Sólo quedaba proceder a la inspección ocular minuciosa de las ropas. Por suerte, las había dejado en un pequeño patio interior con acceso desde la cocina. Al acercarme a ellas, me han dado arcadas: un pestilente olor ha penetrado por mis delicadas fosas nasales alterando el ph de mi estómago. Aunque el siguiente dato menoscabe mi imagen, he de confesar que he tenido que hacer una visita urgente al lavabo víctima de una descomposición mayúscula. Me he vaciado como nunca había experimentado, pese a mi tendencia al estreñimiento, y casi me he quedado sin fuerzas sentado en la taza del váter mientras un sudor frío me bañaba el cuerpo. He debido de quedarme del color del helado de coco. Ha sido como si la vida se me fuese por la puerta trasera; para colmo, no había papel en el portarrollos.
Una vez solventado el inusitado capítulo intestinal, he procedido a la inspección de las pruebas. Previamente he tomado unas improvisadas medidas preventivas adecuadas a mis propósitos: me he ataviado con unos guantes de látex (los que utiliza mi asistenta), una cofia (una bolsa de plástico ha hecho las veces), una bata blanca (en concreto la del baño) y unas gafas (las de sol), aunque de estas últimas he tenido que prescindir por dificultar una inspección ocular detallada.
Lo único destacable, para no aburrir al posible lector con el minucioso proceso, ha sido, paradójicamente, lo infructuoso del mismo. Aparte de las marcas producidas por el trajín de la persecución, no había muestra alguna. Obviamente, esperaba encontrar improntas de sangre o sustancia análoga que, en un posterior análisis, y con los medios técnicos adecuados, revelasen información genética o de otra naturaleza del nuevo individuo.
Lo precipitado de los acontecimientos evitó que me diese cuenta de algo que he deducido utilizando las técnicas de autohipnosis reveladas por mi psiquiatra. Un revisualizado mental del instante en el que cercené las manos de XY-Z demuestra que no se produjo hemorragia alguna, lo que explicaba la ausencia de sangre Z en la camiseta, dato este que ha derivado en otro alarde deductivo por mi parte: si no sangran, su muerte no puede producirse como consecuencia de una hemorragia, lo que se hace ineficaz cualquier ataque con esta pretensión y confirma la teoría de que la forma más eficiente de acabar con ellos es destruir el centro neurálgico que rige la integridad de sus funciones vitales, o sea, su cerebro. Después de tanta deducción y análisis, y del capítulo intestinal, mi mente agotada ha necesitado un pequeño asueto.
He concluido el proceso de análisis destruyendo las evidencias textiles. He considerado que no constituían prueba alguna y que, a falta de más referencias, su conservación, como ya he comentado, podía constituir un peligro en sí mismo, de modo que, junto con los demás desperdicios caseros, las he tirado a la basura, que he sacado inmediatamente de casa. Era indispensable: ese olor estaba apoderándose de todas las enstancias de la casa. A las 3.00 p.m., con un sol que, aunque no para sufrir una insolación, resplandecía con todo su esplendor e inhabilitaba cualquier ataque Z, me he deshecho de los desperdicios de la autopsia. Como dato premonitorio —más adelante se entenderá, aunque en ese momento no supe interpretarlo—, debo mencionar el hecho de que poco después de lanzar la bolsa de basura al contenedor han aparecido del orden de media docena de gatos disputándosela. He calificado la conducta como normal dentro de las que un felino callejero famélico puede manifestar, aunque ahora sé que me equivocaba: lo único que parecía interesarles de su contenido era mi ropa.
He vuelto a casa, me he preparado un tentempié, he cargado una pipa con el tabaco recién adquirido, aunque no sin cierto temor a que provocase un nuevo episodio de diarrea incontrolada (cosa que no ha ocurrido), y he prestado atención a las últimas noticias que se escuchaban en televisión: las horas diurnas han sido aprovechadas por las autoridades para el reclutamiento civil voluntario. Por lo visto, batallones improvisados de estos voluntarios dedican las horas de sol a realizar batidas en lugares donde previsiblemente se resguardan los Z para acabar con ellos, cosa que parece no haber tenido mucho éxito, pues muchos de ellos, a la hora de la verdad, ponían pies en polvorosa, y viéndose perseguidos por sus compañeros de rastreo, disparaban sobre ellos provocando bajas entre sus propias filas. Por otra parte, la comunidad científico-militar parece ir haciendo avances en la confección de un arma eficaz contra los Z. Se trabaja en una especie de aerosol, aunque parece que el problema estriba en que los efectos aniquila-dores funcionan de igual modo en humanos, lo cual hace inviable su uso indiscriminado, al menos en zonas adineradas, lo que me tranquiliza. No recuerdo mucho más, porque una sensación de cansancio extremo ha terminado de alienarme en el sofá.
