El unicornio los condujo a lo que no parecía más que un pequeño sendero fácil de recorrer. Al cabo de unos minutos, el camino empezó a subir con una fuerte pendiente; algunos claros en el espeso follaje le indicaban que estaban ascendiendo por la falta de una cordillera. Las montañas acababan en picos escarpados, que no eran lo bastante altos para tener las cimas nevadas, pero que resultaban bastante impresionantes. Mientras seguían el sendero, el viento resultaba cada vez más fresco, el cielo empezaba a oscurecerse y se oían truenos a lo lejos. Era evidente que no tardaría en estallar una tormenta.
—Tendremos que buscar refugio -exclamó Tahmurath-. Malakh, ¿puedes hacer que el unicornio lo entienda?
—Nos está llevando a un lugar que describe como "agujero-muy-grande-en-colina". Supongo que se refiere a una cueva.
—Estoy seguro de que tienes razón. ¿Llegaremos pronto?
Las primeras y grandes gotas de la tormenta empezaron a caer a su alrededor.
—Piensa que está después del próximo recodo.
—¡Piensa! ¿Quieres decir que no está seguro?
—¡Oh, lo siento! Está seguro. Quería decir que el unicornio no lo decía, sólo lo pensaba, ¿sabes?
En efecto, unos momentos después, el unicornio se detuvo y giró la cabeza hacia una grieta en la pared de la colina. Era exactamente igual que una docena de formaciones similares que el grupo ya había dejado atrás. Sólo tras examinarla de cerca se veía que la hendidura se extendía unos metros hacia el interior de la roca.
—Bueno, ahora que hemos llegado aquí, ¿vamos a quedarnos fuera para mojarnos? -se preguntó en voz alta Ragnar.
—Piensa… bueno, dice…, lo que sea, que ahí dentro hay… ciertas cosas -dijo Malakh al grupo.
—¿Qué tipo de cosas? -preguntó Megaera, que ya estaba desenvainando la espada.
—Son «cosas-sin-patas-que-huelen-mal-al-respirar-como-si-comieran-cosas-de-dos-patas-muertas». Así las llama.
—Muy bien, tenemos que tomar una decisión rápida -dijo Zerika-. Nos ha conducido hasta aquí y sospecho que, haya lo que haya ahí dentro, será un enemigo asequible.
Los demás asintieron con distintos grados de entusiasmo. Zerika los organizó.
—Megaera, tú irás delante. Yo estaré a tu espalda, pero a distancia suficiente para ver la disposición del terreno; luego intentaré dar la vuelta con sigilo y atacar a nuestros enemigos por la retaguardia. Malakh, debes estar preparado para ayudar a Megaera. Ragnar, dispara tus flechas si ves un blanco claro, siempre y cuando no puedas herir a alguno de los nuestros por la espalda, y luego desenvaina la espada y prepárate para luchar cuerpo a cuerpo. En cuanto a ti, Tahmurath…
—Me quedaré atrás, como corresponde a alguien de mi noble profesión. Sin embargo, puedo proporcionaros un poco de luz -la interrumpió. Levantó con ambas manos el bastón en posición vertical y entonó un breve encantamiento. La punta del bastón se iluminó y proyectó una luz brillante en todas direcciones.
—¡Ahora! -exclamó Zerika, y el grupo avanzó. Unos pasos más allá de la entrada, la cueva se convertía en una amplia cámara.
Al principio parecía vacía; entonces, Megaera vio unos pares de lucecitas anaranjadas que se precipitaban sobre ellos desde más allá del círculo de luz proyectado por el bastón de Tahmurath.
—¡Ojos! -gritó-. ¡Algo viene hacia aquí!
Megaera, más que ver u oír, sintió que una flecha pasaba junto a su oreja izquierda y se clavaba en un objeto sólido en la oscuridad con un ruido sordo, seguido de inmediato por un siseo de irritación.
