—No me moveré ni un centímetro de aquí hasta haber terminado —dijo Gloria.
—Gloria...
—Su Liga en Defensa de la Moralidad y sus malditas asociaciones de mujeres —dijo Gloria, sin hacerme el menor caso— están repletas de viejas chismosas que en veinte años no han tenido un hombre. ¿Por qué, señoras, estropajosas, no salen por ahí y se buscan un hombre por un rato? Esto es lo que funciona mal en ustedes...
La señora Higby avanzó hacia Gloria con el brazo levantado para pegarle.
—Vamos, deme si se atreve —dijo Gloria, sin moverse—. ¡Venga, pégueme! ¡Tóqueme y le juro por mi madre que le rebano el pescuezo!
—¡Usted... maldita zorra! —dijo la señora Higby acalorada.
La puerta se abrió y apartó a Gloria. Socks y Rocky entraron.
—Ésta... ésta... —dijo la señora Higby señalando con el dedo a Gloria.
—No balbucee —dijo Gloria—, dígalo. Ya sabe cómo se pronuncia la palabra. Puta. P-u-t...
—¡A callarse todo el mundo! —dijo Socks—. Señoras, mi ayudante y yo hemos decidido que cualquier sugerencia que ustedes tengan que hacer...
—¡Nuestra sugerencia es cerrar este lugar inmediatamente! —dijo la señora Higby—. De lo contrario acudiremos al Consejo Municipal mañana por la mañana...
Se dispuso a salir seguida de la señora Witcher.
—Jovencita —dijo la señora Higby a Gloria—, ¡debería ingresar usted en un reformatorio!
—Ya estuve en uno —dijo Gloria—. Su directora era una mujer muy parecida a usted. Era lesbiana.
La señora Higby volvió a quedarse helada y salió, seguida de la señora Witcher.
Gloria cerró la puerta con estrépito cuando se hubieron marchado y, tras sentarse en una silla, comenzó a sollozar. Se cubrió el rostro con las manos en un intento por reprimirse, pero no podía. Poco a poco fue inclinándose hacia delante hasta quedar casi doblada, muy alterada y temblando nerviosamente, como si hubiera perdido el control de la parte superior de su cuerpo. Durante largo rato, los únicos sonidos en la habitación fueron sus sollozos y las olas del mar a través de una ventana entreabierta.
Socks se dirigió hacia ella y le puso cariñosamente una mano sobre la cabeza:
—Vamos, no te aflijas, no ha pasado nada —le dijo.
—Todo esto ha de quedar entre nosotros —nos dijo Rocky—. No habléis de ello con nadie.
—No diré nada —dije—. ¿Significa eso que tendrán que cerrar?
—Me figuro que no —dijo Socks—. Lo que hará falta será untar a más de uno. Mañana por la mañana hablaré con mi abogado. Y entretanto, Rocky, dile lo que ocurre a Ruby. Tendrá que marcharse. Ya son demasiadas las chismosas que la han criticado... —miró hacia la puerta—. Tendría que mirar sólo por mi conveniencia —dijo—. Malditas mujeres.
LLEVAN BAILANDO ..... 855 HORAS
QUEDAN ......................... 21 PAREJAS
EL CONCURSO DE BAILE AÚN COLEA
La Liga de Madres de Familia amenaza con una manifestación pública a menos que el Consejo Municipal suspenda el concurso
Hace tres días que dura la polémica
La Liga de Madres de Familia en Defensa de la Moralidad continúa su lucha contra el concurso de resistencia de baile, y amenaza con llevar la cuestión directamente a los tribunales a menos que el Consejo Municipal suspenda el concurso. El concurso de baile viene celebrándose en un local de la playa desde hace treinta y seis días.
