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Authors: Albert Boadella

Tags: #Ensayo

Adiós Cataluña (30 page)

Al finalizar la corrida tampoco faltaron lo que se describe como efectos terapéuticos de la catarsis. Un sentimiento de fraternidad general invadía la muchedumbre que abandonaba las gradas mientras el cuerpo experimentaba las sensaciones curativas del acto. Efervescencia, relajo, nostalgia de la belleza esfumada, gran placidez... En el epicentro de la putrefacta majadería regional había brotado un hálito de vida inteligente. No importa que la estulticia de mis ex conciudadanos lo vilipendiara después con los subterfugios del racismo étnico: «la mayoría era gente de fuera», «eso nada tiene que ver con la cultura catalana», «esta brutalidad impropia de un país civilizado no la podemos tolerar en casa»; pero lo esencial es que el acto se había celebrado y nadie lo puede desahuciar ya de nuestra mente.

Al salir abandoné por unos momentos la animada tertulia de entrañables amigos y con la excusa de una entrevista radiofónica a través del móvil entré de nuevo en la plaza ya vacía. Lo hice por una de las andanadas altas, donde hace casi sesenta años mi tío Ignacio me tenía sentado en sus rodillas.

—¿La corrida ha estado a la altura de la expectación creada?

Mientras me deshacía en adjetivos laudatorios del evento para los andaluces de Canal Sur Radio, mi mente rondaba por otros derroteros. Aquella arena ahora revuelta, después del gran combate entre la inteligencia y la ferocidad, era la misma que de niño, solo al verla, me hacía palpitar el corazón intuyendo las emociones que viviría durante la tarde. En mis delirios infantiles pensaba que la vida auténtica tenía que ser aquello y lo que sucedía fuera de la plaza era algo extraño e incomprensible.

En cierta medida se ha cumplido casi todo. No he podido ser torero como soñaba entonces porque no nací en Madrigal de las Altas Torres, pero he tenido la fortuna de convertir la vida en un combate donde la belleza y el ingenio se han enfrentado en desigual batalla contra la trivialidad generalizada. He ganado también algunas guerras, y cuando he sufrido una derrota, el amor ha mitigado el quebranto, hasta tal punto que para volver a la refriega tengo que hacer un enorme esfuerzo de voluntad. He amado y he aborrecido con idéntica pasión y he tenido la fortuna de pasar largos años acompañado por la cálida fraternidad de una banda de comediantes compañeros de armas con los que nos hemos reído hasta la saciedad. He aprendido algunas cosas en mi oficio que me han ayudado a vislumbrar lo poco que conozco sobre la enorme complejidad del arte. También he llegado a experimentar algo tan imprescindible como el dolor gracias al cólico nefrítico. En resumen, no me ha faltado nada.

Puede ser que algunas de las guerras narradas en este libro sean susceptibles de ser juzgadas como la historia de un fracaso. No soy masoquista y hubiera preferido estar de acuerdo con todo y con todos los de mi tribu. Es un ánimo muy agradable que te permite ser indulgente ante las insignificancias ajenas y desorbitado en los aciertos vernáculos; de esta forma te sientes protegido en la íntima calidez de la manada. A pesar de las primeras querencias autóctonas me ha resultado imposible gozar de esta delectación colectiva. Enmarañado en el rifirrafe inexorable, nunca he conseguido saber si Salvador Espriu o Miquel Martí i Pol son buenos poetas, ya que bajo un régimen es difícil ser ecuánime en el aprecio de sus artistas encumbrados. Pero, en fin, sobreviviré a estos dilemas y a la hostilidad tribal, pues a mis años me siento muy afortunado de poder decir adiós Cataluña con placidez, sin rencor ni amargura y con la mayor esperanza en el futuro.

—Boadella... ¿me escucha?

El locutor de Canal Sur estaba algo desconcertado por mi larga pausa.

—Le decía... que, a pesar de las arduas maniobras de los políticos para introducirse en el ámbito moral de los ciudadanos, hoy en esta plaza, y en muy pocos minutos, unos artistas, con solo un trapo, lo han desbaratado todo, ja, ja, ja...

Empezado en Lafre (España) y terminado en un pueblo francés del Languedoc a orillas del Mediterráneo.

Junio de 2007.

Notas

[1]
Referencia a la canción de Raimon Al vent y a La Estaca de Lluis Llach.

[2]
La Toma era una obra que trataba del proceso y ejecución del supuesto apátrida polaco Heinz Chez, ejecutado a garrote vil el año en Tarragona. La obra reflejaba varios pasajes de este episodio, así como el consejo de guerra que dictó la sentencia de muerte.

[3]
En 1977 las representaciones de La Torna provocaron el procesamiento militar de toda la compañía y la prisión para Boadella, de la que después se fugó. Un consejo de guerra posterior condenó con penas de cárcel a los cuatro actores que se presentaron voluntariamente. Los que optaron por no comparecer ante el tribunal militar huyeron al exilio.

[4]
El abuelo de Pascual Maragall era Joan Maragall, poeta y escritor que gozó de gran notabilidad en el renacimiento del catalanismo.

[5]
Según la leyenda catalana, los almogávares entraban en combate bajo el grito Desperta, ferro, desperta! [¡Despierta, hierro, despierta!].

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