La primera de las criaturas que se acercaban entró dentro del alcance de la luz mágica de Tahmurath. Entonces pudieron ver que se trataba de una criatura de aspecto humanoide de la cintura para arriba, pero la parte inferior del cuerpo era semejante a una serpiente. Al mantener una postura erguida del torso y de la cabeza, su imagen recordaba la de una cobra preparada para atacar.
Megaera blandió la espada hacia el hombre-serpiente más próximo, que eludió el golpe y se lanzó hacia su garganta, abriendo la boca y mostrando unos largos colmillos. La guerrera no pudo recuperarse a tiempo de asestar otro mandoble, pero pudo golpear a la criatura en la cara con la protuberancia central del escudo, el monstruo retrocedió, aturdido. Megaera avanzó para sacar partido de su ventaja y observó que Malakh y Ragnar, que se hallaban uno a cada lado, se enfrentaban a criaturas similares. Ragnar descargaba feroces mandobles con su larga espada, con lo que mantenía a raya al monstruo sin causarle ningún daño. Malakh parecía bailar una extraña danza con el ofidio, pues por una parte eludía sus intentonas de abalanzarse sobre él para morderlo, pero tampoco conseguía asestarle a su vez ningún golpe eficaz.
Zerika había intentado ocultarse en las sombras más allá de la luz mágica de Tahmurath, pero había llamado la atención de dos hombres-serpientes. Luchaba con desesperación, con la espada corta en la zurda y la daga en la diestra, pero parecía poco probable que pudiese sobrevivir durante mucho más tiempo.
Megaera vio todo esto sin detenerse; se abalanzó sobre su oponente y le arroó la espada contra el vientre. La hundió hasta la empuñadura, y la criatura, retorciéndose, se desplomó en el suelo de la caverna. Megaera liberó la espada y corrió en ayuda de Zerika. Como era imposible desjarretar a un ser carente de piernas, asestó un fuerte mandoble al cuello del más próximo de ellos y sintió la satisfacción de ver que su cabeza salía volando por la caverna.
—¡Que le corten la cabeza! -exclamó.
El segundo hombre-serpiente se revolvió contra la nueva amenaza. Zerika aprovechó la ocasión y clavó sus dos hojas en los flancos de la criatura. Tanto si allí estaban los riñones, en el caso de un hombre normal, como otro tipo de órgano vital, su ataque fue mortífero.
Ambas mujeres acudieron en ayuda de sus compañeros. Malakh había conseguido sujetar a su enemigo por el cuello y lo estaba estrangulando, pero había sufrido una grave herido en el antebrazo derecho Ragnar, por su parte, aunque había logrado herir a su adversario, si un leve rasguño podía considerarse una herida, seguía a la defensiva. Zerika aceleró la muerte del contrincante ofidio de Malakh con una certera puñalada. Megaera se interpuso en la lucha entre Ragnar y su enemigo y cambió la suerte del enfrenamiento con una serie de golpes y mandobles que resultó mortal.
El grupo se reunió de nuevo para descansar. Cinco hombres-serpientes yacían en el suelo, pero, por el momento el premio de aquella difícil victoria parecía no ser más que tener un lugar seco para esperar el fin de la tormenta. El único detalle relevante de aquel lugar era un megalito que se alzaba en el centro de la cueva. Aparentemente estaba menos desgastado que los mojones del círculo donde habían iniciado el juego. No sabían sí esto se debía a que su antigüedad era distinta o a que la cueva había protegido la piedra de los elementos.
En la superficie estaba grabada una imagen bastante burda de una serpiente enroscada de tal forma que parecía comerse su propia cola. Todos la miraron y se pusieron a hablar al mismo tiempo.
Zerika miró el bajorrelieve con gesto receloso y dijo:
—Jormungandr.
—Círculo recursivo -dijo Ragnar.
—El sueño de Kekulé -dijo Megaera.