La señora J. Franklin Higby y la señora William Wallace Witcher, presidenta y vicepresidenta respectivamente de la Liga de Madres de Familia, han comparecido esta tarde ante el Consejo de la ciudad para protestar por la continuidad de la competición. El Consejo les informó que el fiscal general está realizando un meticuloso estudio de la ley para determinar qué medidas legales pueden tomarse.
«No podemos actuar sin saber antes muy bien lo que prescribe la ley para estos casos —ha dicho Tom Hinsdell, el teniente de alcalde—. Hasta ahora no hemos encontrado ley alguna que haga referencia específicamente a un caso como éste, pero el fiscal general está estudiando todos los reglamentos».
«¿Dudaría el Consejo si una peste invadiese nuestra ciudad? —dijo la señora Higby—. Por supuesto que no. Si no hay una ley específica para contender con esta situación, hay que echar mano de leyes de emergencia. El campeonato de baile es una peste, es deshonesto y degradante. En el mismo edificio donde se celebra hay un bar abierto al público que es el punto de reunión preferido de gánsteres, apostantes profesionales y toda clase de malhechores. Desde luego no es el ambiente apropiado para nuestros hijos...».
Devolví el periódico a la señora Layden.
—El señor Donald nos ha dicho que, según su abogado, el Consejo Municipal no podrá hacer nada —dije.
—Eso no significa nada —dijo la señora Layden—. Estas señoras quieren que la competición acabe, y con la ley o sin ella lo lograrán.
—No veo que haya ningún elemento delictivo en la competición —dije—, pero tienen razón en lo que atañe al bar. En el Palm Garden he visto a una serie de sujetos poco recomendables... ¿Cree usted que tardarán mucho en obligarles a cerrar?
—No lo sé. Pero lo conseguirán. ¿Qué harás después?
—Lo primero, hartarme de tomar el sol. Antes prefería la lluvia, pero ahora es distinto. Aquí no puedo ver el sol siempre que quiero...
—Y, después de eso, ¿qué harás?
—Todavía no lo he pensado —dije.
—Ya veo. ¿Dónde está Gloria?
—Se está poniendo el equipo de carreras. Saldrá dentro de un momento.
—Empieza a estar débil, ¿verdad? El doctor me ha dicho que tiene que auscultar su corazón varias veces al día.
—Eso no significa nada —dije—. Los examina a todos. Gloria está bien.
Gloria no estaba bien y yo lo sabía. Las carreras representaban para nosotros una serie de dificultades. Aún no sé cómo salimos del trance las dos últimas noches. En las dos pruebas, Gloria tuvo que acudir al centro de la pista una docena de veces. Pero, por el mero hecho de que el médico la examinara seis o siete veces diarias yo no quería sacar ninguna conclusión. Bien sabía que, valiéndose sólo del estetoscopio, no encontraría lo que le pasaba.
—Acércate aquí, Robert —me dijo la señora Layden. Era la primera vez que me llamaba por el nombre de pila y me quedé un tanto desconcertado. Me acerqué a la barandilla algo más sin dejar de mover el cuerpo, para que nadie pudiera decir que estaba infringiendo el reglamento del campeonato, que ordenaba estar constantemente en movimiento. La sala estaba repleta de espectadores—. Tú ya sabes que soy una buena amiga tuya, ¿no es verdad?
—Sí, lo sé.
—Ya sabes que fui yo quien os consiguió un patrocinador, ¿verdad?
—Sí.
—¿Confías en mí?
—Claro.
—Robert, Gloria no es la chica que te conviene.
No hice ningún comentario, esperando qué otra cosa tenía que añadir. No comprendía por qué la señora Layden se tomaba tanto interés por mí, a no ser... Pero no. Era lo bastante mayor para ser mi abuela.
—Esta chica no hará nunca nada bueno —dijo la señora Layden—. Es mala. Destruirá tu vida. Y tú no quieres eso, ¿no es cierto?
—No dejaré que destruya mi vida.
—Prométeme que cuando todo esto termine no volverás a verla.