He despertado pasadas las 6.00 p.m. El sol se ocultaba en el horizonte y, aunque reconfortado por la siesta, la llegada de la noche me ha inducido a ponerme en modo alerta. He decidido mantenerme ocupado: he encendido otra pipa. Dado que no quedaban teorías que analizar, me ha parecido buena idea ver alguna de las obras que tenía en mi videoteca particular. Las recordaba fotograma por fotograma, pero nunca se sabe qué nuevas revelaciones podía aportar un nuevo visionado. He seleccionado
Zombi Deep
,
Zombi Zoom
y
Zombi Attack
. Durante el visionado de la segunda me ha asaltado el hambre, aunque he preferido no interrumpir el estudio con una cena al uso y me he preparado un bocadillo de jamón ibérico que ha colmado mis expectativas culinarias.
La revisión fílmica no ha puesto sobre la mesa novedades, aunque me ha hecho pasar un buen rato y me ha permitido concluir que las teorías que he planteado hasta ahora tienen visos de veracidad. Me he levantado a beber un vaso de agua y ha sido entonces cuando lo he visto a través de uno de los monitores: plantado delante de mi ventana, debajo de una farola, pretendidamente a la vista. Ahora comprendo que no fue una buena idea aparcar enfrente de casa, pues ha revelado mi posición al enemigo. He podido adivinar en su mirada una auténtica animadversión personal (confirmada con un zoom de cámara) que no presagia nada bueno y que, además, pone de manifiesto la capacidad de un Z para experimentar un sentimiento puramente humano: el odio, intrínsecamente relacionado con el recuerdo. La situación no me era favorable: además de ser el plato principal de XY-Z, había rencillas personales, lo que dotaba a mi oda personal de un toque dramático. Si bien cabe la posibilidad de que un Z pueda albergar sentimientos humanos, hasta ahora negativos, también podría concebirse que experimentase sus contrarios, aunque, sinceramente, esta teoría quedaba rebatida por lo acaecido hasta el momento. De todas maneras, tiempo habrá de confirmar, o no, el planteamiento. La cuestión es que he presenciado una secuencia dantesca:
García
, el gato que solía merodear por las cercanías de mi casa, se ha acercado a XY-Z. Iba olfateando el aire como si un canto de sirena lo hubiera sumido en trance, parecía estar olisqueando un manjar al que no pudiera resistirse. Al principio no he sabido responder a tan extraño comportamiento, aunque un recuerdo olfativo inconfundible ha acabado por invadirme, junto con la imagen de
García
saludándome entusiasmado al llegar a casa esta mañana. Parece evidente que no era por mi persona por lo que el felino había mostrado tan profuso interés, sino más bien por ese tufo inconfundible con un resabio a pescado podrido que aplastó mi delicado sentido del olfato en el primer encuentro en el centro comercial, del que quedé impregnado y que convertía a XY-Z en una especie de cubo de basura restaurante para
García
, que se acercó sin intuir lo que le esperaba. Al llegar a la altura del Z, ha empezado a lamerle los pies descalzos: XY-Z se ha agachado, ha recogido a
García
del suelo con los brazos y se lo ha acercado a la boca.
García
parecía sumido en un deleite olfativo orgásmico y no paraba de lamer la cara del Z, quien, con un ataque rápido y certero, ha mordido el gaznate del felino. Al principio ha presentado batalla con rápidos y espasmódicos movimientos de sus patas traseras que han terminado por saltarle un ojo a XY-Z y le han dejado la cara como un mapa de ferrocarriles, aunque no le han inmutado lo más mínimo. En un segundo ataque ha «destraqueado» —permítaseme la expresión pues define con exactitud el hecho— al pobre
García
. Evitaré pormenorizar los minutos que han seguido al primer mordisco, pero básicamente XY-Z ha proseguido con su particular piscolabis, del que ha dado buena cuenta rápidamente. Al terminar, ha estrellado los restos de
García
(un saco de huesos y piel) contra una farola. Incluso me ha parecido adivinar, por los gestos faciales de XY-Z, un profundo eructo, aunque este dato no puedo confirmarlo a ciencia cierta. He recibido el mensaje alto y claro, pero no ha conseguido amedrentarme: quién sabe en cuántas ocasiones he visto escenas parecidas en mi pantalla plana de 52 pulgadas. Quizá un animal doméstico no ha sido un recurso muy utilizado en la ficción, aunque no desmerece en absoluto.
Después, el satisfecho comensal ha llamado mi atención de nuevo: XY-Z ha empezado a hurgarse la entrepierna. Los muñones impedían lo que quiera que intentase llevar a cabo, cosa que ha quedado de manifiesto segundos después: una mancha ha empezado a expandirse desde la zona pélvica hacia los muslos: se había meado encima. Con franqueza, me ha dejado de pasta de boniato: las necesidades fisiológicas tampoco se mencionaban en los diferentes tratados zombi, que las obvian o descartan sin reparo alguno. Estaba claro que el Z que tenía delante había vaciado su vejiga delante de mis narices. Lamentablemente, las circunstancias que rodeaban el acto impiden aportar datos más concretos acerca de las características de la orina.
