curiosidad. ¿Es que no lo había reconocido todavía? Entonces la expresión de Uly dio paso a algo que a Ariel le pareció júbilo. ¿Júbilo? Sin duda no podía ser cierto. ¿Por qué iba a alegrarse la niña?

Se interrumpió al darse cuenta de que experimentaba sus propias emociones al ver muerto a Kylar. Intentó etiquetarlas lo antes posible para poder archivarlas y volver a la tarea que tenía entre manos. Decepción, sí. Había estado planeando algo inteligente para Kylar y ahora no iba a funcionar. Un poco de pena. Kylar había parecido el tipo de hombre que le caería bien. Curiosidad por saber cómo se había dejado matar una persona tan capaz. Algo de dolor por cómo afectaría a Uly... «Hala, con eso bastará.» Después de catalogar sus emociones, las dejó a un lado.

Uly alzó la vista y vio que Ariel la miraba.

—No está muerto —dijo—. Solo herido.

—Niña —dijo Vi—. He visto a muchos muertos. Está muerto.

—Se pondrá bien.

Sonaba a negación de la evidencia, y Vi la interpretó como tal, pero no lo era.

La hermana Ariel desenrolló el pergamino mental para examinar la expresión del rostro de Uly y verla cambiar. De la curiosidad al júbilo... De la curiosidad al júbilo... Uly veía que estaba muerto, ya que la lividez del cuerpo indicaba que llevaba allí quizá un día, pero no estaba sorprendida ni preocupada. ¿Por qué? ¿De verdad creía que se pondría bien?

La hermana Ariel tanteó con su Talento, tocó a Kylar y la comprensión le sobrevino... no, le cayó encima como una ola de tres metros que la dejó sin aliento y escupiendo agua. Su magia fue absorbida desde el aire hasta el cuerpo de Kylar, canalizada de cien modos distintos para sumarse a la curación que estaba teniendo lugar en su interior.

La magia por sí sola la habría dejado desconcertada. La magia sumada a la expresión de Uly, que decía que la niña ya lo había visto suceder antes y estaba exultante, se lo había explicado todo.

Kylar era una criatura de leyenda. Una leyenda en la que no creía ninguna hermana. Hasta ese momento.

—Tienes razón, Uly —dijo la hermana Ariel con dulzura, mientras miraba a Vi a los ojos como diciéndole «sígueme el juego»—. ¿Y si acampamos y vas empezando con la cena mientras Vi y yo cuidamos de sus heridas? Ella y yo sabemos más de curación, y así te aseguras de que él tenga la cena lista cuando se despierte.

Ariel desmontó y ayudó a Uly a bajar.

—No quiero irme. Quiero quedarme aquí —protestó la niña.

—Uly —dijo Vi—. Lo mejor que puedes hacer si quieres ayudar es preparar la cena. Aquí molestarás.

—Vamos, niña —insistió Ariel.

Se llevó a Uly mientras Vi bajaba de su caballo y empezaba a apartar hojas del cuerpo de Kylar. Ariel se volvió y formó con los labios las palabras «Ponte a cavar». Vi asintió.

Si hubiese tenido tiempo para pensar, Ariel no habría jugado una mano tan desesperada. Entraban en liza mil factores que actuaban demasiado deprisa para que calculase las probabilidades.

Se llevó a Uly unos veinte pasos bosque adentro, la ató y amordazó mediante magia, y la colocó en el lado opuesto de un tronco de árbol.

—Lo siento, niña. Es por tu bien.

—¡Mmmm! —protestó Uly con los ojos muy abiertos, pero el sonido fue apenas un susurro.

Ariel bordeó el árbol justo a tiempo de ver a Vi subirse de un salto a su caballo y perderse al galope en el bosque. Ariel gritó y lanzó una bola de luz que le pasó rozando, pero no puso mucha pasión en el empeño. No pensaba prender fuego al bosque solo para asustar a la chica. Además, podría haberla alcanzado sin querer.

En cuestión de un momento, hasta el sonido de los cascos se perdió en la distancia. La hermana Ariel meneó la cabeza y no hizo ningún intento de seguirla.

