Reinaba la mayor oscuridad debajo del tablado, y, mientras me agachaba y me arrodillaba apoyándome con las manos en el suelo tratando de ver a través de la penumbra, la número siete se me colgó del cuello.
—Apresúrate... —musitó.
—¿Quién anda por ahí? —gruñó la voz de un hombre. Estaba tan cerca que pude incluso notar su aliento en mi cabello—. ¿Quién eres tú?
Reconocí ahora la voz. Era la de Rocky Gravo. Mi estómago se revolvió. La número siete me soltó el cuello y se escurrió de debajo del tablado. Yo evité intentar disculparme o decir cualquiera cosa, pues Rocky habría reconocido mi voz, así que salí rápidamente por debajo de las colgaduras. La número siete me había precedido, y se alejaba mirándome por encima del hombro. Estaba pálida como la cera. Ninguno de los dos habló. Entramos en la pista de baile, aparentando la mayor inocencia. La enfermera recogía las tazas de café sucias y las depositaba en una cesta. Entonces advertí que mis manos y mi ropa estaban sucias de polvo. Disponía de un par de minutos antes de que sonara la sirena, así que me apresuré hasta el vestuario para asearme. Cuando hube terminado me sentí mejor.
«Me he escapado por los pelos —me dije—, jamás volveré a cometer semejante imprudencia».
Llegué a la pista cuando ya sonaba el silbato y la orquesta comenzaba a tocar. No es que fuera una gran orquesta, pero era mucho mejor que oír la radio, todos aquellos anuncios suplicando siempre que se comprara una u otra cosa. Después de haber tomado parte en aquel concurso tendría bastante radio para toda la vida. «Se oye ahora mismo una radio al otro lado de la calle, frente a la Sala del Tribunal. Se oye perfectamente». «¿Necesitan dinero?». «¿Tienen algún problema?».
—¿Dónde te habías metido? —me preguntó Gloria agarrandome por el brazo.
—En ninguna parte. ¿Tienes ganas de bailar?
—Como quieras —dijo ella. Estuvimos un buen rato dando vueltas a la pista hasta que ella me detuvo.
—Esto se parece demasiado a trabajar —dijo.
Al separar mi mano de su cintura noté mis dedos sucios de polvo otra vez. «Es curioso —pensé—, apenas si hace un momento que me he lavado las manos».
—Date la vuelta —le dije a Gloria.
—¿Se puede saber qué te ocurre? —me preguntó.
—Date la vuelta —insistí.
Vaciló un instante mientras se mordía el labio y yo avancé unos pasos hasta situarme detrás de ella. Llevaba una falda blanca de lana y una chaqueta de punto fino, también blanca. Tenía la espalda cubierta de un polvo espeso que yo sabía muy bien de dónde procedía.
—¿Qué pasa? —dijo.
—Estate quieta.
Con la mano le sacudí la ropa y desprendí la mayor parte del polvo de la chaqueta y la falda. Por un momento se mantuvo callada.
—Seguramente me ensucié cuando estaba en los vestuarios con Lillian —dijo al fin.
«No soy tan estúpido como crees», dije para mis adentros.
—Claro —dije.
Mientras nos movíamos por la pista se nos acerco Rollo Peters.
—¿Quién es esa joven? —pregunté señalando a la pareja número siete.
—Es la pareja de Guy Duke. Se llama Rosemary Loftus.
—Vaya gustos tienes —dijo Gloria.
—Sólo he preguntado quién es. No estoy enamorado de ella.
—Ni falta que te hace —dijo Gloria—. Vamos, Rollo, dile qué clase de chica es.
—A mí no me liéis —dijo Rollo meneando la cabeza—. Yo no sé nada de esa chica.
—¿Qué ocurre con ella? —pregunté a Gloria cuando Rollo se fue y se puso a charlar con James y Ruby Bates.
—No te hagas el inocente. ¿Tan ingenuo eres? —rió, meneando la cabeza—. Menudo picaro estás hecho.
—Muy bien. Olvídalo —le dije.
—¿Por qué? Esta señorita es la alimaña más peligrosa al oeste del río Misisipí —dijo Gloria—. Es una pájara de mucho cuidado, que presume encima de tener estudios. Estas zorras son las peores. Incluso las chicas en el lavabo tienen que andarse con cuidado cuando ella ronda por allí...
—¡Hola!, Gloria —gritó la señorita Layden.
Ocupaba su butaca habitual en el palco a un extremo de la sala, lejos del tablado del maestro de ceremonias. Gloria y yo nos acercamos a la barandilla.
—¿Qué tal está mi pareja predilecta?
—Muy bien —dije—. ¿Cómo está usted, señora Layden?
—Muy bien —dijo—. Esta noche voy a quedarme un buen rato. ¿Ven esto? —señaló la manta y un cesto con comida que había depositado en la silla de al lado—. Estaré aquí para animarles.
—Lo necesitaremos —dijo Gloria.
—¿Por qué no toma un palco más alejado del Palm Garden? —le pregunté—. En este lugar hay mucho ruido cuando la gente se acerca al bar a beber...
