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Authors: Albert Boadella

Tags: #Ensayo

Adiós Cataluña (9 page)

Los dos conspiradores recién ingresados iban socavando el ánimo de los compañeros de milicia con la exhibición moral de sus magnánimas defensas del oprimido, sus fobias al enemigo yanqui, el consabido silencio del genocidio soviético y la justificación de las brutalidades chinas en aras del milagro Mao. Para darle un sabor de modernidad, toda esta ensalada mixta estaba siempre aliñada con unas gotas antagónicas del bálsamo libertario. En principio, el éxito de las simplezas era limitado, porque se había establecido entre los viejos guerreros una relación de muchos años, y en el trato, a los humanos nos puede la rutina. Pero, aun así, cualquier iniciativa que pudiera tomar yo unilateralmente era siempre fiscalizada, juzgada y sentenciada por su impasible actitud inquisidora.

Con todo, la siembra acabó dando sus frutos unos años más tarde:

—Bueno, muchachos. A mí me gustaría tomar otros caminos, pues en los últimos tiempos se me hace muy cuesta arriba trabajar con este equipo. Me lo paso francamente mal, he perdido la confianza en vosotros y vosotros en mí. Mi intención es que continúe la gira de
La Torna
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hasta el final, pero después yo desearía trabajar con gente distinta.

—¿O sea, prescindir de todos?

—No tengo claro si me quedaré o no con alguno, pero como director siento la necesidad de trabajar con actores que me gusten y con los cuales exista una confianza recíproca.

—Pero esto es algo colectivo y hay lo que hay.

—El problema es que soy el director y no se me puede imponer dirigir a alguien con quien no me sienta a gusto.

—¿Y por qué no te marchas tú y nos quedamos nosotros?

—Pues porque fui fundador de esta compañía hace dieciséis años y la he dirigido hasta hoy. Si queréis hacer algo juntos, os lo montáis por vuestra cuenta, pero yo no tengo por qué abandonar lo que ha significado desde el principio una forma personal de entender el teatro, una iniciativa que lleva por nombre Els Joglars.

Nos habíamos reunido en el local de SADEI, en Vic, a petición mía. Era diciembre de 1977. Se trataba de una tregua en la guerra civil que desde hacía casi un año se había declarado, primero entre guerrilleros, y después, todos contra la autoridad, o sea, contra un servidor. Hacía un tiempo que los más antiguos guerreros se habían ido licenciando paulatinamente; el entrañable brigada Sorribas, que siempre hacía de contrapeso a la martingala demagógica, se quedó en el camino hechizado por una hembra. Aquella reunión con el nuevo grupo que venía representando
La Torna
significaba mi ultimátum. Entre ellos estaban también el
Che
Rañé y Virtudes Solsona, que nadaban a sus anchas en el fango de la trastienda sediciosa. En cierta medida, recolectaban los frutos de su insistente trabajo.

Yo también recogía las consecuencias de la falta de decisión para romper con las ataduras que durante tanto tiempo me impedían llevar a cabo mis ideas, sin obligarme a ningún tipo de unanimidad obligatoria en lo artístico. Hacía un par de años que debiera haber liquidado el consenso gregario que, una vez degradado, no sirve más que de pretexto para encubrir la ineptitud. El arte y la democracia son dos materias discordantes entre sí.

En vez de las razones moderadas, o demasiado pudorosas, que aduje aquel día, mi último discurso ante ellos debiera haber sido muy distinto para no seguir con los malentendidos cuyas consecuencias iban a durar demasiado.

Si les hubiera expresado mis auténticos pensamientos...

«No tengo perdón de haberos escogido. Os aseguro que me gustaría poder reconoceros lo imprescindibles que fuisteis en lo construido hasta ahora, pero seguiría fomentando una ficción demasiado confortable, una fábula de igualdad que alimenta quimeras ácratas, y de la que vosotros parecéis convencidos o, por lo menos, aparentáis creer firmemente. La aventura común en el pasado fue una historia sin duda peculiar que ha singularizado nuestra imagen externa, y que yo mismo he promovido también, porque en ella hay una parte incuestionable; pero siempre lo hacía con la esperanza de que los directamente implicados sabríais distinguir el límite exacto entre la realidad y la promoción externa.

La falsa creencia de que en la práctica del arte todos somos iguales os ha conducido adonde estamos; lo que me lleva a deducir que no habéis entendido nada, porque hasta hoy nunca me encontré en la penosa circunstancia de tener que manifestar a los miembros del grupo el rechazo a trabajar con ellos. Habéis confundido lo que era mi solidaridad, al percibir yo igual remuneración que un novato recién ingresado, con poseer el mismo nivel de experiencia, conocimiento y maestría en la construcción de las obras. Me pregunto qué proporción entre ingenuidad y mezquindad alberga vuestra actitud.

