—No necesitan ninguna boda para llenar la sala —dijo Gloria—. Ahora ya los tienen atrapados. ¿No es espectáculo suficiente ver a estos pobres diablos caerse todas las noches por la pista?
—No lo ven desde el punto de vista correcto —dijo Socks frunciendo las cejas.
—Otras cosas no veré —dijo Gloria—. Pero veo mucho más allá que usted.
—Quieren tomar parte en una película y ahora se les ofrece una excelente oportunidad —dijo Socks—. He llegado a un acuerdo con unos grandes almacenes: le proporcionarán el traje de novia y los zapatos, y un salón de belleza la preparará. Habrá una multitud de directores y supervisores que no tendrán ojos más que para usted. Es la oportunidad de su vida. ¿Qué dice a eso, muchacho? —me preguntó.
—No lo sé —dije.
No quería irritarle. Después de todo, él era el promotor. Sabía que si le molestaba demasiado, podría hacer que me descalificaran.
—Dice que no —dijo Gloria.
—No necesita que los demás piensen por él —dijo Rocky en tono sarcástico.
—Bien, allá ustedes —dijo Socks, encogiéndose de hombros—. Si no quieren aprovechar los cien dólares, tal vez alguno de estos otros muchachos querrá. Al menos —me dijo—, ahora ya sabe quién lleva los pantalones —él y Rocky se echaron a reír.
—¿No puedes ser amable con nadie, no es cierto? —dije a Gloria cuando nos apartamos—. En cualquier momento podríamos encontrarnos en la calle.
—Lo mismo da que sea ahora como mañana —dijo.
—Eres la persona más adusta que he conocido. A veces pienso si no estarías mejor muerta.
—No te quepa la menor duda —dijo.
Cuando volvimos a pasar por delante del tablado vi a Socks y Rocky hablando impacientemente con Vee Lovell y Mary Hawley, la pareja número setenta y uno.
Parece como si Socks les estuviera vendiendo un saco de patatas —dijo Gloria—. A esta Hawley lo mismo le da una cosa que otra.
James y Ruby Bates se reunieron con nosotros y anduvimos emparejados. Nuestras relaciones eran cordiales desde que Gloria había dejado de recomendarle a Ruby que abortata.
—Socks os ha propuesto casaros, ¿no es verdad? —preguntó Ruby.
—Sí —dije—, ¿cómo lo sabes?
—Se lo está proponiendo a todo el mundo —dijo.
—Se lo hemos quitado de la cabeza —dijo Gloria.
—Bueno... una boda ante el público no es algo tan malo —dijo Ruby—. Nosotros nos casamos de ese modo.
—¿Vosotros? —dije, lleno de asombro.
James y Ruby tenían muy buen carácter y parecían muy enamorados, y no podía imaginarme que se hubieran casado en una ceremonia pública.
—Nos casamos en un concurso de baile en Oklahoma —dijo ella—. Recogimos unos trescientos dólares y un puñado de regalos...
—Su padre me obsequió con una escopeta como regalo de bodas —dijo James, riéndose.
De repente, una chica a nuestras espaldas prorrumpió en gritos. Nos volvimos. Era Lillian Bacon, la pareja de Pedro Ortega. Retrocedía, tratando de apartarse de él. Pedro la alcanzó y le dio un puñetazo en la cara. Ella quedó sentada en el suelo, llorando. Pedro le puso las manos en el cuello y apretó mientras intentaba ponerla en pie. Tenía la expresión de un perturbado. Estaba claro que pretendía matarla.
Corrimos todos hacia él. Hubo mucha confusión.
James y yo llegamos los primeros. Lo agarramos y le obligamos a soltar el cuello de Lillian. Ella había quedado tendida en el suelo con el cuerpo rígido, los brazos doblados detrás del cuerpo y la cabeza echada hacia atrás, con la boca abierta... como si estuviera en el sillón del dentista.