Hasta allí la parte más obvia de la jugada. Lo que hiciera Vi a continuación era el auténtico truco. «Buena suerte, Vi. Ojalá vuelvas a nosotras lista para curarte.»

Esperaba poder sentarse algún día con Vi en sus habitaciones de la Capilla y reírse de los sucesos de ese día, pero no creía que fuera a pasar. No después de lo que acababa de hacer. Las mujeres apasionadas tendían a odiar a las mujeres como la hermana Ariel. O al menos odiaban que las manipulasen a sangre fría; pero ¿qué alternativa le quedaba?

—Y ahora tú —dijo, volviéndose—. Mi guerrero inmortal. ¿Cómo funcionas?

—No te vi la última vez —dijo Kylar al Lobo—. Ya pensaba que no volveríamos a encontrarnos.

El Lobo estaba sentado en su trono de la Antecámara del Misterio, estudiando a Kylar con aquellos ojos amarillos que brillaban como rescoldos. Los fantasmas indistinguibles que poblaban la cámara indistinguible murmuraban tan bajo que Kylar no podía entenderlos. El sitio entero todavía lo ponía nervioso.

No sentía el suelo bajo sus pies. No veía los fantasmas cuando los miraba directamente. No sabría decir si la sala tenía paredes siquiera. Sentía un hormigueo en la piel, pero no hubiese sabido decir si allí hacía frío o calor. No olía a nada. Aparte de su voz, no oía nada. Tenía una impresión de ruido, voces y un roce de pies, pero se trataba de una mera intuición. Kylar era incorpóreo y de algún modo se había llevado consigo parte de sus sentidos, si bien no todos, y ninguno de forma fiable. Allí solo había un puñado de cosas claras: el Lobo y las dos puertas. Una era de madera lisa con un pasador de hierro y la otra de oro y por sus resquicios se colaba una luz.

—Estaba tan furioso que no soportaba la idea de verte —dijo el Lobo.

No parecía mucho más feliz en ese momento. A Kylar no se le ocurría nada que decir. ¿Furioso? ¿Por qué?

—Acaelus tardó cincuenta años en acumular tres muertes. Tú lo has logrado en menos de seis meses. Aceptaste dinero a cambio de morir. Dinero. ¿No te bastó con el precio de aquella blasfemia? ¿Es que nunca aprenderás? —preguntó el Lobo.

—¿De qué estás hablando? —Kylar notó que los fantasmas o lo que fuesen los entes incorpóreos que poblaban la cámara se habían quedado muy callados.

—Me pones enfermo.

—No lo...

El Lobo levantó un dedo con cicatrices de quemaduras, y la autoridad que destilaba aquel hombre menudo hizo enmudecer a Kylar.

—Acaelus también aceptó dinero una vez, tras la muerte de su primera esposa. Me parece que no creyó de verdad en su inmortalidad hasta entonces. Lo repitió y en otra ocasión hizo algo peor. Después de eso, le enseñé lo que costaba. Eso le hizo parar, como debería pararte a ti. Si insistes en desperdiciar vidas, haré que lamentes hasta el último día de tu vida interminable.

Era como una pesadilla: el tribunal malcarado que le achacaba unas faltas que no comprendía y lo declaraba culpable, las figuras vigilantes y amenazadoras, las puertas del juicio, la amenaza de una verdad que no podría soportar. Debería haberse sacudido, haberse pellizcado... si hubiese tenido un cuerpo que sacudir o pellizcar. Si no recordase que lo habían matado.

—No sé de qué estás hablando. ¿Qué demonios se supone que tengo que hacer? —preguntó Kylar, irritado—. ¿Para qué sirvo?

Destelló una luz en aquellos ojos dorados y duros y el mundo se replegó. Las perspectivas cambiaron y Kylar se sintió torpe de repente. Gordo y desgarbado, estaba sentado en una sillita. Tenía los dedos cortos y rechonchos, y un berreo le llenaba la cabeza, que notaba pesada hasta límites casi insoportables. Movió las manos y se dio cuenta de que quien gritaba era él.