—El gusano Ouroboros -dijo Tahmurarh.
—Parece Jormungandr -la serpiente de Midgard -explicó Zerika-. En la mitología nórdica, era la serpiente que rodeaba todo el munod. Tenía la cola metida en la boca. ¿Qué es un círculo recursivo?
—Un tipo de repetición en el que algo se refiere a sí mismo -contestó Ragnar-. Por ejemplo, imagínate que buscas
circulo recursivo
en el diccionario y la definición es «véase
círculo recursivo».
¿Qué es el sueño de Kebulé?
—Kekulé era un químico que descubrió la estructura molecular del benceno, después de haber tenido un sueño sobre serpientes que se mordían la cola con la boca -explicó Megaera.
—¿Qué tienen que ver las serpientes con la estructura del…? ¿Qué era?… ¿El benceno?
—Es circular.
—Podría ser Jormungandr, o un círculo recursivo, o el sueño de Kekulé -recapituló Tahmurath-. O podría relacionarse también con
El gusano Ouroboros.
—¿Qué es eso? -preguntó Megaera.
—El título de una novela clásica de fantasía de E. R. Eddison. Creo que intentaba simbolizar la historia que se repite a sí misma, o algo parecido.
—Todo esto me suena. ¿Puedes deletrear ese nombre?
Tahmurath empezó a deletrearlo, pero cuando iba por la mitad, la mujer dio un gritito de entusiasmo.
—¡Ya lo tengo! -exclamó.
—¿Qué?
—Las letras del círculo de piedras. Suponíamos que eran letras latinas, pero en realidad eran griegas: ípsilon, rho, omicron, beta, omicron, rho, omicron.
—Pues a mí me suena a chino -dijo Ragnar-. ¿Qué quiere decir?
—Bueno, casi se puede componer la palabra «ouroboros».
—¿Casi? -dijo Tahmurath, un poco escéptico-. Me temo que es casi un palíndromo.
—Sin embargo, existe un motivo de que no se deletree por completo -dijo Megaera, sonriendo.
—¿Un motivo?
—Sí. Las letras estaban dispuestas en círculo, ¿verdad? Como esto. -Siguió con el dedo el grabado de la serpiente enroscada-. La razón de que falten algunas letras es que la serpiente se ha tragado su propia cola. Tahmurath asintió con gesto reflexivo.
—¡Madre mía! Creo que lo has adivinado. Tiene sentido. Por supuesto, todavía tenemos que averiguar lo que significa. No estoy seguro de que la repetición de la historia sea muy relevante en este caso.
—Podría representar otras cosas -sugirió Malakh-, como, por ejemplo, la reiteración.
—Supongo que puede significar muchísimas cosas -replicó Tahmurath-. pero sigo pensando que debemos reunir más información para que todo esto empiece a encajar.
—Y para ello, tenemos que explorar esta cueva -dijo Zerika-. Primero, vamos a ver qué se puede hacer con vuestras heridas. ¿Alguno está herido, aparte de Malakn -Los demás movieron la cabeza en sentido negativo. -Malakh, ¿cómo te ha hecho esto? ¿Te ha mordido?
—Me ha desgarrado la carne con los colmillos. Me parece que no es una herida muy profunda, pero duele una barbaridad.
—No me gustaba el aspecto de aquellos colmillos. Espero que no contuvieran veneno. Vamos a echar un vistazo a esa herida. -Zerika se sentó en el suelo y saco la jarra de agua que llevaba en una de sus bolsas-. Es una ocasión tan buena como cualquier otra de comprobar si este líquido todavía sirve.
Malakh sorbió un poco de agua y Zerika, por añadidura, vertió unas cuantas gotas sobre la herida. El resultado no fue tan espectacular como en el estanque, pero la herida dejó de sangrar y enseguida pareció estar menos inflamada.
—Ahora no duele tanto -dijo Malakh.