—¡Oh!, no quiero casarme con ella ni nada por el estilo. No estoy enamorado de ella. Aunque no es mala. Sólo es que está un tanto deprimida.
—No está deprimida... —dijo la señora Layden—, está amargada. Odia todo y a todos. Es cruel y peligrosa.
—No sabía que tuviera usted una opinión tan negativa de ella, señora Layden.
—Soy una mujer muy mayor. Y sé lo que digo. Cuando todo esto termine... Robert —dijo repentinamente—. No soy tan pobre como crees. Lo parezco, pero no soy pobre. Soy rica. Muy rica. Y muy excéntrica. Cuando salgas de aquí...
—¡Hola! —dijo Gloria, que apareció de modo imprevisto.
—¡Hola! —dijo la señora Layden.
—¿Qué pasa? —preguntó Gloria vivamente—. ¿He interrumpido una conversación interesante?
—No has interrumpido nada —le dije.
La señora Layden abrió el periódico y comenzó a leerlo. Gloria y yo fuimos bailando hasta el tablado.
—¿Qué estaba diciendo de mí? —preguntó Gloria
—Nada —dije—. Sólo hablábamos de la suspensión del concurso...
—Estabais hablando también de otra cosa. ¿Por qué sino cerró la boca cuando llegué?
—Tienes mucha imaginación.
—Damas y caballeros —dijo Rocky hablando por el micrófono— ... o, después de leer los periódicos —prosiguió cuando el público hubo callado—, tal vez debiera decir «compañeros de infortunio» —la ocurrencia fue acogida con grandes carcajadas. Todos sabían a qué se refería—. Como pueden ver, el campeonato mundial de baile sigue adelante, y seguirá hasta que quede una sola pareja: la ganadora. Les doy las gracias por haber asistido esta noche, y también deseo recordarles que mañana por la noche no pueden faltar a la boda pública. La pareja setenta y uno, Vee Lovell y Mary Hawley, contraerán matrimonio ante todos ustedes. Los casará un sacerdote muy conocido en nuestra ciudad. Si todavía no han reservado las localidades, mejor será que lo hagan cuanto antes...
»Y ahora, antes de comenzar la carrera, quisiera presentarles a algunas de nuestras celebridades... —consultó un pedazo de papel—. Damas y caballeros, uno de nuestros visitantes de esta noche es el famoso y admirado artista de cine Bill Boyd. ¿Nos dedica un saludo, señor Boyd?
Bill Boyd se puso en pie y saludó mientras el público aplaudía.
—Ahora, otro artista de cine y de teatro, Ken Murray. Acompaña al señor Murray un puñado de distinguidos invitados suyos. Me pregunto si el señor Murray querrá acercarse hasta la plataforma para presentarlos personalmente...
El público aplaudió a rabiar. Murray vaciló unos instantes, pero finalmente saltó la barandilla y se dirigió al tablado.
—Muy bien, amigos —dijo, cogiendo el micrófono—. En primer lugar, una joven y célebre conocida artista, la señorita Anita Louise...
La señorita Louise se puso en pie.
—... y la señorita June Clyde...
La señorita Clyde se levantó.
—... la señorita Sue Carol...
Sue Carol saludó.
—... Tom Brown...
Tom Brown se puso en pie.
—... Thorton Freeland...
Thorton Freeland se levantó.
—Y esto es todo, amigos...
Murray y Rocky se estrecharon las manos y Murray volvió con sus amigos.
—Damas y caballeros.
—Hay también un gran director, y no lo ha presentado —dije a Gloria—. Es Frank Borzage. Vamos a hablar con él...
—¿Para qué? —dijo Gloria.
—Es un director, ¿no? Podría ayudarte en tu carrera cinematográfica.
—Al infierno el cine —dijo Gloria—. Quisiera morirme.
—Yo voy —dije.
Me paseé por la pista, delante de los palcos, muy seguro de mí mismo. Dos o tres veces estuve a punto de regresar.