Pedro murmuraba algo ininteligible, y no parecía reconocernos. James le dio un empujón y el otro reculó, tambaleándose. Cogí a Lillian por las axilas y la ayudé a levantarse. Estaba temblando.
Socks y Rocky llegaron corriendo y sujetaron a Pedro por el brazo.
—¿Qué te pasa? —dijo Socks con un alarido.
Pedro se quedó mirándole y movió los labios sin articular palabra. Entonces reparó en Rocky y su rostro mudo de expresión, mostrando un resentimiento feroz. Repentinamente se zafó de los que le sujetaban con un movimiento brusco. Luego, tras retroceder unos pasos se introdujo una mano en el bolsillo.
—¡Cuidado! —gritó alguien.
Blandiendo el cuchillo, Pedro dio un salto hacia delante. Rocky intentó esquivarlo, pero sucedió todo tan deprisa que no tuvo la menor oportunidad. El cuchillo le atravesó el brazo izquierdo cinco centímetros por debajo del hombro. Dio un alarido y comenzó a correr. Pedro se giró para perseguirle, pero antes de poder dar un paso Socks le asestó un golpe en la nuca con una porra de piel. El porrazo se oyó por encima de la música de la radio. Sonó como si se lo hubiera dado a una sandía. Pero Pedro se quedó de pie, con una mueca extraña en su rostro, y Socks volvió a pegarle con la porra. Los brazos de Pedro descendieron y el cuchillo cayó al suelo. Se tambaleó sobre sus piernas y finalmente se derrumbó.
—Sacadle de aquí —dijo Socks, mientras recogía el cuchillo.
James Bates, Mack Aston y Vee Lovell alzaron a Pedro y se lo llevaron a los vestuarios.
—Permanezcan en sus asientos, damas y caballeros —dijo Socks al auditorio—. Hagan el favor de sentarse...
Yo sujetaba a Lillian, que todavía temblaba.
—¿Qué sucedió? —le preguntó Socks.
—Me acusó de engañarlo. Después me dio un golpe y quiso estrangularme.
—Vamos, muchachos —dijo Socks—, hagan como si no hubiera pasado nada ¡Eh!, enfermera, ayude a esta joven y acompáñela a los vestuarios —Socks hizo una seña a Rollo, que se encontraba sobre el tablado, y la sirena anunció un descanso, pese a que todavía faltaban unos minutos. La enfermera se llevó a Lillian a los vestuarios, y las otras muchachas la siguieron.
Mientras salía de la pista oí que Rollo, por encima del griterío de la muchedumbre, anunciaba alguna bobada.
Rocky estaba en pie, al lado de la bañera; se había quitado la chaqueta y la camisa y procuraba taponar la herida con un montón de toallas de papel. La sangre le descendía por el brazo y se le escurría entre los dedos.
—Será mejor que te lo mire el médico —dijo Socks—. ¿Dónde diablos se ha metido? —gritó.
—Aquí... —dijo el médico, saliendo por la puerta del retrete.
—La única vez que le necesito y usted bien sentado —dijo Socks—. Mire esta herida de Rocky.
Pedro estaba tendido en el suelo con Mack Aston sentado a horcajadas sobre él, masajeando su estómago como lo haría con un hombre que hubiera estado a punto de ahogarse.
—Cuidado —dijo Vee Lovell acercándose con un cubo de agua fría. Mack se apartó y Vee lanzó el agua a la cara de Pedro. No le hizo el menor efecto. Estaba allí, rígido como un tronco.
James trajo otro cubo de agua y lo dejó empapado. Entonces Pedro comenzó a dar señales de vida Se movió y abrió los ojos.
—Ya vuelve en sí —dijo Vee Lovell.
—Será mejor que me lleve a Rocky al hospital con mi coche —dijo el doctor sacándose la chaqueta blanca—. Tiene un corte muy profundo, llega casi al hueso. Habrá que darle unos puntos de sutura. ¿Quién se lo ha hecho?