En cualesquiera de los casos, es un grave error que os sitúa fuera de una realidad objetiva. Ello os impide percibir algo esencial, y es que, sin vuestra presencia, la compañía seguiría existiendo al mismo nivel. ¿Con diferencias? Sin duda, porque el teatro es siempre arte colectivo, se publicite o no como tal. Pero cuando compruebo la mala relación a la que hemos llegado, me arriesgo a vaticinar que tales diferencias hubieran supuesto incluso un mayor grado de calidad, porque sin la lealtad y la consideración de los colaboradores mis capacidades disminuyen sustancialmente. En los últimos tiempos todo ha derivado por este camino.

Lamentablemente, ya no es posible rectificar el pasado, pero el tiempo os demostrará con creces lo que os estoy diciendo. Y no quiero ser aguafiestas, porque estaría muy orgulloso de que triunfarais todos por la parte que me toca; pero me temo que sin adelantar nada, ciñéndonos solo al historial de cada uno en este oficio, el futuro resulta, ya desde ahora, claro y diáfano. Frente a ello, únicamente os quedarán las armas de la demagogia y la falsedad victimista, no las de vuestra obra.

Puedo hacer una
Torna
y cien
Tornas
sin vosotros, y, naturalmente, mucho mejores, porque la vida conlleva esta realidad tan amarga para los anodinos como es la desigualdad de facultades. En vuestro caso, nada relevante conseguiréis en estas disciplinas, ya sea juntos o separados, porque no se logra construir una obra sólida sin más recursos que la simulación revolucionaria, unos porros y, sobre todo, ese desatinado impulso de liquidar al maestro cuando todavía no se ha llegado a ninguna parte.

A ti, Ferran; a ti, Andreu; a ti, Gabi, alumnos míos, os enseñé a pisar un escenario, os llevé a mi casa, mi mujer cocinó y os lavó la ropa. No quise marcar ninguna diferencia donde estaba claro que existía. Quizá fue este mi error, porque los otros, los recién llegados, lo primero que habéis aprendido es el asalto a la propiedad de un patrimonio inexistente. No hay nada que repartir; el patrimonio de Els Joglars es inmaterial, personal y, por lo tanto, intransferible. Solo existe un nombre, pero tampoco es nada sin mi aliento.

Me consideráis un reaccionario. Con relación a vuestra forma de proceder, es para mí un orgullo lo que pretende ser un insulto. Soy reaccionario por el mero hecho de reaccionar contra las demostraciones de vuestro peculiar concepto de la libertad. Sobre todo, porque no eran más que eso: una exhibición. Me fastidiaba tener que soportar a Elisa ensayando desnuda y embarazada, solo con unas bragas, o no me parecía honesto que el dinero de la caja sirviera, sin mi autorización, para que una señorita de la compañía abortara en Londres. Mi irritación ante estas y otras cosas semejantes ha significado para vosotros la certificación del abyecto retrógrado.

Ha sido una mala experiencia, pero sigo creyendo que un buen equipo es algo fundamental para conseguir grandes resultados sobre la escena. Sin embargo, la influencia recíproca que existe entre director y equipo no implica que sea siempre positiva. Hace tiempo que vengo notando cómo vuestra "compañía" me ha vuelto más torpe e inhábil en mi oficio, y acabaría por aburrirlo. Lo que sí habéis conseguido, y os lo agradezco, es ayudarme a desenmascarar la doblez que se esconde bajo esa generalización que el vulgo llama hoy progresismo. Será lo único positivo que me habréis ofrecido, y os aseguro que lo tendré muy en cuenta en adelante. Lo llevaré como indicador infalible, mi aviso para navegantes en aguas repletas de semejantes simulacros; pero, pese a todos los pesares, os garantizo que Els Joglars figurará como ejemplo de coraje y calidad artística en la Historia del Teatro Español Contemporáneo. No desaparecerá porque vosotros no estéis, sino todo lo contrario.»

No tuve en aquel momento ni lucidez ni determinación suficiente para enfrentarme así, blandiendo la cruda realidad, con un batallón sedicioso. Quizá ni de esta forma hubiera evitado el choque fratricida, aunque, a toro pasado, todo resulta muy sencillo de prever.

Los acontecimientos derivados de
La Torna
nos enfrentaron a la milicia del Estado
[3]
, y, de forma muy parecida a la pasada contienda civil, combatíamos al enemigo mientras estallaba la guerra interna en el propio frente. En esas condiciones, perdimos la batalla ante el ejército español que llevaba siglos sin ganar una guerra.

El futuro eliminaría artimañas y quedarían al desnudo las realidades de cada uno. Al poco tiempo, el anticapitalista
Che
Rañé protagonizaría una publicidad para el Banco de Bilbao en TVE. Después pondría todo su ímpetu revolucionario al servicio de los culebrones televisivos y del teatro comercial. El sargento
Virtudes
Solsona, en un acto de lucidez, abandonaría para siempre el escenario, pasando a ser un sumiso funcionario municipal; y para los demás, Crehuet, Maeztu, Renom y Vilardebó, en la escena o en ocupaciones de otra índole,
La Torna
sigue siendo el momento culminante de sus vidas. No existen ni indicios de ulteriores prácticas autogestionarias en ninguno de ellos.