«Vale la pena probarlo —dije para mis adentros—. Es uno de los mejores directores del mundo. Algún día seré tan famoso como él y le recordaré esto cuando se presente la ocasión...».
—¡Hola!, señor Borzage —dije.
—¡Hola!, muchacho —contestó—. ¿Piensas ganar esta noche?
—Así lo espero... He visto
La mayor gloria
. La encontré muy buena.
—Celebro que te haya gustado...
—Eso es lo que seré algún día... Un director como usted...
—Confio en que lo seas...
—Bueno —dije—, adiós.
Volví al tablado.
—Es Frank Borzage —le dije a Kid Kamm.
—¿Ah, sí?
—Es un gran director —me sentí obligado a explicar.
—¡Oh! —dijo Kid.
—Muy bien —dijo Rocky—. ¿Están preparados los jueces? ¿Ya tienen todos sus tarjetas, Rollo? Muy bien, muchachos...
Nos dirigimos hacia la línea de salida.
—No vamos a correr ningún riesgo esta noche —susurré a Gloria—. No sea que nos sorprendan.
—A vuestros puestos, muchachos —dijo Rocky—. Las enfermeras y los preparadores, listos. Agárrense a las sillas, damas y caballeros... Adelante con la música...
Él mismo disparó la pistola.
Gloria y yo nos abrimos paso a empujones para situarnos en segundo lugar, justo detrás de Kid Kamm y Jackie Miller. Ellos iban en cabeza, en el sitio que normalmente ocupaban James y Ruby Bates. Mientras enfilábamos el primer viraje me acordé de James y Ruby y me pregunté dónde estarían en aquellos momentos. Sin ellos, aquello no parecía una carrera.
Cuando terminábamos ya la primera vuelta, Mack Aston y Bes Cartwright aceleraron y nos adelantaron, hasta colocarse en segunda posición. Comencé a andar más aprisa que nunca. Debía hacerlo. Todos los débiles habían sido ya eliminados. Las parejas que quedaban eran todas muy veloces.
Durante seis o siete vueltas me mantuve en el tercer puesto, y el público se puso a gritar para que adelantáramos. Me daba miedo hacerlo. A una pareja rápida sólo se la podía adelantar al tomar una curva, y aquello requería muchas energías. Por añadidura, hasta entonces Gloria me había seguido muy bien, y no quería agotarla Mientras ella pudiera correr por sí sola, no me preocupaba.
Transcurridos ocho minutos comencé a tener calor. De un tirón me quité la camiseta y se la arrojé a un preparador. Gloria hizo lo mismo. Muchas de las chicas ya se habían quitado la blusa y llevaban sólo unos minúsculos sujetadores, y mientras corrían alrededor de la pista les rebotaban alegremente los pechos. El público chillaba.
«Todo va bien mientras no nos apremien para adelantarnos», me dije.
En aquel momento, Pedro Ortega y Lillian Bacon aceleraron el paso y se colocaron a nuestra altura para intentar adelantarnos en la curva. Aquélla era la única manera de sobrepasar a una pareja, pero no era tan fácil como parecía. Era necesario tomar una ventaja de, al menos, dos pasos en la recta y entonces girar bruscamente en el mismo viraje. Aquello era lo que Pedro planeaba. En la misma curva chocamos, pero Gloria consiguió mantenerse en pie; yo tiré de ella desesperadamente y conseguí mantener nuestra posición.
Oí murmullos entre el público y comprendí que alguien había tropezado. Al cabo de un instante noté caer un cuerpo. Me abstuve de mirar y seguí andando. Aquello no constituía ninguna novedad para mí. Una vez en el trecho recto pude mirar sin perder el ritmo, y alcancé a ver que quien había ido a parar al foso era Mary Hawley, la compañera de Vee Lovell. La atendían preparadores y enfermeras, y el doctor usaba su estetoscopio...