—Para mí es un buen sitio —dijo sonriendo—. Para presenciar la carrera prefiero esta localidad. Quiero ver cómo cogen el viraje. ¿Quieren leer el periódico de esta tarde? —preguntó mientras lo sacaba de debajo de la manta.
—Gracias —le dije—. Me gustaría ver qué sucede en el mundo. ¿Qué tiempo hace? ¿Ha ocurrido algo importante?
—¿Se está burlando de mí? —dijo la anciana.
—No, no me burlo... sólo que tengo la impresión de que hace un millón de años que estoy aquí dentro... Gracias por el periódico, señora Layden...
Mientras nos alejábamos abrí el periódico. Unos titulares en letras negras y grandes llamaron mi atención.
UN JOVEN ASESINO CAPTURADO
EN UN CONCURSO DE BAILE
Un criminal fugitivo participaba en una competición
Los detectives detuvieron en el día de ayer a un asesino en el concurso de resistencia de baile que se está celebrando actualmente en el parque de atracciones de Santa Mónica. Se trata de Giuseppe Lodi, un italiano de veintiséis años que hace ocho meses huyó de la cárcel del estado de Illinois, en Joliet, cuando llevaba cumplidos cuatro años de una sentencia de cincuenta, por asalto a mano armada y el asesinato de un anciano farmacéutico de Chicago.
Lodi se inscribió en la competición bajo el nombre falso de Mario Petrone y no opuso resistencia al ser arrestado por los detectives Bliss y Voight, de la sección de Robos. Los agentes se habían dejado caer en la sala de espectáculos para disfrutar de un rato de diversión entre sus horas de servicio, cuando reconocieron a Lodi gracias a una fotografía publicada en «Póngase en Fila», la sección de una revista mensual muy popular entre los detectives, que contiene fotografías y señas personales de los criminales cuya detención interesa vivamente...
—¿Te das cuenta? —dije yo—. Estaba a su lado cuando todo esto ocurrió. Me sabe mal por Mario.
—¿Por qué? —dijo Gloria—, ¿Qué diferencia hay entre él y nosotros?
Pedro Ortega, Mack Aston y otros se habían congregado a nuestro alrededor y hablaban con evidentes muestras de excitación. Entregué el periódico a Gloria y me aparté para estar solo.
«Que lástima —reflexioné—. ¡Cincuenta años! Pobre Mario».
«Y si Mario tiene alguna vez noticias mías, pensará: “¡Pobre muchacho! Derrochando su compasión por mí y a él le pasarán la cuerda alrededor del cuello...”».
Socks Donald nos reservaba una sorpresa para el siguiente período de descanso. Nos entregó la ropa que tendríamos que llevar para la carrera; zapatos de tenis, pantalón corto blanco y camisas blancas. A todos los hombres nos entregó un grueso cinturón de cuero con unas pequeñas anillas, como las que suelen llevar prendidas las maletas, que debían servir para que nuestras parejas se agarraran a ellas en las curvas. Esto me pareció entonces bastante ridículo, pero más tarde descubrí que Socks Donald sabía perfectamente lo que se traía entre manos.
—Escuchen, muchachos —dijo Socks—. Esta noche nos jugamos el éxito de estos campeonatos. Vendrá un puñado de estrellas de cine para presenciar la carrera, y ya saben que el público es el reflejo del mundo. Alguna pareja perderá hoy (cada noche alguna pareja tiene que perder). No quiero escuchar lamentaciones, ya saben que no puede ser de otro modo. Todos tienen las mismas oportunidades. Daremos tiempo extra para que se coloquen estos uniformes y para que se los quiten después de la carrera. Por cierto, esta tarde he hablado con Mario Petrone. Me ha dado muchos recuerdos para todos sus compañeros. Ahora, muchachos, no olviden que deben hacer una buena carrera para responder adecuadamente al favor del público...
Me quedé asombrado al oírle mencionar el nombre de Mario, porque la noche anterior, cuando Mario fue arrastrado, Socks deseaba romperle la cabeza.
—Pensaba que estaba enfadado con Mario —le dije a Rollo.
—Ya no lo está —dijo Rollo—. Es lo mejor que nos ha podido ocurrir. Si no hubiera sido por este suceso, nadie sabría que hay un concurso. La publicidad en los periódicos es precisamente lo que nos ha recetado el médico. Toda la tarde hemos estado recibiendo llamadas para reservar localidades.
Aquella noche, y por primera vez desde que comenzó el concurso, la sala estaba repleta de público y prácticamente se habían vendido todas las localidades. El Palm Garden rebosaba también de asistentes; y en el bar, el alboroto, las risas y el griterío eran ensordecedores. «Rollo estaba en lo cierto —me dije—; la detención de Mario ha sido la mejor oportunidad que Socks haya podido tener». (Si bien no todo aquel público había venido atraído por la publicidad en los periódicos. Más tarde descubrí que Socks había anunciado el concurso por varias emisoras de radio).
Vestidos con nuestro equipo de carreras nos paseábamos por allí mientras preparadores y enfermeras andaban atareados de un lado a otro preparando la pista.