¿Por qué he descrito con abundancia de detalles lo que podría considerarse un simple conflicto casero? Me ha parecido fundamental relatar este desencuentro, porque, al margen de la anécdota gremial y la frustración artística que supuso, las actitudes de los jóvenes participantes que intervinieron en aquel episodio constituyen un fiel reflejo de lo que posteriormente ha sido la implantación generalizada de la impostura progre. Gente poco preparada en general, que acostumbra ver enemigos en todo lo que no está fuera de sus excelsas letanías de libertad, paz, solidaridad y bla, bla, bla. Por ello fuerzan siempre la cohesión entre mediocres, con el fin de conseguir por la mayoría lo que no pueden realizar individualmente. Es verdad que entonces se adjudicaban el papel de víctimas, fingiendo despreciar al maligno poder, pero la edulcorada exhibición de filantropía que se ha instalado hoy en España, desde los gobiernos hasta las protectoras de animales, tiene precisamente su germen en actitudes como las que me tocó soportar. Empezaba a emerger una nueva casta cuya clave de actuación se apoya en la destrucción del mérito y, por consecuencia, en la alianza entre fervientes mediocres, lo cual lleva como objetivo una selección en la que los peores siempre tienen las mejores oportunidades de medrar.

Paradójicamente, aquellas víctimas crónicas del maléfico sistema capitalista se han transformado ahora en un nuevo poder sectario que actúa impunemente bajo la franquicia de la verdad absoluta. En concreto, al huir de esta gente estaba rompiendo definitivamente con una generación de la que, con toda franqueza, me exasperaba sobre todo su doblez. Nunca gente tan buena me lo puso tan difícil.

Tampoco quiero eludir responsabilidades; puedo admitir que la frustración de aquellos jóvenes actores y actrices también es en parte mía, ya que no conseguí transmitirles la pasión artística por encima de cualquier otra monserga. Enmarañado en la guerra civil, no fui mejor que ellos al no lograr desmarcarme de las mezquindades colectivas y aplicar la prescripción de los agravios en aras de un fin artístico superior.

Pasado el conflicto fratricida, y alejados de la compañía los adictos al victimismo demagógico, una larga paz de treinta años va demostrando que es factible la existencia de un batallón leal y eficiente, donde la libertad, la igualdad y la fraternidad no sean un simulacro autocomplaciente, sino la tendencia natural de las buenas personas. Lo que en fin de cuentas significa unos excelentes profesionales que no pierden nunca el sentido de la realidad. Estos son Els Joglars de hoy.

Con este puñado de fieles colegas ha sido posible enfrentarse a los más irreductibles adversarios, incluso lanzarnos a una arriesgada guerra contra las supercherías de la autocomplaciente modernidad, pero todo ello sin necesidad de tener mi espalda en alerta constante. En definitiva, con una enorme placidez.

AMOR VI

De la única cosa que podría estar agradecido a Catalunya es que en aquella tierra nació Dolors. Por lo demás los hechos me han venido demostrando que el nacionalismo no es más que la sublimación de un incidente sexual, por el que la sola razón de ser originario de un lugar u otro es motivo de ridícula superioridad frente el vecino. Bajo esta óptica, sentirse deudor de un territorio es un disparate monumental. Fuera de un contexto místico religioso, la tierra, las piedras y los vegetales no pueden ser nunca materia de agradecimiento. No hay ninguna correspondencia biológica posible. Solo merecerían un reconocimiento quienes no destrozan el entorno, pero este no es precisamente el caso de la Catalunya actual, que ha contaminado el territorio a base de naves industriales en los más bellos parajes, multitud de edificios atroces en las costas, recalificaciones salvajes en todos los núcleos urbanos y una catástrofe espectacular en las infraestructuras de comunicación.

La Dolors nació en Organyá, un pequeño pueblo del Pirineo que presume de tener el más antiguo texto literario en lengua catalana, concretamente, unas homilías datadas en el siglo XII que hoy tienen un fachendoso monumento en el centro de la localidad. No sé si el motivo es haber nacido en el crisol de la lengua, pero su catalán es una delicia, y mucho más si se compara con esa jerga ridícula y cursi con que TV3 ha contaminado hasta el último rincón del territorio. Su infancia transcurrió entre las gélidas ventiscas del Pirineo, un lugar en el que ella se recuerda realizando sus primeros dibujos sobre los cristales helados del dormitorio. A veces la escucho rememorar los juegos en el exquisito huerto de la abuela, donde las flores tenían tanta importancia como las viandas, y entre otras muchas cosas, el olor insuperable de su cocina le quedó grabado como uno de los recuerdos más persistentes de su niñez (de aquí su falta de interés por la inodora vanguardia gastronómica).

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