Volvía a estar en un cuerpo, pero no el suyo. Era un bebé. Delante de él, un hombre canoso y gigantesco sostenía una cuchara llena de papilla. «¡ÁBRELA BIEN!», canturreó el Lobo mientras acercaba la papilla a la cara de Kylar.

Kylar cerró de golpe su boca gritona.

La luz destelló de nuevo y volvió a encontrarse en su propio cuerpo.

El hombre le dedicó una sonrisa lobuna.

—No eres más que un crío gordo y torpe en la tierra de los gigantes. Cierras la boca en vez de comer. Hablas cuando deberías escuchar. ¿Para qué sirves? Cualquier respuesta que te diese la rechazarías. Así pues, ¿para qué malgastar mi tiempo? Eres tan arrogante como lo fue tu maestro, y no tienes ni un ápice de su sabiduría. Te encuentro deficiente.

—¿Qué tengo que hacer?

—Más. Tienes que hacer más.

Una parte de Ariel deseaba poder frenar lo que fuera que estaba sucediendo en el cuerpo de Kylar. La verdad era que se le veía casi recuperado. Ante sus mismos ojos, la flecha se agitó en el pecho y empezó a desplazarse. Después tembló y comenzó a salir de su cuerpo como si la estuviesen empujando desde dentro.

Con un «tup», la punta del proyectil rasgó la piel que ya se había curado del todo en torno al asta. La flecha cayó a un lado y Ariel la guardó en su macuto junto a la placa de oro para estudiarlas más adelante.

La piel sobre el corazón de Kylar que la flecha acababa de atravesar se estaba soldando a una velocidad de vértigo. En un momento volvió a estar lisa, sin cicatriz alguna. La hermana Ariel probó a tantear con su magia pero, tan pronto como tocaba el cuerpo de Kylar, quedaba absorbida. Un temblor recorrió al muchacho, cuyo corazón empezó a latir. Al cabo de un largo instante, su pecho se elevó y Kylar tosió violentamente, escupiendo pegotes de sangre a medio coagular salidos de sus pulmones. Después la tos pasó. La hermana Ariel trató de observar sin tocar, pero las corrientes de magia eran tan veloces que no podía ni empezar a entenderlas. Acercó una mano al cuerpo de Kylar, y notó que allí el aire estaba frío. La hierba que tenía debajo estaba marchita y blanquecina.

Era como si su cuerpo entero absorbiese cualquier tipo de energía y la usara para curarse. ¿Qué pasaría si lo encerraban en una habitación fría y oscura? ¿Se detendría la curación? ¿Cómo demonios transformaba toda esa energía en magia? ¿Cómo era posible hacerlo siquiera, y más estando inconsciente?

Dioses, si estudiaran a un hombre como él, las hermanas podrían aprender incluso sobre el más allá. Era algo a lo que habían renunciado hacía mucho, por considerarlo fuera del ámbito de la experimentación. Kylar podría cambiarlo todo.

Formó una bola blanca de magia en sus manos y la acercó al cuerpo del joven. Observó que la magia era succionada como el agua por un desagüe.

Asombroso.

Ese sí que era un rompecabezas a cuya resolución podría consagrar la vida.

Se desvanecieron los últimos vestigios de magia y Kylar abrió los ojos de golpe.

La hermana Ariel levantó las manos.

—No he venido a hacerte daño, Kylar. ¿Te acuerdas de mí?

Kylar asintió, mientras miraba a un lado y a otro como un animal salvaje.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has visto?

—Te he visto muerto. Ahora vuelves a vivir. ¿Quién te mató?

Kylar pareció desinflarse, demasiado cansado o agitado para molestarse en negarlo.

—No importa. Un ejecutor. Nada personal.

—¿Un ejecutor como tú y Vi?

Kylar se puso en pie, fingiendo rigidez. Ariel supo que fingía porque veía que ya estaba en perfecta forma.

—Graakos —susurró entre dientes para acorazarse.

—¿Qué quieres, bruja? —preguntó Kylar.

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