—Ese hijo de perra —dijo Socks, señalando a Pedro con una pierna
—Debió emplear una navaja —dijo el doctor.
—Aquí la tiene... —dijo Socks, entregándole la navaja.
Socks llevaba todavía la porra de cuero en la otra mano, con la correa alrededor de la muñeca
—Ya entiendo —dijo el doctor, devolviéndole la navaja.
Pedro se incorporó, restregándose la mandíbula, con un gesto de asombro en su cara.
«No es la mandíbula —le dije mentalmente—, sino la nuca».
—Por el amor de Dios, vámonos —dijo Rocky al doctor—. Estoy sangrando como un puerco. Y tú, hijo de mala madre —le dijo a Pedro—, presentaré una denuncia contra ti...
Pedro lo miró con rencor pero no dijo nada.
—No habrá tal denuncia —dijo Socks—. Bastante trabajo tendré para proseguir la competición. La próxima vez escoge mejor a quien quieras meter en un lío.
—Yo no he enredado a nadie —dijo Rocky.
—... Eso se lo contarás a otro —dijo Socks—. Lléveselo por la puerta de atrás, doctor.
—Vamos, Rocky —dijo el doctor.
Rocky comenzó a caminar. El vendaje provisional estaba ya empapado de sangre. El doctor le colocó una chaqueta sobre los hombros y se marcharon.
—¿Es que te has propuesto fastidiarme el campeonato? ¿Por qué no esperaste que terminara para entendértelas con él?
—Quería cortarle el cuello —comenzó con calma Pedro—. Ha seducido a mi prometida.
—Si ha conseguido seducirla aquí, debe de ser mago —dijo Socks—. Aquí no hay ningún lugar donde seducir a nadie.
«Yo sé un lugar», dije para mis adentros.
Rollo Peters entró en los vestuarios.
—Muchachos, ahora deberíais estar durmiendo —dijo—. ¿Dónde está Rocky? —preguntó mirando alrededor.
—El doctor se lo ha llevado al hospital —le dijo Socks—, ¿Como está el ambiente allá fuera?
—Han recobrado la calma —dijo Rollo—. Les he contado que estábamos ensayando un espectáculo nuevo. ¿Qué le ha pasado a Rocky?
—No gran cosa —dijo Socks—. Sólo que un poco más y este desgraciado le corta el brazo, eso es todo —le entregó el cuchillo de Pedro—. Ten, coge esto y hazlo desaparecer. Tú harás los anuncios hasta que arreglemos lo de Rocky.
Pedro se puso en pie:
—Lamento que todo esto haya ocurrido delante de los espectadores. Lo siento, tengo un temperamento muy fuerte.
—Supongo que habría podido ser peor —dijo Socks—. Pudo haber sucedido de noche, cuando la sala está abarrotada. ¿Cómo tienes la cabeza?
—Me duele bastante —dijo Pedro—, Lo siento de veras. Quería ganar los cien dólares.
—Todavía tienes una oportunidad —dijo Socks.
—¿Quiere decir que no estoy descalificado? ¿Que me perdona?
—Te perdono... —dijo Socks metiéndose la porra en el bolsillo.
LLEVAN BAILANDO ..... 783 HORAS
QUEDAN ......................... 26 PAREJAS
—Damas y caballeros —anunció Rocky—, antes de que comience la carrera, la dirección me ha pedido que les haga saber que se celebrará una boda pública aquí mismo dentro de una semana a partir de esta noche, una auténtica y ansiada boda en la misma pista entre los componentes de la pareja número setenta y uno, Vee Lovell y Mary Hawley. Acudid al centro de la pista, Vee y Mary, y dejad que todo el mundo vea qué gentil pareja hacéis...
Vee y Mary, con sus uniformes de carreras, salieron al centro de la pista y efectuaron una reverencia para agradecer los aplausos. La sala volvía a estar llena.