—Parece menos potente, pero ha retenido algunas propiedades curativas -dijo Tahmurath-. Ahora, descansemos un poco. Ese hechizo de luz ha agotado casi todo mi poder, y supongo que a Malakh también le conviene un poco de reposo.
—Buena idea -dijo Zerika-. Podemos analizar lo que ha sucedido hasta ahora.
—Os diré lo que me preocupa -intervino Ragnar-. Dijimos de hacer este grupo lo más fuerte posible, pero me parece que Megaera y Zerika son las únicas que valen para luchar. Con esta espada no me cargo ni a una mosca, y nuestro Kung Fu particular tampoco ha ganado muchos puntos de combate que digamos.
—Y el mago casi se quema las manos para lograr lo que podía hacerse con una simple antorcha -subrayó Tahmurath.
—Bueno… sí. ¿Y si empezamos otra vez desde el principio con mejores personajes?
—Ni hablar. Mira, soy el miembro más torpe de este grupo, y lo más probable es que siga siéndolo durante mucho tiempo. Los hechiceros suelen ser vergonzosamente débiles al principio de esta clase de juegos, pero compensa el hecho de que, cuando alcanzan niveles más altos de experiencia, se vuelven increíblemente poderosos y adquieren hechizos y habilidades que son esenciales para el éxito de la misión del grupo. Del mismo modo, Malakh y tú estáis desarrollando aptitudes especiales que os harán mucho más valiosos para el grupo y peligrosos para nuestros enemigos. Es probable que ninguno de los dos llegue a ser tan bueno como Megaera en el combate, pero seréis muy buenos, mucho mejores de lo que ella es ahora, y además conseguiréis otras destrezas.
—Tahmurath tiene razón -dijo Zerika-. Recordad que nos habríamos metido en un lío en el puente de no ser por la capacidad de Malakh de comunicarse con los animales. Y creo recordar que cierto deslenguado se cargó un troll sin tener que dar ni un puñetazo.
—Supongo que todo eso tiene sentido -contestó Ragnar, intentando aparentar modestia ante el comentario de Zerika sobre su encuentro con el troll, pero sin conseguirlo del todo-. De todos modos, me gustaría ser capaz de hacer algo más.
—Se me ocurre una cosa -replicó Tahmurath-. Canta una canción.
—¿Qué?
—Eres arpista, ¿no? Pues toca algo.
Ragnar estaba perplejo. Había olvidado por completo la bolsa de cuero que llevaba.
—Ni siquiera sé cómo funciona este trasto -se excusó.
—En efecto. Esta es una buena oportunidad de que lo averigües. Más tarde, tal vez no tengas tiempo.
—Tahmurath tiene razón -dijo Zerika-. Una vez probé un juego en que era necesario preparar los poderes especiales del arpista interpretando una composición original con su instrumento. Vale la pena intentarlo.
Ragnar abrió la bolsa con cuidado y sacó un instrumento semejante a un arpa céltica. La asió con la zurda, la apoyó con firmeza en el hombro y empezó a rasgar suavemente las cuerdas con la mano derecha.
—¿Qué se supone que debo hacer? ¿Inventarme una canción?
—Desde luego, improvisa -dijo Zerika, sonriendo-. Eso es lo que solían hacer los bardos celtas.
—Vale, vamos a ver qué se me ocurre:
Me gustan las flores,
las chicas y el pollo,
los trolls me cargan
y esta canción es un rollo.
Mientras Ragnar cantaba, una tenue aura parpadeó alrededor del arpa. Luego desapareció.
—Por unos instantes pareció que pasaba algo.
—Tal vez si hubieses cantado algo más poético, la magia habría tenido mayor potencia -sugirió Zerika.
—Perdonad, pero creo que me confundís con otro tipo; me parece que se llama Shakespeare -repuso Ragnar.
—No te preocupes -dijo Megaera-. Después de escuchar tu poema, nadie cometerá ese error.