—Me siento como si fuera desnudo —dije a Gloria.
—Y parece que lo estés —dijo ella—. Deberías ponerte unos calzoncillos.
—No me los han dado —dije—. ¿Tanto se nota?
—No es sólo eso —dijo ella—. Es que puedes herniarte. Dile a Rollo que te compre unos mañana. Los hay de tres tamaños: pequeños, medianos y grandes. Coge el pequeño.
—Pues no soy el único —dije, contemplando a los otros chicos.
—Aquéllos quieren alardear de tipo —dijo Gloria.
La mayor parte de los concursantes presentaban un aspecto muy gracioso, con aquellas prendas. Nunca había visto un surtido tan diverso de piernas y brazos.
—Mira eso —dijo Gloria señalando a James y Ruby Bates—. ¿Qué te parece?
Se notaba a la legua que Ruby estaba en estado. Parecía que se hubiera metido una almohada debajo de la camisa.
—Realmente se le nota —dije—. Pero recuerda que esto no te incumbe en absoluto.
—Damas y caballeros —dijo Rocky hablando por el micrófono—, antes de que comience esta sensacional carrera, desearía informarles del reglamento. Dado el número de participantes habrá dos rondas: cuarenta parejas en la primera y cuarenta parejas en la segunda. La segunda carrera se celebrará a los pocos minutos de haber finalizado la primera, y la participación en cada una se decidirá por sorteo, extrayendo los números de un sombrero.
»Estas carreras durarán toda la semana, siempre en dos rondas, y cada noche será eliminada la pareja que haya realizado menos vueltas. Durante quince minutos las parejas correrán alrededor del óvalo pintado sobre el suelo de la pista, los chicos practicando marcha atlética, las chicas trotando o corriendo, como prefieran. No hay ningún premio para el ganador, pero si alguno de ustedes, damas y caballeros, desea enviarnos algún premio en dinero para estimular a los muchachos, me consta que ellos lo agradecerán.
»Como podrán ver, en medio de la pista están las camillas, así como los preparadores y las enfermeras, bien provistos de cortezas de naranja, toallas humedecidas frascos de sales, así como también el médico de guardia para cerciorarse de que ninguno de estos muchachos prosiga la carrera si no reúne las condiciones físicas necesarias.
El joven médico estaba de pie en medio de la pista, dándose aires con su estetoscopio colgado del cuello.
—Un momento, damas y caballeros, sólo un momento —dijo Rocky—. Me acaban de entregar un billete de diez dólares para el ganador de esta noche. Es una aportación de la señorita Ruby Keeler, la maravillosa estrella de cine. Un aplauso para la señorita Ruby Keeler, damas y caballeros...
Ruby Keeler se puso en pie y respondió con una inclinación a los aplausos de los espectadores.
—Éste es el ambiente que deseamos, damas y caballeros. Y ahora necesitamos algunos jueces, damas y caballeros, para controlar el número de vueltas que realizará cada pareja —se detuvo, y se secó el sudor de la cara—. Ahora bien, damas y caballeros, estos jueces serán voluntarios del público... cuarenta espectadores. Vengan hacia aquí, no teman...
Al principio, nadie entre el público se movió, hasta que la señora Layden se encaramó a la barandilla y comenzó a cruzar la pista. Cuando pasó junto a Gloria y a mí, sonrió e hizo un guiño.
—Tal vez nos sea de utilidad al final —dijo Gloria.
Enseguida otros espectadores siguieron el ejemplo de la señora Layden, hasta que todos los jueces fueron seleccionados. Rollo entregó a cada uno una tarjeta y un lápiz y les fue señalando un asiento en la pista junto al tablado.
—Muy bien, damas y caballeros —dijo Rocky—. Ya tenemos bastante jueces. Ahora vamos a efectuar el sorteo para la primera prueba. Hay ochenta números en este sombrero y vamos a extraer cuarenta de ellos. Las otras parejas correrán en la segunda prueba ¿Comienza usted, señora? —preguntó a la señora Layden, sosteniendo el sombrero.
La señora Layden sonrió y asintió con la cabeza.
—Es el gran momento de su vida —dijo con sarcasmo Gloria.
—Yo creo que es una anciana muy simpática —dije.
—¡No seas bobo! —contestó Gloria.
La señora Layden comenzó a extraer los números, que iba entregando a Rocky, quien los leía ante el micrófono.
—El primero —dijo— es la pareja número ciento cinco. Venid aquí, muchachos... todas las parejas que vayan siendo nombradas que hagan el favor de colocarse a este lado del tablado.
Tan pronto como la señora Layden extraía un número, Rocky lo anunciaba pasándolo luego a un juez. Aquélla sería la pareja que este juez controlaría, contando el número de vueltas que efectuara.
—... Pareja número veintidós —dijo Rocky, entregándole el número a un joven con gafas.
—Vamos —dije a Gloria Aquél era nuestro número.
—Yo quería a esta pareja —oí que la señora Layden decía a Rocky—. Es mi pareja preferida.
—Lo lamento, señora —dijo Rocky—, hay que ceñirse al reglamento.