Desconozco si la escena en su conjunto representaba algún tipo de rito animal primario, como el de marcar territorio, al igual que hacen los canes. Lo que parecía claro es que el espécimen aprovechaba sus horas nocturnas de actividad para satisfacer todas estas necesidades. Había sido testigo de las siguientes: comer (ésta creo que todavía no la ha resuelto, por el tamaño del felino, digo; no obstante, como parecía que, al margen de la carne humana, no renunciaba a otros manjares, podría subsanarla cómodamente); beber: no sé si la resuelve a través de la ingesta de alimentos sólidos o si su hidratación proviene además de otros líquidos, y, por último, mingitar, de la que acababa de ser testigo. XY-Z, orinado de arriba abajo, ha desaparecido entre las sombras.
Las horas siguientes las he dedicado a trazar un plan para darle la vuelta a la tortilla. He pensado que si bien por las noches soy presa fácil y mis posibilidades de supervivencia se reducen, durante el día la cosa cambia… puedo ser cazador en vez de presa. Dadas las capacidades intelectuales de XY-Z, es cuestión de tiempo que encuentre la manera de ir socavando mis defensas. Podría ser que tuvieran capacidad de comunicarse, por lo que un grupo lo suficientemente grande y organizado acabaría por minar los sistemas de seguridad, repartiéndoseme en el postre. Teniendo en cuenta que el pueblo está desierto, o eso parece, y que mi único aliado, mi vecino, no parece estar en mi línea de acción, se hace imprescindible resolver la ecuación y volver a intentar un acercamiento con el todavía propietario del arma. Conseguir la pistola vuelve a ser prioritario, sobre todo ahora, cuando eliminar a XY-Z es, paradójicamente, la opción más segura para mí. Mañana iré en su busca.
Son las 2.00 a.m., sin novedad desde que el Z se ha ocultado en la oscuridad buscando ampliar su territorio de caza: vagará por las calles desiertas en busca de alimento o de la manera de perpetuar su especie. Concluyo el relato de los pormenores del día de ayer. Dado que no puedo hacer nada y no me encuentro demasiado bien, me voy a dormir. Mañana será un duro día.
«Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así.»
Ha sido necesario poner en marcha el PAHZ: «Protocolo de Actuación en caso de Herida Z». La fase I, la amputación, está descartada, por lo que he ejecutado la fase II: el aislamiento. Me he encerrado en mi casa y he cambiado la contraseña. Si el proceso transubstancial se inicia, pasaré a la fase III: eliminación del individuo, en este caso yo mismo. El propio proceso transubstancial me impedirá recordar la contraseña, lo que hará imposible desactivar el sistema de seguridad y, en consecuencia, moriré encerrado en mi particular búnker.
Tengo una herida abierta de unos 5 cm en el omóplato derecho, aunque no puedo asegurar que haya sido infligida por un Z. Se han desencadenado en mi organismo toda clase de síntomas, pero no sé si responden a mi tendencia hipocondríaca o a que ya ha dado comienzo la transubstanciación.
Dadas las circunstancias, prescindiré de las ataduras del relato cronológico y anotaré los síntomas que se manifiesten desde estos momentos hasta que el propio proceso, si es que se desencadena, lo haga imposible:
12.00 p.m.: Anadipsia: me levanto y bebo dos vasos de agua. El síntoma desaparece, por lo que deduzco que no me estoy volviendo loco y que conservo la capacidad deductora.
12.05 p.m.: Aplestia: He engullido unos mantecados estepeños y parece que el síntoma remite, por lo que no puedo considerarlo como tal.
12.07 p.m.: Vértigo: desaparece a medida que regulo las bocanadas de humo de mi pipa y el bolo alimenticio de los mantecados llega al estómago.
12.10 p.m.: Borborigmos: lo que podría significar el inicio del proceso transubstancial de órganos intestinales. Al final ha resultado ser un apretón.
12.50 p.m.: Hace un rato que no experimento síntomas que pudieran atribuirse al proceso transubstancial Z. Los anteriormente descritos tendré que atribuirlos a mi trastorno hipocondríaco, a pesar de lo cual he decidido que quedará constancia de ellos por si coincidiesen con los de la mutación. Por otra parte, es posible que algunos de ellos sean consecuencia de algún tipo de efecto secundario de los medicamentos que he me autosuministrado en aras de atajar la amigdalitis de la que estoy siendo víctima desde el día de ayer, complicada, además, con un resfriado. Aunque también podrían deberse a la ingesta accidental del combustible, de la que ya daré parte.