—... Eso —aclaró Rocky— siempre y cuando no sean descalificados antes de la fecha. Esperemos que no, sería una desgracia. Esta ceremonia pública responde al criterio de la dirección de ofrecer siempre espectáculos de primera clase.
La señora Layden nos dio una palmadita en la espalda.
—¿Qué le ha pasado a Rocky en el brazo? —preguntó en un susurro.
Todo el mundo podía advertir que Rocky había sufrido algún accidente. El brazo derecho lo llevaba dentro de la chaqueta, como siempre, pero el izquierdo le colgaba de un vendaje cogido al cuello, y por ese lado, la chaqueta le caía sobre el hombro como una capa.
—Se ha dislocado un brazo —dije.
—Sólo ha necesitado nueve puntos de sutura —dijo Gloria en voz muy baja.
—Por eso no vino la otra noche —dijo la señora Layden—. ¿Ha tenido un accidente?
—Sí, señora.
—¿Se ha caído?
—Sí, eso creo.
—... Les presento a la bellísima estrella de cine, a la señorita Mary Brian. ¿Quiere saludar, señorita Brian?
La señorita Brian saludó y el público aplaudió a rabiar.
—... Y al gran cómico Charley Chase.
Hubo más aplausos para Charley Chase cuando éste se puso en pie desde su palco y saludó.
—Detesto estas presentaciones —dijo Gloria.
—Te gustarían más si fueras tú una de las presentadas, ¿no es verdad? —dije.
—Buena suerte —dijo la señora Layden cuando nos dirigimos hacia el tablado.
—Estoy hasta la coronilla de todo esto —dijo Gloria—. Estoy harta de contemplar celebridades y de hacer lo mismo todos los días.
—Algunas veces lamento haberte conocido —dije—. No me gusta hablar así, pero es la verdad. Antes de conocerte no sabía lo que era tratar con gente amargada...
Nos apiñamos detrás de la línea de salida junto a las restantes parejas.
—Estoy cansada de esta vida,pero por otra parte temo a la muerte —dijo Gloria.
—He ahí un buen título para una canción —dijo James, que nos había oído—. Podrías componer una sobre un viejo negro, a la orilla de un río, un negro cansado de vivir y temeroso de la muerte. Podría recoger algodón mientras le dedica una canción al río Misisipí. Sí, he ahí un buen título... la podrías llamar
Viejo río nuestro
...
Gloria lo miró con odio y se rascó la nariz.
—¡Hola! Acérquese, señora... —Rocky llamó a la señora Layden, que había llegado ya al tablado—. Damas y caballeros: voy a presentarles a la campeona mundial de las admiradoras —iba diciendo por el micrófono— de los campeonatos del mundo de resistencia de baile... una señora que no ha faltado una sola noche desde que el concurso comenzó. Tenemos aquí a la señora Layden, a quien la dirección ha concedido un bono para toda la temporada, valedero para cualquier día y cualquier hora. Un aplauso para la señora Layden, damas y caballeros. ¿Nos quiere dedicar un saludo, señora Layden?
La señora Layden vaciló un momento, completamente aturdida, sin saber lo que tenía que hacer o decir. Pero como el público no paraba de aplaudir avanzó unos pasos y efectuó una reverencia un tanto torpe. Era evidente que aquél era un gran momento para ella.
—Todos ustedes, también espectadores habituales, deben de haberla visto ya muchas veces —dijo Rocky—, Forma parte del jurado, no podríamos celebrar una prueba si ella no estuviera presente. ¿Le gustan los concursos de resistencia de baile, señora Layden? —preguntó, al riempo que se agachaba un poco y rectificaba la posición del micrófono para que ella pudiera contestar.
—Los odia —dijo Gloria en voz baja—. No vendría ni siquiera por una apuesta, grandísimo estúpido.
—Me gustan con delirio —dijo la señora Layden. Estaba tan nerviosa que apenas si podía hablar.
—¿Cuál es su pareja favorita, señora Layden?
—Mi pareja favorita es la número veintidós, Robert Syverten y Gloria Beatty.